DIOS
Silencio de Dios
Tú que hablabas tanto, que acallabas a los doctores, que
deslumbrabas a fariseos y sacerdotes, cuando llegó el momento de
la verdad, pasaste la barrera del sonido y entraste en el
silencio. Lo más desconcertante, tu misterio, estuvo en el
silencio.
“Palabra de Dios, palabra de Dios”, repetimos ingenuamente en
la liturgia… ¡Pero si Yahvé no dijo nunca nada! El misterio de
Dios está, sigue estando, al otro lado del silencio.
Mientras tanto, los que dicen representarte, tus delegados, no
hacen más que hablar, hablar... Y quieren que todos callen, pero
ellos no cesan de hablar. ¿Cuándo callarán? A ver si en medio
de un gran silencio oímos tu palabra.
No entendieron bien, Señor, aquello de “id y anunciad el
evangelio”. Lo tradujeron mal. Te han convertido en un
detergente, en una pasta de dientes. Se ha entrado en la
competencia publicitaria. Renovar, actualizar tu mensaje es
encontrar un nuevo spot publicitario.
Creyeron que anunciar era hablar y hablar. Y, de tanto hablar,
se han resquebrajado las campanas.
Ya nadie escucha tu palabra de silencio.
Tú eres levadura que fermenta en silencio.
Tú eres luz que no deslumbra.
Tú eres trigo que se hunde en la tierra.
Tú eres tesoro escondido.
Tú eres piedra de valor perdida.
Tú eres oración a medianoche.
Tú eres sal que se disuelve.
Tú eres campesino anónimo de Nazaret.
Tú eres el silencio crucificado.
Dios entre brumas
¿Y por qué Dios no nos ha dicho claramente, directamente,
irrefutablemente lo que Él es, lo que Él quiere, lo que Él
exige, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es verdad, lo
que es medio verdad y lo que es mentira? ¿Por qué este juego de
adivinanzas? Esta historia de Dios y el ser humano ¿no huele un
poco a cachondeo? Si nos ama tanto... ¿por qué no habla claro de
una puñetera vez?
Esto lo he pensado yo más de una vez. Y quizá lo has pensado tú,
y tú, y el otro.
Sin embargo, la respuesta es no sólo buena, sino bella.
Cuenta la Biblia que los Israelitas, en el desierto,
comprendieron que ellos no podían hablar directamente con Yahvé.
Porque si lo hacían morirían, “moriremos”.
Iba quedando claro que Yahvé era distinto a los demás dioses: de
Yahvé no podían hacer una imagen, no sólo material, es que ni
siquiera moral, ni sicológica, ni ideológica... (Esto lo
demuestra muy bien el gran Gerhard Von Rad, en su Teología del
Antiguo Testamento).
De Dios no podemos saber casi nada. Quien crea en Jesús, a
través de Jesús sacará algo. Pero, al modo humano, difícilmente
transportable a lo divino. Jesús es lo más que puede decirle
Dios al hombre.
Para que haya ser humano, tiene que haber libertad. La libertad
exige, por definición, la posibilidad de elegir. Si “ves” a
Dios, ya no puedes elegir otra cosa, y dejas de ser eso que
llamamos: ser humano en la tierra en su condición mortal. Si por
“ver” a Dios el hombre pierde su libertad, nos quedamos sin
hombre.
Por eso la bruma; por eso la duda; por eso la necesidad de la fe
–moviéndose siempre en la penumbra-.En este caso, la luz total
mataría al hombre.
El evangelio nos ayuda a encontrar a Dios. Pero ¡con qué
trabajo! Jesús es camino que no se “impone”. El que no quiera
ver, no ve. ¡Máximo respeto al hombre!
Yo necesito que Dios exista
No me quitéis, también, esa esperanza.
Lo sé. Mi necesidad no es un argumento en pro de la existencia
de Dios. No hay argumento que demuestre su existencia.
Pero no escribo desde una Teodicea imposible. Ni escribo
Teología. Grito desde la existencia.
En el Evangelio encuentran a Jesús los angustiados, los que le
necesitan. Algo de eso me ocurre a mí con Dios.
A la Iglesia, S.A. no le hace falta Dios. Funcionaría bien sin
Él. Tiene medios. Es respetada. Tiene poder. Influye en el
mundo.
A quien le hace falta es a mí, a Sudamérica, a África, a todos
los suburbios del mundo.
Y necesito que Jesús, su Enviado, no haya sido una leyenda.
Repito. El hecho de que yo necesite a Dios, no es prueba de su
existencia.
Y comprendo que el que tiene todo, casi todo, o lo que se puede
tener, no necesite a Dios. Pero, a mí, que se me ha ido
rompiendo todo entre las manos y sólo me quedan las heridas, no
me quitéis a Dios.
