LA SEGUNDA OLA
2. LA ARQUITECTURA DE LA CIVILIZACIÓN
Hace unos trescientos años se inició con fuerza la
civilización industrial. Chocó con las instituciones
del pasado agrícola (de varios milenios) y afectó a
millones de personas.
La civilización agrícola
Había convivido con sociedades primitivas, bandas y
tribus que se alimentaban de la caza y la pesca.
Desde China y la India hasta Grecia, Roma y México,
las civilizaciones nacieron y murieron, lucharon y
se mezclaron. Por debajo de sus diferencias, la
tierra, la agricultura, era el sustento de todas:
era la base de la economía, de la cultura, de la
estructura familiar y de la política. Una sencilla
división del trabajo, unas clases y castas bien
definidas, una nobleza, un sacerdocio, guerreros,
ilotas, esclavos o siervos.
El poder, rígidamente autoritario. La posición en la
sociedad venía del nacimiento. Cada comunidad
producía cuanto necesitaba.
Pero hubo excepciones: culturas comerciales que
cruzaban mares y desiertos; y reinos centralizados
en torno a gigantescos sistemas de riego. Que bien
pueden considerarse casos especiales de la
civilización agrícola. Otros casos: en Grecia y
Roma, factorías de producción en masa; extracción de
petróleo en las islas griegas (siglo V a.C.) y en
Birmania (I d.C.).
La revolución industrial
Irrumpió con fuerza. Chimeneas, cadenas de
producción, tractores y frigoríficos, periódicos
diarios, cine, el Metro y el DC-3. El cubismo y la
música dodecafónica. Huelgas de brazos caídos,
píldoras vitamínicas y una vida más larga. El reloj
de pulsera y la urna electoral. Y lo ensambló todo
para crear una civilización poderosa, cohesiva y
expansiva. Lo hizo con violencia.
En Norteamérica, los granjeros europeos desplazaron
a las comunidades autóctonas y tras ellos vinieron
el ferrocarril y las fábricas. En el XIX se
producían en el Nordeste armas de fuego, relojes,
aperos, hilaturas, máquinas de coser y otros
artículos. La resistencia de la primera ola creció
hasta 1861 en que estalló la guerra armada. No se
produjo la guerra civil por la esclavitud o los
aranceles, sino para dilucidar el futuro, agrícola o
industrial.
En Japón, la Restauración Meiji (1868) tuvo el mismo
sentido. La abolición del feudalismo (1876), la
rebelión del clan Satsuma (1877), la adopción de una
constitución de corte occidental (1889) convirtieron
al Japón en la primera potencia industrial.
En Rusia, la revolución de 1917 consiguió la
supresión de servidumbres y feudalismo, dejó de lado
la agricultura y promovió la industrialización. En
todos los países se produjeron huelgas,
levantamientos, golpes de Estado, guerras. A
mediados del siglo XX la segunda ola reinaba entre
los paralelos 25 y 65 del hemisferio norte. Unos mil
millones de personas, la cuarta parte de la
población mundial.
La tecnosfera de la segunda ola
1. La energía: máquinas de vapor por máquinas vivas
En la civilización agrícola la energía provenía del
sol que fecundaba los campos, del viento y el agua
que movían molinos, de la leña que los bosques
renovaban, de los alimentos que fortalecían a
personas y bestias (Había 14 millones de caballos y
24 millones de bueyes en Europa, al final del siglo
XVIII).
La máquina de vapor (Newcomen), movida por el
carbón, el gas y el petróleo, comenzó a utilizar en
1712 combustibles fósiles, una energía no renovable.
2. La tecnología
La primera ola había ampliado la fuerza muscular con
las “invenciones necesarias” (Vitrubio): cabrías y
cuñas, catapultas, lagares, palancas y grúas.
La segunda creó máquinas gigantes electromecánicas
que movían piezas, correas de transmisión, cojinetes
y resortes, con continuos chirridos y martilleos.
Reemplazó la fuerza del músculo y le dio órganos
sensoriales: la máquina podía ver, oír y tocar con
mayor precisión que el hombre. Inventó máquinas que
podían engendrar nuevas máquinas. Reunió varias
máquinas interconectadas en una factoría y montó las
cadenas de montaje.
