EL BLOG DE LUIS ALEMÁN     

                             
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      DIOS


 

Silencio de Dios

 

 

Tú que hablabas tanto, que acallabas a los doctores, que deslumbrabas a fariseos y sacerdotes, cuando llegó el momento de la verdad, pasaste la barrera del sonido y entraste en el silencio. Lo más desconcertante, tu misterio, estuvo en el silencio.

 

“Palabra de Dios, palabra de Dios”, repetimos ingenuamente en la liturgia… ¡Pero si Yahvé no dijo nunca nada! El misterio de Dios está, sigue estando, al otro lado del silencio.

 

Mientras tanto, los que dicen representarte, tus delegados, no hacen más que hablar, hablar... Y quieren que todos callen, pero ellos no cesan de hablar.  ¿Cuándo callarán? A ver si en medio de un gran silencio oímos tu palabra.

 

No entendieron bien, Señor, aquello de “id y anunciad el evangelio”. Lo tradujeron mal. Te han convertido en un detergente, en una pasta de dientes. Se ha entrado en la competencia publicitaria. Renovar, actualizar tu mensaje es encontrar un nuevo spot publicitario.

 

Creyeron que anunciar era hablar y hablar. Y, de tanto hablar, se han resquebrajado las campanas.

 

Ya nadie escucha tu palabra de silencio.

Tú eres levadura que fermenta en silencio.

Tú eres luz que no deslumbra.

Tú eres trigo que se hunde en la tierra.

Tú eres tesoro escondido.

Tú eres piedra de valor perdida.

Tú eres oración a medianoche.

Tú eres sal que se disuelve.

Tú eres campesino anónimo de Nazaret.

Tú eres el silencio crucificado.

 

 

 

 

Dios entre brumas

 

 

¿Y por qué Dios no nos ha dicho claramente, directamente, irrefutablemente lo que Él es, lo que Él quiere, lo que Él exige, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es verdad, lo que es medio verdad y lo que es mentira? ¿Por qué este juego de adivinanzas? Esta historia de Dios y el ser humano ¿no huele un poco a cachondeo? Si nos ama tanto... ¿por qué no habla claro de una puñetera vez?

 

Esto lo he pensado yo más de una vez. Y quizá lo has pensado tú, y tú, y el otro.

 

Sin embargo, la respuesta es no sólo buena, sino bella.

 

Cuenta la Biblia que los Israelitas, en el desierto, comprendieron que ellos no podían hablar directamente con Yahvé. Porque si lo hacían morirían, “moriremos”.

 

Iba quedando claro que Yahvé era distinto a los demás dioses: de Yahvé no podían hacer una imagen, no sólo material, es que ni siquiera moral, ni sicológica, ni ideológica... (Esto lo demuestra muy bien el gran Gerhard Von Rad, en su Teología del Antiguo Testamento).

 

De Dios no podemos saber casi nada. Quien crea en Jesús, a través de Jesús sacará algo. Pero, al modo humano, difícilmente transportable a lo divino. Jesús es lo más que puede decirle Dios al hombre.

 

Para que haya ser humano, tiene que haber libertad. La libertad exige, por definición, la posibilidad de elegir. Si “ves” a Dios, ya no puedes elegir otra cosa, y dejas de ser eso que llamamos: ser humano en la tierra en su condición mortal. Si por “ver” a Dios el hombre pierde su libertad, nos quedamos sin hombre.

 

Por eso la bruma; por eso la duda; por eso la necesidad de la fe –moviéndose siempre en la penumbra-.En este caso, la luz total mataría al hombre.

 

El evangelio nos ayuda a encontrar a Dios. Pero ¡con qué trabajo! Jesús es camino que no se “impone”. El que no quiera ver, no ve. ¡Máximo respeto al hombre!

 

 

 

 

Yo necesito que Dios exista

 

 

No me quitéis, también, esa esperanza.

