SOY UN MAL EDUCADO
¿Por qué,
coño, cuando se habla de Dios
se tiene
uno que amariconar?
¿Fingen estar en trance místico?
Lo acepto: soy un mal educado. Incluso cuando hablo de Dios. La
culpa no es de mis padres. Mi mala educación se manifiesta en el
lenguaje. Digo tacos. Y esto provoca asombro. Es que no es
corriente, ni quizá digno, mezclar tacos con teología.
No lo hago a propósito. Pero tampoco lo evito. Incluso me atrevo
a decir que esta mala educación mía lleva una carga teológica.
Quizás sea una reacción instintiva. Me explico.
Me produce mucha náusea la entonación, el estilo, el diccionario
utilizado por los profesionales eclesiásticos cuando hablan de
Dios. Escogen cuidadosamente las palabras, las embadurnan de
nata montada, introducen el registro del temblor místico, mueven
sus ojos, sus manos con una cadencia litúrgica y empolvada.
Por descontado, que se ofrece una variadísima graduación en lo
ridículo desde un manifiesto tono amanerado a quien entra en
trance de baba cada vez que habla.
Casi todos
los señores Obispos llevan inherente al presunto orden episcopal
ese melifluo acento, hueco, sospechoso, repelente.
¿Por qué, coño, cuando se habla de Dios, de Jesús, de María se
tiene uno que amariconar? ¿Fingen estar en trance místico
sometidos a una revelación? ¿Actúan como médium entre el más
allá y el más acá?
Me temo que con tanto místico parlante han sembrado la
convicción en el pueblo de que tras ese trémulo decorado no hay
más que o mentira o interés de supervivencia gremial.
No alabo mis tacos. Pero los prefiero al estilo eclesiástico.
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Él es el
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