homenaje a JOSE Mª MARDONES   

                             
                              

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I N   M E M O R I A M

 

EL ROSTRO INTERIOR DE

JOSE MARIA MARDONES

 

 

“Nada de lo que tengo me llena completamente; sólo quedaré satisfecho en Dios”.

 

“Te lo iba a decir: me quedo impresionado del Dios que tenemos. No me lo puedo creer. Al ir escribiendo y como teniéndolo presente, me quedo admiradísimo, sorprendido, sin palabras, con un nudo en la garganta y con ganas de abrazar, callando, callando, a este Dios”.

 

Entre estos dos párrafos  de José María Mardones media una distancia de 20 ó 25 años. Por eso creo que expresan, mejor que mis palabras, todo lo que quiero decir.

 

Quisiera dar a conocer el interior de José María, de Chema, como le hemos llamado siempre sus compañeros de comunidad. Las gentes que lo conocieron saben algo de sus grandes conocimientos y de su capacidad de transmisión; también de su cercanía y actitud amistosa. Pero la mayoría de ellas saben menos de su espiritualidad y de las consecuencias humanitarias de la misma en su vida. Como hermano suyo de comunidad, quisiera contar algo de estas zonas de su personalidad. No aspiro a escribir un retrato acabado; no sabría hacerlo. Quisiera dar solamente algunas pinceladas; unos flashes, que iluminen algunas estancias escondidas de su mundo interior, tan profundo y potente, como desconocido para mucha gente.

 

El primero de los dos párrafos mencionados es de los años 80-85. Se lo oí en una reunión comunitaria de oración. Vivíamos todavía todos los compañeros juntos, antes de dispersarnos. Y hacíamos semanalmente un encuentro espiritual: en él nos comunicábamos nuestra oración personal y nuestras experiencias. Fue en una de esas comunicaciones cuando le oí esa frase, que quedó metida en mi mente como un clavo. Chema era ya entonces un hombre intelectualmente prometedor; doctor en teología, que pensaba ya en su doctorado en sociología, concluido más tarde. Alguno del grupo le sugirió que podía estar satisfecho de su trabajo y su apostolado; y ésa fue la ocasión para que le saliera de dentro, modestamente, esa comunicación: “Nada de lo que tengo me llena completamente; sólo quedaré satisfecho en Dios”. Precisamente su talla intelectual me hizo apreciar más aquella humilde comunicación.

 

El segundo párrafo es del 15 de junio de de este mismo año, ocho días antes de su muerte. Se lo escribió a una persona amiga de México, a quien enviaba los capítulos de este libro, a medida que los redactaba. Lo cuenta ella misma así: “Ese día 15 hablé con él por skype y le dije que me admiraba y maravillaba lo que estaba escribiendo. A este comentario mío, él respondió positivamente, por lo cual yo agradecí al Señor por permitirle maravillarse de los talentos que El le había dado. Unas horas después, aquel mismo día, me envió por correo otro capítulo del libro con el bello comentario que le comparto: “Te lo iba a decir: me quedo impresionado del Dios que tenemos. No me lo puedo creer. Al ir escribiendo y como teniéndolo presente, me quedo admiradísimo, sorprendido, sin palabras, con un nudo en la garganta y con ganas de abrazar, callando, callando, a este Dios”.

 

Esa comunicación nos muestra que este libro póstumo es su testamento espiritual: lo terminó uno o dos días antes de su muerte. Me lo había anunciado a mí mismo el día 19 de abril en un correo. “Ando tentado -ya he empezado- de escribir sobre las imágenes de Dios: matar a nuestros falsos dioses. Un intento de presentar siete imágenes de Dios perversas, que habría que sustituir por otras positivas. Un libro, quizá, pastoral. ¿Qué te parece? Te envío la presentación y el primer capítulo: a ver qué te sugiere. Quiere ser legible, sencillo, sin notas, aunque al final, inevitablemente, se me va el aspecto cultural. Pero quizá esto no sea un defecto. ¿Cómo lo ves? Un abrazo amistoso, cálido y pascual”. ¡Cuánto he lamentado no haber leído antes de su muerte aquellos capítulos y los siguientes que me hubiera enviado, para darle mis sugerencias! Lo hacíamos muchas veces mutuamente, salvo en sus libros especializados.

 

El mismo día de su muerte Chema había escrito un correo a otra persona, que cuenta lo siguiente. “Te envío algo de lo que me escribió ese día en que se fue. Me escribió como a la 1.00 de la tarde, sólo unas horas antes de su partida. “Estoy muy contento, pues voy a un retiro, a un monasterio cercano a Bilbao, para encontrarme y estar con El, que nos habita”. (De Saltillo, México).

 

Ese monasterio es Zenarruza –monasterio cisterciense-, donde últimamente daba cada año dos retiros a gente seglar. El retiro anterior lo había dado dos meses antes, en la semana de pascua. Cuando visité el monasterio poco después de la muerte de Chema, el antiguo prior me comentó que las últimas veces había notado en Chema algo muy especial, una profundidad cada vez mayor.

 

La vida entera de Chema estuvo enmarcada en ese deseo apasionado, que lo envolvía por completo: sus estudios, sus escritos, su apostolado y su vida de comunidad. También su sentido crítico, tan agudo, que se vertía sobre toda la realidad, sociopolítica, religiosa, eclesial, incluso su propia  comunidad. Todo ello brotaba de su oración, prolongada y profunda. Lo sugiere la siguiente anécdota de un compañero mucho más joven que él. “Recuerdo una ocasión en la que viajé a Madrid para algunos trámites académicos. No hacía mucho que lo conocía, pero habíamos tenido ocasión de tratarnos y lo sentía cercano. Yo había llegado a su casa y me había instalado para unos días; me alegraba de poder conversar con él un rato largo después de varios meses. Cuando él llegó a casa por la noche, después del duro trabajo del día, me saludó cariñosamente, pero me dejó con la palabra en la boca: “Voy a orar”, me dijo. Así que yo hice lo mismo, un poco frustrado porque habría querido pasar ese momento con él, pero edificado por su imperturbable anhelo de encuentro diario con Dios. Al día siguiente hablamos largamente”. (De un compañero de comunidad).

 

Me resultaba admirable la profundidad interior de Chema. Recuerdo el día en que me contó que llevaba tres meses orando con la misma plegaria, un texto mío que se titula Quiero ver tu rostro. Ibamos los dos asiduamente al mismo acompañante espiritual. Yo me había anticipado esa vez y le aconsejé que él también lo hiciera. Estábamos empeñados en crecer en oración y experiencia interior. Estoy hablando de hace más de veinte años. Al recibir aquella confidencia, quedé muy pensativo. Sentí, una vez más, que Chema tenía una extraordinaria capacidad para orar largamente con muy pocos elementos.

