I N M E M O R I A
M
EL ROSTRO INTERIOR DE
JOSE MARIA MARDONES
“Nada de lo que tengo me llena completamente; sólo
quedaré satisfecho en Dios”.
“Te lo iba a decir: me quedo impresionado del Dios
que tenemos. No me lo puedo creer. Al ir escribiendo y
como teniéndolo presente, me quedo admiradísimo,
sorprendido, sin palabras, con un nudo en la garganta y
con ganas de abrazar, callando, callando, a este Dios”.
Entre estos dos párrafos de José María Mardones media
una distancia de 20 ó 25 años. Por eso creo que
expresan, mejor que mis palabras, todo lo que quiero
decir.
Quisiera dar a conocer el interior de José María, de
Chema, como le hemos llamado siempre sus compañeros de
comunidad. Las gentes que lo conocieron saben algo de
sus grandes conocimientos y de su capacidad de
transmisión; también de su cercanía y actitud amistosa.
Pero la mayoría de ellas saben menos de su
espiritualidad y de las consecuencias humanitarias de la
misma en su vida. Como hermano suyo de comunidad,
quisiera contar algo de estas zonas de su personalidad.
No aspiro a escribir un retrato acabado; no sabría
hacerlo. Quisiera dar solamente algunas pinceladas; unos
flashes, que iluminen algunas estancias escondidas de su
mundo interior, tan profundo y potente, como desconocido
para mucha gente.
El primero de los dos párrafos mencionados es de los
años 80-85. Se lo oí en una reunión comunitaria de
oración. Vivíamos todavía todos los compañeros juntos,
antes de dispersarnos. Y hacíamos semanalmente un
encuentro espiritual: en él nos comunicábamos nuestra
oración personal y nuestras experiencias. Fue en una de
esas comunicaciones cuando le oí esa frase, que quedó
metida en mi mente como un clavo. Chema era ya entonces
un hombre intelectualmente prometedor; doctor en
teología, que pensaba ya en su doctorado en sociología,
concluido más tarde. Alguno del grupo le sugirió que
podía estar satisfecho de su trabajo y su apostolado; y
ésa fue la ocasión para que le saliera de dentro,
modestamente, esa comunicación: “Nada de lo que tengo me
llena completamente; sólo quedaré satisfecho en Dios”.
Precisamente su talla intelectual me hizo apreciar más
aquella humilde comunicación.
El segundo párrafo es del 15 de junio de de este mismo
año, ocho días antes de su muerte. Se lo escribió a una
persona amiga de México, a quien enviaba los capítulos
de este libro, a medida que los redactaba. Lo cuenta
ella misma así: “Ese día 15
hablé con él por skype y le dije que me admiraba y
maravillaba lo que estaba escribiendo. A este comentario
mío, él respondió positivamente, por lo cual yo agradecí
al Señor por permitirle maravillarse de los talentos que
El le había dado. Unas horas después, aquel mismo día,
me envió por correo otro capítulo del libro con el bello
comentario que le comparto:
“Te lo iba a decir: me quedo impresionado del Dios que
tenemos. No me lo puedo creer. Al ir escribiendo y como
teniéndolo presente, me quedo admiradísimo, sorprendido,
sin palabras, con un nudo en la garganta y con ganas de
abrazar, callando, callando, a este Dios”.
Esa comunicación nos muestra que este libro póstumo es
su testamento espiritual: lo terminó uno o dos días
antes de su muerte. Me lo había anunciado a mí mismo el
día 19 de abril en un correo. “Ando
tentado -ya he empezado- de escribir sobre las imágenes
de Dios: matar a nuestros falsos dioses. Un intento de
presentar siete imágenes de Dios perversas, que habría
que sustituir por otras positivas. Un libro, quizá,
pastoral. ¿Qué te parece? Te envío la presentación y el
primer capítulo: a ver qué te sugiere. Quiere ser
legible, sencillo, sin notas, aunque al final,
inevitablemente, se me va el aspecto cultural. Pero
quizá esto no sea un defecto. ¿Cómo lo ves? Un abrazo
amistoso, cálido y pascual”. ¡Cuánto he lamentado no
haber leído antes de su muerte aquellos capítulos y los
siguientes que me hubiera enviado, para darle mis
sugerencias! Lo hacíamos muchas veces mutuamente, salvo
en sus libros especializados.
El mismo día de su muerte Chema había escrito un correo
a otra persona, que cuenta lo siguiente. “Te envío algo de lo que me escribió ese
día en que se fue. Me escribió como a la 1.00 de la
tarde, sólo unas horas antes de su partida. “Estoy muy
contento, pues voy a un retiro, a un monasterio cercano
a Bilbao, para encontrarme y estar con El, que
nos habita”. (De Saltillo, México).
Ese monasterio es Zenarruza –monasterio cisterciense-,
donde últimamente daba cada año dos retiros a gente
seglar. El retiro anterior lo había dado dos meses
antes, en la semana de pascua. Cuando visité el
monasterio poco después de la muerte de Chema, el
antiguo prior me comentó que las últimas veces había
notado en Chema algo muy especial, una profundidad cada
vez mayor.
La vida entera de Chema estuvo enmarcada en ese deseo
apasionado, que lo envolvía por completo: sus estudios,
sus escritos, su apostolado y su vida de comunidad.
También su sentido crítico, tan agudo, que se vertía
sobre toda la realidad, sociopolítica, religiosa,
eclesial, incluso su propia comunidad. Todo ello
brotaba de su oración, prolongada y profunda. Lo sugiere
la siguiente anécdota de un compañero mucho más joven
que él. “Recuerdo una ocasión en la que viajé a Madrid
para algunos trámites académicos. No hacía mucho que lo
conocía, pero habíamos tenido ocasión de tratarnos y lo
sentía cercano. Yo había llegado a su casa y me había
instalado para unos días; me alegraba de poder conversar
con él un rato largo después de varios meses. Cuando él
llegó a casa por la noche, después del duro trabajo del
día, me saludó cariñosamente, pero me dejó con la
palabra en la boca: “Voy a orar”, me dijo. Así que yo
hice lo mismo, un poco frustrado porque habría querido
pasar ese momento con él, pero edificado por su
imperturbable anhelo de encuentro diario con Dios. Al
día siguiente hablamos largamente”. (De un compañero
de comunidad).
Me resultaba admirable la profundidad interior de Chema.
Recuerdo el día en que me contó que llevaba tres meses
orando con la misma plegaria, un texto mío que se titula
Quiero ver tu rostro. Ibamos los dos asiduamente
al mismo acompañante espiritual. Yo me había anticipado
esa vez y le aconsejé que él también lo hiciera.
Estábamos empeñados en crecer en oración y experiencia
interior. Estoy hablando de hace más de veinte años. Al
recibir aquella confidencia, quedé muy pensativo. Sentí,
una vez más, que Chema tenía una extraordinaria
capacidad para orar largamente con muy pocos elementos.
