Es tiempo de amanecer
Aún no es de día, pero amanece un tiempo nuevo, resuenan
como dichas para nosotros las palabras de Isaías “Algo
nuevo está naciendo, ¿no lo veis?” (Is 43,18-19). ¡Es
tiempo de esperanza!
Amanece una nueva conciencia planetaria,
una nueva espiritualidad (al margen de las grandes
religiones), una nueva manera de intuir el misterio de
Dios, una concepción novedosa del ser humano, una nueva
mentalidad…
Estamos ante un cambio de paradigma, una transformación
de grandes dimensiones. Algunas personas la comparan con
lo que supuso el Neolítico para la historia de la
humanidad. Los nombres para identificar este radical
cambio se suceden: tiempo axial, cambio de eje, nueva
conciencia holística, trans-histórica, tras-personal,
trans-religiosa.
Amanece una sociedad global, planetaria, heterogénea,
descentralizada, un ecumenismo planetario; un nuevo
humanismo, una nueva lógica cultural del movimiento,
innovación constante, creación de ciencia y tecnología.
Caminamos hacia una sociedad dinámica basada en la
continua transformación, indagación, verificación.
En
esta nueva cultura el nuevo humanismo que
amanece no será de sumisión, control, repetición del
pasado, ni bloqueo del cambio, ni exclusivismos y
exclusiones, sino de incitación a la co-creación,
innovación, a la diferencia dentro de la globalidad.
Este nuevo humanismo reclama el cultivo de un
nuevo talante: flexible, capaz de acoger la
novedad continua y, al tiempo, lúcido para discernir y
vivir de convencimientos profundos.
Necesitamos cultivar una espiritualidad que nos ayude a
desarrollar personalidades con apoyos dentro y, por
ello, menos manipulables, sabiendo vivir integradamente
el amor a sí mismo, al otro, a lo otro y, en todo ello,
a Dios.
Apuntan signos de esperanza de un nuevo despertar a una
mayor lucidez y consciencia de los problemas
planetarios: los Foros Sociales Mundiales, de donde
brota un clamor unánime de que otro mundo es posible y
necesario; la proclamación por parte de la ONU de los
Objetivos de Desarrollo del Milenio para ir erradicando
la pobreza en el mundo.
Amanece también un hambre de espiritualidad
al margen de las religiones, entendida como hambre
de profundidad, interioridad, silencio, experiencia de
unidad.
Si
es auténtica, esa experiencia no será para aumentar el
ego y el narcisismo, sino para despertar a la
consciencia de unidad que somos con toda la humanidad y,
por tanto, como despertar de la compasión y el coraje en
la búsqueda de la justicia.
Si
es auténtica –y en nosotros estaría empujarla en esa
dirección– será una experiencia de liberación del
egocentrismo, de liberación de toda opresión que llevará
a la militancia en los distintos movimientos de
liberación actuales, es decir, a la lucha contra toda
exclusión social, económica, patriarcal, racial, sexual.
Esta situación de novedad requiere de nosotros una
espiritualidad adecuada a este momento histórico.
Jesús de Nazaret ofreció a sus contemporáneos una
novedad radical que pocos fueron capaces de acoger.
¿Seremos capaces nosotros hoy de vivir esa radical
novedad y trasmitirla a nuestro mundo?
Estamos
todos hartos de palabras que nos suenan a vacías,
repetitivas, estereotipadas…, que nos dejan frío el
corazón e indiferente nuestra cabeza. Nuestro tiempo
requiere no predicadores que invitan a creer sino
personas que impulsan a encontrarse con el Misterio de
Dios. Necesitamos mistagogos y testigos.
Mistagogos:
mujeres y hombres que, porque han hecho el camino,
pueden invitar, orientar y ayudar a otras personas a
buscar por sí mismos, a introducirse en el umbral de ese
misterio amoroso que llamamos Dios: el misterio en el
que vivimos, respiramos, somos.