 

Lo sé. Mi necesidad no es un argumento en pro de la existencia de Dios. No hay argumento que demuestre su existencia.

 

Pero no escribo desde una Teodicea imposible. Ni escribo Teología. Grito desde la existencia.

 

En el Evangelio encuentran a Jesús los angustiados, los que le necesitan. Algo de eso me ocurre a mí con Dios.

 

A la Iglesia, S.A. no le hace falta Dios. Funcionaría bien sin Él. Tiene medios. Es respetada. Tiene poder. Influye en el mundo.

 

A quien le hace falta es a mí, a Sudamérica, a África, a todos los suburbios del mundo.

 

Y necesito que Jesús, su Enviado, no haya sido una leyenda.

 

Repito. El hecho de que yo necesite a Dios, no es prueba de su existencia.

 

Y comprendo que el que tiene todo, casi todo, o lo que se puede tener, no necesite a Dios. Pero, a mí, que se me ha ido rompiendo todo entre las manos y sólo me quedan las heridas, no me quitéis a Dios.

 

No lo dejo todo para seguir a Dios. Mi problema es que no tengo nada. No me digáis que tampoco existe Dios. Si alguien tiene una prueba definitiva de su no-existencia, que se la calle, por favor.

 

No soy imparcial ante Dios. El que tiene hambre no puede ser imparcial.

 

Dios debería existir aunque existiera sólo para los pobres. ¿No es eso lo que proclaman las Bienaventuranzas?

 

 

 

DESCUBRIENDO A DIOS

 

 

El Antiguo Testamento no es un hallazgo de Dios. Sólo es una aproximación. Un paso más. Una ayuda. Un tenue amanecer entre nubes. Un camino, no un encuentro. En el Antiguo Testamento no hay un retrato fiel de Dios ni de su rostro ni de su pensamiento. No hay respuestas unívocas de catecismo y con sello de garantía. Sólo hay huellas, pistas que van llevando, en un proceso lento, hacia la sorpresa oculta desde el comienzo de los tiempos: Jesús de Nazaret.

 

Y el mismo Jesús no se olvidó de decirle a los suyos, según nos recuerdan los evangelistas, que ni con él estaba todo dicho. Quedaban muchas cosas por decir y que ya se irían aclarando a lo largo de los tiempos.

 

La verdad sobre Dios, sobre Jesús, sobre el hombre. La historia no quedó cerrada. Sigue abierta. El universo y el hombre son seres en evolución. Todo está sin cerrar. No existen ideas terminadas.

 

Para el creyente en la Divinidad, junto a esta evolución, dentro de esta evolución, produciendo esta evolución “camina” Dios.

 

El que detecta la presencia de Dios en el caos de su propia vida, en el caos de la historia de la humanidad está “inspirado”, intuye a Dios. Y no hay re-velación si no se mantienen las puertas abiertas para la fe.

 

Y es que la historia de la creación -o si se quiere la historia de la plenificación humana- camina junto a una sucesión de Teofanías progresivas de Dios, como un negativo que se va “revelando” con la marea del tiempo, o con el caer de las legañas de los ojos inmaduros del ser humano.

 

Dios se va dando a conocer en la medida en la que el mundo y el hombre se van construyendo. O puede que no sea Dios el que se va dando a conocer (Teofanía), sino que es el hombre el que va encontrando, en su desarrollo progresivo, a Dios que siempre está ahí. “Pues resulta que Dios estaba aquí y yo no lo había visto” Génesis, 28, 16.

 

 

 

 

Creo en Ti, Señor

 

 

Yo no te he fabricado. Por eso no puedo comprenderte.

 

Estoy seguro de que eres. No puedo decir más. No puedo decir que estás aquí ni ahí. Cualquier palabra fabricada por la mente humana falla cuando se aplica a Ti. Aquí y allí es espacio, y a Ti no te afecta el espacio, ni el tiempo porque no eres creatura.

