EUTANASIA Y OTRAS TORTURAS
Se nos
escapa alguna pieza.
Sólo
podemos consultar,
con la
mayor paz y honestidad posible,
nuestra
conciencia.
Me huele a que en esto de las consideraciones morales sobre el
suicidio-eutanasia, falta algún dato.
El enfermo terminal se está muriendo. No hace más que sufrir.
Los minutos y los días son torturas intensas y eternas. Sólo le
queda morir. Dejar morir a un caballo en esas circunstancias es
una crueldad: “¡animalito! ¿No hay nadie que le evite esa cruel
y fatal espera?”.
En el caballo es claro. Pero con un hermano no sé qué catecismo
nos obliga a dejarlo achicharrarse en su angustia. Y para ello,
se invoca a Dios.
Y, yo, cada vez que se invoca a Dios, me echo a temblar. Porque,
de ordinario, me suena a chantaje, o es simplemente para
complicar la existencia al agobiado ser humano.
Por otra parte, no me consta que alguien haya conseguido el
teléfono privado de Dios para saber lo que Él piensa sobre estos
asuntos
“No, -dicen los que saben- no se trata de una revelación clara,
directa de Dios. Se trata de aplicar la “razón” iluminada con la
“fe”.
Y, entonces, ya me pierdo y me entra la risa floja: “razón
iluminada por la fe”.
¿Alguien tiene la fórmula para aclarar, definitivamente, lo que
es “razón, razonable”?. ¿Existe un mecanismo para decidir
definitivamente la lista de las cosas buenas y malas?
Y, por favor, no me vengan Uds. con dudas, con silogismos de
mercadillo, consideraciones piadosas, o con simples opiniones...
Porque es mi hermano quien se está muriendo, destrozado por un
cáncer que lo rompe poco a poco. No me vengan con pamplinas de
que el dolor purifica.
El dolor, ni la cruz, purifican nada. Si hay algo que purifica,
es el amor, y sólo el amor nos salva a todos, lo que se nos pide
a todos y lo único que soluciona todo. Lo que se haga desde el
amor plenifica nuestra vida y nuestra muerte.
Por eso, repito. A mí me huele que en esto, como en tantas
cosas, se nos escapa alguna pieza, algún dato. Y cuando eso
ocurre -y ocurre en muchas ocasiones– sólo podemos consultar,
con la mayor paz y honestidad posible, nuestra conciencia.
En definitiva, siempre será nuestra conciencia la última
palabra, cuando ha sido consultada con honestidad.
- ¿Y quién me dice a mí que soy honesto al preguntarme y al
responderme?
- Tu conciencia. Y ese es el último escalón. Tu tribunal
Supremo.
- ¿Y Dios?.
- Dios aceptará tu sentencia, si ha sido honesta.
- Pero, ¿Dios no tiene un Decálogo?
- Sí. El que llevas escrito en tu conciencia.
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