 

Es posible que esa capacidad tuviera su lado humano y su lado divino, por decirlo simplemente. El lado divino sería la acción de Dios en él. El lado humano era su talento y capacidad intelectual, también don de Dios. Esa capacidad puede apreciarse en la siguiente comunicación, que es del tiempo en que Chema fue hermano marista, bastante antes de que pasáramos a nuestra comunidad Fe y Justicia-Acción Solidaria. Me la manda un amigo común. “Te cuento una anécdota, de la que no fui testigo, pero que se la he oído contar muchas veces al otro protagonista, amigo de Chema y mío. Tras acabar la primera fase de formación como hermanos maristas, el primer colegio al que llegaron ambos fue el de Bilbao. Parece que los hermanos más jóvenes solían estudiar juntos para acompañarse y ayudarse en la constancia. Eran los ratos en los que, además de preparar las clases, estudiaban los libros de teología que les indicaban para la formación continua y preparaban también la entrada a la universidad. El compañero de marras contaba que, al cabo de una hora o poco más, él ya se cansaba y empezaba a moverse. Pero Chema seguía impertérrito sin mover un músculo; y pasaban las horas y erre que erre, no se movía. El no podía más, y deseoso de moverse, de hablar y descansar, se decía: ‘Pero este tío ¿cuándo se cansará y parará un poco para hablar y desahogarnos?’. Pero aquel tío no se cansaba nunca; y él, picado en su amor propio, tenía que levantarse y buscar a otros con los que hablar y descansar”. (De un compañero de comunidad).

 

Esa capacidad de concentración estaba acompañada de una enorme curiosidad intelectual y de una memoria prodigiosa: se acordaba de todo lo que leía. Me contaba una prima suya que, siendo pequeños, en su pueblo natal –Agüera de Montija, Burgos- Chema devoraba todos los libros que encontraba en la escuela: cuentos, novelas, libros de historia, y que ella cree que acabó leyéndolos todos. Añadía que hacía un trabajo superior a su edad, porque, además de lo que estudiaba y leía, ayudaba en toda clase de taras caseras, desde cortar y recoger hierba hasta ordeñar o hacer limpieza en la casa. De verdad que su capacidad de trabajo se hizo patente en él desde la infancia. Y siempre con una gran sonrisa.

 

Esa curiosidad se veía también en su afán de ver museos y monumentos en sus viajes. “Compartí con Chema, cuenta un comunicante, dos viajes a Alemania, pasando por París. Creo que eran los veranos del 78 y 79. Salíamos en tren desde San Sebastián y llegábamos a París por la mañana. Pasábamos el día visitando París. Por la noche nos montábamos en el Orient-Express y marchábamos hacia Alemania. El se bajaba en Stuttgart, para continuar luego hacia Tûbingen, y yo seguía en el mismo tren hasta Munich. Coincidíamos en el mismo tramo en la ida y vuelta a París; y recuerdo que nos pasábamos todo el día visitando el Louvre y viendo jardines, palacios, avenidas, todo lo que encontrábamos. Notaba su afición por el arte y su afán por verlo todo y aprender de todo”. (De un compañero de comunidad).

 

Años antes, Chema había estado en Alemania con otro compañero, que destaca el mismo afán de saber más otro dato interesante. “En el verano de 1973 tanto Chema como yo fuimos a trabajar a Alemania: él, en un hospital, yo, en una fábrica de fundición. Al regresar nos contamos las experiencias. Me dijo que, al año siguiente, le gustaría trabajar en la fábrica y le facilité el camino. Así que el año 74  trabajamos juntos en la fábrica de fundición. Nuestra vida en Alemania era austera: habíamos ido a trabajar para ayudarnos en los estudios, además de practicar un poco de alemán. Chema me aventajaba en este idioma, lo cual me vino muy bien. Nuestro trabajo consistía en eliminar las pestañas y rebordes de las piezas que salían de la fundición utilizando un motor que tenía una rueda de esmeril. Lo que cuento a continuación refleja el espíritu luchador y reivindicativo de Chema. Un día, uno de los rebordes saltó y me golpeó un dedo de la mano izquierda en la uña. Se me hinchó y amorató inmediatamente. Chema me acompañó a la enfermería de la fábrica. Como no estábamos asegurados, no querían remitirme a urgencias del hospital. Yo me conformaba con la cura de la enfermería, pues no quería causar problemas, ya que el trabajo lo habíamos conseguido a través de los PP. Agustinos donde nos alojábamos. Chema, sin embargo, se puso fuerte, diciendo que teníamos derecho a un seguro. Fue a hablar con el responsable de la fábrica y le exigió que me llevaran a urgencias y que me dieran paro pagado los días que estuviera de baja. Consiguió ambas cosas, aunque, como consecuencia del golpe, yo perdí la uña. En nuestra estancia en Würzburg, Chema aprovechaba todos los momentos para enriquecer su vocabulario: en el autobús, en la calle, en el convento. A mí me resultaba imposible leer en el autobús y menos estudiar; por eso admiraba su capacidad de estudiar en cualquier lugar”. (De un compañero de comunidad).

 

“En el aspecto intelectual, añade otra persona, habría muchos aspectos que resaltar: desde la admiración que causaba a su alrededor, entre alumnos y compañeros profesores, por sus conocimientos, su capacidad de trabajo, su capacidad de síntesis y su facilidad para expresar con rapidez por escrito sus ideas sobre muchos temas, hasta la capacidad de contactar con las personas e interesarse por lo que los otros estaban haciendo, escribiendo o estudiando. Y no era nada reservado a la hora de pasar materiales y conocimientos, dar opiniones o aconsejar sobre el modo de realizar determinados trabajos intelectuales. Sólo daré una muestra entre muchas, referida a mí: en el prólogo de mi libro “Historia del pensamiento filosófico latinoamericano”, le nombro, aunque no lo resalto suficientemente, como una de las personas que más estuvieron empujándome para que no me cansara y acabara el trabajo, haciéndome ver que era algo necesario e importante”. (De un compañero de comunidad).

 

He aludido a la austeridad de Chema en Alemania. No fue un caso circunstancial. Veamos lo que dice otro hermano. “Hay un aspecto por el que algunos de los compañeros le solían tomar el pelo: la cuestión de los gastos. En plan de guasa, algunos le achacaban un cierto espíritu tacaño, porque evitaba los gastos excesivos, cuidaba el céntimo, no compraba más que lo que necesitaba y guardaba la ropa y las cosas de uso, hasta límites que otros consideraban excesivos. Tenía que luchar contra alguno que, si él se descuidaba, le tiraba las cosas ya un poco gastadas. La verdad es que yo siempre interpreté ese modo de ser como austeridad más que como tacañería. Porque, para cosas que eran necesarias, nunca tuvo problemas en gastar lo que hiciese falta, o para dar su autorización para los gastos comunitarios correspondientes”. Y otro escribe: “En el curso 76-77 volví a encontrarme con él en la comunidad, en el barrio de San Ignacio de Bilbao. Fueron años de apreturas. Dormíamos tres en un cuarto. Aunque al final del día nos encontrábamos cansados, ese momento del día, antes de dormir, resultaba bueno para compartir lo que había sido el día y para soñar con cosas nuevas”. (De un compañero de comunidad).

