JESÚS DE NAZARET   

                             
                              

 

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HE VENIDO A TRAER FUEGO

 

 

Lucas 12, 49-53

“He venido a lanzar fuego a la tierra”.

“¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra?”

“No he venido a traer paz”

“He venido a traer división”

Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

 

 

Domingo, 19 de agosto. Vengo de oír un piadoso sermón en tiempo de homilía. El párroco ha pedido perdón por tener que leer y comentar, en medio de las vacaciones, un evangelio que rompe la imagen del Príncipe de la paz, el Sagrado Corazón.

 

“El fuego que trae Jesús es el anhelo de que reine Dios en los corazones. La guerra que trae Jesús es la guerra que todos llevamos contra el pecado… Jesús deseaba bautizarse en la sangre del calvario para salvarnos…”

 

Piadoso párroco. Pietista lectura del evangelio. La cosa es seria. El párroco habla desde un cristianismo castrado y castrante.

 

Todo el pensamiento de Jesús, a lo largo del evangelio, es el de un creyente que constata que el hombre - la obra del Padre - ha caído en manos de los que ostentan el poder. Su país, su pueblo es como una viña, la viña de su Padre, gestionada por canallas y usureros. Y han esclavizado al pueblo. Se vive de nuevo en Egipto. Los que gobiernan han cambiado al Faraón por el Templo. Es urgente un éxodo. Una liberación. Un pueblo oprimido por una ley, la Torá, un sacerdocio y un templo que aplasta, no puede conseguir la libertad de hombres llamados a una plenitud de hijos.

 

Jesús, según la narración de Lucas, copia literalmente a Miqueas. Nacido en una aldea (Moreset Gat) cuando llega a Jerusalén denuncia graves injusticias de los gobernantes, deshace falsas esperanzas en el culto.

 

Han desaparecido del país los hombres leales,

no queda un hombre honrado.

Se tienden redes unos a otros;

el príncipe exige, el juez se soborna,

 

No os fiéis del prójimo,

no confiéis en el amigo,

guarda la puerta de tu boca

de la que duerme en tus brazos

porque el hijo deshonra al padre,

se levanta la hija contra la madre,

la nuera contra la suegra.

Y los enemigos de uno

son los de su casa.

 

Una diapositiva de la sociedad. Así vio Jesús a su pueblo. Esa era la fotografía de Jerusalén. Aquel que pretenda hacer justicia en esa Jerusalén, de hecho, trae la guerra. Jerusalén necesitaba fuego. La injusticia, el soborno, el abuso de autoridad, el engaño, la mentira e hipocresía hechas institución no se solucionan con pacifismo.

 

Jesús sabía que luchar contra la corrupción de los que gobernaban le traería un bautizo de sangre. Pero no veía otra solución. Nunca quiso la cruz. Quiso la justicia y liberar al pueblo maniatado. Y no encontró otra solución que jugársela. Sin guerra y fuego el pueblo seguiría paralítico No había otra salida para el nuevo Éxodo.

 

Quizá Jesús se equivocaba. Quizá podamos vivir y convivir los que sobornan y los sobornados; quizá podamos conseguir convivir cobijados y sometidos y en paz bajo el mismo Templo.

 

Quizá podamos hacer una alianza con los que extirpan el clítoris a las muchachas; con los dictadores que someten y roban a su pueblo; besuquear a los dueños del petróleo.

 

Quizá podamos hacer una gran alianza entre los pobres y los ricos, entre los que matan y las víctimas. Cualquier cosa antes que guerra y fuego. Cualquier cosa antes que movilizar a las gentes contra los ladrones y verdugos. Cualquier cosa antes que crear problemas al Palacio y al Templo.

 

 

Luís Alemán

 

 

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