NOS DA MÁS MIEDO
EL
JESÚS HISTÓRICO
QUE EL CRISTO DE LA TEOLOGÍA
Por mucha experiencia de resurrección, por muy densa que
fuera la nube que lo ocultó mientras subía al cielo, por
traumática que fuera el choc de la crucifixión reciente,
no se pudieron borrar todas sus huellas.
Verdad que no sabemos cómo era el tono de su voz, ni
cómo miraba. Ni si quiera nos consta cuánto era de bien
parecido. Todos los pintores y escultores creyentes han
creado un Jesús alto, fornido, atractivo, guapo. Incluso
a veces, acomodándolo a las modas del momento, con un
toque amariconado. Pero al margen del arte plástico, en
cada sermón cada cura, cada obispo, cada papa se atreve
a describirnos, más o menos explícitamente, un Cristo a
modo de capellán de monjas, o un Cristo sabelotodo, un
Cristo clerical, o un tostonazo.
No
deja de ser curioso que después de tantos vendavales,
tan traído y tan llevado, Jesús, aquel israelita de
Galilea conserve magnetismo tan poderoso como para que
se muera por Él, y se llore en silencio, pensando en Él
y sintiendo su cercanía.
Sí, quedan demasiadas huellas, demasiadas pistas de un
hombre real, como para que puedan vaporizar su figura y
convertirlo en un extraterrestre.
Y
parece que en los últimos lustros, roto el tabú impuesto
clericalmente (cuyo exponente máximo fue un tal Pío IX),
conseguida la libertad de pensamiento, y con mejores
técnicas de investigación, es hora de recomponer la
figura de aquel hijo del hombre.
Tanto el cristianismo, y sobre todo su jerarquía
mostraron, siempre, una inclinación a la ultra defensa
de lo divino en Jesús, en detrimento de lo humano. No
olvidemos que la primera herejía cristiana fue
cristológica, el docetismo. Llegó a defender que el
cuerpo de Jesús era sólo una fachada para ocultar a
Dios. Esto es, un hombre falso con poderes divinos.
Asesinado Jesús por el clero, a sus discípulos les costó
mucho, primero, experimentar al Jesús resucitado. Y
después, demostrar la resurrección de Jesús.
Luego, a los cristianos les ha costado mucho, y les
sigue costando a los jerarcas de hoy, aceptar que el
Jesús histórico era hombre no sólo filosóficamente, sino
en el pleno sentido del término. Y por tanto, admitir la
realidad de un Jesús con el nivel de desconocimientos
sobre el universo y la historia similar al común de sus
paisanos.
Es
decir, siempre hemos estado pensando en un Jesús
prefabricado. Y mientras no se admita la humanidad de
Jesús en toda su integridad y consecuencias, no es
posible entender nada de la “historia de Dios” con el
hombre.
Esta nueva ola, concentrada en el dichoso código da
Vinci; esas fantasías de que Jesús fue concebido en una
relación de una judía con un soldado romano; la
telenovela de los amores con la Magdalena y esos
supuestos hijos que le heredaron vienen a ser como la
contrapartida a la nausea clerical de un Cristo vaporoso
y divino. Es como una especie de venganza por haber
olvidado la realidad y el estudio del Jesús histórico.
Hombre, israelita de Galilea, que no nace hecho, que se
hace poco a poco, como hombre y como creyente en Dios
creador, con tal luminosidad y fuerza, que descubre:
que los hombres son la obra del Creador,
que el Creador es Padre,
que la intención del Padre es conseguir que los hombres
sean libres, y así poder llegar a ser hijos suyos,
y
que por encima del hombre, ni siquiera el Templo, ni la
misma Ley.
En
ese israelita cuaja tan a la perfección el proyecto de
Dios Creador, que el Padre lo hace suyo. “Cristo es
de Dios”, S. Pablo: Él en el Padre, y el Padre en
Él. Jesús es el lugar de encuentro para la humanidad y
la divinidad.
Su
misión, su obra la realiza como hombre que es, y en
medio de los hombres. Nace como hombre, crece como
hombre, habla como hombre, se indigna como hombre, llora
como hombre, ama como hombre, ora como hombre, sabe de
sed y de hambre, muere como hombre. Y lo devuelve a la
vida su Padre. Es Jesús, Hijo de Dios.
¿Puedo saber cómo habló y qué habló ese hombre?
¿Puedo saber cómo amaba y a quién amaba ese hombre?
¿Puedo saber cómo actuó ante los sacerdotes del Templo?
¿Puedo saber cómo actuó ante la Ley de Dios y ante la
Ley del Templo?
¿Podría separar lo que Él dijo, de lo que dicen que
dijo?
¿Podría saber si dijo “bienaventurados los pobres”,
o “bienaventurados los pobres de espíritu?
¿Por encima o por debajo de las construcciones
literarias, visiones teológicas, intenciones personales
de cada evangelista, puedo llegar al Jesús real, el que
provocó todo aquello?
Porque no cabe duda de que quien arrastró a la gente, el
que indignó al clero, al que mató el Sumo Pontífice y su
curia, no fue el Cristo de la fe sino el Jesús de la
historia.
El
evangelio de los evangelistas me lo sé, y me encanta, y
con él me he hecho cristiano. Pero ahora quisiera
separar la literatura y la teología y encontrarme, en la
medida de lo posible, con Él.
Si
Ratzinger se ha encontrado con Él, ¿cómo es que sigue en
el Vaticano?
Si
Cañizares se encontró con Jesús, el histórico ¿cómo se
vistió con esa cola roja de cinco metros de larga para
ser cardenal?
(ver para creer)
¿No será que lo hemos divinizado tanto para que no nos
increpe y para que nos deje vivir, con mucha fe pero sin
Él?
Luís Alemán