QUEDAN LOS ÁRBOLES QUE SEMBRASTE (II)
Las opciones fundamentales de monseñor Proaño
A
los pueblos originarios de Aby-Yala de ayer, de hoy y de
mañana, adoradores del Sol como fuente de vida y
primeros ecologistas de la historia, en recuerdo de la
experiencia cósmico-fraterno-sororal del Centenario de
monseñor Proaño compartida del 27 al 31 de enero en
Quito, siempre en mi memoria y en mi vida, con respeto y
agradecimiento.
El
Centenario del nacimiento de monseñor Leonidas Proaño
(1910-1988) no podía pasar inadvertido. Y no porque
quisiéramos honrarle como héroe de la patria, o
colocarle en una hornacina, o declararle siervo de Dios,
beato o santo. Como tampoco hacerle homenajes o entonar
panegíricos de su persona. Menos aún celebrar pompas
fúnebres por su alma. Ninguna de esas cosas le gustaron
en vida. ¡Cuánto menos tras su muerte!
¿Por
qué, entonces, el empeño tan decidido, el esfuerzo tan
ingente y la dedicación tan generosa de la Fundación de
Pueblo Indio del Ecuador, de Nidia, de Nelly, de
Emperatriz, de Leonardo, Gabicho, Patricio y Germán; de
Consuelo, Olguita, Lucila, Victoria, Viviana, Cecilia,
Miriam… ¿Por qué la invitación a comunidades indígenas
de toda Abya-Yala, activistas sociales, líderes de los
pueblos originarios, comunidades eclesiales de base,
movimientos sociales, organizaciones cívicas y de
derechos humanos, teólogos y teólogas, personas y
organizaciones de muchos países del mundo?
La
respuesta es muy sencilla: para hacer memoria del paso
por la historia de un hombre que dejó huella, para
recordar y hacer el largo itinerario que él hizo durante
los fecundos setenta y ocho años de su vida cada uno en
nuestro lugar pero abiertos al mundo, para aprender y
practicar las lecciones que nos dio con su vida, para
seguir su ejemplo creativamente.
En
los actos conmemorativos del Centenario de Taita Proaño
del 27 al 31 de enero de 2010 en Quito e Imbabura,
hicimos memoria de las opciones más importantes de
monseñor Proaño a lo largo de su vida.
Opción por la pobreza y por los pobres
La opción fundamental de monseñor Proaño fue sin duda la
pobreza. Pobre nació, pobre vivió, pobre murió. La
pobreza es la única herencia que nos dejó. La pobreza
como don y como valor, la austeridad como estilo de
vida, la indigencia como realidad inherente al ser
humano, el compartir como forma de realización. El
testimonio de Leonidas Proaño es luminoso al respecto:
“¡La pobreza!... Es también un don. ‘Bienaventurados los
pobres’. Es un don siempre que se llegue a tener
conciencia de que somos pobres. Siempre que lleguemos
los hombres a ser conscientes de nuestra congénita
indigencia”
¿Por qué poner la pobreza como un valor? Porque gracias
a ella podemos vivir en austeridad y en libertad frente
al consumismo.
“Supe, como todos los pobres, lo que es padecer de
necesidad y de hambre. Pero aprendí también a soportar
privaciones sin quejas ni envidias”
Opción por los pueblos indígenas
El compromiso que con más radicalidad asumió monseñor
Proaño, su experiencia fundante, la que dio sentido a su
trabajo como obispo fue la defensa de los derechos de
los indígenas. Compromiso que no le supuso ningún
sacrificio, ningún esfuerzo. Fue algo espontáneo,
natural porque lo había mamado. Él había aprendido de
sus padres a tratar a los indígenas, marginados en su
país, como personas, a acogerlos como iguales en
dignidad, a reconocer respetar y defender sus derechos.
