EL GRITO DE DIOS
Y LA INDIFERENCIA RELIGIOSA
La jerarquía de la Iglesia católica está seriamente
preocupada por la indiferencia religiosa y el
alejamiento de la fe en la Europa de raíces
tradicionalmente cristianas. ¿Quiere decir eso que
vivimos de espaldas a Dios, que vivimos sin ver ni oír a
Dios?
Pues sí, es bien cierto lo que piensa la Iglesia.
Vivimos de espaldas a Dios, no le escuchamos. No le
hacemos ni caso. Porque Dios sí está, ¡claro que está!
¿Pero, dónde está Dios, dónde se le puede oír? Eso
quizás no lo tiene tan claro ni la Iglesia ni los
cristianos, y cuando la Iglesia habla de Dios no cae en
la cuenta de lo que dice, ni piensa que incurre en lo
mismo que critica.
Dios no habla, Dios grita ¿Cómo no oímos el grito
desgarrador de Dios si es tan potente? Dios llora
amargamente. Se rompe de dolor, porque de dolor se
rompen las madres de Haití ante la muerte de sus hijos
sin nada que poder hacer para evitarlo. Dios también se
rompe de dolor por no poder hacer nada para evitar la
injusticia que se prolonga en un tiempo interminable
torturando a muchos, más de dos tercios de la humanidad.
Decimos que la miseria, el dolor, la enfermedad, la
violación, la guerra, el abandono, la muerte de tantos
clama al cielo. ¡Claro que clama al cielo! Clama al Dios
de la vida, al Goel de los de siempre, que llora
impotente ante tanto desatino, sin saber qué hacer para
consolar lo inconsolable. Sí, Dios llora impotente.
Este lunes pasado, El País centraba en su primera página
una foto hiriente del dolor de una mujer sollozando
medio desnuda, como nos desnudamos para ir al parto,
ante la muerte de su hija de 16 años a causa del cólera.
El de las madres en Haití, es el parto de muerte
continuo. El parto de las violaciones triplicado ahora
por la situación de desastre desde enero del año pasado.
Las mujeres siguen siendo las primeras de las víctimas,
las más hondamente víctimas: víctimas del desastre, del
hambre, del abandono, del dolor porque el cólera se
lleva a sus hijos y, además, de la violación. Violadas
en el cuerpo y en el alma, la mayoría de las embarazadas
llegan a los hospitales con un nivel de deshidratación
que provoca la muerte en el útero de la mayoría de sus
bebés. Parturientas de muerte, doblemente muertas: por
ser violadas y por no poder concluir la vida a causa de
sus carencias más vitales.
¿Cómo vamos a hallar a Dios en los países desarrollados
y ricos sumidos en la indiferencia y el olvido de tanto
desastre al que se suma el cólera? ¿Se le puede
encontrar a Dios entre nosotros, preocupados por las
economías mundiales, por la subida o bajada del Ibex,
por el peligro que corre el euro, por el contagio de la
crisis y los efectos de ésta para la estabilidad
económica mundial (¿o de los estados ricos?), donde la
Iglesia también es otro de los esos estados ricos? (No
olvidemos que la Iglesia católica mantiene el estado
pontificio).
Mientras todo esto, los representantes oficiales de
Jesús dicen que están preocupados por la fe en el Dios
de Jesús. ¿No será realmente que les preocupa su pérdida
de poder? Porque, si realmente les preocupa Dios, han de
ir a consolarlo y urgirnos a todos a hacer lo mismo.
¿Cómo consolar a un Dios inconsolable por tanto
desastre?
Deberíamos quitar los crucifijos de todos los lugares a
los que llamamos sagrados y poner en su lugar la imagen
de la sagrada haitiana de El País del lunes, o tantas
otras imágenes de los crucificados de hoy. Esa mujer,
semidesnuda, con los ojos cerrados, la boca abierta en
un grito que desgarra el alma; ésa hoy es la Hija Amada
de Dios, ahora como antes, como siempre.
Mientras busquemos a Dios en no sé qué otro lugar, para
añadir más riqueza a nuestras cómodas vidas, mientras
tranquilizamos la conciencia diciendo que Haití no está
a nuestro alcance, que no podemos resolverlo y olvidamos
la injusticia mirando para otro lado, mientras sigamos
viviendo sin privarnos de lo que tenemos para compartir,
porque aquí también tenemos crisis, nos estamos
engañando y no es a Dios a quien buscamos.
¿Cómo no vamos a poder hacer nada? ¿Cómo va a ser
posible no resolver que un país tan pequeño como Haití
no pueda salir del sinfín de desastres, el último el
cólera, siendo una enfermedad de un tratamiento tan
barato y fácil?
¿Para qué nos va a preocupar que los templos se vacíen,
que los sacramentos no se frecuenten? ¿Cuál es el único
sacramento que instituyó Jesús? El consuelo.
Todos los profetas gritaron tanto como Jesús en nombre
del Dios de Vida: Consolad, consolad a mi pueblo.
Abrid un camino en el desierto, en el Sáhara Occidental
para que nazca un pueblo saharaui con derechos de vida,
o entre las ruinas de Puerto Príncipe y en tantos otros.
Mientras vayamos a cualquier otro lugar a buscar a Dios,
no lo encontraremos. Está muy ocupado entre los que
lloran a sus hijos muertos, entre los enfermos del
hambre. No es que no quiera escucharnos. Es como cuando
vamos a un funeral de un amigo íntimo que termina de
enterrar a un hijo, a muchos hijos. No puede hacernos
caso, no porque no quiera, sino porque su corazón está
tan ocupado por el dolor que no da para más.
Creo que ha empezado el tiempo que la liturgia llama de
adviento, de preparación para descubrir a Dios hecho ser
humano. Ahora nos avisan los comercios y los
ayuntamientos que se encargan mejor que la Iglesia en
prepararlo con sumo cuidado. La religión les ha ofrecido
la oportunidad de enriquecerse con nuestro gasto, pero
ojalá que no pierda la Iglesia este año la oportunidad
de encontrar el único camino cristiano para descubrir a
Dios hecho carne.
A ver si esta vez damos con el único templo y
habitamos las ciudades buscando a Dios en la vida y
en la muerte, eso mismo hizo Jesús, quizás entonces
nuestra vida contagie fe. Entonces también Dios será
consuelo para nuestras pobres vidas tan necesitadas de
su ternura como los gorriones de un abrigo en el frio de
este invierno.
Matilde Gastalver