Los métodos
pedagógicos
Una tarea tan importante como
la formación no se puede ejercer sin preparación, sin
metodología. Hay que conocer la teoría educativa y después,
lógicamente, hay que aplicarla.
No es cuestión de dejarse
llevar por el humor de cada momento. E improvisar en cada
ocasión cualquier manera de hacer la formación.
La letra con sangre entra, se
dijo y se aplicó durante muchas generaciones. Y es posible
que la vara, o la amenaza del castigo, la coacción, sea
todavía para algunos el mejor recurso didáctico. Aquí no
vamos siquiera a discutirlo.
El método afirmativo
Centrándonos ya en los métodos didácticos, consideramos una
primera agrupación bajo el paraguas de “métodos doctrinales”.
En
todos ellos, se reparte información objetiva, y cuando la
materia se presta a ello, se facilitan opiniones. Qué duda cabe,
esta tarea se puede ejercer de muchas maneras, correcta e
incorrectamente, con sentido de la oportunidad o con las más
aviesas intenciones.
El
primer método se denomina afirmativo. Es la manera más simple y
espontánea de enseñar. Comunicar lo que se sabe. Ante hechos y
datos comprobados sólo cabe la aceptación. El problema surgiría
en cuestiones opinables. Pero cuando de la abundancia del
corazón habla la boca, cuando se dicen las cosas con modestia,
francamente, como se sienten, nadie tiene derecho a ofenderse.
Todo lo más, y está expresamente permitido, se puede discrepar.
Este modo de enseñar suele llamarse también “magistral”. Pero
el término ya va cargado de aspecto negativo. Porque el método
puede degenerar en un sistema autoritario de enseñanza. Esto es
así porque lo digo yo. Sin razonamiento, sin permitir duda ni
divergencia, obligando a comulgar con ruedas de molino. La
formulación dogmática molesta tanto a quien aprende –hoy mucho
más que antes- que se le hace difícil apreciar la bondad de un
contenido expresado en términos categóricos.
Pero la principal debilidad del método afirmativo es su escasa
eficacia a la hora de formar opinión. No calan los consejos
externos, a menos que vayan avalados por experiencias
estremecedoras. El consejo es gratificante para quien lo
facilita. Pero es poco efectivo, es difícil aprender en cabeza
ajena.
El método interrogativo
El
segundo método didáctico de nuestro esquema se llama
interrogativo, aunque bien pudiera llamarse interactivo, si no
fuera porque el nuevo término está ya gastado de tanto uso.
Muchos creen que la parte más jugosa de una conferencia es el
coloquio posterior, algo así como el rico postre que anima una
mediocre comida. Pasa en las ruedas de prensa, donde las
preguntas finales marcan el interés y la curiosidad de la gente.
El
método coloquial es valiente, el formador se expone a cualquier
pregunta. Pero sobre todo se centra en los temas que interesan
al otro. No hay que extenderse en las respuestas y ceder
rápidamente la palabra al grupo.
Pero existe una interesante variante del método interrogativo,
la mayéutica, que adoptó Sócrates para enseñar a sus discípulos.
Contestando las sucesivas preguntas del maestro, el discípulo
iba descubriendo y formulando una noción, un axioma. Mayéutica
significa originariamente “arte de partear”, es el arte de sacar
a la luz lo que está dentro del otro, aún sin saberlo.
El método participativo
Y llegamos al método
participativo, en el que todos se comunican en igualdad de
condiciones. Todos aportan sus datos y expresan sus opiniones.
La mesa redonda del rey Arturo. Hoy está de moda.
En
una plasmación utópica del método, no hay cabeza visible. El
formador será lógicamente el impulsor de la reunión, pero trata
de diluirse y aparecer como un miembro más del grupo. No
pretenderá que sus opiniones valgan doble como las de los
presidentes de algunos consejos. Aunque es inevitable que se
deje notar el peso de las opiniones del experto.
En
realidad, el método participativo no es otra cosa que la
multiplicación de los sillones de la cátedra. Es el sistema
afirmativo que se hace extensivo a todos y cada uno de los
alumnos. O sea, que volvemos a lo mismo de siempre, pero
reconociendo que todos tienen mucho que enseñar y todos tienen
mucho que aprender. Todo un avance.
Las
formas son importantes, influyen en las actitudes. Las normas de
la mesa redonda impiden el uso impune del dogmatismo
autoritario. Está mal visto, pero además se puede responder.
Mal
usado, esta forma didáctica se convierte en jaula de grillos. O
en discusiones estériles, porque nadie escucha sino los propios
argumentos. Manipulado, por desgracia cosa frecuente en sectas y
afines, sería una forma engañosa, sólo aparente, de
participación democrática, cuando no se pretende otra cosa que
llevarse al huerto a quienes se presten inocentemente al
juego.
La metodología experimental
No
se trata de practicar en un laboratorio lo ya aprendido en forma
doctrinal. Ni de aplicar en un taller la teoría ya aprendida. Y
que conste que no quitamos ni un ápice de importancia a las
prácticas que conducen al saber hacer. Pero no es eso.
El
formador plantea el experimento y provee los medios. Luego deja
que los aprendices lo realicen por sí mismos. Finalmente, modera
la reflexión, que partiendo de los resultados de la prueba,
lleva a la formulación de las conclusiones.
No
están predeterminadas las conclusiones. Se parte de una
hipótesis. Pero el grupo debe ser libre para concluir. O todo
queda en una falacia y en una nueva manipulación de los deseos
de aprender de la gente.
