Los relatos de los evangelios sobre curaciones de ciegos
implican en cierto modo un doble sentido. Todos
reconocemos que éramos ciegos pero que con el "toque de
Jesús" ya podemos ver claramente. Es decir, que como ya
somos cristianos, tenemos la capacidad de entender y
discernir toda situación. Bueno, algo de eso es verdad.
Pero es curioso que el ciego del texto de Marcos,
necesitó un segundo toque. ¿Por qué?
Lo que nos dice el texto es que cuando abrió los ojos,
veía a la gente como cosas. Eran como árboles que
andaban, cosas que se movían. Tenían un aspecto humano
pero su parecido era de árboles.
Y no nos damos cuenta que vivimos en una sociedad que
cosifica a las personas. Es decir, se les ponen
etiquetas. Debido a la desmesura de información que
padecemos, se nos presenta la realidad humana por medio
de etiquetas. Las personas son, legales o ilegales,
con papeles o sin papeles, emigrantes, nacionales o
extranjeros, creyentes o incrédulos, evangélicos,
católicos, agnósticos, ateos...
Esto permite generalizar. Los extranjeros son..., los
españoles son..., los católicos son..., los ilegales
son..., los ateos son... Por medio de las etiquetas, de
cosificar a las personas, se hace más fácil esconder
sentimientos negativos y salvar una aceptación social.
Si etiqueto y generalizo, si cosifico, si de lo que
estoy hablando no son más que árboles que andan,
entonces puedo decir cualquier cosa y guardar mi
respetabilidad.
El problema está en que nos proclamamos seguidores del
nombre de Aquel que no etiquetó a nadie. Cuando se
acercó al politeista centurión romano, miembro de un
ejército opresor, y vio lo que había en su corazón,
alabó su fe, poniéndola de ejemplo para todo Israel.
Apreció la actitud del samaritano que ayuda a su prójimo
(es decir un hereje, miembro de un colectivo que
desfiguraba la verdadera fe, según los judíos) y nos lo
presenta como paradigma de verdadero hombre de Dios. Se
dejó convencer por una mujer sirio-fenicia, rompiendo
todos los prejuicios sociales y religiosos. A la mujer
sorprendida en adulterio nunca la llama "adúltera" sino
que se refiere a ella con el término de "mujer"
devolviéndola su dignidad.
Y Cristo hizo eso porque veía a personas que
estaban paralizadas como árboles. Porque podía
ver el corazón de cada uno, sin tener en cuenta sus
condicionantes religiosos o sociológicos. En los tiempos
que vivimos de etiquetados y cosificaciones, debemos
estar atentos para entender si quizás nosotros también
necesitemos un segundo toque de Cristo para poder ver,
lo que él ve.
Julián Mellado