Es tiempo de redes, nexos, relación
Si
algo caracteriza a nuestro tiempo es la nueva conciencia
de ser red-comunión-interconexión-unidad.
La
ciencia nos va diciendo cada vez con mas claridad que la
capacidad para relacionarse parece ser la esencia
primordial del cosmos y lo que hizo posible el proceso
evolutivo. Nos va
descubriendo que lo que caracteriza la realidad
son estructuras de relación y relatividad,
procesos de transformación y cambios abiertos.
En
este nuevo modelo un ser no entra en relación con
otro sino que se encuentra de por sí en relación. Nos urge experimentar y saber vivir la pan-relacionalidad y
religación con todo.
Ya
todos sabemos que todo está interconectado: la
globalidad es interacción. Quizá como nunca se va
tomando, lenta pero imparablemente, conciencia de que
formamos parte de un todo. La realidad se va revelando
como un manto inconsútil, sin fracturas.
También es verdad que mayoritariamente aún seguimos
fascinados por el individualismo ciego, pero esta
conciencia atomizada va caminando hacia su desaparición
y de ello tenemos que alegrarnos.
Este
tiempo pide de nosotros una espiritualidad de la
conexión, de la búsqueda de la experiencia de la
Unicidad; de tender puentes entre culturas, razas,
sexos, creencias religiosas, ideologías; de romper
fronteras desde la no-violencia; de crear nexos que
inter-actúan. Necesitamos salir de nuestros pequeños
círculos para crear vínculos con tantos grupos y
organizaciones sociales, movimientos que buscan otra
globalización, la globalización de la solidaridad, de la
interconexión responsable.
Una nueva espiritualidad relacional
se va abriendo paso, que toma conciencia de la
interdependencia y responsabilidad de todos con todo.
Eso va a exigir de nosotros –los que estamos en el
primer mundo– una espiritualidad del saber decrecer,
renunciar, soltar, bajar… Y esto no nos resulta fácil ni
a las personas ni a las instituciones.
El
nuevo mundo que emerge pide también de nosotros una
nueva espiritualidad de las relaciones: ha
llegado la hora de renunciar a las relaciones dualistas
y jerarquizadas patriarcalmente; renunciar a las
relaciones de dominación-sumisión, para vivir relaciones
caracterizadas por una radical igualdad e inclusividad,
como reflejo del Dios Relación (Trinidad) en el que
creemos o, como dice bellamente O’Murchu, el “Dios
capacidad para la relación”. Eso hará posible que las
comunidades cristianas irradien a la sociedad relaciones
“correctas de justicia, amor, paz y liberación”.
Relaciones capaces de dar vida.
Nos
urge también practicar la meditación, el silencio
cultivar la experiencia mística que nos llevará
a sentir y gustar la Unidad profunda que somos.
Entonces, igual que le pasó a Jesús de Nazaret,
experimentaremos que el Dios Madre-Padre y cada uno de
nosotros somos una misma cosa, que somos aliento
suyo, imagen y semejanza, y por ello somos también uno
con toda la humanidad; que todo otro es carne de nuestra
carne y hueso de nuestros huesos y que cuando nos
cerramos al hermano nos cerramos a nuestra propia carne.
Entonces seremos nexos de unión que construye auténtica
fraternidad, sororidad con todo lo existente.
Sintiéndonos uno con la realidad veremos nuestro planeta
de una manera nueva: no como materia prima para explotar
o de la que aprovecharnos, sino como realidad de la que
formamos parte, como vida para cuidar, realidad viviente
a respetar.
Una
espiritualidad ecológica
brotará espontáneamente fruto de la iluminación de
nuestra conciencia. Descubriremos experiencialmente
–como dice bellamente Leonardo Boff– que “el Plantea
Tierra es nuestra casa común, la única que tenemos para
vivir por eso es importante cuidarla, hacerla habitable
para todos, conservarla en su generosidad y preservarla
en su totalidad y esplendor.
De
ahí nacerá un ethos mundial compartido por todos,
capaz de unir a los seres humanos más allá de sus
diferencia culturas, sintiéndonos de hecho como hijos e
hijas de la Tierra que aman y respetan como a su propia
Madre Entonces descubriremos, como Juan de la Cruz y
Francisco de Asís, que todas las formas de vida son
manifestación de la Vida única, subyacente en todo:
contemplaremos a Dios en todo y todo en Dios.
Emma Martínez Ocaña
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