Industrias textiles y ferrocarriles, dependientes
del carbón. Luego, acerías, fábricas de automóviles,
de aluminio, de productos químicos y de utensilios.
Surgieron enormes ciudades industriales: Lille y
Manchester, textiles; Detroit para automóviles,
Essen y Magnitogorsk para el acero. Y otras más.
Salieron de estos centros millones y millones de
productos idénticos: camisas, zapatos, automóviles,
relojes, juguetes, jabón, cámaras fotográficas,
ametralladoras y motores eléctricos. La nueva
tecnología, movida por la nueva energía, abrió la
puerta a la producción en serie.
3. El Comercio: El Autoservicio y Los Grandes Almacenes
Ello obligó a nuevos sistemas de distribución. La
segunda ola producía para un consumo casi inmediato.
Sólo algunos productos exóticos necesitaron barcos y
caravanas que los traían a Europa. Papel, seda,
especias, té, vino y lana. Buhoneros y ambulantes
penosamente los distribuían por las zonas rurales.
Stocks de pocos artículos que, con demasiada
frecuencia, por las malas comunicaciones, se rompían
durante meses y años.
Ferrocarriles, carreteras y canales hicieron más
accesibles las zonas interiores. Se multiplicaron
las redes de intermediarios, representantes de los
fabricantes y mayoristas que extendieron cadenas
voluntarias de detallistas. Llegaron los Grandes
Almacenes, los Autoservicios y Supermercados. En
1871, la primera cadena comercial de ámbito mundial,
la Great Atlantic and Pacific Tea Company, abrió en
Nueva York una tienda con su Caja en forma de pagoda
color bermellón. Todo un símbolo.
La sociosfera de la segunda ola
1. La familia aerodinámica
En la civilización agrícola la familia permanecía
inmóvil arraigada en la tierra. Mantenía unidas
varias generaciones: unidad económica de producción,
familia colectiva (India), la zadruga en los
Balcanes, la familia extensa o ampliada en la Europa
Occidental.
Al comenzar la segunda ola proliferaron los
conflictos: ataques a la autoridad, nuevas
relaciones entre padres e hijos, nuevas nociones de
decencia, menos trabajo en la propiedad privada,
dispersión en busca de trabajo en las fábricas. La
educación de los hijos encomendada a las escuelas;
ancianos y discapacitados, llevados a instituciones
adecuadas y asilos. Incluso donde se profesaba un
culto especial a los antepasados, como en el Japón.
Quedó sólo la familia nuclear, padres e hijos.
2. La educación encubierta
La escuela, al hacerse cargo de la educación de los
niños, los preparó para el trabajo en la fábrica:
puntualidad, obediencia y hábitos para el trabajo
repetitivo. Este era el programa encubierto, tan
importante o más que el programa de lectura,
escritura, aritmética y un poco de Historia. Desde
mediados del siglo XIX los niños se escolarizaban
más pequeños, el curso escolar se hacía más largo y
los años de educación obligatoria crecieron en
número.
La educación pública general tuvo un efecto
humanizador. Y ofreció a la tecnología
electromecánica y a la cadena de producción una
dócil y regimentada fuerza de trabajo.
En este aspecto son iguales todas las sociedades de
la segunda ola, capitalistas y socialistas, del
Norte y del Sur.
3. Las S. A., seres inmortales
Hasta la aparición de la sociedad industrial las
empresas eran propiedad de un individuo, de una
familia o de una asociación. Las corporaciones
existían, pero eran sumamente raras. En 1800 sólo
había 335 empresas en los Estados Unidos. Dedicadas
casi todas a actividades semipúblicas, como canales,
peajes, etc.
Las tecnologías de la segunda ola requerían grandes
capitales. La inversión individual entrañaba el
riesgo de responder con el resto de sus fortunas si
el negocio contraía deudas superiores a lo
invertido. El concepto de responsabilidad limitada
animó la inversión. Como la S. A. sobrevivía a sus
fundadores, se podían trazar planes de gran
envergadura, a largo plazo.