 

De su buen humor, su cercanía, su cariño y su actitud positiva, hablan todos los que me han enviado notas. He aquí algunas muestras.

 

 “La comunicación de Chema resultaban siempre profunda y cuestionante, con su dosis de buen humor. Estar con él era casi siempre aprender algo nuevo. Era un buen conversador, con el que daba gusto hablar. Si estábamos solos, yo sabía que en algún momento surgiría la pregunta: ‘Y tú, ¿qué? ¿Cuál es tu opinión sobre este y este punto? ¿Cómo te va en tal o cual aspecto?’. No eran conversaciones sobre el tiempo, sino sobre la vida”. (De un compañero de comunidad).

 

“El domingo antes de que Chema se fuera con nuestro Padre, estábamos con él en Las Matas haciendo un retiro. En nuestro grupo de fe, somos más o menos doce jóvenes de 25-30 años.  Por la mañana estuvimos descubriendo el capítulo 8 de la Carta a los Romanos, con la boca abierta y los oídos atentos a las palabras de Chema. Llegó la hora de la comida. Chema disfrutaba en las comidas, mientras todos nosotros estábamos contando nuestras cosillas y armando barullo. Una compañera hacía por esa época el curso de monitora de tiempo libre y, al final de la comida, empezó a enseñarnos juegos. Uno de ellos consistía de botar como una pelota de ping-pong, a pie juntillas, al mismo tiempo que cantabas: “Soy una bola de ping-pong que bota, que bota…”. Cuando terminaba el estribillo, cada “bola de ping-pong” podía tocar a otro y entonces éste se convertía también en bola de ping-pong. El panorama, tras unos minutos, era el de una decena de chicas y chicos botando y vociferando la canción de la bola de ping-pong. Chema seguía en su silla. Yo estaba un poco inquieto: por un lado quería que alguien lo tocase; por otro, no sabía cómo reaccionaría ante el ritmo frenético de las bolas de ping-pong. Ese pensamiento se desvaneció en un segundo, cuando un compañero llegó hasta él botando y cantando y le toco en la coronilla, con la misma simpatía con que lo haría un niño. Al momento, de un salto, Chema se puso a botar a pie juntillas con todos nosotros, cantando y sonriendo. Ese es el milagro de Chema para mí, el amor y el cariño con el que te llenaba de un Dios vivo y liberador”. (De Majadahonda, Madrid).

 

“Planeábamos tener la evaluación de final de curso. Le dijimos que normalmente para la evaluación nos juntábamos en casa de alguno de nosotros, en lugar de en la parroquia, y que la reunión era más informal: con algo de oración, pero también con picoteo y piscineo. Le miramos con cara de duda, a lo que él respondió: ‘Me apunto, si admitís michelines’. Nos reímos mucho. Y en la última reunión que tuvimos, días antes de su muerte, habló conmigo y sin darme cuenta me encontré contándole mis marujeos tal y como se los contaría a cualquier amigo”. (Otra persona de la misma comunidad)

 

“A finales de Enero 2006 sentía una gran expectación por el retiro que dirigiría José María en febrero, con el tema “Dios nos quiere libres”. Paralelamente asistía con mucho dolor a mi mamá, en sus últimos días entre nosotros. Justo el 3 de Febrero en la madrugada, se fue al cielo. No me fue posible asistir al retiro, que empezaba al día siguiente. Como deseaba saludarlo y su horario estaba repleto, me ofrecí a llevarlo a uno de los actos que tenía. Al verme parada en la puerta, José María caminó despacio hacia mí, con el rostro sereno y una mirada llena de ternura. Su saludo fue un abrazo calido, afectuoso, comprensivo. Sin pronunciar una palabra, me confortó en mi dolor y acompaño mis sentimientos. Me estremecí al sentir profundamente lo que significa la comunicación desde el corazón. Lo llevé hasta la casa de sus amigos; durante todo el camino, no dijimos una sola palabra. Jamás olvidaré esa condolencia, envuelta en cariñoso silencio. El encuentro de esa tarde me marcó para siempre”. (De Guadalajara, México).

 

Chema pertenecía a nuestra parroquia y asistía a ella a las eucaristías. Estando yo un domingo en el coro de la iglesia, lo vi entrar, me dirigí a él y le pregunté:" ¡Chema!, ¿quieres cantar con nosotros? Y él enseguida me respondió: ¡Sí! Desde entonces, siempre que estaba en Madrid nos acompañaba y nos ayudaba; cantaba bien. A veces, las compañeras del coro me preguntaban: ¿Quién es este señor?, ¿qué hace? Porque lo veían diferente, siempre con su sonrisa, su abrazo, su saludo para todos; se preocupaba por todo, hablaba con todos. Yo siempre les decía que era un hombre muy importante, de mucha valía, y que a mí me dejaba anonadada que ofreciera su tiempo para ayudarnos. Pero eso era lo que lo hacía más agradable: rebajarse al humilde, a lo pobre. Ahora sólo no queda recordarle ante Dios y pedirle que nos siga ayudando, porque el vacío que nos deja no es fácil de llenar. ¡Gracias por todo lo que nos diste!”. (De San Eduardo, Madrid).

 

La verdad es que tenemos muchas vivencias hermosas con él. Recuerdo la vez que cenamos con él y nos dijo que las mujeres mexicanas le enseñamos los abrazos. ‘Ustedes, las mujeres mexicanas, me han enseñado algo muy bello: a abrazar y recibir abrazos fuertes. Al principio me costaba, pero después fui comprendiendo esa forma de expresión y cariño tan bella que tienen especialmente ustedes. Con esto he podido descubrir en mí también esa parte femenina que todo hombre tiene’. Recientemente, continúa la comunicación, he sufrido la partida de mi única hermana, más chica que yo. José María siempre estuvo pendiente. Cuando falleció, el daba un retiro aquí en la ciudad; y apenas terminó, vino a visitarme y estuvo un buen rato acompañándome desde el corazón. Yo siempre percibí que a cada una de las personas que nos acercábamos a él, nos hacía sentirnos importantes; y que lo que le platicábamos, fuera el tema que fuera, le interesaba. El siempre era cercano y  amigo, incluso cuando hablaba con claridad. A finales de agosto (2006) fuimos a Escobedo (zona pobre) por primera vez después de las vacaciones. Resultó una tarde muy emotiva. Cantamos la canción La Muerte no es el final, pues las mujeres del barrio no acababan de creer que José María se nos hubiera ido. Compartieron sus recuerdos sobre él y me impresionó que, aunque lo vieron pocas veces, todas comentaban lo cercano que se les hizo. Una de ellas, que es muy tímida, contó que, en una ocasión, cuando la sentamos al lado de José María, estaba tan nerviosa, que no sabía qué hacer; pero que al rato estaba tan a gusto, que se sentía como si José María fuera su amigo de siempre, al que le podía contar sus problemas. Otra de las señoras me enseñó el ideario, dedicado por José María. Ahora me doy cuenta de que mucha gente llegaba adonde él y le platicaba sus problemas, a veces fuertes, sintiendo que él podía ayudarle”. (De dos personas de Monterrey, México).

