Las parábolas (16)
El buen samaritano
(Segunda lectura)
Jesús no puso nombre a las parábolas. Y ponerle
nombre ya es una interpretación y una toma de
postura. Decíamos con el hijo pródigo, que quizá
fuera mejor llamarla: parábola del buen Padre. O
incluso, analizando más las circunstancias que
provocaron su narración, el nombre más adecuado
sería: parábola del hijo cumplidor. ¿Para quién
contó Jesús aquella parábola? ¿Cuál su primera
intencionalidad?
Con el buen samaritano parece estar también claro.
Antes de que pasara el samaritano ante el hombre
apaleado, pasaron dos personajes:
31
Coincidió que bajaba un sacerdote por aquel camino;
al verlo, dio un rodeo y pasó de largo.
32
Lo mismo hizo un clérigo que llegó a aquel sitio; al
verlo, dio un rodeo y pasó de largo.
¿Esta historia se contó para exaltar al samaritano o
para poner en solfa la casta sacerdotal y al gremio
de los clérigos?
Es muy comprensible que a Jesús se lo cargasen los
curas y el Templo. Siempre que pudo fustigó a los
sacerdotes y adyacentes. Les tenía declarada la
guerra. Le repugnaba el sacerdocio y el clero. En
concreto, en la llamada parábola del buen
samaritano, contada con detalle, lo que más hiere es
la frialdad de un sacerdote y un clérigo, dedicados
a Dios por oficio, que dan un rodeo para no cargar
con el hombre apaleado.
Está claro que a los oyentes directos les tuvo que
crujir el latigazo al clero. La pregunta es si, hoy,
se puede seguir leyendo esta parábola sin modificar
su sentido y sin cambiar los personajes.
La honestidad de la fe y la objetividad nos debe
frenar la demagogia. Vd. y yo conocemos la
existencia de miles de presbíteros, clérigos y
monjas dedicados íntegramente a los más apaleados en
todo el mundo. Los hay incluso obispos. Ahí estuvo
monseñor Romero, ahí sigue Casaldáliga. Esta es la
fuerza del evangelio: que transforma incluso a
algunos clérigos, hasta el punto de hacerlos
seguidores de Jesús.
En la historia contada no sale ningún nombre. No
sabemos quiénes eran aquellos clérigos. Parece que
Jesús, como en tantas ocasiones en los evangelios,
estuviera fijándose en prototipos, en funciones.
·
El “apaleado”, sin nombre, es símbolo de
todos los apaleados de la tierra.
·
El “samaritano” es símbolo de tanta gente
buena alejada del Templo y considerada hereje o
atea. Pero con fe o sin ella, no pasa de largo
cuando ve a un apaleado, y echa sobre su vida el
dolor encontrado.
·
Tampoco tienen nombre los “criminales” que
roban y apalean. Pero existen y son los que causan
el dolor. El “camino de Jericó”, pista de
criminales, es (nadie puede negarlo) la fotografía
de donde vivimos en cualquier esquina de la tierra.
·
El sacerdote y el clérigo, sin nombre,
son símbolos de aquellos que, en cualquier religión,
se dedican a Dios, al Templo, y a las diferentes
Torás o Coranes, y pasan de largo ante el gemir de
los apaleados o ametrallados en los caminos. Pasan
de largo porque les parece más importante y
suficiente Dios, la Ley, la Teología. Y para evitar
distracciones de su función específica “dan un
rodeo”. Para cuidar de los maltratados está ya
el Estado o Cáritas.
Es más. Parece que es propio de los Templos y sus
Jerusalenes el vigilar que sus clérigos o
presbíteros no se distraigan por teologías
samaritanas; que no caigan en la herejía de creer
que el hombre está por encima de la Ley, Templo y
Dios; que no organicen comidas paganas con grupos de
abandonados; o no se impliquen en transformaciones
sociales y religiosas en busca de nuevas soluciones
de subsistencia, crecimiento y desarrollo.
La historia del samaritano, (sin caer en la
demagogia, sin manipular el pensamiento de Jesús) la
desnuda historia, contada por Jesús, es terrible
para el cristianismo oficial y su Derecho Canónico.
Esta parábola es la parábola para un mundo que cruje
de dolor. Podría ser la primera clase de teología de
una nueva fe o religión. Cada uno debe encontrar su
personaje en la parábola. Y cada uno debería ajustar
su credo y su fe a ella.
Se avecinan tiempos en los que, o nuestra fe
cristiana nos conduce a esa teología de Jericó, o el
mundo calificará nuestra fe como una inmensa farsa.
Vienen tiempos en los que, para todas las
religiones, el hombre ha de ser el objetivo. La ONU
no lo va a hacer. Pero desde la ONU sí deberían
prohibirse todas las religiones que no tengan por
objetivo primordial ayudar a que el hombre llegue a
ser humano.
Si no nos ponemos de acuerdo en Dios, ni en el
origen de la vida, ni en la vida del más allá,
podríamos empezar por ayudar al hombre apaleado,
ametrallado, y sangrante.
Sobre Dios, los dogmas, los templos, el Corán, ya se
hablará, si es que hay que hablar.
Si alguien no lo ve así, ¡allá él! ¿No será lo
propio del anti-cristo dejar en la cuneta a los
pisoteados mientras se ofrecen sacrificios al
Altísimo?
Si tú, teólogo culto o creyente de a pie, has
comprendido el mensaje de Jesús, “…anda, haz tú
lo mismo que el samaritano”.
Luís Alemán