ECLESIÁSTICO 3, 19-21 y 30-31
Hijo mío, en tus asuntos, procede con humildad
y te querrán más que al hombre generoso.
Hazte pequeño en las grandezas humanas
y alcanzarás el favor de Dios;
porque es grande la misericordia de Dios
y revela sus secretos a los humildes.
No corras a curar la herida del cínico,
pues no tiene cura, es brote de mala planta.
El sabio aprecia las sentencias de los sabios;
el oído atento a la sabiduría se alegrará.
El Libro del Eclesiástico se suele llamar
actualmente "El Sirácida", porque es obra de Jesús
hijo de Sira; lo dice así el libro al final.
Probablemente se trata de una "familia de sabios".
El último de la saga, Jesús, pone por escrito en
griego la sabiduría recibida de generaciones
anteriores. Era un libro tan leído en la iglesia
antigua que recibió el nombre de "El Eclesiástico".
Se escribe, muy probablemente, entre el año 190 y el
130 antes de Cristo, en Egipto.
Es éste un típico "Libro de Sabiduría", una
recopilación de escritos de escuela, pensamientos
que revelan la sabiduría acumulada por la reflexión
y la experiencia.
La lectura de hoy es un ejemplo típico. Tres
"consejos de Sabiduría", derivados de la Escritura
como aplicación a una vida piadosa.
El primero conecta bien con el evangelio y presenta
la tradicional desconfianza hacia los soberbios.
El segundo es sabiduría humana, fruto de experiencia
largamente acumulada: la "mala gente", irremediable,
con la que no hay que gastar esfuerzo porque es en
vano. Sabiduría dudosamente conectable con Jesús,
aunque las relaciones de éste con fariseos y
letrados podría tener bastante que ver con este tipo
de sentencias.
El tercero es la habitual apelación a ser sabio, con
la sabiduría que significa atender a la Palabra de
Dios y seguirla.
HEBREOS 12, 18-19 y 22-24a
Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible,
a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la
tormenta, al sonido de la trompeta; no habéis oído
aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no
les siguiera hablando.
Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad
del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de
innumerables ángeles, a la congregación de los
primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de
todos, a las almas de los justos que han llegado a
su destino, y al mediador de la nueva alianza,
Jesús.
Estamos terminando la lectura de esta carta, en las
exhortaciones finales. Aquí se enfatiza la condición
de cristianos, equiparándola a la espectacular
manifestación de La Ley en el Sinaí.
El rico conjunto de expresiones simbólicas con que
se viste la condición de cristiano finaliza en su
cumbre: Jesús es la nueva y definitiva revelación,
el único mediador. Un escrito tan judaico como esta
carta, que ha utilizado toda la simbología del
Antiguo Testamento para aplicarla a Jesús, tiene que
culminar con esta confesión: todas las mediaciones
anteriores palidecen ante el definitivo Mediador.
Es interesante sin embargo comprobar cuánta
dificultad encuentran aquellas comunidades
procedentes del judaísmo para desprenderse de los
viejos moldes. A nosotros nos resulta muy extraña su
manera de entender y explicar a Jesús, de modo que
apenas encontramos validez en la mayor parte de sus
símbolos y de sus expresiones.