Su testimonio arroja luz sobre el modo de relacionarse
con ellos:
“Tanto
mi padre como mi madre tenían un grande aprecio a los
indígenas. Parecía que encontraran un gozo especial en
conversar con ellos y en servirles. Eso mismo inculcaba
en mi ánimo, en conversaciones y reflexiones. Por
ejemplo, cuando habíamos constatado que los indígenas
eran objeto del desprecio, de la burla, de la
explotación de otras personas, me hacían ver lo malo de
un comportamiento semejante, diciéndome que ellos eran
también hijos de Dios y hermanos. Llegaron a enseñarme
las formas de trato en gestos y palabras que tenía que
utilizar cada vez que me ponía en contacto con ellos”.
Llega a afirmar que “ese amor y respeto a los pobres,
particularmente a los indígenas, llegó a formar parte de
mi propia experiencia”. Esta expresión refleja con
claridad meridiana la identificación de Taita Proaño con
los pueblos indígenas hasta hacerse uno con ellos. Y así
fue durante sus años de sacerdocio y de obispo dedicados
a la causa de la liberación de los indígenas, hasta ser
conocido mundialmente como “el obispo de los indios”.
Siguiendo el método jocista ver-juzgar-actuar Proaño
constata que dos terceras partes de la diócesis de
Riobamba eran indígenas y descubre su deplorable
situación económica, cultural, política, social
educativa y religiosa.
”.Vivían en la más completa miseria; eran víctimas
del desprecio de todo el mundo; apenas un 8% había
pasado por la escuela hasta segundo o tercer grado; por
ser analfabetos, no eran reconocidos por la ley como
ciudadanos; se encontraban terriblemente marginados por
la sociedad e inclusive por la Iglesia. Los derechos
fundamentales de este pueblo estaban cruel y
permanentemente pisoteados”.
La Iglesia de Riobamba era dueña de grandes extensiones
de tierras como heredera de sistemas poscoloniales. La
respuesta de Proaño a la situación de injusticia
estructural en que vivía la mayoría de la población fue
la lucha por dar tierras a los indígenas, la solidaridad
con sus luchas reivindicativas y la entrega gratuita de
cientos de hectáreas propiedad de la Iglesia a familias
que se constituyeron en cooperativas promovidas por la
propia Iglesia, hasta desprenderse de todas sus
propiedades.
Su opción por los pobres se tradujo en compromiso por la
liberación de los pueblos indígenas desde su llegada
como obispo a Riobamba.
-
En 1972 propició el nacimiento del Ecuarunari,
Movimiento del Despertar del Indio Ecuatoriano.
-
En 1987 el Congreso Nacional le designó Asesor
Honorario de Asuntos Indígenas y contribuyó a la
formulación del “Proyecto de Ley de
Nacionalidades Indígenas”.
-
Poco antes de morir, monseñor Proaño creó la
Fundación Pueblo Indio de Ecuador, que ha organizado
este evento conmemorativo del Centenario de su
nacimiento.
Respondiendo a un deseo expreso suyo fue enterrado en la
comunidad indígena de Pucahuico, de San Antonio de
Ibarra.
Hombre de palabra, de una sola palabra, de compromiso,
de un solo compromiso, de convicciones profundas, de
opciones firmes. Persona responsable de sus actos, pero
también corresponsable de los cinco siglos de injusticia
para con los indios, de la complicidad de la Iglesia en
dicha injusticia. Así de auto-exigente era Taita Proaño.
El teólogo José Comblin, que conoció muy bien a monseñor
Proaño, convivió con él y le acompañó teológicamente
durante veinte años, ha dejado constancia de su
dedicación, tesón y pasión en la lucha por la defensa de
los derechos de los pueblos indígenas como traducción
histórica de la causa de la justicia:
“Lo que más me impresionaba en monseñor Proaño era su
rectitud y su pureza de corazón. Era un hombre de una
sola palabra, un solo compromiso. Desde su llegada a la
diócesis de Riobamba se había apasionado por la causa de
los indígenas. Para él la causa de los indígenas del
Chimborazo y del Ecuador era la encarnación de la causa
de la justicia. Se sentía responsable por los cinco
siglos de injusticia de la que fueron víctimas los
indígenas; sentía la complicidad de la religión y de la
Iglesia en su opresión. Quería dedicar su labor de
evangelización a la reparación de aquella injusticia
histórica”.
