JESÚS, LOS OBISPOS Y LA POLÍTICA
Jesús nació, vivió y murió en un país dominado y explotado
por una potencia extranjera, el Imperio Romano. En vida de
Jesús, por las calles de Jerusalén se paseaban los
legionarios romanos que imponían su ley con brutal
contundencia.
Además, Roma abrumaba a los habitantes de Palestina con
impuestos calculados caprichosamente, siempre en detrimento
de los pobres. Los recaudadores de tales impuestos eran los
publicanos, que aumentaban la presión fiscal en beneficio
propio, o sea robaban a los pobres. Y además eran
colaboracionistas con el Imperio opresor.
Estando así las cosas, llama la atención que Jesús, en los
casi tres años que duró su predicación, no dijo ni media
palabra contra los romanos. Lo cual resulta desconcertante.
Porque, si Jesús predicaba la justicia y la liberación
contra opresiones y esclavitudes (Lc 4, 18-21), ¿cómo se
explica su silencio ante la opresión más dura que sufría su
pueblo?
Jesús no fue un cobarde. Ni pretendió ingenuamente enseñar
una religión que “no se mete en política”. Lo que ocurre es
que Jesús vio claramente que lo único que cambia de verdad
la política es la renovación interior de las personas. La
pena es que no creemos en esto.
Sin embargo, si algo dejó clero el movimiento de Jesús es
que un pequeño grupo de personas, que se renuevan de verdad
interiormente, transforman un Imperio. Todos queremos
renovar a los gobernantes. Lo que nadie quiere es renovarse
a sí mismo. En esto está la clave del silencio de Jesús ante
el poder opresor de los romanos.
Por eso, cuando a Jesús le dicen que Pilatos había asesinado
a unos pobres galileos, Jesús no dice que había que expulsar
a los romanos, sino que lo que Dios quiere es que cada cual
se convierta (Lc 13, 1-5).
Además Jesús admitió, en el grupo de sus discípulos más
cercanos, lo mismo a publicanos que colaboraban con los
romanos (Mateo) (Mc 2, 14) que a quienes luchaban contra
ellos, un “zelota” (Simón) y un “sicario” (Judas).
Más aún, Jesús juzgó positivamente a cargos importantes de
las tropas extranjeras (Mt 8, 5 ss; cf. Hech 10, 1 ss). Y es
que Jesús llegó lo más lejos posible en la renuncia al afán
de dominar a los demás.
G. Theyssen, el especialista que seguramente ha estudiado
mejor este asunto, indica cómo, en el Sermón del Monte,
descubrimos no sólo la invitación a refrenar la agresividad
hacia los otros, sino también a soportar su agresividad.
Jesús, en efecto, formula esta exhortación paradójica: “Si
uno te abofetea en la mejilla derecha, ponle también la
otra” (Mt 5, 39). Es una invitación clásica a la
auto-estigmatización, es decir, a abrazar abierta y
libremente una posición inferior que atrae y soporta la
agresión de los demás. Solamente de ese modo, el otro no
quedará reforzado en su obrar, sino que quedará desarmado,
sin argumentos y, por eso, se sentirá inseguro. Así, y sólo
así, se puede acabar con la crispación, el insulto y la
necesidad de mentir para estar por encima de los otros.
Después de la reciente campaña electoral, ha quedado patente
que los obispos españoles han tomado una postura, en lo que
se refiere a la política, que nada tiene que ver con la
postura que adoptó Jesús, en ese orden de cosas.
Primero, porque lo más claro en la postura de los obispos ha
sido su “opción política”, mientras que en Jesús lo más
claro fue su “opción religiosa”.
Segundo, porque los obispos han asumido una opción
claramente “conservadora”, mientras que Jesús tomó una
decisión provocativamente “renovadora”. Quiero decir: si por
algo se habla hoy en España de los obispos, es por su opción
“política”, en tanto que, si por algo se hablaba en
Palestina de Jesús, fue por su opción “religiosa”. Lo cual
pone en evidencia dos cosas:
1) Los obispos españoles le están diciendo a la gente que,
en los momentos serios de la vida, lo más determinante es la
política, o sea el poder y las ganancias y privilegios que
proporciona el poder, mientras que Jesús dejó bien claro
que, en todo momento, lo decisivo es la religión, o sea la
fuerza de la conciencia y de los valores que representan la
renuncia a toda pretensión de estar por encima de los demás
y asume la suerte de los más débiles como el distintivo de
la propia vida.
2) Los obispos le han dicho a los españoles que, para ser
buen cristiano, hay que ser conservador, mientras que Jesús
dejó muy claro que, para seguir su proyecto, hay que ser
innovador e incluso revolucionario, es decir, opta por una
forma de vida y de convivencia basada en el respeto a los
demás, la tolerancia con todos, la dignidad de los más
débiles y la subversión evangélica: “los últimos serán los
primeros”.
Pero hay algo más preocupante. Los obispos españoles, desde
sus púlpitos y su emisora, no han parado de decirle a la
gente que la salvación está en la derecha política. Con lo
cual, lo que en realidad han dicho es que, quien quiera
seguir a Cristo, tiene que ser del PP y debe vivir como
viven los votantes del PP, en su forma de entender la
familia, de vivir la sexualidad, las relaciones humanas, las
relaciones entre la ciencia y la fe. Y también en todo lo
que afecta a un proyecto económico que antepone la
“privatización” de los bienes a la “socialización” de los
bienes.
Y para rematar la faena, el mensaje más fuerte de los
obispos ha sido que la última palabra, en los asuntos que
nos conciernen a todos, no está en las instituciones
públicas del Estado, sino en la palabra que dictan los
obispos. Porque una sociedad laica, libre y plural es
intrínsecamente mala.
Nuestros obispos - quizá sin pretenderlo – han dejado claro
que la política es más importante que la religión. Con lo
que, paradójicamente, ha quedado patente que el peor enemigo
de esta Iglesia es el Evangelio.
José M. Castillo
El
Ideal, Granada, 13.03.08
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