FELIZ AÑO NUEVO
He leído por ahí una
sugerencia: que se cambien los nombres de las
fiestas de
“Navidad”
“Nochebuena”
“María Madre de Dios”
“Epifanía”...
Y que se llamen:
“fiestas de invierno”
“noche de la familia”
“año nuevo”
“noche de los niños”.
Y me he quedado un tanto
sorprendido de mí mismo porque no me ha parecido del
todo mal, no lo he sentido como un ataque a la
religión. La verdad es que más bien me ha parecido
que es poner nombres a lo que realmente significan
estas fiestas para la mayoría, no digo sólo a la
mayoría del país, sino a la mayoría de los que nos
decimos cristianos. En el fondo, eso es lo que
celebramos, aunque lo vistamos con colores
presuntamente religiosos.
Veamos algún detalle. El
corazón íntimo de la Nochebuena es la misa del
gallo. A media noche (así lo pinta la tradición),
una eucaristía de contemplación, de acción de
gracias, de devoción. Pero hemos tenido que ponerla
a las ocho de la tarde, porque a las doce no va casi
nadie. La razón es sencilla: es mucho más importante
la cena.
El primero de enero es
la fiesta de Santa María Madre de Dios… para
sorpresa de los fieles, porque todo el mundo sabe
que estamos celebrando el año nuevo, y eso es lo que
nos decimos sin parar, “feliz año nuevo”.
El día de reyes nadie se
acuerda de nada que tenga que ver con Jesús ni casi
nadie sabe qué significa lo de la “fiesta de la
epifanía”. Se trata de atiborrar a los niños de
innumerables regalos inútiles (los que se lo pueden
permitir) o al menos regalarles un jersey nuevo o
unos cuadernos de uso escolar los que no pueden más.
Por eso el adviento
suele resultar tan soso, porque de por sí es
prepararse para Navidad, intensificar la esperanza
en “Dios con nosotros”, calentar motores para un día
grande.
Pero nuestra preparación
es más pedestre: comprar de antemano los langostinos
y el turrón (que si se compra tarde resulta mucho
más caro) y organizarse un poco: noche buena con los
abuelos paternos, navidad con los maternos, noche
vieja en casa, que hay que disfrazarse para irse por
ahí toda la noche, año nuevo durmiendo hasta las
cuatro de la tarde, y tener preparados y escondidos
los juguetes para los niños y los perfumes o
corbatas o demás cosas inútiles para el día seis.
Por cierto, siempre me ha sorprendido que en la tele
se multipliquen estos días los anuncios de coches:
¿es que la gente pudiente se regala coches en estos
días?
Pues eso es lo que se
reflejaría en el cambio de nombres, nada más, no
seamos comediantes, como llamaba Jesús a algunos
fariseos. Yo creo que por eso tienen cada vez más
éxito el árbol y papá Noel (o santa Claus, que da lo
mismo), porque mantienen la fiesta y los regalitos
sin hacernos pensar en Jesús. Porque a Jesús no le
van nada los langostinos, la lubina, el atracón de
mazapanes, ni muchos menos el aluvión de juguetes,
los perfumes caros y todas esas cosas.
Dándoles vueltas a estas
cosas va y me acuerdo de aquella frase de los Hechos
de los apóstoles que hablando de las primeras
comunidades cristianas dice:
“No había entre ellos ningún indigente, porque nadie
consideraba propios sus bienes, sino que los que
tenían casas o campos los vendan y ponían el precio
a los pies de los apóstoles para que los repartieran
a los necesitados”.
¿Se imagina usted una
ciudad, un pueblo, en el que en Navidad nadie pasara
hambre, nadie durmiera debajo de un puente, no
aparecieran mendigos a la puerta de las iglesias o
de los supermercados, nadie estuviera angustiado
porque le iban a echar de su piso por no pagar la
hipoteca, nadie cenara solo…?
Pero todo esto ya ha
pasado. Estamos en enero, subiendo la cuesta, o sea
la factura de nuestros excesos. Y decimos que
estamos en un año nuevo, que es muevo solamente por
el número de serie. Pero es exactamente igual que el
viejo.