Opción por la Pachamama
La experiencia de la compasión, de la misericordia y de
la solidaridad fue la que marcó la vida de monseñor
Proaño.
“Sentir como algo propio el sufrimiento del hermano
de aquí y de los de allá, hacer propia la angustia de
los pobres… es solidaridad”, escribía en Asís
(Italia) en diciembre de 1983 en un bello poema titulado
“Solidaridad”.
Su solidaridad nunca fue sectaria, no se encerraba sólo
en las causas más cercanas, no conocía límites. Se
dirigía a todos los seres humanos, pero especialmente a
los grupos y personas más vulnerables. Al ser obispo,
pareciera que su comportamiento ante las personas que
sufren tuviera que ser la del levita y del sacerdote de
la parábola. Pero no, fue el del Buen Samaritano,
considerado hereje por los judíos.
Ahora bien, su compasión trascendía a las personas y se
extendía a la naturaleza, a la tierra, a la Pachamama.
Lo mismo que creyó en el ser humano y en la comunidad
como fermento de transformación social, amó y respetó la
naturaleza que estaba en él. Nelly y Nidia Arrobo Rodas
describen con gran sensibilidad ecológica el amor y el
respeto de Leonidas Proaño, más aún, su identificación,
con la tierra, el agua, los animales, las plantas:
“Vivía al ritmo de la naturaleza en las horas de
reposo, de comida y de trabajo… Se alimentó de los
productos de la tierra, preparados de la manera más
sencilla. Mantuvo su salud y trató sus enfermedades por
medios naturales: el barro, el agua, las plantas, los
animales, los masajes, eran su medicina. Al contacto con
la naturaleza recuperaba las fuerzas. En el árbol de
albaricoque del patio de la Casa Episcopal veía el
proceso de su vida, a veces florecida en proyectos
maravillosos, otras veces seca como las ramas que han
perdido las hojas, pero cada año con frutos abundantes.
En el poema dedicado a la Madre Tierra manifiesta su
decisión de no ser más que ‘tierra, sin vanas
pretensiones, sin quejas, sin envidias’. Sembró árboles,
miles de árboles, y con el CEAS, planificó y ejecutó un
plan de reforestación de la provincia”.
Por eso, su programa era “volver a las fuentes para
redimir la vida”. No existe redención fuera
de la Pachamama, de la Tierra, de la Naturaleza. Para
lograr la liberación integral es necesario volver a la
Naturaleza. Ahí está la fuente, el manantial, el origen
de la vida. La Naturaleza puede vivir sin nosotros. Y de
hecho vivió sin nosotros durante millones de años.
Nosotros, empero, no podemos vivir sin ella. La actitud
ecologista de Proaño está fuera de toda duda.
Opción por la liberación y lucha contra el cautiverio
Para monseñor Proaño la historia es cautiverio y
liberación. Cautiverio, sí, sobre todo la historia de
Ecuador, que contaba entonces con un alto porcentaje de
habitantes analfabetos, especialmente la historia de la
provincia del Chimborazo, con el mayor grado de
analfabetismo del país, ya que la mayoría de la
población indígena no había ido a la escuela. Cautiverio
fue también su vida al identificarse con los sufrientes
de la historia de su pueblo.
Él mismo vivió en carne propia la experiencia de la
prisión junto con otros obispos como António Fragoso,
Cándido Padín, Sergio Méndez Arceo, teólogos como Joseph
Comblin y asesores laicos como Pérez Esquivel.
Esto sucedía el mes de agosto de 1976, época de los
regímenes militares en muchos países de América Latina
-también en el Ecuador-. Un numeroso grupo de obispos,
teólogos y asesores laicos se había reunido en la Casa
de Santa Cruz de la diócesis de Riobamba para estudiar
la ideología de la Seguridad Nacional y responder a la
angustiosa pregunta que años atrás planteara monseñor
Helder Cámara: “¿qué habéis hecho con Medellín?”.