Mistagogos que saben ofrecer un camino, un proceso, un
método y saben esperar que cada persona verifique por sí
misma ese Encuentro que, sí es con el Dios vivo, será un
encuentro también fraterno.
Necesitamos testigos
es decir mujeres y hombres que a través de nuestro
cuerpo hagan visible y por ello creíble al Dios de
Jesús.
·
Testigos de la pasión de Dios por lo perdido, por lo
pequeño, pobre y sencillo, por el abajo de la historia.
·
Testigos del Dios-relación sin exclusivismos ni
dominaciones.
·
Testigos de la entrañable misericordia de nuestro Dios.
·
Testigos del Dios de la vida, de su Ser-cuidado para su
creación
·
Testigos de su presencia discreta en el corazón de la
realidad.
·
Testigos del Dios festivo, buena noticia.
Y eso ¿cómo?
Dejándonos alcanzar por su Amor, por la experiencia de
su Ser-en-nosotros, y permitiendo a nuestro cuerpo ser
un cuerpo espiritual. Entonces:
Nuestros ojos
no sólo quedarán prendados de su hermosura sino que,
como los suyos, mirarán el dolor del pueblo, se
convertirán en lugar de encuentro. Serán ojos que al
mirar reconocen y devuelven dignidad, perdonan, animan,
levantan, aman.
Nuestros oídos
escucharán la brisa tenue que descubre la
presencia del Misterio en la cotidianeidad de la vida;
sabrán distinguir, a pesar de los ruidos, los gritos de
dolor y los cantos de alegría del pueblo; sabrán
escuchar respetuosos y atentos.
Nuestra boca
sabrá hablar y callar como lenguaje de amor;
denunciará con valentía; cantará la buena noticia;
compartirá con gozo lo que da sentido a la propia vida,
se cerrará a la maledicencia. Besará para
convertirse en sacramento del amor, aprenderá a
gustar, en la vida cotidiana, los sabores del reino
y ofrecerá a los demás esa sabiduría degustadora.
Nuestras manos
serán capaces de colaborar en el nacimiento de la
vida nueva que alumbra por todos los rincones del mundo.
Serán manos que comparten, acarician, levantan, curan,
ayudan a demoler los muros de la exclusión.
Nuestros pies
se convertirán en samaritanos y peregrinos,
compañeros de viaje que desandan los caminos de la
violencia y abren senderos de paz. Serán pies
danzadores, festivos, que saben disfrutar de la vida
sencilla, del placer compartido.
Nuestro corazón
será cada día más amoroso, grande, sin
pequeñeces, sin resentimientos, casa abierta,
misericordioso, compasivo, será un corazón de carne no
de piedra.
Nuestras entrañas
sabrán estremecerse de dolor y de gozo, no
permanecerán indiferentes, serán entrañas siempre
fecundas, generativas de vida nueva para las
generaciones futuras.
Viviremos nuestra realidad sexuada
sin hacer de la diferencia exclusión, ni marginación.
Seremos capaces de vivir nuestra sexualidad desplegando
nuestra capacidad de amar sin miedo y sin tabúes, sin
obsesiones por la genitalidad, convirtiendo nuestro
cuerpo en lugar de generación de vida, espacio de
fecundidad para los que viven a nuestro lado.
Nuestra piel
será lugar de contactos sanadores, lugar para el
encuentro, nunca para el despelleje de los otros.
Nuestra piel nos ayudará a no confundir los contornos de
nuestro cuerpo con la verdad profunda de nuestro ser que
abarca a toda la humanidad, a toda la creación y a Dios
mismo.
Cuando todo esto sea verdad en nuestros cuerpos, nos
pasará lo que lo que le pasó a Jesús, que los que viven
a nuestro lado dirán: lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que han oído nuestros oídos y tocado nuestras
manos es que el Dios de los cristianos es amor y merece
la pena creer en El (Cf. 1Jn 1,1).
Emma Martínez Ocaña
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