EL BLOG DE LUIS ALEMÁN     

                             
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LA UTOPÍA DEL REINO

    

Somos una mezcla explosiva de realidad y utopía,

sueño de futuro impreciso

en un presente inacabado.

 

Utopía es fijar la mirada en algo sin lugar. Posible o imposible, realizable o irrealizable, pero no situable. Fuera de nuestro mapa. El utópico vive junto a la locura.

 

El evangelio es una utopía. La iglesia de Jesús es una utopía. La tierra prometida es una utopía. El mundo en el que vivan juntos corderos y lobos es una utopía. La eucaristía es alimento para una utopía.

 

El cristiano es un hombre que sueña, como Jesús, en la utopía. Trabaja por la utopía, genera utopías, siembra utopías, aunque acabe, con frecuencia, destrozado por la realidad.

 

Sin utopías seríamos simples animales. Estamos condenados al hambre de la perfección. Si un político no vive en la utopía, es un mero comerciante. Si un cristiano no siente la herida de la utopía es un simple pagano. Si un joven no es utópico es ya un viejo. Si un viejo no es utópico es que ya está muerto.

 

La utopía: he ahí una de las grandes raíces de la profunda insatisfacción humana.

 

Con la perspectiva de un Dios Padre, oteando desde la última colina, esa tensión es soportable en la esperanza. Sin un Dios bueno, allá al final, esto no hay quien lo aguante.

 

Estar siempre en camino, estar haciéndose siempre. Ese sueño de verse terminado, esa angustia de inestabilidad, esa locura por lo absoluto es fuente de amargura, de miedo, del ridículo humano.

 

Al buscar desesperadamente dogmas, buscamos lo absoluto, anhelamos metas, fingimos seguridades imposibles. A las que nos aferramos hoy, y que nos convierten, al día siguiente, en payasos. Todo por querer transformar la vulgar realidad en la utopía atrapada.

 

Esto quiere decir que el conocimiento filosófico, ni el  teológico, ni siquiera el científico, han llegado, en nada, a ninguna estación final. El hombre no lo sabe todo de algo. No ha conquistado nada del todo. La raza humana no está en situación de haber vencido, por completo, en ninguna de sus batallas. Los dueños, ya sean religiosos, políticos, científicos o filósofos, al absolutizar y dogmatizar sus conquistas, corren el riesgo de que el tiempo se mofe de ellos.

 

Pero no aprendemos. Vamos de triunfo en triunfo, de dogma en dogma hasta la derrota final. Y es que nuestra situación, transida de espacio y tiempo, es una mezcla explosiva de realidad y utopía, sueño de futuro impreciso en un presente inacabado.

 

He ahí un argumento definitivo para la humildad. El antídoto a cualquier despotismo, papanatismo o vendedor ambulante de pócimas mágicas.

 

Caminar con nuestra ignorancia y nuestra pobreza a cuestas nos hace más humanos, más hermanos, más dialogantes, más abiertos al único Absoluto.


 

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