Soldados ecuatorianos de la dictadura militar
irrumpieron en la reunión Casa de Santa Cruz y
detuvieron a los obispos creyendo que eran guerrilleros
y acusados de conspiración política. Fue un hecho
insólito. Casi todos los obispos reunidos estaban
fichados en sus respectivos países. Las fuertes
presiones diplomáticas obligaron a liberarlos en apenas
24 horas. Los extranjeros participantes en la reunión
fueron obligados a abandonar el país.
Pero los problemas de monseñor Proaño no terminaron con
la represión militar. Poco después, fue objeto de un
severo control eclesiástico por parte del Vaticano,
quien envió a la diócesis de Riobamba un Visitador
Apostólico que ejerció las funciones de detective del
obispo de los indios.
Precisamente porque vivió con los indígenas la doble
experiencia del cautiverio -la política y la
eclesiástica-, monseñor Proaño optó por la liberación. Y
lo hizo siguiendo la pedagogía de la concientización a
través de un lento pero seguro proceso educativo popular
con la creación de las Escuelas Radiofónicas Populares y
del Centro de Estudios y Acción Social (CEAS) para toda
la provincia del Chimborazo.
Las Escuelas Radiofónicas contribuyeron sobremanera,
como reconoce el propio Proaño, al despertar de los
indígenas de un sueño de siglos. El objetivo era seguir
un proceso de concientización que ayudara a salir de la
conciencia ingenua e intransitiva, pasando por la
conciencia activa y transitiva, hasta llegar a la
conciencia crítica y transformadora, que desembocara en
el compromiso político.
Muchas fueron las comunidades indígenas del Chimborazo,
del resto del Ecuador y de otros países de Abya-Yala que
siguieron esa metodología y tomaron conciencia de su
dignidad y se convirtieron todas ellas en sujetos de su
historia y en líderes de su pueblo. El objetivo del CEAS
era la investigación socio-económica del Chimborazo y la
promoción de cooperativas.
Opción por la comunidad
La experiencia de la pobreza fue para Proaño el lugar
privilegiado para vivir la comunidad, para practicar la
solidaridad, para aprender la fraternidad, para sentir
la amistad. Así lo reconoció, lo vivió y lo formuló:
“Aprendí lo que es la sencilla fraternidad entre los
pobres: poner en práctica una generosa y delicada mutua
entre vecinos. Los pobres sienten casi espontáneamente
la solidaridad con otros pobres, con todos los que
sufren. Los ricos se vuelven egoístas. El inicio de las
comunidades de base en el Brasil se debe a esta
filosofía popular, la filosofía de los pobres… los
pobres viven más fácilmente la vocación comunitaria”
.
El concilio Vaticano II (1962-1965), en el que participó
siendo un joven obispo, le ayudó a descubrir la
dimensión comunitaria de la Iglesia. A partir de los
textos conciliares tomó conciencia de la necesidad de
transformar radicalmente la Iglesia renunciando a su
carácter piramidal y asumiendo su dimensión comunitaria.
Y con la toma de conciencia, la autocrítica:
“Comprendí que los sacerdotes habíamos sido
acaparadores de todos los carismas en la Iglesia, que
nos habíamos convertido, en vez de servidores, en
dominadores del pueblo y que los laicos estaban llamados
a jugar un papel preponderante”.
Pero la relación Proaño-Concilio Vaticano II fue
bidireccional y mutuamente fecundante. Como reconoce
Houtart, el obispo de Riobamba, junto con otros obispos
latinoamericanos, como el chileno Manuel Larraín y el
brasileño Helder Cámara, aportaron mucho a la renovación
eclesial que puso en marcha el Vaticano II. Y lo hizo
desde su experiencia pastoral encarnada en el mundo de
los pobres.
No pocos de los cambios que realizó en su diócesis se
adelantaron al Vaticano II, fueron avalados por éste y
se incorporaron a la Constitución Pastoral sobre la
Iglesia en el Mundo Actual (Gaudium et Spes). Así
dejaban de ser simples experimentos locales para
convertirse en experiencias asumidas por los obispos de
la Iglesia universal.
Su participación en la Conferencia Episcopal de Medellín
(Colombia) en 1968 contribuyó sobremanera a cambiar el
rumbo de la Iglesia latinoamericana y a orientarla por
el camino de la liberación.