Es posible que esa capacidad tuviera su lado humano y su
lado divino, por decirlo simplemente. El lado divino
sería la acción de Dios en él. El lado humano era su
talento y capacidad intelectual, también don de Dios.
Esa capacidad puede apreciarse en la siguiente
comunicación, que es del tiempo en que Chema fue hermano
marista, bastante antes de que pasáramos a nuestra
comunidad Fe y Justicia-Acción Solidaria. Me la
manda un amigo común. “Te cuento una anécdota, de la que
no fui testigo, pero que se la he oído contar muchas
veces al otro protagonista, amigo de Chema y mío. Tras
acabar la primera fase de formación como hermanos
maristas, el primer colegio al que llegaron ambos fue el
de Bilbao. Parece que los hermanos más jóvenes solían
estudiar juntos para acompañarse y ayudarse en la
constancia. Eran los ratos en los que, además de
preparar las clases, estudiaban los libros de teología
que les indicaban para la formación continua y
preparaban también la entrada a la universidad. El
compañero de marras contaba que, al cabo de una hora o
poco más, él ya se cansaba y empezaba a moverse. Pero
Chema seguía impertérrito sin mover un músculo; y
pasaban las horas y erre que erre, no se movía. El no
podía más, y deseoso de moverse, de hablar y descansar,
se decía: ‘Pero este tío ¿cuándo se cansará y
parará un poco para hablar y desahogarnos?’. Pero aquel
tío no se cansaba nunca; y él, picado en su amor
propio, tenía que levantarse y buscar a otros con los
que hablar y descansar”. (De un compañero de
comunidad).
Esa capacidad de concentración estaba acompañada de una
enorme curiosidad intelectual y de una memoria
prodigiosa: se acordaba de todo lo que leía. Me contaba
una prima suya que, siendo pequeños, en su pueblo natal
–Agüera de Montija, Burgos- Chema devoraba todos los
libros que encontraba en la escuela: cuentos, novelas,
libros de historia, y que ella cree que acabó leyéndolos
todos. Añadía que hacía un trabajo superior a su edad,
porque, además de lo que estudiaba y leía, ayudaba en
toda clase de taras caseras, desde cortar y recoger
hierba hasta ordeñar o hacer limpieza en la casa. De
verdad que su capacidad de trabajo se hizo patente en él
desde la infancia. Y siempre con una gran sonrisa.
Esa curiosidad se veía también en su afán de ver museos
y monumentos en sus viajes. “Compartí con Chema, cuenta
un comunicante, dos viajes a Alemania, pasando por
París. Creo que eran los veranos del 78 y 79. Salíamos
en tren desde San Sebastián y llegábamos a París por la
mañana. Pasábamos el día visitando París. Por la noche
nos montábamos en el Orient-Express y marchábamos hacia
Alemania. El se bajaba en Stuttgart, para continuar
luego hacia Tûbingen, y yo seguía en el mismo tren hasta
Munich. Coincidíamos en el mismo tramo en la ida y
vuelta a París; y recuerdo que nos pasábamos todo el día
visitando el Louvre y viendo jardines, palacios,
avenidas, todo lo que encontrábamos. Notaba su afición
por el arte y su afán por verlo todo y aprender de
todo”. (De un compañero de comunidad).
Años antes, Chema había estado en Alemania con otro
compañero, que destaca el mismo afán de saber más otro
dato interesante. “En el verano de 1973 tanto Chema como
yo fuimos a trabajar a Alemania: él, en un hospital, yo,
en una fábrica de fundición. Al regresar nos contamos
las experiencias. Me dijo que, al año siguiente, le
gustaría trabajar en la fábrica y le facilité el camino.
Así que el año 74 trabajamos juntos en la fábrica de
fundición. Nuestra vida en Alemania era austera:
habíamos ido a trabajar para ayudarnos en los estudios,
además de practicar un poco de alemán. Chema me
aventajaba en este idioma, lo cual me vino muy bien.
Nuestro trabajo consistía en eliminar las pestañas y
rebordes de las piezas que salían de la fundición
utilizando un motor que tenía una rueda de esmeril. Lo
que cuento a continuación refleja el espíritu luchador y
reivindicativo de Chema. Un día, uno de los rebordes
saltó y me golpeó un dedo de la mano izquierda en la
uña. Se me hinchó y amorató inmediatamente. Chema me
acompañó a la enfermería de la fábrica. Como no
estábamos asegurados, no querían remitirme a urgencias
del hospital. Yo me conformaba con la cura de la
enfermería, pues no quería causar problemas, ya que el
trabajo lo habíamos conseguido a través de los PP.
Agustinos donde nos alojábamos. Chema, sin embargo, se
puso fuerte, diciendo que teníamos derecho a un seguro.
Fue a hablar con el responsable de la fábrica y le
exigió que me llevaran a urgencias y que me dieran paro
pagado los días que estuviera de baja. Consiguió ambas
cosas, aunque, como consecuencia del golpe, yo perdí la
uña. En nuestra estancia en Würzburg, Chema aprovechaba
todos los momentos para enriquecer su vocabulario: en el
autobús, en la calle, en el convento. A mí me resultaba
imposible leer en el autobús y menos estudiar; por eso
admiraba su capacidad de estudiar en cualquier lugar”.
(De un compañero de comunidad).
“En el aspecto intelectual, añade otra persona, habría
muchos aspectos que resaltar: desde la admiración que
causaba a su alrededor, entre alumnos y compañeros
profesores, por sus conocimientos, su capacidad de
trabajo, su capacidad de síntesis y su facilidad para
expresar con rapidez por escrito sus ideas sobre muchos
temas, hasta la capacidad de contactar con las personas
e interesarse por lo que los otros estaban haciendo,
escribiendo o estudiando. Y no era nada reservado a la
hora de pasar materiales y conocimientos, dar opiniones
o aconsejar sobre el modo de realizar determinados
trabajos intelectuales. Sólo daré una muestra entre
muchas, referida a mí: en el prólogo de mi libro
“Historia del pensamiento filosófico latinoamericano”,
le nombro, aunque no lo resalto suficientemente, como
una de las personas que más estuvieron empujándome para
que no me cansara y acabara el trabajo, haciéndome ver
que era algo necesario e importante”. (De un
compañero de comunidad).
He aludido a la austeridad de Chema en Alemania. No fue
un caso circunstancial. Veamos lo que dice otro hermano.
“Hay un aspecto por el que algunos de los compañeros le
solían tomar el pelo: la cuestión de los gastos. En plan
de guasa, algunos le achacaban un cierto espíritu
tacaño, porque evitaba los gastos excesivos, cuidaba
el céntimo, no compraba más que lo que necesitaba y
guardaba la ropa y las cosas de uso, hasta límites que
otros consideraban excesivos. Tenía que luchar contra
alguno que, si él se descuidaba, le tiraba las cosas ya
un poco gastadas. La verdad es que yo siempre interpreté
ese modo de ser como austeridad más que como tacañería.
