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La tercera ola

por Alvin Toffler

Compendio de Manuel Calvo Beca

 

LA SEGUNDA OLA

 

2. LA ARQUITECTURA DE LA CIVILIZACIÓN

 

Hace unos trescientos años se inició con fuerza la civilización industrial. Chocó con las instituciones del pasado agrícola (de varios milenios) y afectó a millones de personas.

 

La civilización agrícola

 

Había convivido con sociedades primitivas, bandas y tribus que se alimentaban de la caza y la pesca. Desde China y la India hasta Grecia, Roma y México, las civilizaciones nacieron y murieron, lucharon y se mezclaron. Por debajo de sus diferencias, la tierra, la agricultura, era el sustento de todas: era la base de la economía, de la cultura, de la estructura familiar y de la política. Una sencilla división del trabajo, unas clases y castas bien definidas, una nobleza, un sacerdocio, guerreros, ilotas, esclavos o siervos.

 

El poder, rígidamente autoritario. La posición en la sociedad venía del nacimiento. Cada comunidad producía cuanto necesitaba.

 

Pero hubo excepciones: culturas comerciales que cruzaban mares y desiertos; y reinos centralizados en torno a gigantescos sistemas de riego. Que bien pueden considerarse casos especiales de la civilización agrícola. Otros casos: en Grecia y Roma, factorías de producción en masa; extracción de petróleo en las islas griegas (siglo V a.C.) y en Birmania (I d.C.).

 

La revolución industrial

 

Irrumpió con fuerza. Chimeneas, cadenas de producción, tractores y  frigoríficos, periódicos diarios, cine, el Metro y el DC-3. El cubismo y la música dodecafónica. Huelgas de brazos caídos, píldoras vitamínicas y una vida más larga. El reloj de pulsera y la urna electoral. Y lo ensambló todo para crear una civilización poderosa, cohesiva y expansiva. Lo hizo con violencia.

 

En Norteamérica, los granjeros europeos desplazaron a las comunidades autóctonas y tras ellos vinieron el ferrocarril y las fábricas. En el XIX se producían en el Nordeste armas de fuego, relojes, aperos, hilaturas, máquinas de coser y otros artículos. La resistencia de la primera ola creció hasta 1861 en que estalló la guerra armada. No se produjo la guerra civil por la esclavitud o los aranceles, sino para dilucidar el futuro, agrícola o industrial.

 

En Japón, la Restauración Meiji (1868) tuvo el mismo sentido. La abolición del feudalismo (1876), la rebelión del clan Satsuma (1877), la adopción de una constitución de corte occidental (1889) convirtieron al Japón en la primera potencia industrial.

 

En Rusia, la revolución de 1917 consiguió la supresión de servidumbres y feudalismo, dejó de lado la agricultura y promovió la industrialización. En todos los países se produjeron huelgas, levantamientos, golpes de Estado, guerras. A mediados del siglo XX la segunda ola reinaba entre los paralelos 25 y 65 del hemisferio norte. Unos mil millones de personas, la cuarta parte de la población mundial.

 

 

La tecnosfera de la segunda ola

 

1. La energía: máquinas de vapor por máquinas vivas

 

En la civilización agrícola la energía provenía del sol que fecundaba los campos, del viento y el agua que movían molinos, de la leña que los bosques renovaban, de los alimentos que fortalecían a personas y bestias (Había 14 millones de caballos y 24 millones de bueyes en Europa, al final del siglo XVIII).

 

La máquina de vapor (Newcomen), movida por el carbón, el gas y el petróleo, comenzó a utilizar en 1712 combustibles fósiles, una energía no renovable.

 

2. La tecnología

 

La primera ola había ampliado la fuerza muscular con las “invenciones necesarias” (Vitrubio): cabrías y cuñas, catapultas, lagares, palancas y grúas.

 

La segunda creó máquinas gigantes electromecánicas que movían piezas, correas de transmisión, cojinetes y resortes, con continuos chirridos y martilleos. Reemplazó la fuerza del músculo y le dio órganos sensoriales: la máquina podía ver, oír y tocar con mayor precisión que el hombre. Inventó máquinas que podían engendrar nuevas máquinas. Reunió varias máquinas interconectadas en una factoría y montó las cadenas de montaje.