 

“La otra gran característica de Txema era la cercanía humana. Recuerdo con agrado una conversación con él en la Navidad del año 99. Aunque me doblaba la edad, sentí que me hablaba como lo haría un amigo que necesitara mi comprensión y ayuda, y con el que no existían barreras ni tabúes. Su propia transparencia, contando detalles y hechos de su vida, me animaba a hablar libremente. Nos reímos mucho juntos, cuando me contó que, en su tiempo de joven estudiante y enfermero en Alemania, las chicas resultaban más osadas de lo que él estaba acostumbrado, y cómo tenía que morderse la lengua y ‘agachar la cresta’ cuando alguna le provocaba explícitamente. Ya en ese tiempo me animaba a aprovechar todos mis recursos para emprender obras grandes, sin miedo; y ciertamente logró sembrar la inquietud en mí: ahora lo veo más claro. Por sencillos que parezcan, estos hechos y otros que he contado, son imborrables para mí, una herencia indeleble, expresión y resumen a la vez de una persona tan querida y entrañable como Chema. Lo cual me indica que me ayudaron para construir mi propia identidad –tarea en la que siempre necesitamos referentes amables”. (De un compañero de comunidad).

 

“Lo primero que se me viene a la cabeza es su sonrisa y sus manos fuertes y firmes, cuando me agarraba de los hombros para preguntar qué tal iba todo. Nunca dejaba de interesarse por lo profundo de nuestras vidas y de nuestra familia. Mi hija lo recuerda como ‘el Chema grande con gafas y siempre sonriente’. Pero quizá el recuerdo por el que más veces he dado gracias a Dios en estos meses es el de una semana que me alojé en su casa de Madrid hace doce años. Recuerdo su apertura y disponibilidad, sus ganas de charlar y pasear, que para mí fue un gran descubrimiento. No lo conocía mucho personalmente y no me lo imaginaba tan cercano y con tanto que compartir. Yo andaba preocupada con la tesis doctoral, indecisa sobre si sería capaz de conseguirlo, sin saber por dónde empezar y ni siquiera qué tema elegir. En el primer paseo largo que dimos, él me preguntó sobre mis intereses, conocimientos e inquietudes. Me sentí bien, compartiendo con un igual, con un hermano mayor que me quería. Al día siguiente me hizo pensar en el tema de la filosofía de la educación, me sugirió libros para leer, me dio la dirección de una librería en Madrid, me indicó cómo llegar a ella y me ayudó a que pudiera comprar los que me interesaran. Después, siempre que nos veíamos, mostraba interés. Y cuando yo estaba a punto de terminar, me preguntó: ‘¿Cómo te sientes ahora que ya casi lo has conseguido?’. ‘Siento, le contesté, que, cuanto mas leo y mas creo que sé del tema, mas me falta por aprender’. El, con su amplia sonrisa y casi riendo, me dijo: ‘Al parecer, has emprendido el camino de la sabiduría, que consiste en seguir aprendiendo continuamente’. Sigo dando gracias a Dios por su vida y deseo de corazón que siga viviendo en nosotros como muestra del amor de Dios”. (De Bilbao).

 

“Conocí a Chema hace 30 años en Tubinga, en cuyo Consulado terminé el bachillerato, gracias a las clases que nos daba gratuitamente todos los días a mí y a una amiga durante una o dos horas. Más tarde, cuando me casé y, por razón del trabajo, nos establecimos en Londres, Chema nos visitó y se hospedó en nuestra casa 10 días. Por las noches hablábamos largo y tendido. Me escuchaba con mucha atención y me animaba. Más tarde, cuando venía a San Sebastián a dar conferencias, siempre me llamaba y venía a cenar, dejando otras invitaciones. A través de esas conversaciones y de la relación con él, aprendí a ser mujer. He llorado inconsolablemente desde que me enteré de su repentina muerte”. (De Donosita-San Sebastián).

 

“Tenemos vivo el recuerdo de las primeras convivencias, cuando los niños eran más pequeñas. Sobre todo el mayor le tomó mucho cariño a Chema; se acuerda a menudo de las historias que le contaba sobre Hernán Cortés. El niño le escuchaba con mucha atención”. (De Madrid, la Paz).

 

Cuando yo iba a Madrid, siempre me daba una gran acogida. Y como sabía que a mí me gusta mucho ver museos, me llevaba a ver alguno que no había visto o a volver a ver algún otro. Gastaba el día conmigo, por decirlo brevemente. Yo me quedaba admirado, porque sabía lo ocupado que andaba con sus publicaciones”. (De un compañero de comunidad).

 

 “Quisiera contar el último encuentro que tuve con Chema. Fue en Madrid en el fin de semana del 2-3 de junio (2006). Yo había ido a dar una conferencia dentro de la Cátedra de ‘Ciencia, Técnica y Religión’, en la Universidad de Comillas. Les había avisado a Pedro y Chema que llegaría a su casa por la noche, después de dar mi conferencia. Pero, al empezar la conferencia, vi con sorpresa a Pedro entre los asistentes. La razón era dura y triste. Venía a comunicarme que acababa de fallecer mi hermana. No sabía qué hacer, si viajar inmediatamente o viajar al día siguiente para el funeral.  Opté por lo segundo. Después de la conferencia, con la ayuda de Chema miramos horarios e hicimos la reserva del billete. Nos costó acertar; y la impresión del resguardo quedó muy borrosa. Teníamos miedo de que no quedara clara mi identificación y no pudiera coger el tren. Al final, todo funcionó perfectamente. Recuerdo con agradecimiento la solicitud de Chema, que al día siguiente me acompañó en el metro hasta la estación, por si había algún problema con el billete. En el relativamente largo trayecto del metro estuvimos hablando de nuestras próximas publicaciones.  Cuando llegamos a la estación del tren, vimos que sólo podían pasar los pasajeros. Así que Txema no pudo pasar y nos despedimos con un fuerte abrazo, sin poder imaginar ninguno de los dos que sería la última vez que nos veríamos en vida. Son recuerdos que tengo bien grabados en mi memoria”. (De un compañero de comunidad).