Porque, para cosas que eran necesarias, nunca tuvo
problemas en gastar lo que hiciese falta, o para dar su
autorización para los gastos comunitarios
correspondientes”. Y otro escribe: “En el curso 76-77
volví a encontrarme con él en la comunidad, en el barrio
de San Ignacio de Bilbao. Fueron años de apreturas.
Dormíamos tres en un cuarto. Aunque al final del día nos
encontrábamos cansados, ese momento del día, antes de
dormir, resultaba bueno para compartir lo que había sido
el día y para soñar con cosas nuevas”. (De un
compañero de comunidad).
De su buen humor, su cercanía, su cariño y su actitud
positiva, hablan todos los que me han enviado notas. He
aquí algunas muestras.
“La
comunicación de Chema resultaban siempre profunda y
cuestionante, con su dosis de buen humor. Estar con él
era casi siempre aprender algo nuevo. Era un buen
conversador, con el que daba gusto hablar. Si estábamos
solos, yo sabía que en algún momento surgiría la
pregunta: ‘Y tú, ¿qué? ¿Cuál es tu opinión sobre este y
este punto? ¿Cómo te va en tal o cual aspecto?’. No eran
conversaciones sobre el tiempo, sino sobre la vida”.
(De un compañero de comunidad).
“El domingo antes de que Chema se fuera con nuestro
Padre, estábamos con él en Las Matas haciendo un retiro.
En nuestro grupo de fe, somos más o menos doce jóvenes
de 25-30 años. Por la mañana estuvimos descubriendo el
capítulo 8 de la Carta a los Romanos, con la boca
abierta y los oídos atentos a las palabras de Chema.
Llegó la hora de la comida. Chema disfrutaba en las
comidas, mientras todos nosotros estábamos contando
nuestras cosillas y armando barullo. Una compañera hacía
por esa época el curso de monitora de tiempo libre y, al
final de la comida, empezó a enseñarnos juegos. Uno de
ellos consistía de botar como una pelota de ping-pong, a
pie juntillas, al mismo tiempo que cantabas: “Soy una
bola de ping-pong que bota, que bota…”. Cuando terminaba
el estribillo, cada “bola de ping-pong” podía tocar a
otro y entonces éste se convertía también en bola de
ping-pong. El panorama, tras unos minutos, era el de una
decena de chicas y chicos botando y vociferando la
canción de la bola de ping-pong. Chema seguía en su
silla. Yo estaba un poco inquieto: por un lado quería
que alguien lo tocase; por otro, no sabía cómo
reaccionaría ante el ritmo frenético de las bolas de
ping-pong. Ese pensamiento se desvaneció en un segundo,
cuando un compañero llegó hasta él botando y cantando y
le toco en la coronilla, con la misma simpatía con que
lo haría un niño. Al momento, de un salto, Chema se puso
a botar a pie juntillas con todos nosotros, cantando y
sonriendo. Ese es el milagro de Chema para mí, el amor y
el cariño con el que te llenaba de un Dios vivo y
liberador”. (De Majadahonda, Madrid).
“Planeábamos tener la evaluación de final de curso. Le
dijimos que normalmente para la evaluación nos
juntábamos en casa de alguno de nosotros, en lugar de en
la parroquia, y que la reunión era más informal: con
algo de oración, pero también con picoteo y piscineo.
Le miramos con cara de duda, a lo que él respondió: ‘Me
apunto, si admitís michelines’. Nos reímos mucho. Y en
la última reunión que tuvimos, días antes de su muerte,
habló conmigo y sin darme cuenta me encontré contándole
mis marujeos tal y como se los contaría a
cualquier amigo”. (Otra persona de la misma
comunidad)
“A finales de Enero 2006 sentía una gran expectación por
el retiro que dirigiría José María en febrero, con el
tema “Dios nos quiere libres”. Paralelamente asistía con
mucho dolor a mi mamá, en sus últimos días entre
nosotros. Justo el 3 de Febrero en la madrugada, se fue
al cielo. No me fue posible asistir al retiro, que
empezaba al día siguiente. Como deseaba saludarlo y su
horario estaba repleto, me ofrecí a llevarlo a uno de
los actos que tenía. Al verme parada en la puerta, José
María caminó despacio hacia mí, con el rostro sereno y
una mirada llena de ternura. Su saludo fue un abrazo
calido, afectuoso, comprensivo. Sin pronunciar una
palabra, me confortó en mi dolor y acompaño mis
sentimientos. Me estremecí al sentir profundamente lo
que significa la comunicación desde el corazón. Lo llevé
hasta la casa de sus amigos; durante todo el camino, no
dijimos una sola palabra. Jamás olvidaré esa
condolencia, envuelta en cariñoso silencio. El encuentro
de esa tarde me marcó para siempre”. (De Guadalajara,
México).
“Chema
pertenecía a nuestra parroquia y asistía a ella a las
eucaristías. Estando yo un domingo en el coro de la
iglesia, lo vi entrar, me dirigí a él y le pregunté:"
¡Chema!, ¿quieres cantar con nosotros? Y él enseguida me
respondió: ¡Sí! Desde entonces, siempre que estaba en
Madrid nos acompañaba y nos ayudaba; cantaba bien. A
veces, las compañeras del coro me preguntaban: ¿Quién es
este señor?, ¿qué hace? Porque lo veían diferente,
siempre con su sonrisa, su abrazo, su saludo para todos;
se preocupaba por todo, hablaba con todos. Yo siempre
les decía que era un hombre muy importante, de mucha
valía, y que a mí me dejaba anonadada que ofreciera su
tiempo para ayudarnos. Pero eso era lo que lo hacía más
agradable: rebajarse al humilde, a lo pobre. Ahora sólo
no queda recordarle ante Dios y pedirle que nos siga
ayudando, porque el vacío que nos deja no es fácil de
llenar. ¡Gracias por todo lo que nos diste!”. (De San
Eduardo, Madrid).
“La
verdad es que tenemos muchas vivencias hermosas con él.
Recuerdo la vez que cenamos con él y nos dijo que las
mujeres mexicanas le enseñamos los abrazos. ‘Ustedes,
las mujeres mexicanas, me han enseñado algo muy bello: a
abrazar y recibir abrazos fuertes. Al principio me
costaba, pero después fui comprendiendo esa forma de
expresión y cariño tan bella que tienen especialmente
ustedes. Con esto he podido descubrir en mí también esa
parte femenina que todo hombre tiene’. Recientemente,
continúa la comunicación, he sufrido la partida de mi
única hermana, más chica que yo. José María siempre
estuvo pendiente. Cuando falleció, el daba un retiro
aquí en la ciudad; y apenas terminó, vino a visitarme y
estuvo un buen rato acompañándome desde el corazón.
Yo siempre percibí que a cada una de las personas que
nos acercábamos a él, nos hacía sentirnos importantes; y
que lo que le platicábamos, fuera el tema que fuera, le
interesaba. El siempre era cercano y amigo, incluso
cuando hablaba con claridad. A finales de agosto (2006)
fuimos a Escobedo (zona pobre) por primera vez después
de las vacaciones. Resultó una tarde muy emotiva.
