la perversión del sistema empresarial, REVERSO MORAL DE LA
CRISIS
El hecho económico tiene indefectiblemente un reverso moral.
No es un hecho puramente técnico, no es éticamente neutro.
Marcel Ospel, ex presidente de UBS, un gran banco
internacional ha tenido que ceder su puesto dejando tras él
– y su equipo- un increíble agujero de más 43.000 millones
de dólares, a causa del inmoral “juego” de las subprimes.
Los ahorros de muchos jubilados que habían puesto su
confianza en ese Banco se han evaporado. Pero al presidente
saliente se le ha consolado ofreciéndole un “paracaídas
dorado” de más de treinta millones de dólares. Menos de lo
que eran sus ingresos anuales. En estos días, el señor Ospel
juega al golf en Arabia Saudita, según se puede leer en la
prensa suiza.
¿Es un crimen penal “jugar” arriesgando ligeramente el
dinero ajeno? No, puesto que no está codificado por ninguna
ley, ni parece fácil que llegue a ser codificado como
delito.
Pero sí es, ciertamente, una gravísima falta moral. Peor,
una infamia. Pero vamos a ver, ¿es que la moralidad tiene
algo que ver con los fundamentos de nuestra sociedad actual?
Un juego autista
El juego es una forma de entender la existencia. Sin el
escalofrío del riesgo, la tauromaquia y algunos deportes
como las carreras de autos, perderían sentido.
Jugador es también el creador de empresa, sin duda un héroe
contemporáneo. Asume un riesgo personal y consigue la
aparición en el espacio social de estructuras productivas
que hacen vivir a muchas personas. Empresas que no hubieran
llegado a existir sin su creatividad y su valentía para
asumir el riesgo.
Otra cosa muy distinta es el personaje que juega con el
dinero de otro, sin riesgo para él. La banalidad, la
ligereza metafísica de la vida entendida como juego y como
deporte, pierde toda justificación desde el momento en que
lo que está “en-juego” sobre el tapiz no es su propio pan
sino que es -como estamos viéndolo cada día- el ahorro de
muchos años de trabajo de miles de viejos jubilados, o las
economías de la pobre peluquera de la esquina.
Este juego a gran escala, protagonizado por los inversores
financieros, constituye un acontecimiento mayor en la
Historia de estos últimos cincuenta años. Una megacrisis, un
desastre de proporciones gigantescas.
Buscando causas últimas
¿La desviación filosófica causante de todo esto, su razón
última? Una desviación radical de las finalidades de las
empresas.
En los tres últimos decenios el centro de gravedad de la
empresa se ha ido desplazando desde el aparato productivo a
la función financiera. En otros tiempos se invertía dinero
para producir bienes y servicios. La función de la banca era
canalizar el ahorro de la sociedad y, mediante una prudente
gestión del riesgo, poner los recursos financieros al
servicio de las empresas.
El esfuerzo físico de la mano de obra y el trabajo
intelectual en los despachos, todo contribuía a la
producción de objetos o servicios vendibles. Los bienes se
ponían a disposición del mercado y el resultado de las
ventas generaba entradas de dinero en beneficio de todas las
personas de la empresa. El sistema era inmediato, claro y
simple, transparente. Eso era Adam Smith y eso era aún
Keynes. Pero las cosas han cambiado.
Ahora, la economía es un juego de Monopoly
La economía se ha convertido en un gigantesco juego de
Monopoly. El sentido profundo del liberalismo, que era la
estimulación del espíritu de emprender, ha sido pervertido y
con ello se ha transformado totalmente el juego económico.
Un juego que hoy se desarrolla en plena virtualidad. En él,
ni interesan ni se tocan las cosas reales, sino sólo el
dinero y los productos financieros, que son meros símbolos
inmateriales. En ese mundo virtual viven los nuevos
managers.
Para el inversor financiero absorbido por este juego
perfectamente autista, toda referencia a lo social es
irrelevante cuando no risible. El nuevo inversor va a pasar
pocas noches sin sueño pensando en aquellas personas que
pasarán muy malas noches, privados de empleo, víctimas
lejanas y anónimas de su juego de poder.
No parece hoy que hayan pagado ni que vayan a pagar ante la
justicia los golden boys, ni los infames elegantes que están
causando tantas miserias.
Crisis de la empresa: la perversión de sus finalidades
Las ideologías y mitos en vigor movilizan la empresa y nos
explican los comportamientos y decisiones de los directivos.
Los mitos en curso en la empresa de hoy están inspirando
políticas profundamente inhumanas.
Desafortunadamente, muchas facultades de Business
Administration, o alientan esos mitos en sus aulas, o
ignoran totalmente la profunda naturaleza ética de la
gestión de la empresa. Además, por si algo faltaba, las
firmas de consulting americanas se encargan de difundir esa
filosofía entre su clientela empresarial.
El mal es vago, aparentemente inocuo. Ya no se dice que la
empresa tiene como finalidad última ofrecer a la sociedad
bienes y servicios. Se dice más ambiguamente que “la empresa
está para crear valor”. Y bajo la púdica denominación de
“productos financieros y productos estructurados” se esconde
lo que ha resultado ser un gigantesco timo. Puros matices
semánticos. La lengua sirve, como decía Tayllerand, para
ocultar la verdadera naturaleza de las cosas.