No lo dejo todo para seguir a Dios. Mi problema es que no tengo
nada. No me digáis que tampoco existe Dios. Si alguien tiene una
prueba definitiva de su no-existencia, que se la calle, por
favor.
No soy imparcial ante Dios. El que tiene hambre no puede ser
imparcial.
Dios debería existir aunque existiera sólo para los pobres. ¿No
es eso lo que proclaman las Bienaventuranzas?
DESCUBRIENDO A DIOS
El Antiguo Testamento no es un hallazgo de Dios. Sólo es una
aproximación. Un paso más. Una ayuda. Un tenue amanecer entre
nubes. Un camino, no un encuentro. En el Antiguo Testamento no
hay un retrato fiel de Dios ni de su rostro ni de su
pensamiento. No hay respuestas unívocas de catecismo y con sello
de garantía. Sólo hay huellas, pistas que van llevando, en un
proceso lento, hacia la sorpresa oculta desde el comienzo de los
tiempos: Jesús de Nazaret.
Y el mismo Jesús no se olvidó de decirle a los suyos, según nos
recuerdan los evangelistas, que ni con él estaba todo dicho.
Quedaban muchas cosas por decir y que ya se irían aclarando a lo
largo de los tiempos.
La verdad sobre Dios, sobre Jesús, sobre el hombre. La historia
no quedó cerrada. Sigue abierta. El universo y el hombre son
seres en evolución. Todo está sin cerrar. No existen ideas
terminadas.
Para el creyente en la Divinidad, junto a esta evolución, dentro
de esta evolución, produciendo esta evolución “camina”
Dios.
El que detecta la presencia de Dios en el caos de su propia
vida, en el caos de la historia de la humanidad está
“inspirado”, intuye a Dios. Y no hay re-velación si no se
mantienen las puertas abiertas para la fe.
Y es que la historia de la creación -o si se quiere la historia
de la plenificación humana- camina junto a una sucesión de
Teofanías progresivas de Dios, como un negativo que se va
“revelando” con la marea del tiempo, o con el caer de las
legañas de los ojos inmaduros del ser humano.
Dios se va dando a conocer en la medida en la que el mundo y el
hombre se van construyendo. O puede que no sea Dios el que se va
dando a conocer (Teofanía), sino que es el hombre el que va
encontrando, en su desarrollo progresivo, a Dios que siempre
está ahí. “Pues resulta que Dios
estaba aquí y yo no lo había
visto” Génesis, 28, 16.
Creo en Ti, Señor
Yo no te he fabricado. Por eso no puedo comprenderte.
Estoy seguro de que eres. No puedo decir más. No puedo
decir que estás aquí ni ahí. Cualquier palabra fabricada por la
mente humana falla cuando se aplica a Ti. Aquí y allí es
espacio, y a Ti no te afecta el espacio, ni el tiempo porque no
eres creatura.
No puedo decir de Ti que eres justo, porque mi concepto de
justicia es propio de creaturas. No puedo decir que eres grande,
ni pequeño, porque son dimensiones relativas, ingenuas. Me
sirven a mí, pero no para hablar de Ti.
Hasta cuando digo que eres, me equivoco. Porque la
palabra “ser”, elaborada por mí, está sacada desde una
existencia creada. A mí se me ha dado el ser. Yo tengo mi
ser, no por mí mismo. Yo soy el resultado de una cantidad enorme
de “casualidades”, pero, ni siquiera pudieron preguntarme si
quería ser. Tuve un comienzo: empecé a ser.
Tú, Señor, no debes la existencia a nadie. Por eso Tu ser
no es como el mío. Si digo que eres, en el fondo, no sé
lo que digo.
A pesar de todo, sé que eres. Como seas, pero eres.
Sé que me amas y que me proteges. No sé cómo me amas y proteges,
pero lo creo porque lo dijo Jesús.
Sé que me has dado la vida, la que tengo. Y que en algo me
parezco a Ti.
Sé que, entre todas las palabras fabricadas por los hombres, hay
una que se Te puede aplicar con menos riesgo de equivocarse que
las demás: la palabra “padre”. También lo dijo Jesús.
Esa es mi ciencia: mitad pensamiento, mitad fe. Esa es mi
certeza. Esa es la razón de mi alegría y mi seguridad. Eres como
mi Roca, como mi Fundamento.
Intuyo que esperas de mí lo que todo padre: que su hijo se fíe
de él y se parezca en algo a él.
No te ofreceré más sacrificios, ni altares. Sólo mi fe.
“Tú no quieres sacrificios ni ofrendas;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: Aquí estoy”.
(Salmo 39)
EL MISTERIO
Pienso que Dios no es el Misterio. Pienso que nosotros somos un
misterio. Cuando me crujen, nuevamente, todos los huesos, cuando
estoy
como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas,
gimiendo como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso,
furiosos contra mí me maldicen.