 

Industrias textiles y ferrocarriles, dependientes del carbón. Luego, acerías, fábricas de automóviles, de aluminio, de productos químicos y de utensilios. Surgieron enormes ciudades industriales: Lille y Manchester, textiles; Detroit para automóviles, Essen y Magnitogorsk para el acero. Y otras más.

 

Salieron de estos centros millones y millones de productos idénticos: camisas, zapatos, automóviles, relojes, juguetes, jabón, cámaras fotográficas, ametralladoras y motores eléctricos. La nueva tecnología, movida por la nueva energía, abrió la puerta a la producción en serie.

 

3. El Comercio: El Autoservicio y Los Grandes Almacenes

 

Ello obligó a nuevos sistemas de distribución. La segunda ola producía para un consumo casi inmediato. Sólo algunos productos exóticos necesitaron barcos y caravanas que los traían a Europa. Papel, seda, especias, té, vino y lana. Buhoneros y ambulantes penosamente los distribuían por las zonas rurales. Stocks de pocos artículos que, con demasiada frecuencia, por las malas comunicaciones, se rompían durante meses y años.

 

Ferrocarriles, carreteras y canales hicieron más accesibles las zonas interiores. Se multiplicaron las redes de intermediarios, representantes de los fabricantes y mayoristas que extendieron cadenas voluntarias de detallistas. Llegaron los Grandes Almacenes, los Autoservicios y Supermercados. En 1871, la primera cadena comercial de ámbito mundial, la Great Atlantic and Pacific Tea Company, abrió en Nueva York una tienda con su Caja en forma de pagoda color bermellón. Todo un símbolo.

 

 

La sociosfera de la segunda ola

 

1. La familia aerodinámica

 

En la civilización agrícola la familia permanecía inmóvil arraigada en la tierra. Mantenía unidas varias generaciones: unidad económica de producción, familia colectiva (India), la zadruga en los Balcanes, la familia extensa o ampliada en la Europa Occidental.

 

Al comenzar la segunda ola proliferaron los conflictos: ataques a la autoridad, nuevas relaciones entre padres e hijos, nuevas nociones de decencia, menos trabajo en la propiedad privada, dispersión en busca de trabajo en las fábricas. La educación de los hijos encomendada a las escuelas; ancianos y discapacitados, llevados a instituciones adecuadas y asilos. Incluso donde se profesaba un culto especial a los antepasados, como en el Japón. Quedó sólo la familia nuclear, padres e hijos.

 

2. La educación encubierta

 

La escuela, al hacerse cargo de la educación de los niños, los preparó para el trabajo en la fábrica: puntualidad, obediencia y hábitos para el trabajo repetitivo. Este era el programa encubierto, tan importante o más que el programa de lectura, escritura, aritmética y un poco de Historia. Desde mediados del siglo XIX los niños se escolarizaban más pequeños, el curso escolar se hacía más largo y los años de educación obligatoria crecieron en número.

 

La educación pública general tuvo un efecto humanizador. Y ofreció a la tecnología electromecánica y a la cadena de producción una dócil y regimentada fuerza de trabajo.

 

En este aspecto son iguales todas las sociedades de la segunda ola, capitalistas y socialistas, del Norte y del Sur.

 

3. Las S. A., seres inmortales

 

Hasta la aparición de la sociedad industrial las empresas eran propiedad de un individuo, de una familia o de una asociación. Las corporaciones existían, pero eran sumamente raras. En 1800 sólo había 335 empresas en los Estados Unidos. Dedicadas casi todas a actividades semipúblicas, como canales, peajes, etc.

 

Las tecnologías de la segunda ola requerían grandes capitales. La  inversión individual entrañaba el riesgo de responder con el resto de sus fortunas si el negocio contraía deudas superiores a lo invertido. El concepto de responsabilidad limitada animó la inversión. Como la S. A. sobrevivía a sus fundadores, se podían trazar planes de gran envergadura, a largo plazo.