El canto de los pájaros

 

De la humanidad de Chema habría que añadir muchos más datos. Me permito añadir dos, que muchos amigos no conocerán. Tenía cuerpo atlético y en su juventud fue un gran deportista. En una competición, ganó el primer puesto en el lanzamiento de jabalina. Fue siempre muy aficionado al deporte y podía hablarte de deportistas y ganadores de muchos años atrás. Recuerdo que un año pasamos varios días juntos en su casa de Cantabria. Un día en el que fuimos a la capital, Santander, había una olimpiada de atletismo. Chema no se aguantó y me invitó a entrar a un bar - en España, un restaurante abierto- y pasamos allá largo rato, porque él estaba encantado viendo las competiciones. A la salida se acordaba de todos los ganadores. Y ya que otros han hablado de su afición a ver museos, quiero mencionar que también tenía gran afición a la música. En la plaza porticada de la misma ciudad fuimos a escuchar varios ensayos –nuestro dinero no daba para ir al concierto mismo-; y en una ocasión, gozó muchísimo, en la catedral de la misma ciudad, con varios fragmentos de la ópera ‘San Francisco de Asís’, de Messiaen, donde se escucha el canto de los pájaros.

 

Pero volvamos a su espiritualidad. He querido insertar algunos recuerdos de su gran humanidad en medio de las referencias a su vida interior, para que quede claro que todo ello formaba parte de su espiritualidad. Se le notaba palpablemente cuando daba los retiros. En los primeros años de su estancia en Madrid, sentía la falta de esa faceta evangelizadora y nos lo comunicaba. Yo diría que su vertiente directamente apostólica estaba dentro de él como un león enjaulado, porque no encontraba cauce donde desarrollarla. Fue México, creo yo, quien le dio inesperadamente la oportunidad de dar rienda suelta a ese afán apostólico que nacía de su vida interior. El mismo me contó que, con ocasión de una conferencia de sociología y religión en una universidad de Monterrey, hizo una alusión al evangelio de Marcos, que interesó a algunas personas. Al final de la conferencia fueron a hablar con él y le pidieron una explicación más amplia de aquella breve nota. Chema, ni corto ni perezoso, les dijo: ‘Si quieren les doy un retiro un fin de semana, que estaré libre, sobre esos textos”. Aceptaron inmediatamente, y ahí comenzó su apostolado mexicano, que se fue extendiendo desde Monterrey a Saltillo, Guadalajara, DF y, en una ocasión, hasta Chiapas. Para entonces ya había encontrado algún que otro cauce en Madrid y posteriormente en el monasterio cisterciense de Zenarruza (Vizcaya) con cristianos laicos.

 

Sin embargo, antes de su traslado a Madrid en los años 85-86, él y yo ya habíamos dado bastantes retiros en Bilbao a integrantes de movimientos apostólicos. En aquellos retiros, los dos aprendimos mucho el uno del otro. Sobre todo queríamos enseñar la oración profunda de meditación y contemplación de Jesús en los evangelios, sin peticiones y rezos; una oración de amistad y unión. Teníamos interés en conducir a las personas al interior del Misterio. Un compañero lo cuenta muy bien. “Entre 1999 y 2004, todos los años tuve uno o varios retiros largos con Txema: en El Escorial, Las Arenas, Zenarruza. En algunos yo le acompañaba con la música; pero, sobre todo, me iba empapando de su forma de hacer. En todas las ocasiones constataba su facilidad para introducir a las personas en el misterio de Dios; eso que solemos llamar sentido mistagógico. No dudaba en usar técnicas de relajación y concentración, siempre precedidas por el análisis compartido de un pasaje evangélico. El mismo dirigía el diálogo, ayudando a profundizar en el mensaje del texto y a encontrar una interpelación personal con la que orar largamente. Esa habilidad para poner todos los recursos al servicio del encuentro con Dios en la oración profunda era, creo, el éxito de sus retiros. Aunque eran muchos los recursos personales con los que contaba -extenso conocimiento bíblico-exegético, erudición teológica, técnicas de oración, dinámica de grupo- ninguno de ellos ocupaba el centro; quedaba todo ello al servicio del encuentro vivo y personal con Dios”. (De un compañero de comunidad).

 

Recuerdo un retiro que dimos juntos en los años 80, en el que me admiró mucho su enseñanza práctica sobre el uso de la imaginación. Nuestros retiros no eran de charlas largas, sino del estilo narrado por el compañero de la cita anterior: diálogo sobre el texto, introducción personal en el mismo, oración particular en silencio, conclusión. En aquella unidad, los participantes no salieron de la sala para hacer la oración en particular como en otros casos, porque fue una oración dirigida por él. El enlace que hizo de la imaginación con los elementos de la naturaleza –lago, aguas tranquilas, montes, árboles- fue realmente admirable. Y por lo que pudimos comprobar en la evaluación, la gente entró en oración profundamente.

 

Lo que tratábamos de hacer era comunicar nuestra propia experiencia con elementos pedagógicos adaptados a los participantes. Sin darnos cuenta, poníamos en práctica la máxima dominicana contemplata aliis tradere (transmitir a los demás lo que uno ha contemplado o digerido). Además de su facilidad para el silencio prolongado, que más arriba he comentado, lo que destacaba en Chema era su sencillez y transparencia en las comunicaciones. “De los muchos retiros que hemos hecho juntos, dice un comunicante, tengo muy presente un rasgo de su personalidad que me llamaba la atención: su transparencia y espontaneidad a la hora de comunicar sus experiencias y estados de ánimo, lo mismo fueran buenos que más bajos. Sabía aceptar y exponer sus momentos bajos y menos lúcidos. Igualmente, me llamaba la atención la amplitud de miras y ganas de probar otros métodos y técnicas de oración, como todo su acercamiento a los cursos y los ejercicios del zen". (De un compañero de comunidad).

