EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Un lenguaje libre para hablar de la Pascua

 

 

Amigos, amigas.

 

Normalmente, nos referimos a la Pascua con el término "Resurrección". Pero podemos plantearnos, a propósito de este término, dos cuestiones previas:

1) ¿El término "resurrección" agota el contenido de la Pascua? Evidentemente no.

2) ¿Es la categoría más adecuada para expresar lo que Dios hace en la Pascua de Jesús y en la Pascua de todas las criaturas? Seguramente no.

 

Ninguna palabra debe ser absolutizada, precisamente para que exprese mejor aquello que quiere indicar, sugerir, inspirar. "Entrar en el Reino de Dios", "gozar de la vida eterna", "estar en el seno de Abrahán" o "en el paraíso", "participar en el banquete del Reino"... son expresiones neotestamentarias en buena parte sinónimas de "resurrección" en general.

 

"Ser exaltado" o "elevado" o "glorificado", "sentarse a la derecha de Dios", "subir al cielo" o "al Padre", "ser asumido al cielo"... son fórmulas prácticamente sinónimas de "resurrección" de Jesús. No hay que aferrarse a las palabras, sino dejarse orientar por ellas.

 

Esto ya lo supieron los primeros cristianos que hablaron de la Pascua. El Nuevo Testamento no nos brinda el acceso a la Pascua pura en sí, sin palabras e imágenes, sino a través de la interpretación.

 

Y quien dice "interpretación" dice siempre, en alguna medida, "interpretaciones". Claro indicio de ello es la pluralidad de categorías utilizadas para designar el acontecimiento pascual: "resucitar", "exaltar", "glorificar", "ascender al cielo"...

 

"Resurrección" no es, pues, el único término, ni siquiera el más frecuente. Los diferentes términos responden a un doble esquema básico: el esquema "resurrección" y el esquema "exaltación".

 

El esquema "resurrección"egeirein (despertar o despertarse, levantar o levantarse), anistemi (levantar o levantarse)–, más frecuente en las confesiones y en las fórmulas pascuales de fe (Rom 10,9; 1 Cor 6,14; 15,15; Lc 24,34; Hch 2,24), interpreta la Pascua con la metáfora del retorno a la vida de un muerto o del despertarse del sueño de la muerte.

 

Y es significativo que Dios sea prácticamente siempre el sujeto de estos verbos tanto en su forma activa ("Dios ha resucitado a Jesús") como en su forma pasiva ("Jesús ha sido resucitado por Dios"). La afirmación pascual es originariamente una afirmación teológica y no directamente cristológica; el centro fundamental de interés es la acción de Dios que se ha puesto del lado de Jesús crucificado, devolviéndole a la vida.

 

Dios ha cumplido lo que se confesaba de él en la oración sinagogal de las 18 bendiciones: "Bendito seas, Señor, que resucitas a los muertos".

 

La afirmación teológica conlleva implícitamente, eso sí, una afirmación cristológica que irá desarrollándose paulatinamente.

 

El esquema "exaltación", a su vez, más frecuente en los himnos, se refracta en una gran profusión de expresiones:

 

Dios lo exaltó (Flp 2,9),

le ha declarado Señor (Flp 2,11),

Dios le ha constituido Señor y Mesías (Hch 2,36),

lo ha exaltado a su derecha (Hch 2,33; 5,31),

se sentó a la diestra de Dios (Mc 16,19; Heb 1,3; Col 3,1),

está de pie a la derecha de Dios (Hch 7,55-56),

ha entrado en su gloria (Lc 24,26),

Dios lo ha glorificado (Jn 13,32 y passim),

le ha dado autoridad plena (Mt 28,18),

ha sido elevado al cielo (Lc 24,51; Mc 16,19),

ha subido al cielo (Hch 1,11)...

 

Formas y formas de expresar una misma convicción y vivencia profunda: el condenado ha sido rehabilitado, el humillado ha sido honrado, el que en la cruz no pudo "librarse a sí mismo" se ha convertido en sacramento y lugar de la liberación universal.

 

Marana, tha! Una de la expresiones más significativas del esquema exaltación es la antiquísima invocación aramea Marana tha, la oración probablemente más antigua que se haya dirigido a Jesús (la encontramos en arameo en 1 Cor 16,22 y en Didaché 10,6, en griego en Ap 22,20).

 

Esta escueta plegaria recoge seguramente el núcleo de la confesión pascual primera y de la confesión cristológica primitiva de la primera comunidad cristiana: el crucificado es invocado como mar ("señor").

 

[El término mar era aplicado a un padre, a un juez o a un rey; en Qumrán, aunque rara vez, podía designar incluso a Dios].

 

Es un tratamiento reverencial de uso social y familiar frecuente, que todavía no posee toda la riqueza de significado cristológico que adquirirá con el tiempo su traducción griega por kyrios.

