Aborto y pederastia
Estos
días se habla de los más de 160 millones de euros que los
obispos de Irlanda van a pagar por los abusos deshonestos,
cometidos por curas, frailes y monjas, contra niños y niñas
de aquel país. Este vergonzoso asunto da más que hablar
entre nosotros precisamente ahora, cuando en España se
discute lo del aborto, sabiendo que Irlanda es un país
donde el aborto está prohibido.
Irlanda ha sido tradicionalmente muy católica y en ella las
decisiones de la Iglesia católica se han hecho notar con
fuerza durante siglos. Lo cual da pie para sospechar que la
jerarquía católica ha presionado, sobre conciencias y
autoridades, para conseguir dos cosas: mantener la
prohibición del aborto y conseguir el ocultamiento de la
pederastia de los clérigos.
Señal,
según parece, de que en las altas instancias de la Iglesia
católica se considera que es más grave interrumpir un
embarazo que abusar deshonestamente de un niño. Si lo
primero se castiga con excomuniones y lo segundo se oculta
con amenazas (para que no se sepa) y otros oscuros
procedimientos, la cosa está clara: el Vaticano es
implacable con el pecado del aborto y tolerante (hasta donde
puede) en lo que se refiere al delito de pederastia.
¿Por
qué esta doble vara de medir? La gente anticlerical dirá
enseguida: el aborto es cosa de mujeres, mientras que la
pederastia clerical es cosa de curas. Así las cosas, lo
lógico es que los obispos castiguen los pecados de las
mujeres, al tiempo que ocultan los delitos de los curas. ¿La
cosa es realmente así?
El
problema no es tan simple, ni mucho menos. Porque hay un
hecho evidente: el aborto es matar una vida, cosa que no
ocurre en el caso de la pederastia. Sin embargo, siendo
honestos y sinceros, hay que reconocer que la afirmación
genérica “el aborto es matar una vida”, no es toda la
verdad. Porque, hablando del aborto, no es lo mismo
interrumpir el embarazo cuando la madre tiene en sus
entrañas sólo un embrión que cuanto ya tiene un feto.
Yo no
soy experto en estas cuestiones. Por eso prefiero no hablar
de lo que no sé. Lo único que todos sabemos es que, sobre
este espinoso asunto, no existe unanimidad de criterios ni
entre los biólogos, ni entre los juristas, ni siquiera entre
los especialistas en cuestiones éticas y morales. Por
supuesto, sabemos que la doctrina del magisterio
eclesiástico es la más estricta y exigente en la defensa de
la vida. La Iglesia está en su derecho cuando defiende su
postura, la más segura. Y si así lo considera, la Iglesia
hace bien en predicar su doctrina y exigirla a los
católicos. Pero con tal que no pretenda hacer del “pecado”
un “delito”. Porque, si los pecados son asunto de la
religión, los delitos son responsabilidad de los poderes del
Estado.
Yo sé
muy bien que todo esto necesita muchas más precisiones. Como
sé que sobre estos asuntos nunca se va a llegar a un acuerdo
compartido por todos. Pero también sé que, en contraste con
el tema del aborto, en España todo el mundo está de acuerdo
en que abusar deshonestamente de un niño es, no sólo un
pecado, sino además un delito. Y un delito grave. Pero
resulta que la misma Iglesia, que es tan exigente con el
aborto, no es lo mismo de exigente con la pederastia. Y
prueba de ello es que el aborto se denuncia, mientras que la
pederastia se oculta.
El
problema no está en que a la jerarquía católica no le
importen los abusos deshonestos que cometen determinados
clérigos. Yo sé que eso preocupa. Y preocupa mucho en la
Iglesia. Porque es un delito que, si se descubre, se
convierte en escándalo. Y porque, si el asunto se denuncia
en el juzgado, cuesta mucho dinero con el peligro añadido de
que el clérigo pederasta termine en la cárcel.
Que yo
sepa, desde hace más de cincuenta años, la Santa Sede envía
avisos, advertencias y amenazas a obispos y superiores
religiosos para que vigilen severamente a quienes son
sospechosos de este tipo de conductas aberrantes. Como es
lógico, si desde hace tantos años, hay preocupación y
amenazas, es que hay casos de clérigos que abusaban de
niños. Y tengo la sospecha fundada de que estos casos eran y
son bastante más frecuentes de lo que imaginamos.
Lo que
siempre ha ocurrido es que, mientras la Iglesia tuvo poder
para condicionar las decisiones de las autoridades civiles a
su favor, estos hechos escandalosos se ocultaban. Con lo
cual se conseguían dos cosas:
1) los
clérigos aparecían como personas respetables y su imagen
pública difícilmente quedaba dañada,
2) las
víctimas de los abusos quedaban humilladas y seguramente
destrozadas para el resto de sus días, pero está visto que
eso no le quitaba el sueño a los “hombres de Iglesia”.
De
todo esto se pueden sacar muchas consecuencias. Yo aquí sólo
quiero fijarme en una cosa: la jerarquía eclesiástica
produce la impresión de que le interesa más asegurar su
buena imagen ante la gente, que garantizar el respeto a la
dignidad y a los derechos de las personas, sobre todo cuando
se trata de criaturas indefensas e inocentes.
Estando así las cosas, es evidente que la Iglesia aseguraría
una imagen ejemplar, ante grandes sectores de la opinión
pública, tomando la postura intransigente que ha tomado en
el asunto del aborto. Si ese respeto a la vida de los más
débiles es limpio y coherente, esperamos y pedimos que la
Iglesia muestre la misma decisión con todos los pederastas
que estén a su alcance.
A la
Iglesia se la puede querer ocultando sus miserias. Pero
también se la quiere denunciando los males que hace. A una
madre se la denuncia cuando maltrata a un hijo. A mí me
parece que, si en la Iglesia hubiera más transparencia, su
imagen sería más atrayente. Por eso digo estas cosas.
José M. Castillo