 

Efectivamente, con su entrada en el zen, Chema dio un salto en la profundidad de su oración. Recuerdo el día en el que Ana María Schlutter, maestra zen, se reunión con nuestro grupo, un día en el que estábamos de retiro en la casa de las Reparadoras de Las Arenas (Vizcaya). Fue Chema quien le propuso que nos invitara a un retiro de zen. Nos dio una breve explicación y puso especial énfasis en mostrar que siempre contactamos con Dios a través de intermediarios -nuestras imágenes de Dios-; y que tales intermediarios son a menudo un impedimento para avanzar en la oración y tener un mayor encuentro con Dios. Chema, siempre en búsqueda, estaba completamente convencido. Así que poco después hizo un retiro con Ana María. A su vuelta pasó largo rato conmigo, comentándome la experiencia que había tenido. A mí me estaban entrando las ganas. Después de aquel retiro, Chema hizo bastantes más, siempre con gran entusiasmo, incluso uno de doce días completos de absoluto silencio. Cada vez que volvía de uno de aquellos retiros, venía transformado. Durante un tiempo, se puso bajo la orientación de Ana María, a la que visitaba periódicamente. Sus comentarios eran estimulantes para mí. Y así como yo lo había llevado a él al acompañamiento espiritual anteriormente, ahora fue él quien me condujo a mí al zen. Recuerdo lo que le dije a la vuelta de mi primer retiro: “Chema, jamás en mi vida he vivido un silencio tan profundo como éste”. Le pasé unos versos sobre el silencio y la nada, que él  tuvo pegados durante mucho tiempo en la parte interior de la puerta de su habitación, en Madrid, texto que, lamentablemente, he perdido.

 

Además de los retiros, Chema leía libros de maestros espirituales del zen; y supo integrar perfectamente esa experiencia con los evangelios y la oración cristiana. Llegó a tener un buen conocimiento de la experiencia oriental y en general de la mística. Recuerdo con qué fuerza me dijo un día que no podía quitar aquella estrofa de una canción. Estábamos elaborando entre varios un folleto de cantos religiosos. Hay una canción al Espíritu Santo, que todavía cantamos, cuyo estribillo es Espíritu Santo, ven. Una de las estrofas dice así: “Ilumíname, inspírame, cuando decaiga. Aniquílame, consúmeme”. Dije que iba a sustituir la palabra aniquílame por otra. Chema lo oyó y saltó inmediatamente con vehemencia contenida: “Pero ¿cómo vas a quitar esa palabra, si es la experiencia de los místicos?”. Yo creo que él mismo era un místico, en medio de su intenso trabajo.

 

Hace doce años cuatro compañeros hicimos un retiro de un mes en el  monasterio cisterciense de Sobrado de los Monjes (Galicia). Teníamos un temario propio. Cada noche, antes de ir a la cama, veíamos el tema del día siguiente. Participábamos con los monjes en el oficio divino y la eucaristía; y el resto del día lo pasábamos en silencio con ese material. Para quien aprovechara todo el tiempo, podían ser siete u ocho horas de oración. Chema era uno de los que lo aprovechaba entero. Pero la mitad del tiempo lo pasaba haciendo zen. 

 

El año pasado (2005), dirigió Chema el retiro de quince días que hicieron varios compañeros en el mes de julio en Zenarruza. Era un retiro de silencio. Dice un hermano que les insistía mucho en que hicieran la experiencia del vacío total, como un puro estar con Dios, sin temas ni palabras. Y cuando llegaba la comunicación de la oración, Chema contaba su experiencia de silencio, con sus dificultades, facilidades y resultados, una oración que él practicaba con una de las posturas del  zen”.

 

Yo creo que de esa intensa oración le nacía la fuerza interior que comunicaba a los demás sin proponérselo. Muchas personas dicen que les cambió la imagen de Dios y les liberó de ataduras. Igualmente confiesan la imborrable huella que les dejó su manera de comentar los pasajes bíblicos, muchas veces en forma dialogada. “Sus comentarios bíblicos cambiaron mis hábitos en la lectura de la Biblia. Desde entonces asumo con mayor conocimiento y convicción las verdades reveladas en armónica conjunción de razón y fe. Además acentuaba el auténtico mensaje del maestro de Nazaret, dirigido a la defensa de los pobres, los excluidos sociales, para los que reivindicaba igualdad, justicia y solidaridad, ideales con los que, desde los primeros contactos con él, me encuentro identificado”. (De Madrid, San Eduardo).

 

“Como por milagro, en un momento difícil, dramático, cuando necesitas de verdad una ayuda espiritual, apareció Chema en mi vida. Hablaba con autoridad, como quien está plenamente convencido de que es verdad lo que está diciendo. Nos hablaba mucho de Jesús, con textos del evangelio. Y lo decía de forma diferente, lo explicaba a nivel de la tierra. Jesús era humano como nosotros, pero tenía todo el amor del mundo: ahí se veía su divinidad. Y Chema nos lo hacía ver así. Nos dirigía ese amor de Jesús siempre hacia las hermanas y hermanos, siempre al necesitado.  Confieso que nosotros, (nuestro grupo de profundización en la fe), en algún  momento no lo entendimos bien y nos alejamos de él. Algunos pronto nos arrepentimos. Tenerlo a él, sus explicaciones, la doctrina de Jesús llevada a la vida de hoy, eso para nosotros era un lujo”. (Madrid, San Eduardo).

 

“Todos los que conocimos a José María, hemos comentado en muchas ocasiones como logró cambiar nuestra imagen de Dios. Era notoria la emoción con la que hablaba del “Dios que nos busca insistentemente, si bien nos deja en libertad de acudir o no a su llamado”. “Dejémonos atrapar por Dios”, era una de sus frases favoritas. Sin embargo, no se limitaba a las palabras: todo él se conmovía y nos conmovía a todos, ante este “Dios nuestro”. La influencia que ejerció José María sobre todos los que tuvimos la gracia de conocerlo, aquí en Guadalajara, marcó nuestras vidas para siempre. (Grupo de reflexión de Guadalajara, México).

 

Un grupo de fe, formado por jóvenes adultos, dedicó una reunión a dar gracias a Dios por Chema, después de su muerte. Esta fue su acción de gracias, llena de elementos procedentes de Chema. “Dios mío, Padre-Madre, te damos gracias por la vida de Chema y por el testimonio de vida que nos transmitió, porque las palabras que proclamaba las demostraba con obras. Chema era un ejemplo de dedicación a tu Reino, ofreciendo siempre su tiempo, su disponibilidad, su cercanía, su cariño, su atención y su cuidado a cada uno de nosotros. Chema ha inculcado en nosotros una forma nueva de orar, basada en la contemplación y en la certeza de tu presencia, y no en las peticiones. Chema nos hizo abrir los ojos a un Jesús cercano, al que llegamos por amor. Él resolvió nuestras dudas y aportó una luz nueva a los pasajes de la resurrección, los milagros, Pentecostés, mostrándonos la gran riqueza de tu Palabra Viva en los Evangelios. Señor, gracias a Chema nuestra fe ha madurado dando unos pasos enormes en los últimos años, entendiendo mejor la libertad del hombre o el peligro de creer en falsos dioses, distintos del Dios Padre y del Dios Amor. Chema nos ha enseñado:

·         que no eres un Dios “chupóptero”; que sólo nos pides aquello que nosotros nos pedimos a nosotros mismos;

·         ni eres un Dios milagrero, que saque la varita mágica cuando lo necesitemos;

·         que estás vivo en el fondo de nuestro corazón (porque lo divino está en lo profundamente humano);

·         y que nos hiciste libres, y sólo puedes transformar el mundo con nuestra ayuda, puesto que Tú eres intencionista, pero no intervencionista.