 

Pero es una invocación, una plegaria, y esto es lo revelador: después de crucificado, los primeros discípulos se dirigen a Jesús, le oran. La invocación sitúa a Jesús "en el mundo de Dios", en un "más allá" que, sin embargo, no está separado de nuestra realidad; el crucificado se halla en Dios, que habita nuestro mundo y es, a la vez, su meta.

 

Los primeros cristianos reconocen a Jesús como el humillado glorificado, el condenado rehabilitado, el mártir exaltado por Dios y, según una imagen conocida en la época, "reservado junto a Dios" para los últimos tiempos.

 

Marana, tha! Suplican a Jesús que venga o "vuelva" como "Hijo del hombre" del tiempo final, para llevar a cabo el juicio e inaugurar el tiempo nuevo del consuelo, el tiempo de la restauración de todas las cosas (Hch 3,20-21).

 

En esta invocación están contenidos, potencialmente, todos los títulos de grandeza: Mesías, Hijo del hombre, Hijo de Dios, Señor... Pero, evidentemente, esa cristología de los títulos no se desarrolló de golpe. Tampoco de manera lineal y homogénea.

 

Jesús ha sido resucitado, exaltado, elevado, sentado a la diestra de Dios, constituido Señor, ascendido al cielo... Distintas imágenes para expresar la misma fe y el mismo acontecimiento o, si se quiere, para indicar diversos aspectos que la Pascua conlleva lo mismo para Jesús que para nosotros.

 

Una nota en relación con el "tiempo" pascual.

 

Para el evangelio de Juan, la cruz, la resurrección y el envío del Espíritu (viernes santo, pascua y pentecostés) constituyen un acontecimiento único designado justamente como "exalta­ción".

 

Según el Evangelio de Lucas, la "ascensión" sucede el mismo día de la Pascua (Lc 24,50); es en los Hechos donde Lucas sitúa la resurrección, la exaltación ("ascensión") a los 40 días y la efusión del Espíritu ("pentecostés") a los 50 días como hechos diversos y sucesivos.

 

Los 40 días significan un tiempo sagrado importante, relativamente largo, el tiempo de una generación, que en los Hechos, designan el tiempo que necesitaron los discípulos/as para asimilar las enseñanzas del resucitado.

 

Los 50 días remiten a la fiesta en que los judíos recordaban y actualizaban la alianza del Sinaí.

 

Lucas quiere marcar la diferencia y al mismo tiempo la unidad, la ruptura y la relación, entre el tiempo de Jesús y el tiempo de la Iglesia.

 

Así pues, tanto el lenguaje de la resurrección como el lenguaje de la exaltación son metafóricos. "Despertar", "levantarse", "ser levantado", "revivir"... son metáforas diversas para evocar lo que en la Pascua sucede a Jesús y a todas las criaturas.

 

¿Cómo decir lo que trasciende el mundo de nuestras experiencias empíricas si no es a través de metáforas que desempeñan esa función suprema de la palabra que consiste en abrirnos a lo indecible? Carece de sentido comprender las metáforas en sentido literal.

 

La Pascua no significa que Jesús haya "despertado" de la muerte, ni que el cuerpo físico haya "revivido" ni que Jesús haya "subido" al cielo o se haya sentado a la "derecha" de Dios. La flexibilidad y la libertad están en el origen de toda metáfora, y deben inspirar su reinterpretación.

 

Tanto en la confesión pascual como en la reflexión cristológica ulterior, las diversas comunidades y autores del Nuevo Testamento dieron pruebas fehacientes de libertad y de creatividad, de la imaginación creadora propia del Espíritu.

 

"Cuando hablamos de la resurrección, nos haría falta no olvidar la novedad y el colorido primero de la palabra, cuando apareció por vez primera en su frescura metafórica" (A. Gesché).

 

Las primeras discípulas/os lo dijeron para su tiempo; nosotros debemos decirlo para el nuestro. Ellos lo hicieron con imágenes y palabras que les eran propias; nosotros deberemos hacerlo con las nuestras. Ésta es la primera reflexión teológica que se impone a propósito de la resurrección de Jesús.

 

 

Para orar.

 

QUÉDATE CON NOSOTROS

 

Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas,

sosténlas en sus dificultades,

consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día,

cuando en torno a ellas

se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza.

Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares,

para que sigan siendo nidos donde nazca la vida.

 

Quédate, Señor,

con aquéllos que en nuestras sociedades son más vulnerables;

quédate con los pobres y humildes,

con los indígenas y afroamericanos,

que no siempre han encontrado espacios y apoyo

para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad.

 

Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes,

que son la esperanza y la riqueza de nuestro Continente.

 

Oh buen Pastor,

quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos.

¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y misioneros!

 

 

Benedicto XVI

en Bienaparecida, 13 de Mayo de 2007

 

 

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