LA ASIGNATURA DE
EDUCACIÓN PARA LA FILOSOFÍA
El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) ha
anulado las referencias relativas a la llamada “ideología
de género”, recogidas en la normativa aprobada por la
Junta de Andalucía, para la nueva y controvertida asignatura
de “Educación para la Ciudadanía”.
Como es bien sabido, las modificaciones que el TSJA ha
impuesto han sido promovidas por magistrados de los que se
sabe que son personas vinculadas a los sectores más
conservadores de la Iglesia. Lo cual resulta comprensible si
se tiene en cuenta que la expresión “de género” equivale, en
definitiva, a la expresión “de sexo”. Un tema que
suele ser motivo de preocupación y hasta de crispación para
no pocas personas en la Iglesia.
Insisto en que quienes se oponen a que, en la educación de
los jóvenes, se hable de “ideología de género” (y “de
sexo”), están en su derecho de hacerlo. Y que el Tribunal
Supremo dirima la cuestión. Todo esto es perfectamente
comprensible.
Sin embargo, lo que no comprendo, ni puedo comprender, es
que haya personas educadas de acuerdo con una mentalidad
religiosa fuera de duda, que apelan a tribunales y
magistrados para oponerse a una asignatura que, a juicio de
ellos, puede enseñar en la escuela cuestiones relacionadas
con la “ideología de género”, pero llevan años, muchos años,
sin decir ni pío sobre cosas mucho más serias y
determinantes que se les enseñan a nuestros jóvenes en
colegios e institutos.
Me refiero, por ejemplo, a la asignatura de Filosofía. En
muchos casos, el pensamiento filosófico se suele enseñar de
forma que, a fin de cuentas, termina siendo una sólida
apología del ateísmo y una seria argumentación contra el
hecho religioso y su presencia en la sociedad.
Hace más de veinte años, me invitaron a participar junto a
tres profesores, en el instituto de un pueblo de nuestra
provincia de Granada, en una mesa redonda, en la que delante
de un centenar de alumnos, se iba a debatir el tema de la
existencia de Dios.
Además de los profesores que había en la mesa, entre el
alumnado se habían sentado profesores de filosofía de otros
institutos de la provincia. Pues bien, a lo largo del debate
que allí mantuvimos durante más de dos horas, me impresionó
constatar que todos los que intervinieron (profesores y
alumnos), menos uno, eran ateos. Y ateos militantes, que
defendían y propagaban sus ideas con firmeza y, en algunos
casos, con ribetes de fanatismo.
No sé si el ateísmo generalizado que yo palpé en aquella
ocasión fue un fenómeno aislado que se daba entonces, pero
del que ya no queda ni rastro. No lo sé. Pero me sospecho
fundadamente que ateísmo, agnosticismo e indiferencia
religiosa son cosas que se siguen enseñando en centros
educativos de casi todos los niveles en Andalucía y fuera de
Andalucía.
Además, quien enseñe esas cosas tiene constitucionalmente
perfecto derecho a enseñarlas, como consta en el artículo 20
de nuestra Constitución, que reconoce el derecho de todos
los españoles a expresar y difundir libremente sus
pensamientos, idea y opiniones. Como reconoce igualmente la
libertad de cátedra, sin más limitación que el respeto al
honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección
de jóvenes y niños.
Así las cosas, yo me pregunto cómo se explica que haya
personas tan religiosas que adoptan toda clase de
precauciones y montan campañas de órdago a la grande ante lo
que se refiere a la “ideología de género” (y “de sexo”), al
tiempo que, según parece, esas mismas personas no dan la
impresión de que pierden el sueño por el ateísmo militante
que circula a sus anchas por centros de enseñanza de todos
los colores y de todo pelaje.
Por supuesto, yo sé muy bien que, dado que existe el
artículo 20 de nuestra Constitución, las medidas que las
personas religiosas quieran tomar contra el ateísmo
militante no pueden ser de orden legal, mientras que frente
a los decretos que establecen la asignatura de Educación
para la Ciudadanía pueden ser modificados legalmente por el
TSJA. Esto es cierto. Pero tan cierto como esto es que
quienes han removido Roma con Santiago por quitar lo de la
“ideología de género” producen la impresión de que les
preocupan más los peligros del sexo que los peligros del
ateísmo.
Es decir, se puede sospechar que hay personas religiosas
cuya religión (según parece) les enseña que el sexo es más
importante que Dios.
Si efectivamente esto es así, las consecuencias que
inevitablemente se siguen de ello resultan preocupantes. La
asignatura de Filosofía educa para pensar. La asignatura de
Educación para la Ciudadanía pretende educar para convivir.
Por lo visto hay gentes de mucha religión a quienes les
interesa más que los jóvenes, de cintura para abajo, vivan y
convivan “como Dios manda”, aunque, de cintura para arriba,
ni siquiera crean en Dios.
Si es que esto es así (no estoy seguro de ello), pienso que
quienes tenemos creencias religiosas, tenemos también
motivos para preocuparnos. Y preocuparnos mucho.
Pero, sobre todo, si es que de verdad hay políticos,
magistrados y dirigentes religiosos que no toleran que a
los jóvenes se les hable de la “ideología de género”, ¿cómo
nos sorprendemos de que haya tanta “violencia de género”?
¿No se dan cuenta los más piadosos puritanos de que con
tanto puritanismo lo que en realidad hacen es fomentar el
más violento machismo?
En definitiva, el problema está en que el “machismo de la
religión” se desplaza a otros ámbitos de la vida hasta
convertirse en “machismo de la educación”.
José M. Castillo