Cantamos la canción
La Muerte no es el final,
pues las mujeres del barrio no
acababan de creer que José María se nos hubiera ido.
Compartieron sus recuerdos sobre él y me impresionó que,
aunque lo vieron pocas veces, todas comentaban lo
cercano que se les hizo. Una de ellas, que es muy
tímida, contó que, en una ocasión, cuando la sentamos al
lado de José María, estaba tan nerviosa, que no sabía
qué hacer; pero que al rato estaba tan a gusto, que se
sentía como si José María fuera su amigo de siempre, al
que le podía contar sus problemas. Otra de las señoras
me enseñó el ideario, dedicado por José María. Ahora me
doy cuenta de que mucha gente llegaba adonde él y le
platicaba sus problemas, a veces fuertes, sintiendo que
él podía ayudarle”. (De dos personas de Monterrey,
México).
“La otra gran característica de Txema era la cercanía
humana. Recuerdo con agrado una conversación con él en
la Navidad del año 99. Aunque me doblaba la edad, sentí
que me hablaba como lo haría un amigo que necesitara mi
comprensión y ayuda, y con el que no existían barreras
ni tabúes. Su propia transparencia, contando detalles y
hechos de su vida, me animaba a hablar libremente. Nos
reímos mucho juntos, cuando me contó que, en su tiempo
de joven estudiante y enfermero en Alemania, las chicas
resultaban más osadas de lo que él estaba acostumbrado,
y cómo tenía que morderse la lengua y ‘agachar la
cresta’ cuando alguna le provocaba explícitamente. Ya en
ese tiempo me animaba a aprovechar todos mis recursos
para emprender obras grandes, sin miedo; y ciertamente
logró sembrar la inquietud en mí: ahora lo veo más
claro. Por sencillos que parezcan, estos hechos y otros
que he contado, son imborrables para mí, una herencia
indeleble, expresión y resumen a la vez de una persona
tan querida y entrañable como Chema. Lo cual me indica
que me ayudaron para construir mi propia identidad
–tarea en la que siempre necesitamos referentes
amables”. (De un compañero de comunidad).
“Lo primero que se me viene a la cabeza es su sonrisa y
sus manos fuertes y firmes, cuando me agarraba de los
hombros para preguntar qué tal iba todo. Nunca dejaba de
interesarse por lo profundo de nuestras vidas y de
nuestra familia. Mi hija lo recuerda como ‘el Chema
grande con gafas y siempre sonriente’. Pero quizá el
recuerdo por el que más veces he dado gracias a Dios en
estos meses es el de una semana que me alojé en su casa
de Madrid hace doce años. Recuerdo su apertura y
disponibilidad, sus ganas de charlar y pasear, que para
mí fue un gran descubrimiento. No lo conocía mucho
personalmente y no me lo imaginaba tan cercano y con
tanto que compartir. Yo andaba preocupada con la tesis
doctoral, indecisa sobre si sería capaz de conseguirlo,
sin saber por dónde empezar y ni siquiera qué tema
elegir. En el primer paseo largo que dimos, él me
preguntó sobre mis intereses, conocimientos e
inquietudes. Me sentí bien, compartiendo con un igual,
con un hermano mayor que me quería. Al día siguiente me
hizo pensar en el tema de la filosofía de la educación,
me sugirió libros para leer, me dio la dirección de una
librería en Madrid, me indicó cómo llegar a ella y me
ayudó a que pudiera comprar los que me interesaran.
Después, siempre que nos veíamos, mostraba interés. Y
cuando yo estaba a punto de terminar, me preguntó:
‘¿Cómo te sientes ahora que ya casi lo has conseguido?’.
‘Siento, le contesté, que, cuanto mas leo y mas creo que
sé del tema, mas me falta por aprender’. El, con su
amplia sonrisa y casi riendo, me dijo: ‘Al parecer, has
emprendido el camino de la sabiduría, que consiste en
seguir aprendiendo continuamente’. Sigo dando gracias a
Dios por su vida y deseo de corazón que siga viviendo en
nosotros como muestra del amor de Dios”. (De Bilbao).
“Conocí a Chema hace 30 años en Tubinga, en cuyo
Consulado terminé el bachillerato, gracias a las clases
que nos daba gratuitamente todos los días a mí y a una
amiga durante una o dos horas. Más tarde, cuando me casé
y, por razón del trabajo, nos establecimos en Londres,
Chema nos visitó y se hospedó en nuestra casa 10 días.
Por las noches hablábamos largo y tendido. Me escuchaba
con mucha atención y me animaba. Más tarde, cuando venía
a San Sebastián a dar conferencias, siempre me llamaba y
venía a cenar, dejando otras invitaciones. A través de
esas conversaciones y de la relación con él, aprendí a
ser mujer. He llorado inconsolablemente desde que me
enteré de su repentina muerte”. (De Donosita-San
Sebastián).
“Tenemos vivo el recuerdo de las primeras convivencias,
cuando los niños eran más pequeñas. Sobre todo el mayor
le tomó mucho cariño a Chema; se acuerda a menudo de las
historias que le contaba sobre Hernán Cortés. El niño le
escuchaba con mucha atención”. (De Madrid, la Paz).
Cuando yo iba a Madrid, siempre me daba una gran
acogida. Y como sabía que a mí me gusta mucho ver
museos, me llevaba a ver alguno que no había visto o a
volver a ver algún otro. Gastaba el día conmigo, por
decirlo brevemente. Yo me quedaba admirado, porque sabía
lo ocupado que andaba con sus publicaciones”. (De un
compañero de comunidad).
“Quisiera contar el último encuentro que tuve con
Chema. Fue en Madrid en el fin de semana del 2-3 de
junio (2006). Yo había ido a dar una conferencia dentro
de la Cátedra de ‘Ciencia, Técnica y Religión’, en la
Universidad de Comillas. Les había avisado a Pedro y
Chema que llegaría a su casa por la noche, después de
dar mi conferencia. Pero, al empezar la conferencia, vi
con sorpresa a Pedro entre los asistentes. La razón era
dura y triste. Venía a comunicarme que acababa de
fallecer mi hermana. No sabía qué hacer, si viajar
inmediatamente o viajar al día siguiente para el
funeral. Opté por lo segundo. Después de la
conferencia, con la ayuda de Chema miramos horarios e
hicimos la reserva del billete. Nos costó acertar; y la
impresión del resguardo quedó muy borrosa. Teníamos
miedo de que no quedara clara mi identificación y no
pudiera coger el tren. Al final, todo funcionó
perfectamente. Recuerdo con agradecimiento la solicitud
de Chema, que al día siguiente me acompañó en el metro
hasta la estación, por si había algún problema con el
billete. En el relativamente largo trayecto del metro
estuvimos hablando de nuestras próximas publicaciones.