El
método experimental es esencialmente inductivo. Parte de hechos,
que son rigurosamente analizados por el grupo discente hasta
llegar al axioma teórico. Es el proceso inverso al deductivo,
que parte de una teoría ya construida y baja a conclusiones de
nivel práctico.
Hablamos de experimento porque se produce con fines didácticos,
pero no es otra cosa que la reproducción del fenómeno de la
experiencia. Cuando vivimos conscientemente, sin rutinas, cuando
reflexionamos sobre lo que hicimos y lo que nos acarrea, decimos
que aprendemos por experiencia. Lo que hemos descubierto en la
vida constituye nuestro más auténtico saber. Nadie nos lo ha
dicho. Lo hemos ido aprendiendo paso a paso. Es el conocimiento
que más ha arraigado en nosotros.
La
metodología experimental es cara. Requiere un esfuerzo de
preparación y un tiempo de ejecución y reflexión. Por ello se
debe aplicar a la formación de criterios y principios, a lo que
vale la pena aprender bien y para siempre.
Es
raro –y lamentable- encontrar ejemplos en la escuela o en la
facultad. Pero se ha desarrollado generosamente en la formación
empresarial, que ha creado atractivos juegos y escenificaciones,
en los que los participantes se implican personalmente, como si
lo hubieran vivido en la realidad. Las conclusiones se fijan en
lo profundo, se hacen vivencias.
Está muy extendido el empleo de casos, escritos o filmados, que
en cierta medida reproducen hechos reales y se prestan a la
reflexión común.
El método convivencial
Cuando todavía no se comprenden las palabras y la capacidad de
raciocinio es aún muy escasa, el niño aprende básicamente por
identificación, esto es, por imitación de quienes le rodean.
Aprendemos por ósmosis. Es una vía de aprendizaje que nos
acompaña siempre, aunque va decreciendo conforme nos hacemos más
impermeables. Es índice de juventud.
Tendemos a copiar lo que vemos. Somos camaleónicos, nos conforma
el medio ambiente. Para lo bueno y, especialmente, para lo malo.
Así se explica el efecto demoledor de las malas compañías. La
publicidad conoce bien los entresijos de la identificación y
utiliza su técnica.
La
identificación se agudiza con la admiración de quien apreciamos
como modelo. Inconscientemente creemos e imitamos a quien
queremos. El cine, la música, el deporte crean líderes que se
imitan en todos sus detalles.
El
aprendizaje por identificación se propicia en la convivencia con
los buenos amigos. El método didáctico convivencial no es otro
que fomentar esa reunión y contacto con personas de las que vale
la pena aprender.
Es
necesario creer en la eficacia del buen ejemplo. Es un proceso
lento de aprendizaje pero sólido y duradero.
Conclusiones
Destacan varias directrices hacia las que se mueve la buena
formación. Por un lado, la tendencia a incrementar la
metodología activa, en detrimento de la pasiva. La
experimentación representa el sistema en principio ideal. Aun
dentro de los métodos doctrinales, se considera más activo el
que requiera una mayor participación.
Cada vez están más reconocidos los valores de la formación en
grupo. El rol del formador es el de coordinar el aprendizaje,
pero como todo buen árbitro, ha de pasar inadvertido.
No habría que hablar de enseñanza
sino de aprendizaje.
Porque lo importante no es que el formador enseñe, sino que el
alumno aprenda.
El
formador -padre, madre, profesor, directivo, catequista- no ha
de contentarse con haber contado su historia, su película o su
sermón. Sólo podrá satisfacerle el hecho de que los hijos, los
escolares, los colaboradores, los catecúmenos, lo hayan
asimilado como propio. Su tarea no es enseñar sino lograr que el
otro aprenda.
Nadie puede negar que la labor del formador es muy complicada.
La última meta no está centrada en él sino en los otros. Se
trata de conseguir algo que no depende directamente de sí mismo
sino de la voluntad de los otros.
El
éxito de la formación no se mide observando la actuación del
docente sino los hechos posteriores de los discentes.
El
fin que se persigue no es en modo alguno que el formador suelte
un buen discurso. No se busca su lucimiento personal, ni
siquiera su tranquilidad de conciencia.
El
deber del formador es procurar que el otro sepa hacer algo y
quiera hacerlo. Su obligación no acaba hasta no poner todos los
medios necesarios para que el otro cambie su comportamiento.
El protagonista de la comunidad escolar es el
alumnado. No tiene sentido una escuela sin escolares, por muy
cualificado que sea su claustro de profesores. Cierto, cumplen
una misión formidable tanto el personal directivo como el
personal docente. Pero sólo ganan su sentido cuando sirven y
porque sirven a todos y cada uno de los alumnos.
La metodología de Jesús de Nazaret
Sólo un breve apunte. Aunque sería emocionante recordar tantos
entrañables pasajes de su vida, ejemplos paradigmáticos de los
diferentes recursos pedagógicos.
Predicó con sencillez, con convicción, tal y como ha de hacerse
la exposición doctrinal. Planteó muchas preguntas a sus
discípulos y a cuantos se le acercaban, aun conociendo todas las
respuestas. Entabló múltiples diálogos y reuniones, dejando que
se expresaran unos y otros.
Pero la singularidad de su enseñanza está en sus parábolas, un
género pedagógico asimilable por entero en el ámbito del método
experimental. Utilizó realmente métodos activos.
Y
finalmente nos dejó su ejemplo. Ha sido el modelo más imitado a
lo largo de todas las generaciones posteriores. No en vano ha
sido el mejor formador, por antonomasia, el Maestro.
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