La hospitalidad,
principio ético de las religiones
La
hospitalidad es exigencia de humanidad, tanto para
quien recibe como para el que es recibido, y exige de ambos
que sean ante todo humanos y renuncien a su inhumanidad.
Se sitúa
más allá del etnocentrismo. No conoce límites ni fronteras.
Comporta acoger al prójimo, al vecino, al compañero, al
amigo, al pariente, pero también al extraño, al lejano, al
desconocido, al extranjero y, en nuestro caso, al
inmigrante. Todos ellos entran en mi mundo y se convierten
en prójimos-próximos.
“La
hospitalidad –afirma Yves Cattin- pone en marcha unos
procesos de conocimiento y reconocimiento recíprocos.
Siquiera por este motivo es la forma primera y última del
respeto a los derechos humanos”.
Como
recuerda Fernando Savater en el epílogo de la 32 edición de
Ética para Amador, la palabra “huésped” en castellano
significa tanto la persona que se aloja en casa de otro como
el otro que lo acoge en su casa.
Todos
somos forasteros acogidos en una casa que no es la nuestra y
anfitriones que acogemos a otros.
Nacer es
llegar a un país extranjero. Sin la hospitalidad de los
otros, no podríamos vivir. Sin nuestra hospitalidad tampoco
podrían vivir quienes llegan a la vida después de nosotros.
Todos
somos inmigrantes en la tierra. Por eso hemos de tratar a
los demás como desearíamos ser tratados, no como a nosotros
nos tratan o nos trataron. Es la ley de la reciprocidad.
La
hospitalidad entre los seres humanos exige no sólo la
acogida del otro, de la otra, como hermano, como hermana,
sino tener la casa abierta y siempre preparada para acoger.
La Naturaleza es la casa, el hogar donde vivimos. Por ello
hay que respetarla, cuidarla, no destruirla.
Sin
embargo, la actitud hacia la Naturaleza es, con frecuencia,
iconoclasta, demoledora. El ser humano, nacido para cultivar
celosamente la Tierra, se ha convertido en Satán de la
Tierra, en bio-cida y geo-cida, en homi-cida y etno-cida,
afirma con razón Leonardo Boff.
La
hospitalidad exige también evitar el dispendio de los
recursos naturales, que son limitados, proteger el medio
ambiente y no someterlo a los mecanismos de opresión. Si los
seres humanos tenemos nuestros derechos, también la
naturaleza tiene los suyos, y deben ser respetados. Y cuanto
más los respetemos más armónicamente viviremos en y con
ella.
La
hospitalidad hacia el extranjero es principio ético de
las religiones. La hospitalidad hacia el extranjero es
una virtud muy extendida en la cultura semita y
mediterránea; más aún, es un rasgo distintivo de esa
cultura. En el mundo griego, los extranjeros y mendigos eran
tenidos por enviados de Zeus y debían ser tratados con
veneración y respeto como se le trataba a Él.
Vamos a
centrarnos en el mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret
para con los extranjeros que, por su sentido humanitario,
pueden servir de referencia en la elaboración de leyes de
inmigración.
La
práctica de la hospitalidad se encuentra en el centro de la
predicación y de la vida de Jesús y en su movimiento de
seguidores y seguidoras.
A lo
largo de su existencia itinerante de aldea en aldea, Jesús
es acogido en repetidas ocasiones como huésped en
casa de Pedro y Andrés (Marcos 1, 22 ss), de Leví el
recaudador de impuestos (Marcos 2, 15 ss), de un fariseo,
donde una mujer le perfuma (Lucas 7, 36 ss), de Marta y
María, hermanas de Lázaro (Lucas 10, 48 ss).
Las
parábolas, género literario más frecuente empleado por Jesús
para transmitir su mensaje, se refieren a la hospitalidad
(por ejemplo, Lucas 10,34 ss; 11,5 ss). En una de ellas,
quizá la más emblemática del Evangelio, presenta a un
Samaritano que atiende a una persona malherida como ejemplo
de acogida y de compasión para con el prójimo en apuros
(Lucas 10, 25 ss).
Pide que
se acoja de manera hospitalaria a los discípulos que
predican la Buena Noticia de la liberación por los pueblos y
las ciudades de Israel (Mateo 10, 11ss; Lucas 15, 5 ss).
Uno de
los momentos claves de la enseñanza de Jesús en torno a la
acogida a los inmigrantes es el discurso recogido en el
evangelio de Mateo (25, 31-46). Ahí aparece cuatro veces la
palabra xenos (= extranjero).
La
identificación de Jesús de Nazaret en este discurso con los
hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los
harapientos, los enfermos y los presos, es total. El
discurso llega a afirmar que negar la hospitalidad, el
alimento y la bebida a las personas marginadas es negársela
a Cristo, y acoger a los extranjeros, vestir al denudo, dar
de beber al sediento y de comer al hambriento es lo mismo
que acoger a Cristo. Dios mismo y el propio Jesús son
presentados como extranjeros, aun cuando no se emplee el
término xenos (extraño, extranjero) (Juan 8,19;
8,14.25ss; 9,29s).
La emigración de Jesús de Nazaret
El evangelio de la infancia de Mateo presenta a Jesús de
Nazaret, hijo de José y de María, como un niño que tiene que
emigrar a Egipto con su familia, por miedo a que lo mate
Herodes, quien temía que pudiera destronarlo y hacerse con
la realiza de Israel. Así pudo librarse de la matanza de los
inocentes.
Se trata de un género literario peculiar, el de los relatos
de la infancia de Jesús, cuyo objetivo es establecer el
contraste entre los orígenes humildes del héroe y su
encumbramiento. En esta elaboración teológica, el narrador
quiere subrayar la realeza, la mesianidad de Jesús en
conflicto con la espuria realeza de Herodes; para ello
recurre a las profecías del Antiguo Testamento, que ve
cumplidas en Jesús de Nazaret.
Se refiere concretamente a un texto del profeta Oseas que
habla del amor de Dios por Israel: “Cuando Israel era niño,
lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (Oseas 11,1). Un
paralelo de este relato se encuentra en la infancia de
Moisés, narrada por las tradiciones rabínicas; anunciado por
magos su nacimiento, el faraón da orden de matar a todos los
recién nacidos.
La vida de Jesús se caracteriza por la itinerancia y el
peregrinar de Galilea, región pobre, rebelde, revolucionaria
a Judea, centro religioso y político, con su capital en
Jerusalén, donde fue crucificado. Jesús renuncia a un lugar
fijo de residencia. Los caminos son su lugar natural. John
Dominic Crossan lo compara con los filósofos cínicos griegos
y lo presenta de manera muy sugerente como un “campesino
judío”. Más aún, vive en constante huida.
JUAN JOSÉ TAMAYO
Director de la Cátedra de Teología
y Ciencias de las Religiones.
Universidad Carlos III de Madrid
Texto entresacado del libro
"Culturas y religiones en diálogo"
de
Juan José Tamayo
y María José Fariñas,
(Editorial Síntesis, Madrid, 2007)
Capítulo “LA INMIGRACIÓN EN
EL HORIZONTE DE LAS RELIGIONES”