Cuando llegamos a la estación del tren, vimos que sólo
podían pasar los pasajeros. Así que Txema no pudo pasar
y nos despedimos con un fuerte abrazo, sin poder
imaginar ninguno de los dos que sería la última vez que
nos veríamos en vida. Son recuerdos que tengo bien
grabados en mi memoria”. (De un compañero de
comunidad).
El canto de los pájaros
De la humanidad de Chema habría que añadir muchos más
datos. Me permito añadir dos, que muchos amigos no
conocerán. Tenía cuerpo atlético y en su juventud fue un
gran deportista. En una competición, ganó el primer
puesto en el lanzamiento de jabalina. Fue siempre muy
aficionado al deporte y podía hablarte de deportistas y
ganadores de muchos años atrás. Recuerdo que un año
pasamos varios días juntos en su casa de Cantabria. Un
día en el que fuimos a la capital, Santander, había una
olimpiada de atletismo. Chema no se aguantó y me invitó
a entrar a un bar - en España, un restaurante abierto- y
pasamos allá largo rato, porque él estaba encantado
viendo las competiciones. A la salida se acordaba de
todos los ganadores. Y ya que otros han hablado de su
afición a ver museos, quiero mencionar que también tenía
gran afición a la música. En la plaza porticada de la
misma ciudad fuimos a escuchar varios ensayos –nuestro
dinero no daba para ir al concierto mismo-; y en una
ocasión, gozó muchísimo, en la catedral de la misma
ciudad, con varios fragmentos de la ópera ‘San Francisco
de Asís’, de Messiaen, donde se escucha el canto de los
pájaros.
Pero volvamos a su espiritualidad. He querido insertar
algunos recuerdos de su gran humanidad en medio de las
referencias a su vida interior, para que quede claro que
todo ello formaba parte de su espiritualidad. Se le
notaba palpablemente cuando daba los retiros. En los
primeros años de su estancia en Madrid, sentía la falta
de esa faceta evangelizadora y nos lo comunicaba. Yo
diría que su vertiente directamente apostólica estaba
dentro de él como un león enjaulado, porque no
encontraba cauce donde desarrollarla. Fue México, creo
yo, quien le dio inesperadamente la oportunidad de dar
rienda suelta a ese afán apostólico que nacía de su vida
interior. El mismo me contó que, con ocasión de una
conferencia de sociología y religión en una universidad
de Monterrey, hizo una alusión al evangelio de Marcos,
que interesó a algunas personas. Al final de la
conferencia fueron a hablar con él y le pidieron una
explicación más amplia de aquella breve nota. Chema, ni
corto ni perezoso, les dijo: ‘Si quieren les doy un
retiro un fin de semana, que estaré libre, sobre esos
textos”. Aceptaron inmediatamente, y ahí comenzó su
apostolado mexicano, que se fue extendiendo desde
Monterrey a Saltillo, Guadalajara, DF y, en una ocasión,
hasta Chiapas. Para entonces ya había encontrado algún
que otro cauce en Madrid y posteriormente en el
monasterio cisterciense de Zenarruza (Vizcaya) con
cristianos laicos.
Sin embargo, antes de su traslado a Madrid en los años
85-86, él y yo ya habíamos dado bastantes retiros en
Bilbao a integrantes de movimientos apostólicos. En
aquellos retiros, los dos aprendimos mucho el uno del
otro. Sobre todo queríamos enseñar la oración profunda
de meditación y contemplación de Jesús en los
evangelios, sin peticiones y rezos; una oración de
amistad y unión. Teníamos interés en conducir a las
personas al interior del Misterio. Un compañero lo
cuenta muy bien. “Entre 1999 y 2004, todos los años tuve
uno o varios retiros largos con Txema: en El Escorial,
Las Arenas, Zenarruza. En algunos yo le acompañaba con
la música; pero, sobre todo, me iba empapando de su
forma de hacer. En todas las ocasiones constataba su
facilidad para introducir a las personas en el misterio
de Dios; eso que solemos llamar sentido mistagógico. No
dudaba en usar técnicas de relajación y concentración,
siempre precedidas por el análisis compartido de un
pasaje evangélico. El mismo dirigía el diálogo, ayudando
a profundizar en el mensaje del texto y a encontrar una
interpelación personal con la que orar largamente. Esa
habilidad para poner todos los recursos al servicio del
encuentro con Dios en la oración profunda era, creo, el
éxito de sus retiros. Aunque eran muchos los recursos
personales con los que contaba -extenso conocimiento
bíblico-exegético, erudición teológica, técnicas de
oración, dinámica de grupo- ninguno de ellos ocupaba el
centro; quedaba todo ello al servicio del encuentro vivo
y personal con Dios”. (De un compañero de comunidad).
Recuerdo un retiro que dimos juntos en los años 80, en
el que me admiró mucho su enseñanza práctica sobre el
uso de la imaginación. Nuestros retiros no eran de
charlas largas, sino del estilo narrado por el compañero
de la cita anterior: diálogo sobre el texto,
introducción personal en el mismo, oración particular en
silencio, conclusión. En aquella unidad, los
participantes no salieron de la sala para hacer la
oración en particular como en otros casos, porque fue
una oración dirigida por él. El enlace que hizo de la
imaginación con los elementos de la naturaleza –lago,
aguas tranquilas, montes, árboles- fue realmente
admirable. Y por lo que pudimos comprobar en la
evaluación, la gente entró en oración profundamente.
Lo que tratábamos de hacer era comunicar nuestra propia
experiencia con elementos pedagógicos adaptados a los
participantes. Sin darnos cuenta, poníamos en práctica
la máxima dominicana contemplata aliis tradere
(transmitir a los demás lo que uno ha contemplado o
digerido). Además de su facilidad para el silencio
prolongado, que más arriba he comentado, lo que
destacaba en Chema era su sencillez y transparencia en
las comunicaciones. “De los muchos retiros que hemos
hecho juntos, dice un comunicante, tengo muy presente un
rasgo de su personalidad que me llamaba la atención: su
transparencia y espontaneidad a la hora de comunicar sus
experiencias y estados de ánimo, lo mismo fueran buenos
que más bajos. Sabía aceptar y exponer sus momentos
bajos y menos lúcidos. Igualmente, me llamaba la
atención la amplitud de miras y ganas de probar otros
métodos y técnicas de oración, como todo su acercamiento
a los cursos y los ejercicios del zen". (De un
compañero de comunidad).
Efectivamente, con su entrada en el zen, Chema
dio un salto en la profundidad de su oración. Recuerdo
el día en el que
Ana María
Schlutter, maestra zen, se reunión con nuestro grupo, un día en el
que estábamos de retiro en la casa de las Reparadoras de
Las Arenas (Vizcaya). Fue Chema quien le propuso que nos
invitara a un retiro de zen. Nos dio una breve
explicación y puso especial énfasis en mostrar que
siempre contactamos con Dios a través de intermediarios
-nuestras imágenes de Dios-; y que tales intermediarios
son a menudo un impedimento para avanzar en la oración y
tener un mayor encuentro con Dios. Chema, siempre en
búsqueda, estaba completamente convencido. Así que poco
después hizo un retiro con Ana María. A su vuelta pasó
largo rato conmigo, comentándome la experiencia que
había tenido. A mí me estaban entrando las ganas.
