LA
IMPORTANCIA DEL
JESÚS DE LA HISTORIA
Entre el Jesús histórico y nosotros hay muchos velos.
El
primer velo es el triunfo de su resurrección.
La
resurrección cambia su historia. Es la primera
interpretación del Jesús histórico. Desde la
resurrección, su muerte no es un fracaso. Su vida y su
pasión vistas desde el domingo de resurrección no son un
fracaso. Desde la resurrección todas sus palabras se
iluminan, e incluso algunas cambian de sentido.
Y
sin embargo, Jesús el judío histórico, vivió un fracaso
total. Murió a oscuras, sin sentir al Padre, abandonado.
Su final no fue un teatrito preparado.
Con la fe, que vino después, cambia radicalmente la
decoración y valoración de lo que pasó antes.
A
nosotros nos llegó el “Jesús muerto y resucitado”.
Era tan horrible la realidad – como sería hoy la de
morir ahorcado – que había que olvidar cuanto antes la
“soga” -la cruz- y subrayar la resurrección. Durante los
tres primeros siglos hubo resistencia a representar la
cruz y la crucifixión. Sólo con el emperador Constantino
(siglo IV), la cruz llegó a ser signo de victoria.
La
resurrección de Jesús, la “transformación” del judío
Jesús en Cristo resucitado, hizo que su vida histórica
tuviera un sentido místico diferente. Incluso la infamia
de la cruz se coloreó con nubes negras en el cielo y
temblores en tierra.
La
resurrección cambia y hasta deforma los hechos reales de
la vida. De ahí a la deformación integral de algunos
evangelios apócrifos en los que el niño Jesús juega con
golondrinas de barro. Es decir, el Cristo de la fe
resucitado colorea tanto la vida de Jesús de Nazaret que
incluso más de un creyente estudioso llega a la
conclusión de que del Jesús real de la historia no
podemos saber nada.
Los mismos cuatro evangelistas tenían como primera meta
no el escribir la vida de Jesús sino transmitir y
explicar que aquel crucificado era el hijo de Dios.
El
segundo velo que ocultó al Jesús de Nazaret, lo tejieron
los concilios.
A
los trescientos o cuatrocientos años después de morir
Jesús, no acababa de estar claro si quien murió era un
hombre, un Dios; un Dios con apariencia de hombre; o una
mezcla de hombre y Dios.
Se
reunieron obispos y teólogos, varias veces, y en
distintos sitios: Nicea año 325 (Jesús es igual al
Padre), Constantinopla (inventa la palabra fea
consustancial), Éfeso año 431 (triple salto mortal
aristotélico: María si es madre de Jesús, es madre de
Dios), Calcedonia año 451 (Jesús es totalmente Dios, y
totalmente hombre). Todos estos concilios fueron
presididos por los Emperadores y devotas Emperadoras.
Como se ve hicieron un meritorio trabajo de artesanía
griega. Al final, nos dejaron un catecismo indigesto.
Ganaron los teólogos, el clero y los emperadores. Perdió
Jesús. Se perdió el Jesús real, y se eliminó el Jesús
que hubiera necesitado el pueblo creyente. Comenzó el
Jesús eclesiástico, el del clero culto y el Cristo de la
Cristiandad.
Tercer velo que ocultó a Jesús: “Todo lo escrito en
los evangelios es Palabra de Dios”
Por tanto, aquí no se toca nada. El Verbo se hizo carne.
Bajó del Cielo. Su madre lo incubó en un seno virgen. El
semen lo puso el Espíritu Santo. Los ángeles cantaron el
primer villancico. Vinieron los Reyes Magos, el viaje a
Egipto, la vuelta del viaje turístico a Egipto, la
discusión con los sabios del Templo para demostrar que
era tan sabio como Salomón a los doce años. Discutió con
el demonio, que como era el demonio le dio un paseo en
una especie de helicóptero sobre Jerusalén, resucitó
muertos, multiplicó panes y peces, paseó a modo de
surfing sobre las olas gigantes del lago-mar- de
Galilea.
Es
decir, demostró que era Dios a base de poder, y al final
murió, porque quiso, para pagar la deuda de nuestros
pecados, que el Padre había sido ofendido y exigía
sangre de calidad. Lo matamos nosotros con nuestros
pecados.
La
historia.
La
genética del judío de Nazaret es el resultado del
devenir humano cargado de crímenes, salvajadas,
adulterios, hambre, bondades, oraciones, maldiciones.
Esa masa hecha a base de libertad y esclavitud, risas y
lágrimas: hombres camino de una plenitud, un proyecto
humano.
Jesús nace de una mujer y un hombre, buenos, sencillos y
pobres. Es creyente. Y crece en sabiduría y en cercanía
de su Dios. Y se descubre, cada vez más hijo del Padre
Dios.
Y
como otros creyentes ve que la religión organizada desde
el templo subyuga y empobrece a los hombres a los que
considera hermanos. Ese pueblo calla. Pero él habla,
grita, protesta. Y lo hace porque ora, y se siente
cobijado por la mirada de Dios.
Y
estalla en rebeldía contra los poderosos, los jueces,
los sacerdotes, los dueños que esclavizan al pueblo de
Dios su Padre y además lo hacen en nombre de Dios su
Padre. Le irrita más el Templo que los romanos. Y se
indigna contra el pueblo que no tiene coraje para
levantarse contra los que le tienen paralítico, ciego,
mudo y como cerdos endemoniados o leprosos marginados.
Y
finalmente, da la batalla donde tenía que darla: en
Jerusalén. No la “celestial”, (que no existe más que
para los piadosos exegetas) sino la corrompida sede del
poder. Y pierde esa batalla. Y muere, no por nuestros
pecados. Muere en defensa del pueblo maniatado. Lo mató
el Templo. Muere por buscar la liberación del pueblo
esclavizado, porque con cadenas no llegará nunca la
plenitud humana. Y sin plenitud humana no se realiza la
obra del Padre.
Tanto se fundió con Dios su Padre, tanto se identificó
con Dios su Padre que lo que pensaba, hacía y decía era
lo que pensaba y decía Dios su Padre. Así lo creyó. En
él se reveló la Palabra de Dios y él consiguió en sí
mismo la realización del proyecto de Dios. Dios no
tuvo más remedio que volverlo a la vida.
Esta historia no es inventada. Lea usted los evangelios,
detenidamente, procurando evitar los velos con los que
se ha ocultado al Jesús real y a lo mejor lo descubre.
¡Claro, si ese Jesús no le conviene no lo encontrará! Si
el Jesús de la historia, que se entrevé con suficiente
claridad en los evangelios, modifica sus esquemas
piadosos o su situación personal, seguro que no lo verá.
En
ese caso se puede tomar una copa de vino de Caná, o
cantar aquello de tú eres Pedro.
Luís Alemán