 

No puedo decir de Ti que eres justo, porque mi concepto de justicia es propio de creaturas. No puedo decir que eres grande, ni pequeño, porque son dimensiones relativas, ingenuas. Me sirven a mí, pero no para hablar de Ti.

 

Hasta cuando digo que eres, me equivoco. Porque la palabra “ser”, elaborada por mí, está sacada desde una existencia creada. A mí se me ha dado el ser. Yo tengo mi ser, no por mí mismo. Yo soy el resultado de una cantidad enorme de “casualidades”, pero, ni siquiera pudieron preguntarme si quería ser. Tuve un comienzo: empecé a ser.

 

Tú, Señor, no debes la existencia a nadie. Por eso Tu ser no es como el mío. Si digo que eres, en el fondo, no sé lo que digo.

 

A pesar de todo, sé que eres. Como seas, pero eres.

 

Sé que me amas y que me proteges. No sé cómo me amas y proteges, pero lo creo porque lo dijo Jesús.

 

Sé que me has dado la vida, la que tengo. Y que en algo me parezco a Ti.

 

Sé que, entre todas las palabras fabricadas por los hombres, hay una que se Te puede aplicar con menos riesgo de equivocarse que las demás: la palabra “padre”. También lo dijo Jesús.

 

Esa es mi ciencia: mitad pensamiento, mitad fe. Esa es mi certeza. Esa es la razón de mi alegría y mi seguridad. Eres como mi Roca, como mi Fundamento.

 

Intuyo que esperas de mí lo que todo padre: que su hijo se fíe de él y se parezca en algo a él.

 

No te ofreceré más sacrificios, ni altares. Sólo mi fe.

 

“Tú no quieres sacrificios ni ofrendas;

no pides sacrificio expiatorio,

entonces yo digo: Aquí estoy”.

(Salmo 39)

 

 

 

 

EL MISTERIO

 

 

Pienso que Dios no es el Misterio. Pienso que nosotros somos un misterio. Cuando me crujen, nuevamente, todos los huesos, cuando estoy

 

como lechuza en la estepa,

como búho entre ruinas,

gimiendo como pájaro sin pareja en el tejado.

Mis enemigos me insultan sin descanso,

furiosos contra mí me maldicen.

En vez de pan, como ceniza,

mezclo mi bebida con llanto.

(salmo, 101)

 

Entonces necesito un Padre. No sé si se llama Yahvé, Dios, o Zeus (me gusta más Yahvé). Pero necesito que sea Padre. Y necesito un hermano con experiencia. Y necesito una fuerza que no tengo, como una brisa refrescante, como una lengua de fuego que me caliente y me ilumine.

 

Me estoy haciendo mi catecismo desde la vida ¡qué mal me explicaron la trinidad! ¡Qué mal me explicaron la eucaristía! Con palabras que disecan la vida (“transustanciación”). ¡Qué mal me explicaron la Encarnación!

 

Hoy necesito a aquel Palestino que me traía al Padre y me sanaba. Necesito a la señora María. No la quiero “virgen”: la quiero madre, en silencio, sin entender nada. Necesito un trozo de pan y un vaso de vino que me lo ofrezca un hermano. Necesito estrechar la mano a todos, perdonar y que me perdonen: necesito un Padre, un Hermano, una Fuerza.

 

No me han servido de nada los misterios que me enseñaron y que estudié. Tuve muchos escribas y muchos sacerdotes y un Templo y una Torá muy larga, pero no había agua. Siempre seguía con sed. Soy el ciego Bartimeo, el paralítico de toda la vida, la mujer encorvada, el leproso marginado, con miedo en la mar y cojo en tierra. Incluso, a veces, apesto como Lázaro amortajado.

 

Necesito un padre ¡me da lo mismo cómo se llame! Necesito un hermano para hacer camino con él  Necesito una fuerza para llorar, para soñar, para esperar, para vivir.

 

 

 

 

¿Es Dios el problema?

