A Monseñor Munilla
Estimado José Ignacio Munilla, estimado Monseñor:
No sé
si hago bien llamándole así, "Monseñor", pues Jesús nos
prohibió de manera expresa y tajante llamar a nadie
"señor" en esta tierra, o "padre, o "maestro". Si me
permite, preferiría llamarle simplemente "hermano", pues
así nos enseñó el mismo Jesús: "Todos vosotros sois
hermanas, sois hermanos, y nadie debe estar por encima
de nadie". Son palabras de Jesús. En nombre de Jesús,
permítame dirigirme a Ud. como hermano, con respeto
evangélico, con libertad evangélica, con responsabilidad
evangélica.
Su
nombramiento como obispo
-otra
palabra que no es de Jesús-
de esta mi diócesis de San Sebastián ha sido percibida
por muchos como un abuso y una provocación. Yo también
lo veo así, y quiero explicarle por qué.
No
pienso que sea ante todo por razones de índole personal.
No, no es eso. Ud. es con toda honra hijo de su padre y
de su madre, Ud. es con todo derecho hijo de la patria
que le enseñaron a amar, y tiene con todo derecho las
ideas teológicas que le enseñaron o que quiso aprender.
Yo no le reprocho nada de ello: ¿cómo podría yo
reprocharle, hermano Munilla, tener sus raíces y ser
quien es? Reconozco, además, que posee una mente
poderosa, y estoy seguro de que, a pesar de su rostro
severo, está lleno de ternura.
Sin
embargo, permítame que le diga con la misma sinceridad:
su nombramiento me parece un abuso hiriente y una burda
provocación.
Todo
nos hace pensar que su designación responde a una oscura
estrategia largamente diseñada y fríamente aplicada.
Todo hace pensar que de Roma vino lo que a Roma fue
-sucede
siempre, y esta vez quizá más-,
que su nombramiento se sitúa dentro de la política
vaticana de restauración de la Iglesia preconciliar, que
su destino en San Sebastián ya estaba previsto cuando le
nombraron obispo de Palencia hace tres años, que su
candidatura ha sido impuesta sobre otras por las
poderosas influencias de Mons. Rouco Varela en los
dicasterios curiales y en los palacios del Vaticano, que
su nombramiento es la culminación del expreso (y viejo)
propósito de someter a las diócesis vascas al proyecto
teológico, eclesial y político dominante del episcopado
español.
Sí,
también " político": no es casualidad que todos los
nombramientos episcopales de los últimos años en el
Estado español se alineen con la derecha más agresiva, y
no es casualidad que Ud. sea tan ferviente nacionalista
español y tan visceral antinacionalista vasco.
Su
nombramiento me parece un abuso y una provocación. Ud.
ha sido impuesto como obispo contra el sentir
ampliamente mayoritario de los cristianos de esta
diócesis. La dignidad humana y eclesial ha sido
doblemente lesionada. Nunca en estas diócesis, desde el
Concilio Vaticano II (1962-1965), los cauces de consulta
diocesana han sido tan ofensivamente excluidos y
contradichos. Y todo ello con nocturnidad y alevosía,
con secretismo y ocultación.
¿Dónde está aquella Iglesia de Jesús que debiera ser
modelo de transparencia? "Que vuestro lenguaje sea sí
cuando es sí y no cuando es no",
nos dijo también Jesús, pero vemos con dolor que la
institución católica es en muchos aspectos modelo de
clandestinidad y ocultismo.
Yo sé
bien que Ud. no es responsable, y no es a Ud. a quien
denuncio. Yo denuncio el perverso sistema eclesial que
hace casi inevitable que lleguemos, una vez más, a esta
situación escandalosa. Una de las raíces fundamentales
del mal es el sistema vigente de elección de los
obispos.
Ud.
sabe bien que Jesús no designó obispo alguno, que no
eligió a los "12 apóstoles" para ser dirigentes de las
comunidades y que de hecho no lo fueron, que la teoría
según la cual los obispos son "sucesores de los
apóstoles" no es de Jesús, ni de Pedro, ni de Pablo,
sino de Ireneo de Lyón a finales del siglo II, y que
cuando él habla de sucesión apostólica no habla
solamente del obispo de Roma y que para él todos los
obispos tienen la misma autoridad.