En 1901 apareció la primera S.A. de mil millones de
dólares: la United States Steel. En 1919 había media
docena de estos monstruos. Se convirtieron en una
característica intrínseca a las sociedades
industriales. En los países socialistas, con otros
títulos, las dimensiones y la organización eran las
mismas.
4. La fábrica de música
Alrededor de estas tres instituciones surgieron
otras: servicios gubernamentales, bibliotecas, salas
de conciertos, hospitales, partidos políticos,
asociaciones de profesionales, recreativas,
cárceles, escuelas...
Tomaron ejemplo de las fábricas para organizarse.
Sus grandes dimensiones, la división del trabajo, su
estructura jerárquica y su recia impersonalidad.
Incluso la producción artística asumió estas
características. El paso de una cultura
aristocrática a otra más popular sustituyó los
pequeños salones por amplias salas de concierto.
Para que el sonido llegase a todos, se amplió el
número de instrumentos y de intérpretes. Y se creó
la moderna orquesta sinfónica, para la que Beethoven,
Mendelssohn, Schubert y Brahms compusieron sus
sinfonías.
Al principio carecía de director; sucesivamente la
dirigían diversos intérpretes. La orquesta se
dividió en departamentos (secciones instrumentales)
y un único gerente, el director, las coordinaba. La
institución vendía sus entradas a un público masivo
y, más tarde, añadió discos fonográficos a su
rendimiento. Había nacido la fábrica de música.
5. La ventisca de papel. La infoesfera.
Las comunicaciones que no fueran cara a cara estaban
reservadas a gobernantes y gente pudiente que podía
enviar mensajeros. Los romanos ya habían puesto en
servicio el envío de mensajes llamado cursus
publicus.
De 1305 al principio del siglo XIX
la cámara de Postas
dirigió por Europa el pony express. En 1628
daba empleo a 20.000 hombres. Uniformados de azul y
plata llevaban mensajes entre príncipes, generales,
mercaderes y prestamistas. La gente corriente no
tenía acceso a ello. Era visto como sospechoso,
estaba prohibido; era un arma de la élite.
La segunda ola necesitaba coordinar el trabajo y
llevar información entre diversos lugares. Y se
crearon con entusiasmo
Servicios Postales
para uso de todos. Un orador nortemericano lo
comparaba con el cristianismo: “el brazo derecho de
nuestra moderna civilización”. La administración de
Correos británica en 1837 enviaba 88 millones de
objetos postales al año. En 1960, ese número había
subido a diez mil millones. Ese mismo año, en USA,
se distribuían 355 objetos postales por habitante.
En las sociedades industriales, el promedio era de
141 por persona. En las no industriales no se
llegaba a la décima parte de esa cifra.
En las empresas,
las comunicaciones internas
sobre papel aumentaron vertiginosamente. En 1955, la
Comisión Hoover investigó los archivos de tres
grandes empresas: descubrió en ellas,
respectivamente, ¡34.000, 56.000 y 64.000 documentos
y memorandos archivados por cada empleado en nómina!
El telégrafo, el teléfono, la radio,
fueron inventos de la sociedad industrial: en 1960
los norteamericanos celebraron 256 millones de
conversaciones telefónicas por día, 93.000 millones
al año.
Para comunicarse con muchos a la vez se crearon
medios masivos
periódicos.
Rotativas capaces de sacar decenas de millones de
ejemplares en unas horas, trenes que recorren
diariamente todo un país (de dimensiones europeas).
Como la fábrica produce millones de productos
idénticos para millones de hogares, se requería
estampar mensajes idénticos en millones de cerebros.
Tecnoesfera, socioesfera e infoesfera,
estructuras paralelas e interdependientes de la
segunda ola, hicieron concebir la esperanza de que
podían ser vencidas la pobreza, la enfermedad y la
tiranía. Escritores utópicos y filósofos, como Abbe
Morelly, Robert Owen, Saint-Simon, Fourier, Proudhon,
Louis Blanc, Edward Bellamy y decenas de otros
vieron en la naciente civilización industrial la
potencialidad de lograr paz, armonía, pleno empleo,
igualdad de riqueza o de oportunidades, el fin de
los privilegios basados en el nacimiento.
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