Después de aquel retiro, Chema hizo bastantes más,
siempre con gran entusiasmo, incluso uno de doce días
completos de absoluto silencio. Cada vez que volvía de
uno de aquellos retiros, venía transformado. Durante un
tiempo, se puso bajo la orientación de Ana María, a la
que visitaba periódicamente. Sus comentarios eran
estimulantes para mí. Y así como yo lo había llevado a
él al acompañamiento espiritual anteriormente, ahora fue
él quien me condujo a mí al zen. Recuerdo lo que le dije
a la vuelta de mi primer retiro: “Chema, jamás en mi
vida he vivido un silencio tan profundo como éste”. Le
pasé unos versos sobre el silencio y la nada, que él
tuvo pegados durante mucho tiempo en la parte interior
de la puerta de su habitación, en Madrid, texto que,
lamentablemente, he perdido.
Además de los retiros, Chema leía libros de maestros
espirituales del zen; y supo integrar perfectamente esa
experiencia con los evangelios y la oración cristiana.
Llegó a tener un buen conocimiento de la experiencia
oriental y en general de la mística. Recuerdo con qué
fuerza me dijo un día que no podía quitar aquella
estrofa de una canción. Estábamos elaborando entre
varios un folleto de cantos religiosos. Hay una canción
al Espíritu Santo, que todavía cantamos, cuyo estribillo
es Espíritu Santo, ven. Una de las estrofas dice
así: “Ilumíname, inspírame, cuando decaiga. Aniquílame,
consúmeme”. Dije que iba a sustituir la palabra
aniquílame por otra. Chema lo oyó y saltó
inmediatamente con vehemencia contenida: “Pero ¿cómo vas
a quitar esa palabra, si es la experiencia de los
místicos?”. Yo creo que él mismo era un místico, en
medio de su intenso trabajo.
Hace doce años cuatro compañeros hicimos un retiro de un
mes en el monasterio cisterciense de Sobrado de los
Monjes (Galicia). Teníamos un temario propio. Cada
noche, antes de ir a la cama, veíamos el tema del día
siguiente. Participábamos con los monjes en el oficio
divino y la eucaristía; y el resto del día lo pasábamos
en silencio con ese material. Para quien aprovechara
todo el tiempo, podían ser siete u ocho horas de
oración. Chema era uno de los que lo aprovechaba entero.
Pero la mitad del tiempo lo pasaba haciendo zen.
El año pasado (2005), dirigió Chema el retiro de quince
días que hicieron varios compañeros en el mes de julio
en Zenarruza. Era un retiro de silencio. Dice un hermano
que les insistía mucho en que hicieran la experiencia
del vacío total, como un puro estar con Dios, sin
temas ni palabras. Y cuando llegaba la comunicación de
la oración, Chema contaba su experiencia de silencio,
con sus dificultades, facilidades y resultados, una
oración que él practicaba con una de las posturas del zen”.
Yo creo que de esa intensa oración le nacía la fuerza
interior que comunicaba a los demás sin proponérselo.
Muchas personas dicen que les cambió la imagen de Dios y
les liberó de ataduras. Igualmente confiesan la
imborrable huella que les dejó su manera de comentar los
pasajes bíblicos, muchas veces en forma dialogada. “Sus
comentarios bíblicos cambiaron
mis hábitos en la lectura de la Biblia. Desde entonces
asumo con mayor conocimiento y convicción las verdades
reveladas en armónica conjunción de razón y fe. Además
acentuaba el auténtico mensaje del maestro de Nazaret,
dirigido a la defensa de los pobres, los excluidos
sociales, para los que reivindicaba igualdad, justicia y
solidaridad, ideales con los que, desde los primeros
contactos con él, me encuentro identificado”. (De
Madrid, San Eduardo).
“Como por milagro, en un momento difícil, dramático,
cuando necesitas de verdad una ayuda espiritual,
apareció Chema en mi vida. Hablaba con autoridad, como
quien está plenamente convencido de que es verdad lo que
está diciendo. Nos hablaba mucho de Jesús, con textos
del evangelio. Y lo decía de forma diferente, lo
explicaba a nivel de la tierra. Jesús era humano como
nosotros, pero tenía todo el amor del mundo: ahí se veía
su divinidad. Y Chema nos lo hacía ver así. Nos dirigía
ese amor de Jesús siempre hacia las hermanas y hermanos,
siempre al necesitado. Confieso que nosotros, (nuestro
grupo de profundización en la fe), en algún momento no
lo entendimos bien y nos alejamos de él. Algunos pronto
nos arrepentimos. Tenerlo a él, sus explicaciones, la
doctrina de Jesús llevada a la vida de hoy, eso para
nosotros era un lujo”. (Madrid, San Eduardo).
“Todos los que conocimos a José María, hemos comentado
en muchas ocasiones como logró cambiar nuestra imagen de
Dios. Era notoria la emoción con la que hablaba del
“Dios que nos busca insistentemente, si bien nos deja en
libertad de acudir o no a su llamado”. “Dejémonos
atrapar por Dios”, era una de sus frases favoritas. Sin
embargo, no se limitaba a las palabras: todo él se
conmovía y nos conmovía a todos, ante este “Dios
nuestro”. La influencia que ejerció José María sobre
todos los que tuvimos la gracia de conocerlo, aquí en
Guadalajara, marcó nuestras vidas para siempre.
(Grupo de reflexión de Guadalajara, México).
Un grupo de fe, formado por jóvenes adultos, dedicó una
reunión a dar gracias a Dios por Chema, después de su
muerte. Esta fue su acción de gracias, llena de
elementos procedentes de Chema. “Dios mío, Padre-Madre,
te damos gracias por la vida de Chema y por el
testimonio de vida que nos transmitió, porque las
palabras que proclamaba las demostraba con obras. Chema
era un ejemplo de dedicación a tu Reino, ofreciendo
siempre su tiempo, su disponibilidad, su cercanía, su
cariño, su atención y su cuidado a cada uno de nosotros.
Chema ha inculcado en nosotros una forma nueva de orar,
basada en la contemplación y en la certeza de tu
presencia, y no en las peticiones. Chema nos hizo abrir
los ojos a un Jesús cercano, al que llegamos por amor.
