JESÚS, PROFETA LAICO
Los
cristianos no somos seguidores de un líder religioso,
sino que seguimos a un Profeta laico. Jesús fue un
laico. Ni fue sacerdote, ni funcionario de la religión,
ni nada parecido.
Es
más, Jesús vivió y habló de tal manera que pronto entró
en conflicto con los dirigentes de la religión de su
tiempo, los sacerdotes y los funcionarios del Templo,
los representantes oficiales de “lo religioso” y “lo
sagrado”.
La
gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús
consiste en haber abierto a los seres humanos otra vía
de acceso de Dios distinta a la de lo sagrado. Es decir,
la vía profana de la relación con el prójimo que no pasa
por la Ley. Y la relación ética vivida como servicio al
prójimo y llevada hasta el sacrificio de uno mismo.
Jesús
abrió otra vía de acceso a Dios a través de su propia
persona, aceptando pagar con su vida al combatir esa
creencia de que el culto religioso de los sacerdotes
tenía el monopolio de la salvación. La salvación venía
de otra parte.
Jesús
denunció los abusos del poder religioso y del poder
político. “Jesús dejó sentado que el camino hacia Dios
no pasa por el Poder, ni por el Templo, ni por el
Sacerdocio, ni por la Ley. Pasa por los excluidos de la
historia.” (González Faus.).
Una
de las equivocaciones más peligrosas en que ha incurrido
la Iglesia ha sido identificar la fe con la religión y
con lo sagrado. De forma que, para obispos, clérigos y
fieles incondicionales, tener fe es lo mismo que ser
religioso, con una religiosidad que tiene su centro en
lo sagrado, es decir, en lo separado de lo profano y lo
laico.
Además, “lo religioso” y “lo sagrado”, cuando se ve como
lo único verdadero, es “lo privilegiado”. Es decir, lo
que merece y debe tener derechos y privilegios que no
están al alcance de los que practican otras religiones,
los agnósticos y los ateos. Es lo que dicen ellos.
Nosotros creemos que la comunidad de creyentes debe
acabar con los privilegios de la Iglesia. Y esto, es
importante por motivos jurídicos, sociales y políticos,
pero lo es, además, por razones estrictamente
teológicas. La Iglesia tiene su origen en Jesús. Y su
primera preocupación ha de ser intentar vivir y hablar
como vivió y habló Jesús.
Resulta significativo y extraño
que siempre que los evangelios mencionan a los Sumos
Sacerdotes es para presentarlos como agentes de
sufrimiento y de muerte. Y en la parábola del buen
samaritano, a Jesús no se le ocurrió otra cosa que
presentar como modelo de humanidad solidaria a un hereje
y un infiel (el samaritano), mientras que fueron
precisamente los representantes oficiales de la religión
los que pasan de largo ante el sufrimiento humano.
El
samaritano andaba mal de religión, pero tenía humanidad.
Y eso es lo que destaca Jesús. En eso se centraba su
gran preocupación. Para Jesús era más importante “lo
humano” que “lo religioso” y “lo sagrado”.
Lo
humano es “lo laico”, lo común a todos. “Laico” viene
del término griego “laos”, el “pueblo”. Y está claro que
Jesús antepuso lo laico a lo religioso.
Cuando Jesús, en la boda de Caná, convirtió el agua en
vino, no utilizó un agua cualquiera, sino precisamente
aquella que tenían en la casa “para las purificaciones
rituales”. Es decir, Jesús convirtió el enorme y pesado
ritual religioso (6 tinajas de piedra de unos 100 litros
cada una) en el mejor vino, para que la fiesta, la
alegría y el disfrute de la vida no se pudiera acabar.
Esto es lo propio del Reino de Dios, la felicidad y la
alegría para todos y todas. Jesús antepuso siempre lo
humano y lo laico a lo religioso y lo sagrado.
Llama
la atención el carácter tan poco “religioso”, en
términos de aquella época, que Jesús atribuye al
Reino-Reinado de Dios. No gira en torno al templo, ni se
prescriben sacrificios o actos de culto. Tampoco existen
funciones sacerdotales ni personas que actúen como
intermediarias.
Sin
duda que Dios está muy en el centro de este mensaje que
lleva su nombre. Pero es un Dios desplazado de los
lugares sagrados. Ahora se encuentra en plena vorágine
de la vida, sobre todo de personas y colectivos
marginados: los chiquillos, los enfermos, los
recaudadores, las prostitutas, los pobres, lisiados,
ciegos y cojos.... Y se identifica con las tareas
corrientes que hace la gente en su vida diaria: el
sembrador, el pastor, la pesca, la mujer que amasa la
harina o que limpia su casa...
Esa identificación con el ser humano, con su felicidad,
con su sufrimiento y con su marginación, permite al
Reinado de Dios superar los límites culturales y
religiosos en que vivió el propio Jesús. Por eso,
mantiene una universalidad, una modernidad y una
“laicidad” actual.
José María García-Mauriño