Jon Sobrino: compañero de tribulación
Jon, amigo y hermano: La «notificación» de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (ex-Santo
Oficio) condenando opiniones tuyas sobre Cristo
porque no se ajustarían a la fe cristiana, me llenó
de profunda tristeza.
Vi funcionar contra ti el mismo método y la misma
forma de argumentación usados contra mí con
referencia a la doctrina sobre la Iglesia. El método
es el del pastiche, que consiste en pinzar partes de
frases y combinarlas con otras, creando así
un sentido que ya no corresponde a lo que el autor
ha escrito. O distorsionan los textos de forma que
el autor no se siente representado en ellos.
Entiendo y apoyo tu decisión valiente: «no me siento
en absoluto representado en el juicio global de la
notificación; por eso no me parece honrado
suscribirla. Además sería una falta de respeto a los
teólogos que han leído mi obra y no han encontrado
en ella errores doctrinales ni afirmaciones
peligrosas».
De hecho, eminentes especialistas en el área
analizaron, a petición tuya, tus obras: Sesboué de
Francia, González Faus de España, Carlos Palacio de
Brasil, entre otros. Todos fueron unánimes en
reafirmar su ortodoxia. ¿Por qué no han contado esas
opiniones? Esto nos hace sospechar que tu
condenación ha sido solamente un pretexto para
golpear una vez más a la
teología de la liberación, comprometida con el
pueblo crucificado, cosa que no agrada al Vaticano.
Pero lo que más me duele es que te escogieran
precisamente a ti para este intento espúreo. Tú eres
un superviviente del martirio, cuando en noviembre
de 1989 en El Salvador toda tu comunidad de seis
jesuitas, junto con la empleada y su hija, fueron
asesinados por elementos de las fuerzas armadas.
Habías ido a Tailandia a sustituirme en un curso que
yo no podía atender, y así escapaste de ser también
asesinado. Tu testimonio «Los seis jesuitas mártires
de El Salvador» es una de las más bellas páginas de
espiritualidad y de conmoción escritas en la Iglesia
de América Latina.
Te escogieron a ti, a quien considero el más
profundo teólogo latinoamericano, el que mejor
articula espiritualidad y teología, inserción en el
pueblo crucificado y reflexión, el que (lo digo
sinceramente) presenta en mayor grado las virtudes
insignes que caracterizan la santidad.
Separaron tu obra de tu vida doliente y amenazada,
como si pudiesen separar el cuerpo del alma. Sólo
autoridades «carnales» que perdieron todo sentido
del Espíritu, como diría san Pablo, podrían
perpetrar tamaña agresión.
Pero hay una razón más profunda. Tu teología
incomoda a las autoridades religiosas que se
asentaron sobre el poder sagrado y se han fosilizado
en él.
Tú siempre has insistido en que la Iglesia debe
decir la verdad sobre la realidad, que en nuestro
Continente es brutal para con los pobres porque los
mata de hambre y de exclusión. Por eso la Iglesia
aquí tiene que ser liberadora. Articular fe y
justicia, teoría y praxis, y hacerse
fundamentalmente Iglesia de los pobres y de los
pueblos crucificados.
Bien dijo Don Oscar Romero, también asesinado en El
Salvador, a quien tú tanto asesoraste: «Se mata a
quien estorba». Tú participas en cierta forma de
este destino. Sé que seguirás trabajando y
escribiendo para que los crucificados puedan
resucitar. En el fondo sé que te alegras en el
Espíritu
de poder participar un poco de la pasión del pueblo
sufriente.
Compañeros de tribulación, entendemos que el
servicio último no es a la Iglesia, sino en la
Iglesia a Dios, a las personas, especial-mente a los
pobres, que un día juzgarán si nuestra teología fue
únicamente ortodoxa y no ortopráctica, que es la que
realmente sirve a la liberación.
Leonardo Boff
publicado en Koinonia
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