LOS
OTROS MÁRTIRES
Los dos últimos papas han sido
tan pródigos en beatificaciones y canonizaciones, que han
podido contribuir a devaluar la idea misma de santidad.
A eso cabe añadir que los
criterios seguidos para seleccionar a los nuevos beatos y
santos no contemplan las distintas formas de santidad. Las
personas elevadas a los altares son, en su mayoría,
sacerdotes, religiosas y religiosos integrados en la
institución, con una espiritualidad desencarnada, una
actitud benéfico-asistencial y una falta de compromiso
liberador.
En este concepto de martirio
no caben los testigos que han dado su vida por mor de la
justicia que brota de la fe, haciendo realidad una de las
bienaventuranzas del Sermón de la Montaña: “Bienaventurados
los perseguidos por la justicia porque de ellos es el reino
de los cielos” (Mateo 5, 6).
Es el caso de cientos de
cristianas y cristianos latinoamericanos: obispos,
sacerdotes, religiosos, religiosas, líderes de comunidades
de base, etc., asesinados fría y calculadamente por los
Ejércitos, por los regímenes militares basados en la
Seguridad Nacional, por los escuadrones de la muerte e
incluso por gobiernos cristianos.
Bajo estos regímenes, que
decían luchar contra el comunismo ateo y defender la
civilización cristiana, se produjo una de la mayores
persecuciones religiosas del siglo XX contra la teología de
la liberación y contra sus seguidores. Los principales
responsables de dicha persecución fueron políticos que se
confesaban cristianos, quienes contaron con la complicidad
o, al menos, con la legitimación ideológica de sectores de
la jerarquía católica.
Cuenta Ion Sobrino que cuando
le informaron del asesinato de sus compañeros jesuitas
mientras estaba en Tailandia impartiendo un curso de
teología, le preguntaban, entre incrédulos y sorprendidos.
“¿Cómo es posible que en El Salvador haya católicos que
matan a sacerdotes?” No lo podían entender.
Valga recordar algunos de los
mártires latinoamericanos más emblemáticos.
El sacerdote brasileño Joâo
Bosco Penido Burnier fue asesinado en 1976 por un policía a
sangre fría en presencia del obispo Pedro Casaldáliga, quien
le ha declarado “mártir por la Caridad y la Justicia”.
Ese mismo año el obispo
argentino Enrique Angelelli fue objeto de un homicidio
fríamente premeditado por denunciar la violación de los
derechos humanos llevada a cabo por la dictadura militar
argentina.
Monseñor Oscar A. Romero,
arzobispo de San Salvador, fue asesinado en 1980 por
militares salvadoreños mientras decía misa por haber
denunciando las sistemáticas matanzas del Ejército de su
país contra la población civil.
El mismo año morían a manos de
la Guardia salvadoreña las religiosas norteamericanas Ita
Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan,
comprometidas con las comunidades campesinas, lo mismo que
el sacerdote salvadoreño Rutilio Grande y dos campesinos
tres años antes.
El obispo guatemalteco Juan
Gerardi fue asesinado en 1998 por miembros del Ejército
guatemalteco dos días después de que diera a conocer el
informe “Recuperación de la Memoria Histórica”, que
responsabilizaba al Ejército del 90% de los crímenes de
guerra.
Pero el caso de mayor impacto
mundial por su brutalidad, nocturnidad y alevosía fue el
asesinato perpetrado por el Ejército salvadoreño el 16 de
noviembre de 1989 contra Ignacio Ellacuría, rector de la
Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, cinco
compañeros jesuitas y dos mujeres, comprometidos todos ellos
con la liberación de las mayorías populares de su país.
Ninguno de ellos ha sido
beatificado. Algunos procesos están siendo una verdadera
carrera de obstáculos. Un ejemplo: cuando monseñor Romero ya
ha pasado todas las pruebas para la beatificación, en las
curias vaticana y salvadoreña se considera inoportuna la
beatificación por temor a que su figura sea manipulada
políticamente.
Esta demora choca con la
celeridad de algunos procesos como el de monseñor Escrivá de
Balague fundador del Opus Dei, beatificado diecisiete años
después de su muerte y canonizado diez años después.
Los abogados del diablo de los
mártires latinoamericanos van desmontando cada uno de los
argumentos a favor de la beatificación. ¿Mártires? No, se
argumenta, abandonaron la misión evangelizadora y optaron
por la política. ¿Seguidores de Jesús? Tampoco, dicen, eran
seguidores de la teología de la liberación, condenada en
reiteradas ocasiones por el Vaticano. ¿Ejemplo de virtudes
cristianas y luchadores por la paz? Justificaban en
determinadas situaciones la violencia, responden.
La opción por los pobres y el
martirio por causa de la justicia que brota de la fe no
parecen contemplarse entre los criterios para declarar
beatos o santos hoy en el Vaticano.
Si Jesús de Nazaret fuera
sometido hoy a un proceso de beatificación, quizás no
lograría superar la prueba. El abogado del diablo le echaría
en cara sus permanentes conflictos con las autoridades
políticas, su actitud antiimperialista, su desacato a las
autoridades religiosas, su pertinaz anticlericalismo, sus
constantes llamadas a subvertir el orden establecido, su
heterodoxia religiosa, su libertad insobornable y su crítica
de la religión.
Acaba de aparecer un libro
sobre el Padre Arrupe con motivo del centenario de su
nacimiento -14 de noviembre- donde se recoge un apéndice con
los 49 jesuitas asesinados por “la lucha de la fe y la
justicia” durante su época al frente de la Compañía de
Jesús, y el siguiente comentario de Arrupe:
“Éstos son los jesuitas que
necesitan hoy el mundo y la Iglesia. Hombres movidos por el
amor de Cristo, que sirvan a sus hermanos sin distinción de
raza o de clase. Hombres que sepan identificarse con los que
sufren y vivir con ellos hasta dar la vida n su ayuda.
Hombres valientes que sepan defender los derechos humanos
hasta el sacrificio de la vida, si fuera necesario”.
¿Tendrá en cuenta el Vaticano
este testimonio? Sospecho –fundadamente-, que no. Lo que me
lleva a concluir que se ha desacreditado el martirio en la
Iglesia católica, hasta confundirla con una ideología
política, y no precisamente la más evangélica, que se ha
pervertido la idea de santidad, hasta identificarla con el
conservadurismo político.
JUAN JOSÉ TAMAYO
Juan
José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias
de las Religiones “Ignacio Ellacuría” y autor de “Para
comprender la Teología de la Liberación” (Verbo Divino,
Estella, 2000, 5ª edición).
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