En el episodio de la mujer adúltera el planteamiento de
los escribas y fariseos es muy significativo: “Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. Tu,
¿qué dices?”
Al hablar de “Moisés”, se refieren a dos textos:
LEVÍTICO 20, 10:
“Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los
dos son reos de muerte.”
DEUTERONOMIO 22, 22
“Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer
casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la
mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel
el mal.”
Resulta verdaderamente asombroso comprobar cómo La Ley,
por muy machista que fuera la sociedad en que se
redactó, es mucho más justa que la interpretación que
hacen los escribas y fariseos ante Jesús. La ley hace
pagar sus culpas al varón y a la mujer. Los dos son reos
de muerte. Para los escribas y fariseos, el varón ha
desaparecido, sólo la mujer ha de ser castigada. Es
decir, una sociedad machista y superlegalista utiliza la
ley en provecho de sus propias conveniencias.
Y, aunque parezca increíble, podemos reflexionar si en
nuestro momento actual, no se está actuando en la
iglesia de una manera semejante: ¿qué hay en el
evangelio respecto a la mujer? Una valoración de Jesús
sorprendentemente más positiva que la habitual en su
sociedad, hasta el extremo de que son las mujeres los
primeros testigos de la resurrección.
Pero nosotros la iglesia seguimos anteponiendo a los
varones, especialmente en el sacerdocio. ¿Qué fundamento
tiene esta preferencia? Simplemente que Jesús era varón
y que en los relatos de la última cena no aparecen las
mujeres. De esto se quiere concluir que Jesús no quiere
que las mujeres sean sacerdotes. Y hay que explicarlo.
En primer lugar, que las mujeres no figuren en los
relatos no quiere decir que no estuvieran en la última
cena. Jesús se reunió con sus discípulos no tiene por
qué significar que las discípulas estuvieran excluidas.
En segundo lugar, hace tiempo que se ha prescindido en
la iglesia de la concepción “institucional” acerca de la
cena de despedida de Jesús. La institución de la
eucaristía y la ordenación sacerdotal de los doce en esa
cena son enfoques reductivos hace tiempo superados. La
primera iglesia no tiene sacerdotes.
En tercer lugar, en las comunidades primitivas las
mujeres juegan un papel considerable. Somos injustos con
Pablo cuando le atribuimos poco aprecio a las mujeres.
Basta con leer las dedicatorias y despedidas de sus
cartas para comprobar el enorme papel de las mujeres en
su trabajo apostólico y la consideración con que Pablo
las nombra. Fueron las generaciones cristianas
posteriores a los años 70 las que hicieron prevalecer el
machismo imperante en su sociedad y fueron desplazando a
las mujeres de los servicios litúrgicos.
Pero hoy mismo parece que en las altas esferas de la
iglesia (no en la iglesia), se quiere volver atrás, a
tiempos anteriores al Vaticano II, y expulsar a las
mujeres incluso de servicios litúrgicos menores. Sobre
esto tenemos que decir una sola palabra: que es muy
bueno volver atrás, pero atrás del todo, no un siglo
atrás sino veinte siglos atrás: que la Tradición de la
Iglesia no empieza en Trento, ni en los Padres
Capadocios, sino en Jesús. Y que la Iglesia que aparece
en los Hechos de Apóstoles no da ningún pie para todas
esas revisiones que quieren presentarse como
“tradicionales”.
En la sociedad judía en que vivió Jesús la mujer no
tiene derechos civiles, se sienta en la sinagoga en
lugar aparte, sin tener en ella voz, su testimonio no
tiene validez legal. En las comunidades que aparecen en
los Hechos de los Apóstoles las mujeres tienen voz,
tienen oficios litúrgicos, son apóstoles y profetas. No
parece exagerado decir que esta “vuelta a lo
tradicional” que hoy parece amenazar a la iglesia es una
vuelta al Antiguo Testamento.
Y esto, no solamente en lo que respecta a las mujeres,
sino incluso a la celebración de la eucaristía. Si es
verdad lo que se está filtrando -suponemos que
intencionadamente- se pretende que la eucaristía deje de
ser la cena del Señor para parecerse más a los
sacrificios de Caifás Sumo Sacerdote en el Templo de
Jerusalén. Pero la Iglesia no se dejará engañar. Tendrá
que sufrir por mantenerse fiel al Espíritu de Jesús.
Pero a eso ya estamos acostumbrados.
José Enrique Galarreta