Él resolvió nuestras dudas y aportó una luz nueva a los
pasajes de la resurrección, los milagros, Pentecostés,
mostrándonos la gran riqueza de tu Palabra Viva en los
Evangelios. Señor, gracias a Chema nuestra fe ha
madurado dando unos pasos enormes en los últimos años,
entendiendo mejor la libertad del hombre o el peligro de
creer en falsos dioses, distintos del Dios Padre y del
Dios Amor. Chema nos ha enseñado:
·
que no eres un Dios “chupóptero”; que sólo nos pides aquello
que nosotros nos pedimos a nosotros mismos;
·
ni eres un Dios milagrero, que saque la varita mágica cuando
lo necesitemos;
·
que estás vivo en el fondo de nuestro corazón (porque lo
divino está en lo profundamente humano);
·
y que nos hiciste libres, y sólo puedes transformar el mundo
con nuestra ayuda, puesto que Tú eres intencionista,
pero no intervencionista.
Además Chema nos amaba con un amor exigente, con el Amor
de Jesucristo, el Amor que te hace ver que la fe no
consiste únicamente en pensar, sino que implica actuar y
ha de mover tu vida. Chema ha estado apoyando nuestro
grupo en momentos cruciales y ha seguido a nuestro lado
todo este tiempo. Por todo esto y por los motivos que
pasan ahora por la mente y el corazón de todos los que
estamos aquí, te damos gracias, Señor”. (De
Majadahonda, Madrid)
Otra comunicación desde México. “Por
eso quiero tanto a José María. El hizo que cambiara mi
imagen de Dios. Una vez que la cambié, ya no lo busco
sólo en las iglesias. Ahora lo encuentro en todos lados.
Mi imagen de Dios inconsciente, que tuve siempre, era
tan humillante, que echaba a perder cualquier encuentro
que pudiera existir con él. Jose Maria cambió mi vida.
Un abrazo”. (De Monterrey, México).
“Tuve la dicha de no perderme ninguna de sus pláticas y
retiros. Chema me abrió un nuevo camino que yo no
conocía. Mi vida entera será corta para seguir sus
enseñanzas. Desde el primer retiro que hice con él,
empecé a preguntarme cómo es que andaba con tantas
novenas y devociones a santos, sin darme cuenta de que
llevaba conmigo al Dueño y Señor de todo. Hablé con José
María y le conté lo que me pasaba. El sonrió, tal como
acostumbraba, y me dijo: Estás muy sana. Después me
enfadaba conmigo misma por no haber sabido antes que el
Señor es el amor infinito, puro, eterno y
misericordioso, y no aquel con el que me habían educado.
Al mismo tiempo, empecé a amar como nunca antes había
amado. Nos insistía en el respeto absoluto de Dios hacia
nosotros y él lo practicaba. Nos dejaba caminar a
nuestro paso; aunque a veces, los que lo conocíamos
mejor, nos dábamos cuenta de que sufría con nuestra
dificultad para cambiar de mentalidad. Luego a solas nos
preguntaba: “¿Se me notó algo?”. Lo que pasaba era que
él andaba en jet y nosotros en burro. Aún así, íbamos
avanzando. En la última plática que nos dio, un señor
que estaba a mi lado no se enteraba y hacía preguntas
raras. José María contestaba: Sí, sí, bueno, bueno,
adelante, adelante… Esto duró un rato y pude admirar
cómo practicaba él mismo ese respeto absoluto de Dios
hacia nosotros, que nos estaba enseñando. De cada uno de
los poros de su cuerpo irradiaba siempre ese amor tan
pleno que tenía hacia el Señor, de forma que su
actuación era coherente con su enseñanza, sin ataduras,
tratando de curarnos la ceguera y la sordera como Jesús
en el evangelio. Ponía toda su energía en ello,
controlándose lo más que podía para no perder la
paciencia. Así comenzamos a sentir la presencia de Dios
Padre-Madre, de Jesús, del Espíritu. Pero en privado sí
que se enojaba algunas veces, cuando comentábamos las
malas enseñanzas que se dan a la gente; como aquel día
en el que se levantó de la mesa y salió fuera un rato,
yo creo que para calmarse. Y es que se entregaba con
toda su alma”. (De Monterrey, México).
No puedo dejar de mencionar el interés de Chema por la
Iglesia, con un amor afectuoso y crítico, especialmente
por la formación de cristianos adultos, tarea a la que
dedicó grandes esfuerzos. Como cuenta Pedro, que vivió
con él los últimos años, “han sido muchas las diócesis,
religiosas-os y sacerdotes, que se han beneficiado de
sus amenas, vibrantes y esclarecedoras conferencias,
como una voz autorizada que muestra senderos por los que
transitar”. También los obispos lo llamaban. Hace unos 4
años, fue invitado a asistir al Congreso del CELAM
–Conferencia Episcopal Latino Americana- en Santiago de
Chile. A su vuelta “me comentó –continúa Pedro- que, en
un momento dado, les dijo a los ilustres asistentes:
“Miren, hagan algo, promuevan un laicado adulto en
sus diócesis respectivas. A nosotros, en España, se nos
ha acabado el tiempo, ya es tarde”. Después de esta
intervención, uno de los arzobispos que le escuchaba fue
a encontrarle, profundamente impresionado por la
referencia a España. Y Chema trató de iluminar la mente
del jerarca. Otro obispo nos mandó este pésame: “Me
impresiona y aflige la muerte súbita de Chema Mardones,
en plena madurez intelectual y productiva. Es una
pérdida para la Iglesia, que desea un verdadero diálogo
empático y crítico con nuestra sociedad y busca unas
maneras de decir “Dios", que hagan pensar a los que
sienten explícitamente el vacío de su presencia social.
Oro por él, por los más próximos y por la Iglesia. Un
abrazo”.
Ese interés por un laicado adulto iba acompañado de un
afectuoso sentido crítico, no sólo sobre la escasa
formación de muchos de ellos, sino también sobre la
necesidad de un cambio de paradigma. Era uno de los
puntos centrales de su apostolado. En esa línea estaba
su interés en cambiar la imagen predominante de Dios.
Precisamente este libro nació de ese afán apostólico.
Varias de las lecturas que he hecho en estos años son de
libros recomendados por él. Quisiera mencionar
especialmente el libro “Las buenas cabras” –debían haber
traducido ‘Las cabras buenas’- editado en México, que él
recomendaba vivamente. También la oración de petición
–única forma de orar de mucha gente- entraba dentro de
su espíritu crítico, como algo que necesita una gran
purificación. Solíamos repetir los dos que es la más
pobre de las oraciones y, en muchísimos casos, una
oración casi idolátrica, porque se dirige, no al Dios
verdadero, sino el dios solucionario. En el presente
libro hay buenas explicaciones al respecto. Y, como
hemos podido comprobar en varios de los testimonios
citados, muchos de sus discípulos se lo captaron
perfectamente. Creo que él pretendía incluso suprimirla
del todo, especialmente en los retiros, mientras no
llegara esa total purificación. Recuerdo que, hace años,
redacté un programa para enseñar a orar, al que llamé
‘Escuela de oración’. Se lo presenté para que lo
revisara. Le interesó muchísimo. Y a los pocos días me
mandó sus notas, con una distribución del material para
tres o cuatro retiros. Entre las críticas que me hizo,
una de las más radicales se refería a la oración de
intercesión -distinta de la petición-, que yo había
introducido en el programa. Me dijo que podía entenderse
como una forma de recuperar la pobre oración de petición
y que él prefería suprimir ese número. Mis explicaciones
no le convencieron. Finalmente, tal como verse en este
libro, convinimos en que podíamos sustituir la petición
y la intercesión por la presentación o la encomienda,
sin pedir nada. Padre –o mejor, Padre y Madre-, te
encomiendo a Fulano de tal, que está enfermo. Te
presento la terrible situación de los niños que mueren
de hambre cada día. Etc.