 

En 1901 apareció la primera S.A. de mil millones de dólares: la United States Steel. En 1919 había media docena de estos monstruos. Se convirtieron en una característica intrínseca a las sociedades industriales. En los países socialistas, con otros títulos, las dimensiones y la organización eran las mismas.

 

4. La fábrica de música

 

Alrededor de estas tres instituciones surgieron otras: servicios gubernamentales, bibliotecas, salas de conciertos, hospitales, partidos políticos, asociaciones de profesionales, recreativas, cárceles, escuelas...

 

Tomaron ejemplo de las fábricas para organizarse. Sus grandes dimensiones, la división del trabajo, su estructura jerárquica y su recia impersonalidad.

 

Incluso la producción artística asumió estas características. El paso de una cultura aristocrática a otra más popular sustituyó los pequeños salones por amplias salas de concierto. Para que el sonido llegase a todos, se amplió el número de instrumentos y de intérpretes. Y se creó la moderna orquesta sinfónica, para la que Beethoven, Mendelssohn, Schubert y Brahms compusieron sus sinfonías.

 

Al principio carecía de director; sucesivamente la dirigían diversos intérpretes. La orquesta se dividió en departamentos (secciones instrumentales) y un único gerente, el director, las coordinaba. La institución vendía sus entradas a un público masivo y, más tarde, añadió discos fonográficos a su rendimiento. Había nacido la fábrica de música.

 

5. La ventisca de papel. La infoesfera.

 

Las comunicaciones que no fueran cara a cara estaban reservadas a gobernantes y gente pudiente que podía enviar mensajeros. Los romanos ya habían puesto en servicio el envío de mensajes llamado cursus publicus. De 1305 al principio del siglo XIX la cámara de Postas dirigió por Europa el pony express. En 1628 daba empleo a 20.000 hombres. Uniformados de azul y plata llevaban mensajes entre príncipes, generales, mercaderes y prestamistas. La gente corriente no tenía acceso a ello. Era visto como sospechoso, estaba prohibido; era un arma de la élite.

 

La segunda ola necesitaba coordinar el trabajo y llevar información entre diversos lugares. Y se crearon con entusiasmo Servicios Postales para uso de todos. Un orador nortemericano lo comparaba con el cristianismo: “el brazo derecho de nuestra moderna civilización”. La administración de Correos británica en 1837 enviaba 88 millones de objetos postales al año. En 1960, ese número había subido a diez mil millones. Ese mismo año, en USA, se distribuían 355 objetos postales por habitante. En las sociedades industriales, el promedio era de 141 por persona. En las no industriales no se llegaba a la décima parte de esa cifra.

 

En las empresas, las comunicaciones internas sobre papel aumentaron vertiginosamente. En 1955, la Comisión Hoover investigó los archivos de tres grandes empresas: descubrió en ellas, respectivamente, ¡34.000, 56.000 y 64.000 documentos y memorandos archivados por cada empleado en nómina!

 

El telégrafo, el teléfono, la radio, fueron inventos de la sociedad industrial: en 1960 los norteamericanos celebraron 256 millones de conversaciones telefónicas por día, 93.000 millones al año.

 

Para comunicarse con muchos a la vez se crearon medios masivos periódicos. Rotativas capaces de sacar decenas de millones de ejemplares en unas horas, trenes que recorren diariamente todo un país (de dimensiones europeas). Como la fábrica produce millones de productos idénticos para millones de hogares, se requería estampar mensajes idénticos en millones de cerebros.

 

Tecnoesfera, socioesfera e infoesfera, estructuras paralelas e interdependientes de la segunda ola, hicieron concebir la esperanza de que podían ser vencidas la pobreza, la enfermedad y la tiranía. Escritores utópicos y filósofos, como Abbe Morelly, Robert Owen, Saint-Simon, Fourier, Proudhon, Louis Blanc, Edward Bellamy y decenas de otros vieron en la naciente civilización industrial la potencialidad de lograr paz, armonía, pleno empleo, igualdad de riqueza o de oportunidades, el fin de los privilegios basados en el nacimiento.

 

 

 

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