Además Chema nos amaba con un amor exigente, con el Amor de Jesucristo, el Amor que te hace ver que la fe no consiste únicamente en pensar, sino que implica actuar y ha de mover tu vida. Chema ha estado apoyando nuestro grupo en momentos cruciales y ha seguido a nuestro lado todo este tiempo. Por todo esto y por los motivos que pasan ahora por la mente y el corazón de todos los que estamos aquí, te damos gracias, Señor”. (De Majadahonda, Madrid)

 

Otra comunicación desde México. “Por eso quiero tanto a José María. El hizo que cambiara mi imagen de Dios. Una vez que la cambié, ya no lo busco sólo en las iglesias. Ahora lo encuentro en todos lados. Mi imagen de Dios inconsciente, que tuve siempre, era tan humillante, que echaba a perder cualquier encuentro que pudiera existir con él. Jose Maria cambió mi vida. Un abrazo”. (De Monterrey, México).

 

“Tuve la dicha de no perderme ninguna de sus pláticas y retiros. Chema me abrió un nuevo camino que yo no conocía. Mi vida entera será corta para seguir sus enseñanzas. Desde el primer retiro que hice con él, empecé a preguntarme cómo es que andaba con tantas novenas y devociones a santos, sin darme cuenta de que llevaba conmigo al Dueño y Señor de todo. Hablé con José María y le conté lo que me pasaba. El sonrió, tal como acostumbraba, y me dijo: Estás muy sana. Después me enfadaba conmigo misma por no haber sabido antes que el Señor es el amor infinito, puro, eterno y misericordioso, y no aquel con el que me habían educado. Al mismo tiempo, empecé a amar como nunca antes había amado. Nos insistía en el respeto absoluto de Dios hacia nosotros y él lo practicaba. Nos dejaba caminar a nuestro paso; aunque a veces, los que lo conocíamos mejor, nos dábamos cuenta de que sufría con nuestra dificultad para cambiar de mentalidad. Luego a solas nos preguntaba: “¿Se me notó algo?”. Lo que pasaba era que él andaba en jet y nosotros en burro. Aún así, íbamos avanzando. En la última plática que nos dio, un señor que estaba a mi lado no se enteraba y hacía preguntas raras. José María contestaba: Sí, sí, bueno, bueno, adelante, adelante… Esto duró un rato y pude admirar cómo practicaba él mismo ese respeto absoluto de Dios hacia nosotros, que nos estaba enseñando. De cada uno de los poros de su cuerpo irradiaba siempre ese amor tan pleno que tenía hacia el Señor, de forma que su actuación era coherente con su enseñanza, sin ataduras, tratando de curarnos la ceguera y la sordera como Jesús en el evangelio. Ponía toda su energía en ello, controlándose lo más que podía para no perder la paciencia. Así comenzamos a sentir la presencia de Dios Padre-Madre, de Jesús, del Espíritu. Pero en privado sí que se enojaba algunas veces, cuando comentábamos las malas enseñanzas que se dan a la gente; como aquel día en el que se levantó de la mesa y salió fuera un rato, yo creo que para calmarse. Y es que se entregaba con toda su alma”. (De Monterrey, México).

 

No puedo dejar de mencionar el interés de Chema por la Iglesia, con un amor afectuoso y crítico, especialmente por la formación de cristianos adultos, tarea a la que dedicó grandes esfuerzos.  Como cuenta Pedro, que vivió con él los últimos años, “han sido muchas las diócesis, religiosas-os y sacerdotes, que se han beneficiado de sus amenas, vibrantes y esclarecedoras conferencias, como una voz autorizada que muestra senderos por los que transitar”. También los obispos lo llamaban. Hace unos 4 años, fue invitado a asistir al Congreso del CELAM –Conferencia Episcopal Latino Americana- en Santiago de Chile. A su vuelta “me comentó –continúa Pedro- que, en un momento dado, les dijo a los ilustres asistentes: “Miren, hagan algo,  promuevan un laicado adulto en sus diócesis respectivas. A nosotros, en España, se nos ha acabado el tiempo, ya es tarde”. Después de esta intervención, uno de los arzobispos que le escuchaba fue a encontrarle, profundamente impresionado por la referencia a España. Y Chema trató de iluminar la mente del jerarca. Otro obispo nos mandó este pésame: “Me impresiona y aflige la muerte súbita de Chema Mardones, en plena madurez intelectual y productiva. Es una pérdida para la Iglesia, que desea un verdadero diálogo empático y crítico con nuestra sociedad y busca unas maneras de decir “Dios", que hagan pensar a los que sienten explícitamente el vacío de su presencia social. Oro por él, por los más próximos y por la Iglesia. Un abrazo”.

 

Ese interés por un laicado adulto iba acompañado de un afectuoso sentido crítico, no sólo sobre la escasa formación de muchos de ellos, sino también sobre la necesidad de un cambio de paradigma. Era uno de los puntos centrales de su apostolado. En esa línea estaba su interés en cambiar la imagen predominante de Dios. Precisamente este libro nació de ese afán apostólico. Varias de las lecturas que he hecho en estos años son de libros recomendados por él. Quisiera mencionar especialmente el libro “Las buenas cabras” –debían haber traducido ‘Las cabras buenas’- editado en México, que él recomendaba vivamente. También la oración de petición –única forma de orar de mucha gente- entraba dentro de su espíritu crítico, como algo que necesita una gran purificación. Solíamos repetir los dos que es la más pobre de las oraciones y, en muchísimos casos, una oración casi idolátrica, porque se dirige, no al Dios verdadero, sino el dios solucionario. En el presente libro hay buenas explicaciones al respecto. Y, como hemos podido comprobar en varios de los testimonios citados, muchos de sus discípulos se lo captaron perfectamente. Creo que él pretendía incluso suprimirla del todo, especialmente en los retiros, mientras no llegara esa total purificación. Recuerdo que, hace años, redacté un programa para enseñar a orar, al que llamé ‘Escuela de oración’. Se lo presenté para que lo revisara. Le interesó muchísimo. Y a los pocos días me mandó sus notas, con una distribución del material para tres o cuatro retiros. Entre las críticas que me hizo, una de las más radicales se refería a la oración de intercesión -distinta de la petición-, que yo había introducido en el programa. Me dijo que podía entenderse como una forma de recuperar la pobre oración de petición y que él prefería suprimir ese número. Mis explicaciones no le convencieron. Finalmente, tal como verse en este libro, convinimos en que podíamos sustituir la petición y la intercesión por la presentación o la encomienda, sin pedir nada. Padre –o mejor, Padre y Madre-, te encomiendo a Fulano de tal, que está enfermo. Te presento la terrible situación de los niños que mueren de hambre cada día. Etc. 