Jesús ha nacido otra
vez, como todos los años, tan inútilmente como el
año pasado. Los juguetes están guardados y los niños
en el cole. Los mendigos vuelven a chupar frío y a
cotizar a sus mafias. Los de la hipoteca a lo mejor
ya están en la calle. Los sin papeles sobreviven
haciendo chapuzas hacinados en sus pisos/colmena,
pasto fácil de la prostitución y de la droga. Los
negocios siguen siendo los negocios, el paro es el
paro y crece indiferente a todo, proliferan las
tiendas de ropa cara (ahora en rebajas para que la
gente no se eche atrás)… no sé qué tiene de nuevo el
año que estrenamos.
Pero nos deseamos que
sea feliz. Menos mal, parece que a pesar de todo no
hemos perdido la esperanza de que todo vaya a mejor.
¿Nos habremos convencido quizá de que esa,
precisamente esa, es la cacareada “voluntad de
Dios”, que es un término que sólo usamos cuando nos
pasa algo malo?
La voluntad de Dios es
un año nuevo y más feliz, una vida nueva y más feliz
(y que no se acaba). La voluntad de Dios es una
humanidad más humana, más sensata, más solidaria,
menos violenta, más cuidadosa con la naturaleza, más
generosa, que disfrute más con menos, que piense en
plural, en nosotros más que en mí… Es el sueño de
Dios, el gran proyecto, lo que Jesús llamaba “el
Reino de Dios”.
Todo este sueño nació
cuando nació Jesús, él lo puso en marcha, pero
¿quién se acuerda de esto la noche de los turrones,
la noche de los disfraces, la noche de los juguetes?
Me acuerdo de la
nochebuena que celebrábamos en mi noviciado: cena a
las nueve, ayuno y abstinencia y en silencio
riguroso mientras se leía en voz alta algún libro
piadoso. Luego cada uno a su cuarto a meditar. A las
doce misa solemne, larguísima, con mucha música
sacra. Y a la cama, felices pascuas. Y tampoco es
eso, porque si ha pasado algo estupendo hay que
celebrarlo, pero ¿no podríamos celebrar todo esto
sin perder el estilo de Jesús?
Feliz año nuevo, amigos,
que seáis tan felices como Jesús mismo. Podríamos
preguntarnos si Jesús fue feliz, y cómo fue feliz. Y
a lo mejor a alguno se le ocurre que Dios no se
equivoca, y que la felicidad es eso.
FELIZ AÑO NUEVO, HERMANO
Feliz año nuevo, hermanos,
feliz, que no se cumplan
vuestros deseos, que siempre son para mal.
Que no os toque la Lotería, que con el dinero
se os endurecerá el corazón y miraréis
al suelo, sólo al suelo,
y dejaréis de caminar.
Que no os sonría la salud, que un día
el dolor os haga comulgar con el dolor
de los hermanos.
Y que no os quiera todo el mundo,
que el mundo sólo quiere a los suyos
y vosotros no,
no sois del mundo.
Feliz año, hermanos, año nuevo,
nuevo de nuevas ganas de vivir caminando,
nuevo de caminar mejor, de ser más libres,
año de servir más, año de conocer
a Jesús, el Libertador.
Feliz año libre, hermanos, libre
de necesitar más tierra en vuestras bolsas, libre
de no pensar en que otros pasan hambre, libre
de medir a los otros como ellos os miden, libre
de estar histéricos porque os quieran y os alaben,
libre
de estar angustiados por vuestros propios pecados,
libre
de prescindir de Dios, y de temerle, libre
hasta de la Ley, que ya ha venido
Jesús Libertador, que se muera la muerte
de servir al dinero y al confort y a la envidia,
que se muera la muerte del temor a Dios juez,
que se muera y se pudra el precepto,
el castigo, que se muera el infierno, que se muera
ese viejo de tierra calculador y corto de vista
que nació con nosotros en nuestra propia carne,
que se muera la carne, que ya está entre nosotros
La Vida, Nueva de primavera, brillante de pura
aurora,
que todo es nuevo, que nos han roto las cadenas,
que los montes y las estrellas van radiando
la Gran Noticia, el Evangelio eterno,
que Dios te quiere, que ya te han Liberado, que eres
Hijo, que nunca, nadie
podrá apartarte del amor de tu Padre,
manifestado en Jesús,
nuestro hermano mayor, nuestra cabeza
de puente, el caminante
que ya está allí, arrastrando la cordada
de todos los hermanos
desde la casa de la luz eterna.
José Enrique Galarreta