 

 

El objetivo es el hombre. Que una creatura, inteligente y libre llegue a parecerse a Dios tanto como para llamarle Padre.

 

Para eso trabaja Dios. Por eso se implica personalmente con Jesús, en la masa humana. Esa es la única razón de ser de la Iglesia. La Iglesia de los cristianos no tiene como objetivo el culto al Altísimo, su objetivo es que la empresa de Dios - la creación - produzca beneficios de humanidad. Eso es cristianismo.

 

En la historia de los hombres proliferaron siempre las religiones dedicadas a aplacar a los dioses, a dar culto a la divinidad, a someterse a los designios ocultos de un poder supremo, a tener a Dios o los dioses contentos, a construir templos y altares a todo dios que apareciese en el mapa.

 

Desde Jesús, cuando llegó la plenitud de los tiempos, hubo un cambio de agujas. Él, su Padre, y los que quieran seguirle, todos en busca de los cojos, los ciegos, los paralíticos, los encarcelados, los contrahechos, los esclavizados por cualquier ideología. ¡A desatar ataduras, a liberar lenguas trabadas, a dejar vivir, a dejar crecer! Porque sólo a partir de la libertad se puede construir un hombre pleno y un hijo del Padre común.

 

¿Por qué las masas, por qué los individuos se alejan de la realidad Dios? Dios no estorba en el mundo. ¡Pero si Dios no habla, ni se mete en nada! Son los técnicos en Dios, los que afirman ser poseedores de la franquicia de lo divino, quienes lo han hecho indigesto.

 

Y es muy sangrante la situación, porque la vida de una persona se queda sin sentido cuando se le cierra el tragaluz hacia el algo más, a la trascendencia, es decir a Dios. Dios es clave de bóveda que abre una esperanza a la angustia del yo. Dios salva, no oscurece el horizonte. Todo resulta más absurdo aún, sin Dios.

 

No es tan fácil prescindir de Dios. Ha de ser admitido o rechazado. El agnóstico, el que no sabe no contesta, corre peligro de ser un cobarde, un fugitivo. Nunca el hombre será más hombre que cuando rechace o admita a Dios. Y nunca Dios mostrará más respeto al hombre que cuando acepte su veredicto.

 

La libertad del hombre llega hasta el punto de poder equivocarse, pero incluso equivocado, tendrá que ser honesto consigo mismo para evitar la autodestrucción. En esa solitaria instancia le espera su conciencia, su realización humana.

 

 

 

 

ÚLTIMA TARDE

 

 

En lo que respecta a Dios, vivimos en medio de la noche. Dios no es evidente. Sin embargo no podemos quitarnos de encima su sombra. A veces, sombra luminosa más que un mediodía. A veces, noche cerrada en la que la sombra sólo es sospecha. Noche, sombra, sospecha, pero siempre presente.

 

¿Dios Padre?

 

Tenue llama vacilante, que nunca se apaga.

 

Soporté tormentas, inundaciones, bajo techo y a la intemperie. Nunca se apagó la temblorosa llama.

 

Seguía ahí. Al derrumbarse todo, seguía ahí. Débil. Gritando sin gritar que Dios seguía allí.

 

Dios debe ser muy terco. Nunca pierde la esperanza. Nunca abandona.

 

No es el hijo que busca al Padre. Es el Padre que nunca deja la colina, soñando con la silueta lejana del hijo. Esperando que, por fin, se harte de bellotas y venga a la mesa del Pan y el Vino y los hermanos. No es el Padre quien tarda. Él es la terquedad y la espera. Es el hijo que se entretiene. Se tambalea, de mesón en mesón, quemando una fortuna.

 

Pero es bella la vida si Dios, el Padre, sigue esperando en lo alto de la colina.

 

 

 

 

 

Creo en Dios

 

 

Mira, Dios, por encima de tanta pregunta, creo que eres nuestro Padre, a pesar de tanto desastre, a pesar de tanta injusticia, a pesar de tu silencio. Sin esa fe no soy nada.