Y Ud.
sabe bien que los dirigentes de las comunidades eran
elegidos por las propias comunidades. Ud. conoce el
escueto principio formulado por San Celestino (obispo de
Roma, o si lo prefiere "papa") a mediados del s. IV:
"ningún obispo ha de ser impuesto".
Ud.
sabe que Roma no se arrogó el derecho de nombrar obispos
hasta el s. XIV, y que lo hizo justamente para atajar la
injerencia creciente de las nacientes monarquías
europeas. Hoy carece de todo sentido.
La
institución eclesiástica católica es hoy la única
monarquía absoluta de Europa. ¿Cómo será así hogar de
humanidad, profecía de liberación, sacramento de Jesús?
¿Qué
sentido tiene que el obispo de Roma tenga el poder de
nombrar a los más de 5.000 obispos de los cinco
continentes y que de esta manera maneje a toda la
Iglesia de acuerdo a su teología particular, con su
numerosa corte de nuncios y de presidentes politizados
de Conferencias episcopales, en medio de intrigas
curiales? ¿Llamamos a eso Iglesia de Jesús, animada por
el Espíritu de Dios que libera y consuela?
Sí,
ésa es mi Iglesia, pero mi Iglesia es mucho más que esa
estructura que no sólo no libera, sino que oprime.
Mi
Iglesia es una gran comunidad de comunidades diferentes
entre sí, diferentes también dentro de sí. Mi Iglesia es
una multitud de hombres y mujeres de carne y hueso,
hermanas y hermanos de todos los hombres y mujeres con
su debilidad y su bondad. Mi Iglesia está llena de
evangelio en medio de todas sus contradicciones. En esta
Iglesia quiero ser yo también hermano, y quiero
reconocer mis contradicciones y quiero dejarme conducir
por el evangelio hacia el evangelio.
Mi
Iglesia no se considera la única Iglesia verdadera. Mi
Iglesia no separa creyentes y no creyentes. Mi Iglesia
no excomulga. En esta Iglesia quiero ser amigo de Jesús
y de todos los que sufren y buscan. En esta Iglesia
quiero ser hermano, quiero ser libre.
Hermano Munilla, permítanos ser libres en esta Iglesia,
tan libres como lo fue, por ejemplo, Pablo con Pedro, o
Juan con Pedro y Pablo, o Cipriano de Cartago con el
obispo de Roma Esteban; tan libres como, por ejemplo,
fray Antonio de Padua cuando predicaba con la bendición
de San Francisco (¿ha leído Ud. sus sermones? Todas mis
críticas a los obispos, en comparación con las suyas,
son de merengue).
Permítanos ser tan libres al menos como lo fue Ud. mismo
en sus años de presbítero de esta diócesis, y nadie le
excomulgó. No llegue a esta diócesis, su diócesis, con
esas palabras de excomunión que le hemos oído hace bien
poco. No llegue con argumentos de autoridad. Venga con
el argumento de la razón, la palabra y el diálogo, pues
no hay otro lugar para la verdad. Venga como hermano, y
sea bienvenido. ¡Paz y bien!
José Arregi
Para orar
QUIENQUIERA QUE SEAS
Quienquiera que seas,
has entrado en esta casa donde habita el Dios que lo habita
todo.
Quienquiera que seas, Él te acoge,
con tus alegrías y tus penas,
tus éxitos y tus fracasos,
tus esperanzas y tus decepciones.
¡Sé bienvenido!
Otras generaciones antes que tú han amado este lugar,
han contribuido a construirlo, a embellecerlo;
han orado en él.
Respétalo. Haz silencio.
Si eres creyente, ora.
Si buscas, reflexiona.
Si dudas, pide luz.
Si sufres, pide fuerza.
Si estás alegre, da gracias,
y ¡ojalá puedas seguir estando alegre!
En esta casa, también podrás encontrar hermanas y hermanos,
y elevar a Dios tu plegaria juntamente con ellos.
¡Que el paso por este lugar caliente tu corazón y alegre
tus ojos!
Quienquiera que seas, Dios te acoge.
Acógele también tú.
(Texto escrito en la puerta de la Iglesia Sainte Catherine,
Bruselas)