Inmediatamente después del Concilio Vaticano II,
monseñor Proaño fue uno de los pioneros en la puesta en
marcha de las comunidades eclesiales de base. Y la
estructuración comunitaria de la diócesis de Riobamba
influyó decisivamente en la centralidad que los
documentos de Medellín reconocen a las comunidades
eclesiales de base como forma de estructuración,
principio de organización de la Iglesia, ámbito
privilegiado de evangelización y cauce de promoción.
“La vivencia de la comunión a que ha sido llamado,
debe encontrarla el cristiano en su ‘comunidad de base’:
es decir, una comunidad local o ambiental, que
corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, y que
tenga una dimensión tal que permita el trato personal
fraterno entre sus miembros… Ella es, pues, célula
inicial de estructuración eclesial y foco de
evangelización, y actualmente factor primordial de
promoción humana y desarrollo”.
El ideal expresado tan nítidamente en Medellín ya se
había hecho realidad en la diócesis de Riobamba en el
hogar de Santa Cruz, maravillosa experiencia de vida
comunitaria forjada durante casi treinta años a partir
de una amistad auténtica y profunda, indispensable para
una vida y una pastoral comunitarias, no sin
dificultades que hubo que vencer y de conflictos que
hubo que encauzar.
Opción por una espiritualidad evangélica, en el
seguimiento de Jesús
La espiritualidad del seguimiento de Jesús de Nazaret,
el Cristo Liberador, fue el alimento cotidiano para el
compromiso de monseñor Proaño con los pobres.
Su compatriota y hermano en el episcopado Fray Luis
Alberto Cuenca Tobar, arzobispo de Cuenca (Ecuador) lo
definía como “un contemplativo no enclaustrado”.
Y sigue:
“Podría decirse que su timidez, su sencillez, su
primitiva y rústica humanidad le enclaustraban. Es
cierto. Pero su valentía, su acción apostólica, su
pasión de enamorado de la verdad, lo emanaban de sí
mismo y salía con lo que la contemplación le había dado…
La forma de Proaño de apelar en todo al Evangelio era
revelación de su permanente estado de reflexión
evangélica. La actitud de Proaño –un Cristo, es decir,
del apóstol- era de atención al Padre”.
Era la suya una espiritualidad evangélica, cristológica,
comunitaria y eclesial:
“Para que el hombre cambie –escribe en 1977-,
es necesario vivir la Teología. En otras palabras, es
necesario vivir el Evangelio. Es necesario experimentar
a Cristo. Es necesario experimentar a Dios en Cristo. Es
necesario experimentar a Dios a través de Cristo. Es
necesario experimentar esta vivencia entre varios, entre
los discípulos de Cristo, en el seno de lo que llamamos
Iglesia en su sentido más concreto”.
Opción por la diversidad cultural y el pluralismo
religioso
Monseñor Proaño fue especialmente sensible a la
diversidad cultural y al pluralismo religioso. “No
era un obispo. Era un indio entre los indios”: así
lo define Ana María Guacho, colaboradora de Proaño desde
1982 en el Movimiento Indígena del Chimborazo.
Su inmersión en las tradiciones religiosas culturales
indígenas le ayudaron a relativizar la Iglesia romana
inculturada en la tradición occidental y a valorar las
dimensiones liberadoras de las culturas y religiones
indígenas como fuentes de sabiduría, caminos de
salvación, lugares de liberación integral y espacios de
rico simbolismo.
Su pensamiento, su forma de vida, su quehacer pastoral y
su concepción del mundo se caracterizaron por el
reconocimiento del pluriverso religioso, étnico,
lingüístico y cultural como hecho histórico innegable,
como valor a potenciar y como riqueza de la naturaleza,
de la humanidad y de las religiones a cultivar.
Juan José Tamayo
Su
último libro relacionado con el tema es
“La teología de la liberación en el nuevo escenario
político y religioso”
(Tirant
Lo Blanc, Valencia, 2009:
tlb@tirant.com;
librería virtual: http://www.tirant.es)
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