Las parábolas (13)
Dos parábolas
tras una leyenda
Las parábolas que Jesús utiliza para explicar su
teología, es decir para enseñar su manera de ver
cómo es Dios, cuáles son “sus maneras” o cómo nos
tenemos que tratar unos con otros se basan en
ejemplos caseros (la masa, la levadura, la moneda
perdida…) o son fruto de lo que él ha aprendido
desde pequeño (cómo se siembra, cómo se conduce un
rebaño…), incluso le ha dado vueltas a la sabiduría
y leyendas populares (cómo actúa un juez inicuo,
cómo prospera un avispado y cómo se empobrece un
vago…)
Los judíos de Alejandría habían importado de Egipto
una leyenda muy apreciada. Jesús la conocía. La
recoge el Talmud judío de Palestina (Talmud:
enseñanzas sobre la escritura, primero orales y
fijadas después por escrito desde el siglo II d.C.)
Se contaba la vida de un rico publicano Bar Ma´yan y
un pobre escriba.
Primera parte.
El rico publicano organizó un gran banquete para
invitar a los concejales. Pero ninguno acudió.
Entonces ordenó que vinieran todos los pobres del
pueblo para que no se perdieran los manjares.
Está claro que el nuevo rico, el publicano,
pretendía ser admitido en la alta sociedad. Pero los
establecidos no querían nada con él. Se dieron
cuenta, y ponen excusas fútiles para no asistir.
Exactamente como ocurre en la parábola de la gran
cena (Lc 14, 18-20).
Cuando todo estaba preparado, (“Venid, que ya está
preparado” Lc 14, 17) ninguno acudió.
Similar a lo ocurrido en la “Cena del reino”. Si los
teólogos, los bien situados, los grupos piadosos,
rehúsan la llamada, entonces ocuparán su lugar los
despreciados y alejados de Dios. Y puede que esté a
punto de resonar, tras la puerta cerrada, aquel
“demasiado tarde”
Parábola de la gran cena
Lc 16-24. (Mt 25 1-10)
16
Jesús le repuso:
- Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha
gente;
17
a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a
los convidados: “Venid, que ya está preparado”.
18
Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero
le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a
verlo. Dispénsame, por favor.”
19
Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy
a probarlas. Dispénsame, por favor.”
20
Otro dijo: “Me acabo de casar y, naturalmente, no
puedo ir.”
21
El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces
el dueño de la casa, indignado, le dijo: “Sal
corriendo a las plazas y calles de la ciudad y
tráete aquí a los pobres, lisiados, ciegos y cojos.”
22
El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste,
y todavía queda sitio.”
23
Entonces el señor le dijo al criado: “Sal a los
caminos y senderos y aprémiales a entrar hasta que
se llene la casa;
24
porque os digo que ninguno de aquellos invitados
probará mi banquete.”
Segunda parte.
Cuando el rico publicano, Bar Ma´yan murió, cuenta
la leyenda venida de Alejandría, tuvo un magnifico
entierro. Se dejó de trabajar en toda la ciudad
porque todo el mundo, al menos los que acudieron a
la gran cena, quería decirle el último adiós.
En cambio, aquel mismo día, nadie se enteró del
entierro de un pobre y piadoso escriba.
Pero un amigo del escriba pobre pudo ver, en sueños,
cómo era la vida de aquellos dos muertos, en la otra
vida. Los dos vivían en un paraíso, atravesado por
aguas vivas. Pero el rico Bar Ma´yan, que estaba a
la orilla del río, quería alcanzar el agua y no
podía.
Parábola del hombre rico y Lázaro
Lc 16-31
19
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y
lino, y banqueteaba todos los días espléndidamente.
20
Un pobre llamado Lázaro estaba echado en el portal,
cubierto de llagas;
21
habría querido llenarse el estómago con lo que caía
de la mesa del rico; por el contrario, incluso se le
acercaban los perros para lamerle las llagas.
22
Se murió el pobre y los ángeles lo reclinaron a la
mesa al lado de Abrahán.
Se murió también el rico, y lo enterraron.
23
Estando en el lugar de los muertos, en medio de
tormentos, levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán
con Lázaro echado a su lado
24
y lo llamó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí; manda
a Lázaro que moje en agua la punta de un dedo y me
refresque la lengua, que padezco mucho en estas
llamas.”
25
Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que en
vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por
eso ahora éste encuentra consuelo y tú padeces.
26
Además, entre nosotros y vosotros se abre una sima
inmensa, así que, aunque quiera, nadie puede cruzar
de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta
nosotros.”
27
El rico insistió: “Entonces, padre, por favor, manda
a Lázaro a casa de mi padre,
28
porque tengo cinco hermanos: que los prevenga, no
sea que acaben también ellos en este lugar de
tormento.”
29
Abrahán le contestó: “Tienen a Moisés y a los
Profetas, que los escuchen.”
30
El rico volvió a insistir: “No, no, padre Abrahán,
pero si uno que ha muerto fuera a verlos, se
enmendarían.
31
Abrahán le replicó: “Si no escuchan a Moisés y a los
Profetas, no se dejarán convencer ni aunque uno
resucite de la muerte.”
Este cuento venido de Egipto, es como un viaje al
reino de los muertos para comprobar cómo cambia la
situación para los pobres en la otra orilla.
Jesús fue creciendo y formándose en el ambiente y en
la “universidad del pueblo”. Aprende de los
cultivos, del ganado, de los jueces, de los ricos,
de los pobres, de las leyendas populares, de la Torá
explicada en las sinagogas, de las subidas rituales
al Templo, de los minusválidos o expulsados de la
sociedad, sean publicanos o leprosos. Su teología es
la consecuencia de su contacto con Dios al que llama
Padre y de su vivir en medio del doliente pueblo del
que se siente hermano.
Lo que ocurre a su alrededor tendrá que dar la
vuelta. Este no es el reino de su Padre. Aquí no hay
justicia. Esto no es lo que su Padre quiere. El rico
comilón y el hambriento Lázaro son imágenes. Mucho
más hirientes que la leyenda egipcia. Que nadie diga
que es de su Padre si se sienta a la mesa del rico y
echa migas a Lázaro. Así de claro. Así de duro. Así
de inquietante.
¡Por favor, Abrahán, mándanos a Lázaro para que nos
explique esta parábola!
Yo me huelo que al final de la Historia esta
parábola tendrá un sentido. Si no ¿para qué vino
Jesús? ¿Para qué la contó?
Luís Alemán