CRISIS, NO
CRISIS, SÍ
Hace
un año, en los países opulentos no se hablaba de crisis. Con
una insensible alegría se repartían, entre los accionistas
de las grandes empresas trasnacionales, beneficios que
viajaban hacia los paraísos fiscales.
Mientras, los alimentos básicos para los pueblos de los
países empobrecidos subían hasta un 45% provocando hambre y
tragedia. Pero eso no era crisis.
En el
Mundo 852 millones de personas pasaban hambre y dos mil
millones sufrían desnutrición. Y a consecuencia de ello 15
millones morían cada año, lo que significa 30.000 personas
al día, o lo que es lo mismo, una cada tres segundos. La
mayoría, niños. Pero eso tampoco significaba crisis para los
analistas económicos.
Mientras esto ocurría los gastos militares en el Mundo
ascendían a más de dos billones y medio de dólares. Pero
esto tampoco se consideró crisis.
La
guerra de Irak, librada por el control de los recursos
energéticos en Oriente Medio, ha supuesto la muerte de más
de 650.000 personas, la mayoría civiles. Tampoco esto
preocupó porque no se consideró crisis.
Pero
cuando las grandes compañías financieras comienzan a hacer
aguas en sus contabilidades, los gobiernos tiemblan y los
mandatarios más poderosos de la Tierra se reúnen angustiados
para transferir fondos de los erarios públicos y evitar el
descalabro de estas compañías.
Lo que
jamás se llevó a cabo para salvar la vida de los pueblos se
hace para salvar la riqueza de los poderosos.
Durante siglos los más pobres han sufrido el expolio de la
riqueza que un sistema asesino les ha usurpado, mientras que
las bolsas de valores engordaban con dividendos las carteras
de los potentados. Y cuando este estado de cosas parece
peligrar, se ponen en marcha cumbres de mandatarios para
refundar el capitalismo.
Nosotros, como seguidores de aquel Jesús de Nazaret que
anunció que más difícil será la entrada de un rico en el
Reino que poder pasar una maroma por el ojo de una aguja,
nos oponemos con firmeza a la refundación de un sistema que
provoca hambre, muerte y sufrimiento para los pobres y
beneficios, lujo y despilfarro para los ricos.
Buscamos una Tierra Nueva en la que cada amanecer sea una
fiesta. Una Tierra Nueva llena de sonrisas de niños en sus
juegos y de tranquilidad en los ancianos en el ocaso de sus
vidas.
Una
Tierra como la que soñaron nuestros profetas: Monseñor
Romero, Monseñor Proaño, Monseñor Méndez Arceo. Como soñaron
todos nuestros hermanos que trabajaron día a día para
acercarla a nosotras y nosotros.
Deseamos que la vida sea un premio y que nadie, nunca más,
muera por hambre, por violencia o para que otros vivan
mejor.
Iglesia de San Carlos
Borromeo de Madrid
Introducción a la celebración eucarística
conmemorativa del
XXIX aniversario del asesinato de Monseñor Óscar Romero