En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto.
(salmo, 101)
Entonces necesito un Padre. No sé si se llama Yahvé, Dios, o
Zeus (me gusta más Yahvé). Pero necesito que sea Padre. Y
necesito un hermano con experiencia. Y necesito una fuerza que
no tengo, como una brisa refrescante, como una lengua de fuego
que me caliente y me ilumine.
Me estoy haciendo mi catecismo desde la vida ¡qué mal me
explicaron la trinidad! ¡Qué mal me explicaron la eucaristía!
Con palabras que disecan la vida (“transustanciación”). ¡Qué mal
me explicaron la Encarnación!
Hoy necesito a aquel Palestino que me traía al Padre y me
sanaba. Necesito a la señora María. No la quiero “virgen”: la
quiero madre, en silencio, sin entender nada. Necesito un trozo
de pan y un vaso de vino que me lo ofrezca un hermano. Necesito
estrechar la mano a todos, perdonar y que me perdonen: necesito
un Padre, un Hermano, una Fuerza.
No me han servido de nada los misterios que me enseñaron y que
estudié. Tuve muchos escribas y muchos sacerdotes y un Templo y
una Torá muy larga, pero no había agua. Siempre seguía con sed.
Soy el ciego Bartimeo, el paralítico de toda la vida, la mujer
encorvada, el leproso marginado, con miedo en la mar y cojo en
tierra. Incluso, a veces, apesto como Lázaro amortajado.
Necesito un padre ¡me da lo mismo cómo se llame! Necesito un
hermano para hacer camino con él Necesito una fuerza para
llorar, para soñar, para esperar, para vivir.
¿Es Dios el problema?
El objetivo es el hombre. Que una creatura,
inteligente y libre llegue a parecerse a Dios tanto
como para llamarle Padre.
Para eso trabaja Dios. Por eso se implica personalmente
con Jesús, en la masa humana. Esa es la única razón de ser de la
Iglesia. La Iglesia de los cristianos no tiene como objetivo el
culto al Altísimo, su objetivo es que la empresa de Dios - la
creación - produzca beneficios de humanidad. Eso es
cristianismo.
En la historia de los hombres proliferaron siempre las
religiones dedicadas a aplacar a los dioses, a dar culto a la
divinidad, a someterse a los designios ocultos de un poder
supremo, a tener a Dios o los dioses contentos, a construir
templos y altares a todo dios que apareciese en el mapa.
Desde Jesús, cuando llegó la plenitud de los tiempos, hubo un
cambio de agujas. Él, su Padre, y los que quieran seguirle,
todos en busca de los cojos, los ciegos, los paralíticos, los
encarcelados, los contrahechos, los esclavizados por cualquier
ideología. ¡A desatar ataduras, a liberar lenguas trabadas, a
dejar vivir, a dejar crecer! Porque sólo a partir de la libertad
se puede construir un hombre pleno y un hijo del Padre común.
¿Por qué las masas, por qué los individuos se alejan de la
realidad Dios? Dios no estorba en el mundo. ¡Pero si Dios no
habla, ni se mete en nada! Son los técnicos en Dios, los que
afirman ser poseedores de la franquicia de lo divino, quienes lo
han hecho indigesto.
Y es muy sangrante la situación, porque la vida de una persona
se queda sin sentido cuando se le cierra el tragaluz hacia el
algo más, a la trascendencia, es decir a Dios.
Dios es clave de bóveda que abre una esperanza a la angustia del
yo. Dios salva, no oscurece el horizonte. Todo resulta más
absurdo aún, sin Dios.
No es tan fácil prescindir de Dios. Ha de ser admitido o
rechazado. El agnóstico, el que no sabe no contesta, corre
peligro de ser un cobarde, un fugitivo. Nunca el hombre será más
hombre que cuando rechace o admita a Dios. Y nunca Dios mostrará
más respeto al hombre que cuando acepte su veredicto.
La libertad del hombre llega hasta el punto de poder
equivocarse, pero incluso equivocado, tendrá que ser honesto
consigo mismo para evitar la autodestrucción. En esa solitaria
instancia le espera su conciencia, su realización humana.
ÚLTIMA TARDE
En lo que respecta a Dios, vivimos en medio de la noche. Dios no
es evidente. Sin embargo no podemos quitarnos de encima su
sombra. A veces, sombra luminosa más que un mediodía. A veces,
noche cerrada en la que la sombra sólo es sospecha. Noche,
sombra, sospecha, pero siempre presente.
¿Dios Padre?
Tenue llama vacilante, que nunca se apaga.
Soporté tormentas, inundaciones, bajo techo y a la intemperie.
Nunca se apagó la temblorosa llama.