También me alentó muchas veces en mis publicaciones
catequéticas, sobre todo en los momentos en los que yo
mismo dudaba de mi trabajo. En una ocasión en que le
mandé un gran número de plegarias –de las que muchas han
salido publicadas en Mar Adentro- le pedí que me las
puntuara, según su aliento poético. Me las devolvió al
poco tiempo, puntuadas del 1 al 5. Me dijo que las que
tenían puntuación de 3 no servían, menos aún las de 2; y
en varios casos me ponía al lado del texto esta
apostilla: ‘Explicativa; no sirve’. Yo le hacía mucho
caso. El mismo hubiera podido escribir textos de aliento
poético, como puede comprobarse en la felicitación de
Navidad que nos envió el año 2004, titulada “Salmo a la
encarnación de Dios”. La extensión de esta memoria
me impide reproducir aquí algunos bellos párrafos de esa
felicitación de Navidad.
Lo cierto es que tenía olfato para percibir el valor
literario de los textos. Me ocurrió con uno sobre Jesús.
Me dijo varias veces que era el mejor, el que más le
gustaba. Yo no lo apreciaba tanto. ¡Cuál fue mi
sorpresa, cuando fue calificado en una revista como el
mejor de todos los textos poéticos del libro, con
diferencia!
Chema me ayudó también en la redacción de los
cuestionarios evangélicos dominicales, que reciben
semanalmente las personas de las comunidades ‘Fe y
Acción Solidaria’ y otras muchas. Más aún, tengo que
reconocer que el esquema que finalmente ha quedado se lo
debo a él. Lo estaba practicando con una comunidad de
Madrid y me pareció mejor que el mío. El redacto además
los cuestionarios de un ciclo entero, aunque me dejó a
mí la tarea de simplificar pedagógicamente la
formulación de las preguntas.
Vaya finalmente mi último recuerdo.
Cuando me llegó la noticia de su fallecimiento, eran
aquí, en El Salvador, las 11,30 de la mañana. El golpe
fue terrible y pasé la tarde llorando, mientras tenía
que hacer llamadas telefónicas, para encontrar billete
para el primer avisón posible. Y ocurrió que, toda
aquella la tarde, la imagen que me venía continuamente
era la de Chema lavando platos. La olvidaba un momento
para llamar por teléfono y después volvía la misma
imagen. ¿Por qué me ocurría esto? No lo sé. La verdad es
que Chema lavaba los platos de casa siempre. El gran
Chema, el intelectual, el admirado en todas partes, lavó
los platos de casa hasta el último día. Cuando conté a
los de aquí que me venía esa imagen todo el tiempo
–varios de ellos no lo conocían personalmente- mi
compañero Carlos Urriza lo remachó diciendo: “Y no le
podías decir que aquel día –un día cualquiera- los
lavabas tú, porque no te dejaba”. Con esa imagen de
Chema me venía a la mente la frase de Jesús: ‘El mayor
entre ustedes, hágase el último y el servidor de todos’.
Tengo que agradecer al mismo Carlos que, cuando supo la
noticia, mientras yo estaba derrumbado, tomó las
riendas, nos llevó a la capilla y nos invitó a cantar la
oración de Foucault –me pongo en tus manos, Padre- con
la preciosa música de Kairoi. Fue un gran consuelo en
aquel duro momento.
Voy a poner punto final a esta memoria, con la emoción
del amigo perdido, que nos acompaña más que
antes, y con la sensación de haber dejado en el tintero
mil recuerdos entrañables. Y quiero hacerlo con palabras
de Pedro Olalde, el compañero que vivió con Chema en
Madrid los últimos años y que lo vio volar a la altura,
sin tiempo de despedirse. Son algunos párrafos de la
homilía que pronuncio en el funeral al día siguiente de
su muerte,
en la que quiso poner de relieve algo del alma de Chema,
con estas palabras.
“Querido Chema: Esta última semana estabas dedicado
intensamente, con ilusión, a la elaboración de un
libro sobre las imágenes de Dios. Me diste los tres
primeros capítulos para que los revisara. Lo hice y
te di mi impresión en la mañana de ayer, el mismo
día de tu partida.
Dios no es alguien terrible, decías, sino un Padre
con entrañas de misericordia. Dios es amor y todo lo
hace por amor. Quiere envolvernos en su amor,
invitándonos a acoger y desarrollar esta potencia
creadora.
No hay cosa más nefasta, añadías, que una mala
imagen de Dios. Detrás de muchos conflictos humanos
y psicológicos subyace un problema religioso. Por
eso te dedicaste en cuerpo y alma a iluminar
nuestras mentes con una teología y antropología
serias.
Gracias, Chema, por tu ingente labor. Gracias por
ser un faro potente en nuestra condición de
itinerantes hacia la plenitud.
Querido Chema: hoy nos has trastrocado el fin de
semana. Ahora deberíamos estar de retiro en Las
Matas. Querías darnos luz sobre el misterio de la
Resurrección. Y tú, sin duda, ya lo has
experimentado. Ahora estamos celebrando en este
lugar tu despedida definitiva y tu entrada triunfal
a la resurrección.
Eras especialmente devoto de Romanos 8, 31-39: Si
Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en
contra? ¿Quién podrá privarnos de ese amor del
Mesías? ¿Dificultades, angustias o la misma muerte?
Pero todo eso lo superamos de sobra gracias al que
nos amó.
Como la Magdalena de Juan, te empeñaste en buscar a
Jesús, el viviente, y experimentaste al fin, como
ella, que el Rabbí Nazareno se volviera sobre ti y
te llamara por tu nombre: ¡¡Chema!!
Para acabar, querido Chema, permíteme poner en tus
labios estas palabras de despedida.
“La débil luz de mi existencia se ha
apagado y mi habitación se ha quedado vacía. Llevo
conmigo los recuerdos todos. Dejo la playa de la
vida y me adentro en el ancho Mar. Abandono la
ciudad de los vivos y me sumerjo en el Ser que
sustenta y empapa mi vida. Me han llamado por mi
nombre; dejo todo y me voy. Cuando la flauta suene
penetrante y sus notas anuncien vuestra partida
definitiva, no sintáis miedo alguno en vuestras
entrañas. Saldrá la estrella de la tarde y el
crepúsculo se abrirá tras el pórtico del Rey. Adiós,
hasta que la luz sin ocaso nos envuelva a todos en
una gran fiesta de hermanos”.
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