 

Me cansaron de Ti. Pero han perdido. Te encontraba en todos los caminos. Todas las esquinas de mi vida guardan un recuerdo tuyo. Te descubro en los ojos de los que se cruzan por mi acera.

 

Ya me he acostumbrado a Ti. No sería capaz de entender el mundo ni la historia sin Ti. No se qué es vida, ni alegría, ni paz si no te nombro a Ti. No me preocupa el presente ni la eternidad.

 

Se que eres, se que existes, se que estás ahí aunque no sepa dónde es el "ahí". Se que nos amas.

 

Eres un Dios difícil. Incomprensible. A veces imposible. No te comprendo. Pero no pretendo comprenderte. Simplemente: creo en Ti. Me fío de Ti.

 

Hasta pronto, mi Dios.

 

 

 

GUERRA DE DIOSES

 

 

Imágenes impactantes las de dos aviones incrustándose en las Torres Gemelas. Después comprendí que aquello era una guerra de Dioses. Alá contra Yahvé. Algo así como una revancha de Alá por los muchos golpes recibidos de Yahvé. Alá surgía de las tumbas medievales para defender la fe atravesando el corazón impío de judíos y cristianos.

 

Considero muy grave, me inspira miedo que en el siglo XXI resurjan las guerras de dioses. A estas alturas, las guerras sólo se organizan por el control de las fuentes de energía, para defender fronteras o por visionarios engreídos. El último que pretendió salvar al occidente cristiano de los ateos comunistas y de los judeos-masones, metió a Dios en un baño de sangre.

 

Pensaba yo que, al menos las guerras, se habían secularizado. Produce pánico y asombro que los seres humanos continúen matándose. Pero es monstruoso que alguno o ambos cuarteles de mando alisten a Dios en sus filas.

 

Hay que licenciar a Dios de cualquier guerra. Deseo - para ayudar a Dios y salvar al hombre- que la tierra se secularice. Deseo que respetemos el silencio de Dios, que no manoseemos su nombre.

 

Desacralizar los templos para sacralizar el único templo de Dios: el hombre. Desacralizar la historia, para devolver el protagonismo y su responsabilidad al hombre. Desacralizar las Escrituras para buscar la única palabra de Dios: Jesús. Desacralizar el poder para dejar a Dios ser solo Dios.

 

Dios no se ha empadronado en ningún municipio, ni en La Meca, ni en Jerusalén, ni en Roma... tres lugares sagrados que tienen como piedra angular un libro santo. Fincas dedicadas a la divinidad, convertidas en nido de fanatismos, condenas, crueldades y soberbias. Pienso que sería, ya, hora de secularizar la tierra, clausurar todos los centros de peregrinación y sacralizar sólo al hermano con hambre, con desnudez, con lágrimas: ese es el “lugar santo” en el que Dios habita.

 

Habrá que revisarlo todo. Escribir un nuevo diccionario. Qué es Dios; quién es Yahvé; quién es Alá. Qué es tener fe. Qué es incredulidad. ¿Y el hombre, el ser humano, qué papel juega en estas guerras de dioses?

 

Si eres honesto contigo mismo. Si eres persona, y no integrante de un rebaño. Y si además sospechas o crees en un Ser superior y supremo, yo me atrevo a sugerirte que permanezcas en silencio sin hacer caso del tiempo y del espacio. No utilices palabras. Toda palabra está contaminada. Yahvé, Dios, Alá forman parte de un diccionario corrompido, inútil para identificar ese ser supremo y superior de cuya existencia sospechas o en quien crees. Se que el hombre necesita conceptos y por tanto palabras. Pero, por una vez, intenta borrar palabras y conceptos y quedarte, como en blanco, aceptando la presencia oculta del Alguien.

 

Es posible que el silencio sea el mejor idioma, el último recurso para hablar con ese Alguien.


 

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