Seguía ahí. Al derrumbarse todo, seguía ahí. Débil. Gritando sin
gritar que Dios seguía allí.
Dios debe ser muy terco. Nunca pierde la esperanza. Nunca
abandona.
No es el hijo que busca al Padre. Es el Padre que nunca deja la
colina, soñando con la silueta lejana del hijo. Esperando que,
por fin, se harte de bellotas y venga a la mesa del Pan y el
Vino y los hermanos. No es el Padre quien tarda. Él es la
terquedad y la espera. Es el hijo que se entretiene. Se
tambalea, de mesón en mesón, quemando una fortuna.
Pero es bella la vida si Dios, el Padre, sigue esperando en lo
alto de la colina.
Creo en Dios
Mira, Dios, por encima de tanta pregunta, creo que eres nuestro
Padre, a pesar de tanto desastre, a pesar de tanta injusticia, a
pesar de tu silencio. Sin esa fe no soy nada.
Me cansaron de Ti. Pero han perdido. Te encontraba en todos los
caminos. Todas las esquinas de mi vida guardan un recuerdo tuyo.
Te descubro en los ojos de los que se cruzan por mi acera.
Ya me he acostumbrado a Ti. No sería capaz de entender el mundo
ni la historia sin Ti. No se qué es vida, ni alegría, ni paz si
no te nombro a Ti. No me preocupa el presente ni la eternidad.
Se que eres, se que existes, se que estás ahí aunque no sepa
dónde es el "ahí". Se que nos amas.
Eres un Dios difícil. Incomprensible. A veces imposible. No te
comprendo. Pero no pretendo comprenderte. Simplemente: creo en
Ti. Me fío de Ti.
Hasta pronto, mi Dios.
GUERRA DE DIOSES
Imágenes impactantes las de dos aviones incrustándose en las
Torres Gemelas. Después comprendí que aquello era una guerra de
Dioses. Alá contra Yahvé. Algo así como una revancha de Alá por
los muchos golpes recibidos de Yahvé. Alá surgía de las tumbas
medievales para defender la fe atravesando el corazón impío de
judíos y cristianos.
Considero muy grave, me inspira miedo que en el siglo XXI
resurjan las guerras de dioses. A estas alturas, las guerras
sólo se organizan por el control de las fuentes de energía, para
defender fronteras o por visionarios engreídos. El último que
pretendió salvar al occidente cristiano de los ateos comunistas
y de los judeos-masones, metió a Dios en un baño de sangre.
Pensaba yo que, al menos las guerras, se habían secularizado.
Produce pánico y asombro que los seres humanos continúen
matándose. Pero es monstruoso que alguno o ambos cuarteles de
mando alisten a Dios en sus filas.
Hay que licenciar a Dios de cualquier guerra. Deseo - para
ayudar a Dios y salvar al hombre- que la tierra se secularice.
Deseo que respetemos el silencio de Dios, que no manoseemos su
nombre.
Desacralizar los templos para sacralizar el único templo de
Dios: el hombre. Desacralizar la historia, para devolver el
protagonismo y su responsabilidad al hombre. Desacralizar las
Escrituras para buscar la única palabra de Dios: Jesús.
Desacralizar el poder para dejar a Dios ser solo Dios.
Dios no se ha empadronado en ningún municipio, ni en La Meca, ni
en Jerusalén, ni en Roma... tres lugares sagrados que tienen
como piedra angular un libro santo. Fincas dedicadas a la
divinidad, convertidas en nido de fanatismos, condenas,
crueldades y soberbias. Pienso que sería, ya, hora de
secularizar la tierra, clausurar todos los centros de
peregrinación y sacralizar sólo al hermano con hambre, con
desnudez, con lágrimas: ese es el “lugar santo” en el que Dios
habita.
Habrá que revisarlo todo. Escribir un nuevo diccionario. Qué es
Dios; quién es Yahvé; quién es Alá. Qué es tener fe. Qué es
incredulidad. ¿Y el hombre, el ser humano, qué papel juega en
estas guerras de dioses?
Si eres honesto contigo mismo. Si eres persona, y no integrante
de un rebaño. Y si además sospechas o crees en un Ser superior y
supremo, yo me atrevo a sugerirte que permanezcas en silencio
sin hacer caso del tiempo y del espacio. No utilices palabras.
Toda palabra está contaminada. Yahvé, Dios, Alá
forman parte de un diccionario corrompido, inútil para
identificar ese ser supremo y superior de cuya existencia
sospechas o en quien crees. Se que el hombre necesita conceptos
y por tanto palabras. Pero, por una vez, intenta borrar palabras
y conceptos y quedarte, como en blanco, aceptando la presencia
oculta del Alguien.
Es posible que el silencio sea el mejor idioma, el último
recurso para hablar con ese Alguien.
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