Un importante ejemplo más de esos mitos fundadores es el
conocido “Business is business”. El patrón de una
gran empresa multinacional de alimentación me dijo un día
unas frases aparentemente anodinas: “Nosotros no somos la
Cruz Roja”. “Nadie tiene derecho a criticarnos porque
hacemos de bonnes affaires”.
¿Es aceptable que la empresa haga abstracción de cualquier
otra funcionalidad que la de hacer beneficios? ¿Es aceptable
que los dirigentes no tengan que rendir cuenta de los
efectos negativos de sus decisiones sobre el cuerpo social?
A ningún otro subsistema de ese mismo cuerpo social se le
toleraría una tal autarquía de fines y funcionamiento.
¿Sería concebible que otros subsistemas sociales, por
ejemplo el cuerpo de los militares o el de la docencia,
funcionasen para y por ellos mismos, ignorando al resto de
la sociedad?
En el fondo se esconde la pregunta filosófica que apenas nos
atrevemos a formular: ¿Hay algo malo en ser egoísta y mirar
sólo por sus intereses personales? Algo parecen ignorar
algunos cuando se atreven a asumir cargos en cualquier
subsistema de la sociedad, en la economía o en la política
sin la competencia debida. Y quizás debieran saber también
que – como decía Cicerón- la “res-publica” no es viable sin
la virtud, sin la moralidad. Ni la empresa tampoco.
Crisis moral: necesidad de un “humus ético”
Sin embargo sería demasiado simplista pensar que la
responsabilidad de este juego se reduce a un limitado grupo
de personas dirigentes. No es así, puesto que la sociedad, a
través de la TV, la prensa y los semanarios, deifica a estos
personajes, los aplaude y justifica que ganen fortunas
insultantes. Es esta sociedad la misma sociedad que tolera
las remuneraciones escandalosas de los futbolistas. Una
sociedad que se ha echado a la espalda los valores
fundamentales.
Se impone hoy una revisión del trabajo del hombre y del
sentido de este trabajo. Para que el individuo progrese en
el escalafón de la empresa, o simplemente para no tener
problemas en ella, debe asumir valores que la empresa exige
de sus empleados y que no son siempre compatibles con los
sistemas de valores personales.
La verdad es que la empresa fragmenta al hombre en sus
finalidades y en sus valores, de la misma manera que
fragmenta sus días: lo esencial del tiempo para el trabajo,
y algo de tiempo para la familia y para sí mismo. Otro tanto
sucede con los valores: entre las ocho de la mañana y las
seis de la tarde será el apagón total: los valores
personales hay que dejarlos a la entrada de la empresa en el
guardarropa. Y queda un rinconcito, por la noche y en
vacaciones, para vivir en conformidad con los valores
íntimos personales y los de familia.
La empresa necesita un humus impregnado de los valores de
una ética humanista. Empleamos esa metáfora porque el humus
de la tierra, el mantillo vegetal, favorece los procesos de
fermentación y la aparición de nuevas formas de vida, los
microorganismos tan necesarios en la agricultura. En el
mantillo vegetal, prospera y pulula la ebullición de la
vida.
Pretendo que es indispensable un humus ético nuevo, un
substrato de valores que revitalice toda la estructura
social, la motive y la dinamice. Porque el sistema de
valores en el que se desenvuelve la empresa en estos
momentos está gravemente contaminado.
Cambiar la empresa
1)
La empresa es tan importante en nuestro mundo contemporáneo
que hay que colocarla en el centro de la reflexión social
como le corresponde. Hay que operar transformaciones
radicales de la sociedad transformando primero la empresa,
más que movilizando ideológicamente la sociedad a través de
los partidos, como ha sido en tiempos pasados el credo
político.
2)
La sociedad, a través del Gobierno, los sindicatos y los
intelectuales, debiera ejercer una función crítica y de
control (a distancia) sobre lo que sucede en la empresa.
Desafortunadamente, el cuerpo social no ejerce esa
supervisión, ya que cierra los ojos a la escandalosa
precariedad y a la alienación (formas contemporáneas de
esclavitud) y al despotismo que se viven hoy en muchas
empresas. No se puede aceptar el vasallaje en contrapartida
del pan cotidiano y de una no tan cierta seguridad en el
trabajo.
3)
La Universidad debiera ser el lugar social para el análisis
crítico, apolítico, y no partidista, en el que se estudie
esa “especie biosocial nueva, la empresa”, aparecida hace
solamente unos doscientos años pero que aún necesita una
profunda transformación y adaptación.
Es evidente que la transformación de la empresa no se puede
operar del día a la mañana. Las reorientaciones filosóficas
constituyen medidas en profundidad, indispensables y de
largo alcance, que asegurarán unas bases más sanas para una
nueva sociedad.
Pero en este momento urgen medidas macroeconómicas a corto y
medio plazo para salir de los problemas de orden financiero,
creados muy en particular por la internacionalización de
capitales.
Blas Lara