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            LA OBLIGACIÓN DE SER UNO MISMO      

 

Es necesario enseñar, educar.

Pero nunca manipular, aturdir, imponer.

Es preciso creer en el ser humano.

 

Se puede renunciar a muchas cosas. Nunca al deber de ser uno mismo.

 

Las religiones, las culturas, las filosofías, los credos políticos, los colegios, los padres… todos quieren intervenir, controlar “el hacerse de una persona”. El producto resultante, con frecuencia, es un sucedáneo.

 

Es imprescindible filtrar tanta influencia y tanta presión. La calidad de una cultura, de una religión, de una sociedad, se mide por su respeto a la libertad. Es un sacrilegio imitar a Dios en aquello de “hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra”.

 

¡Y quién no ha tenido un héroe, un santo, un alguien del que quiso ser semejanza e imagen!

 

Y, cuando ya viejo cae en la cuenta, es tarde. Perdió la oportunidad de ser él mismo. Se mira hacia dentro y se descubre no-hecho, sino deshecho: con una profesión, con un coche, con una esposa, con una religión. Pero nada, o casi nada, lo eligió él, o lo hizo él. Se lo dieron hecho. Resultó a imagen y semejanza de los demás.

 

Habría que conseguir que todos pudiéramos, desde pequeños, oír, ver, esperar, callar y decidir.

 

Por supuesto que es necesario enseñar, educar. Pero nunca manipular, aturdir, imponer.

 

Es preciso creer en el ser humano. Lo que es más difícil que creer en Dios.


 

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Cárceles mentales,

con rejas de cánones y tradiciones,

cuyo producto final ha sido un sucedáneo de lo humano.