Hija de Jairo
Nueva
vida
Jesús no buscó a la hemorroisa. La hemorroisa fue en
busca de Jesús. Lo buscó a escondidas. Superándose a
sí misma. Jesús a quien buscaba era a la hija de
Jairo, el jefe de la sinagoga. Iba al corazón muerto
de la Institución. Jairo era la “institución” que
reconocía su impotencia.
Marcos 5, 22-23
22
Llegó un jefe de sinagoga, de nombre Jairo, y al
verlo cayó a sus pies,
23
rogándole con insistencia:
- Mi hijita está en las últimas; ven a aplicarle las manos
para que se salve y viva.
Lucas 8, 40-42
40 Al regresar Jesús, la multitud le dio la bienvenida, pues
todos estaban aguardándolo.
41
En esto llegó un hombre llamado Jairo, que era jefe
de la sinagoga, y se echó a los pies de Jesús
suplicándole que fuera a su casa,
42
porque tenía una hija única, de doce años, y se
estaba muriendo.
Es un mismo cuadro. La hemorroisa y la hija de Jairo
forman una unidad evidente. Tres “coincidencias”
intencionadas:
1ª) Se habla de mujeres. Una en plena vida, otra que
empieza a ser mujer.
2ª) Se habla de “doce”. Una lleva doce años (toda
una vida) sin poder ser mujer. Otra a los doce años,
cuando empieza a ser mujer.
3ª) Pero ninguna puede vivir.
La mujer en plenitud de edad, toca a Jesús, abre su
intimidad y se salva. Comienza, por fin, a vivir. Ya
puede amar.
La niña que comienza a ser mujer, a sus doce años, -
sometida a la institución (su padre es el Jefe de la
sinagoga)- Jesús no llega a tiempo, y muere o se
“duerme”.
El largo cuadro evangelio está muy claro. Lo que
Jesús tiene delante es la parte más débil del
pueblo: la mujer. Y esa parte más débil evidencia la
esterilidad de una Institución que agosta todo
cuanto toca. Una religiosidad que empobrece y
arruina la vida. La creación de su Padre se arruina
bajo el imperio del Templo y la Ley.
Todos los endemoniados, los ciegos, los leprosos,
los cojos, los paralíticos, los muertos, los sordos,
los tartamudos son ejemplos tipos de un pueblo que
se muere, se despeña, como manada de cerdos,
embaucado por ideologías manipuladoras.
Un pueblo comienza a ser pueblo cuando cada uno de
sus miembros rompe con los miedos de fuera y de
dentro, y se atreve a andar hacia la liberación. ¡Sí
señor, esto suena a revolucionario! Suena y lo es. A
quien no le guste que se busque otro evangelio.
Y
añado que, hoy, la Institución eclesiástica, con sus
miles (digo miles) de normas para cualquier
cosa, no hace más que repetir lo del Templo de
Jerusalén, con sus escribas, sacerdotes, sumos y
menos sumos.
Todo lo quieren controlar, todo lo quieren
dogmatizar, todo lo quieren vigilar. No dejan
espacio a la vida. No dejan espacio al Espíritu.
Nadie puede tocar la orla de la túnica. Nadie puede
tocar el pan de la eucaristía, porque ellos, sólo
ellos, poseen el poder, que ya no es poder de Dios,
sino poder demoníaco, o al menos de partido
político.
Un detalle bello. Para mí, bellísimo, que indica la
dimensión humana de Jesús:
Jesús camina con urgencia hacia la casa de una chica
que se muere. Lo lleva el padre, un señor
importante, Jairo, lo empuja la multitud. Pero cae
en la cuenta de que una mujer anónima también le
necesita. Se para, la oye, le ayuda. Mientras, el
jefe de la sinagoga se muerde los nervios. Y llega
la fatal noticia: “tu hija ha muerto, no molestes
más al maestro”.
Conozco algún maestro en escrituras, dedicado y
rodeado de élites cristianas de alto nivel social,
que dada la importancia de sus quehaceres, ni
siquiera tuvo tiempo de atender a una viuda que le
solicitaba un funeral muy delicado para un marido
extraño con unos hijos destrozados. Pero el maestro
en escrituras ni quiso enterarse del problema. No
estaba para esos menesteres.
En medio de una multitud, puede haber alguien que
necesite precisamente de mí.
Jesús llegó a tiempo. La niña de doce años no había
muerto. Simplemente dormía.
“Niña, levántate”
(Lc
8, 54)
“Cogió a la chiquilla de la mano y le dijo:
-
Talitha, qum:(que significa: muchacha, a ti te digo,
levántate).
Y
echó a andar”. Tenía doce años.
(Mc
5, 41,42)
Entró Jesús, cogió a la muchacha de la mano y ella
se levantó.
(Mt
9, 25)
Luís Alemán