 

También me alentó muchas veces en mis publicaciones catequéticas, sobre todo en los momentos en los que yo mismo dudaba de mi trabajo. En una ocasión en que le mandé un gran número de plegarias –de las que muchas han salido publicadas en Mar Adentro- le pedí que me las puntuara, según su aliento poético. Me las devolvió al poco tiempo, puntuadas del 1 al 5. Me dijo que las que tenían puntuación de 3 no servían, menos aún las de 2; y en varios casos me ponía al lado del texto esta apostilla: ‘Explicativa; no sirve’. Yo le hacía mucho caso. El mismo hubiera podido escribir textos de aliento poético, como puede comprobarse en la felicitación de Navidad que nos envió el año 2004, titulada “Salmo a la encarnación de Dios”. La extensión de esta memoria me impide reproducir aquí algunos bellos párrafos de esa felicitación de Navidad[1]. Lo cierto es que tenía olfato para percibir el valor literario de los textos. Me ocurrió con uno sobre Jesús. Me dijo varias veces que era el mejor, el que más le gustaba. Yo no lo apreciaba tanto. ¡Cuál fue mi sorpresa, cuando fue calificado en una revista como el mejor de todos los textos poéticos del libro, con diferencia!

 

Chema me ayudó también en la redacción de los cuestionarios evangélicos dominicales, que reciben semanalmente las personas de las comunidades ‘Fe y Acción Solidaria’ y otras muchas. Más aún, tengo que reconocer que el esquema que finalmente ha quedado se lo debo a él. Lo estaba practicando con una comunidad de Madrid y me pareció mejor que el mío. El redacto además los cuestionarios de un ciclo entero, aunque me dejó a mí la tarea de simplificar pedagógicamente la formulación de las preguntas.

 

Vaya finalmente mi último recuerdo. Cuando me llegó la noticia de su fallecimiento, eran aquí, en El Salvador, las 11,30 de la mañana. El golpe fue terrible y pasé la tarde llorando, mientras tenía que hacer llamadas telefónicas, para encontrar billete para el primer avisón posible. Y ocurrió que, toda aquella la tarde, la imagen que me venía continuamente era la de Chema lavando platos. La olvidaba un momento para llamar por teléfono y después volvía la misma imagen. ¿Por qué me ocurría esto? No lo sé. La verdad es que Chema lavaba los platos de casa siempre. El gran Chema, el intelectual, el admirado en todas partes, lavó los platos de casa hasta el último día. Cuando conté a los de aquí que me venía esa imagen todo el tiempo –varios de ellos no lo conocían personalmente-  mi compañero Carlos Urriza lo remachó diciendo: “Y no le podías decir que aquel día –un día cualquiera- los lavabas tú, porque no te dejaba”. Con esa imagen de Chema me venía a la mente la frase de Jesús: ‘El mayor entre ustedes, hágase el último y el servidor de todos’. Tengo que agradecer al mismo Carlos que, cuando supo la noticia, mientras yo estaba derrumbado, tomó las riendas, nos llevó a la capilla y nos invitó a cantar la oración de Foucault –me pongo en tus manos, Padre- con la preciosa música de Kairoi. Fue un gran consuelo en aquel duro momento.

 

Voy a poner punto final a esta memoria, con la emoción del amigo perdido, que nos acompaña más que antes, y con la sensación de haber dejado en el tintero mil recuerdos entrañables. Y quiero hacerlo con palabras de Pedro Olalde, el compañero que vivió con Chema en Madrid los últimos años y que lo vio volar a la altura, sin tiempo de despedirse. Son algunos párrafos de la homilía que pronuncio en el funeral al día siguiente de su muerte[2], en la que quiso poner de relieve algo del alma de Chema, con estas palabras.

“Querido Chema: Esta última semana estabas dedicado intensamente, con ilusión, a la elaboración de un libro sobre las imágenes de Dios. Me diste los tres primeros capítulos para que los revisara. Lo hice y te di mi impresión en la mañana de ayer, el mismo día de tu partida.

 

Dios no es alguien terrible, decías, sino un Padre con entrañas de misericordia. Dios es amor y todo lo hace por amor. Quiere envolvernos en su amor, invitándonos a acoger y desarrollar esta potencia creadora.

 

No hay cosa más nefasta, añadías, que una mala imagen de Dios. Detrás de muchos conflictos humanos y psicológicos subyace un problema religioso. Por eso te dedicaste en cuerpo y alma a iluminar nuestras mentes con una teología y antropología serias.

 

Gracias, Chema, por tu ingente labor. Gracias por ser un faro potente en nuestra condición de itinerantes hacia la plenitud.

 

Querido Chema: hoy nos has trastrocado el fin de semana. Ahora deberíamos estar de  retiro en Las Matas. Querías darnos luz sobre el misterio de la Resurrección. Y tú, sin duda, ya lo has experimentado. Ahora estamos celebrando en este lugar tu despedida definitiva y tu entrada triunfal a la resurrección.

 

Eras especialmente devoto de Romanos 8, 31-39: Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? ¿Quién podrá privarnos de ese amor del Mesías? ¿Dificultades, angustias o la misma muerte? Pero todo eso lo superamos de sobra gracias al que nos amó.

 

Como la Magdalena de Juan, te empeñaste en buscar a Jesús, el viviente, y experimentaste al fin, como ella, que el Rabbí Nazareno se volviera sobre ti y te llamara por tu nombre: ¡¡Chema!!

 

Para acabar, querido Chema, permíteme poner en tus labios estas palabras de despedida.

 

“La débil luz de mi existencia se ha apagado y mi habitación se ha quedado vacía. Llevo conmigo los recuerdos todos. Dejo la playa de la vida y me adentro en el ancho Mar. Abandono la ciudad de los vivos y me sumerjo en el Ser que sustenta y empapa mi vida. Me han llamado por mi nombre; dejo todo y me voy. Cuando la flauta suene penetrante y sus notas anuncien vuestra partida definitiva, no sintáis miedo alguno en vuestras entrañas. Saldrá la estrella de la tarde y el crepúsculo se abrirá tras el pórtico del Rey. Adiós, hasta que la luz sin ocaso nos envuelva a todos en una gran fiesta de hermanos”.

 

PATXI LOIDI

 


[1] Puede encontrarse completa en la Web feadulta (Homenaje a José María Mardones), junto con la importante nota necrológica de El País, escrita por Reyes Mate, compañero del CSIC, el obituario de El Mundo, muy bien hecho por José Manuel Vidal, y un currículo del CSIC, actualizado hasta mayo de 2005.

[2] Puede leerse íntegra en la citada Web feadulta.

 

 

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