ORACIÓN EUCARÍSTICA    

                             
 

 

                               cristianos siglo veintiuno
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DOMINGO DE RAMOS

 

 

 

Nos llega ya el momento de la oración. Dejamos atrás la liturgia de la palabra. En nombre de esta comunidad de creyentes nos dirigimos a ti, Señor y Dios nuestro, tratando de ser conscientes de la trascendencia de nuestras palabras, pero con el espíritu de confianza filial que nos infundió nuestro hermano Jesús.

 

Bendito seas, Padre. Te agradecemos tu amor infinito, aunque apenas entendamos todo su alcance. Queremos glorificarte, y humildemente, bendecir tu nombre.

 

Recordamos en este día cómo haciendo frente a todas las dificultades y amenazas, subió Jesús a Jerusalén para proclamar tu Reino de amor entre todos los seres humanos. En su honor cantaban los suyos aquel himno de gloria, que ahora te repetimos:

 

Santo eres, Señor Dios, llenos están el cielo y la tierra de tu gloria, hosanna, aleluya, y bendito sea tu Hijo predilecto, Jesús, hosanna, aleluya.  

 

Queremos darte gracias por toda la vida de Jesús, paradigma del ser humano, por su trabajo como artesano itinerante, por su preparación en los textos bíblicos, por su continua comunicación contigo, por su profunda reflexión personal que le llevó a la formulación de un mensaje salvador para el mundo.

 

Queremos agradecerte también los años que pasó por los caminos de Galilea predicando la utopía del reino, haciendo amigos, revelando a todos su visión de ti, Dios, como Padre bueno.

 

Nos felicitamos por haber contado con una persona como Jesús, sin él no habríamos sabido qué hacer en esta vida. Tenemos muy presente cómo se entregó por entero a los que lo necesitaban. Y cómo plasmó su entrega en ese pan que partió y repartió a sus amigos, y en esa copa de vino que todos compartieron.

 

Estamos reunidos en el nombre de Jesús y ya sentimos su presencia viva entre nosotros. Simbolizamos también nuestra entrega a los demás repitiendo el ritual de aquella cena:

 

Cuando Jesús partió el pan y lo repartió a todos diciendo “tomad y comed, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros”. Un poco más tarde, les pasó un vaso de vino diciéndoles “tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.

 

Después les encargó: Haced esto en conmemoración mía.

 

Asumimos los gestos que acabamos de realizar como compromiso de vida por el Reino. Queremos seguir los pasos de Jesús, queremos compartir lo que somos y tenemos, queremos que nuestra vida entera sea señal y símbolo de nuestra fe en Cristo.

 

Te presentamos, Señor y Dios nuestro, esta comunidad, con sus preocupaciones, necesidades y anhelos. Y nos acordamos especialmente de los que ya no están entre nosotros y que con seguridad disfrutan ya de tu compañía.

 

Envíanos tu espíritu y que llene de tu amor a la humanidad. Te lo pedimos por Jesús.

 

Por Él, con Él y en Él, a ti Dios Padre, todo honor y gloria por siempre. Amén.

 

 

Dios Padre de todos nosotros, bendito seas.

Deseamos que la humanidad entera

te reconozca como Dios y te quiera como Padre.

 

Queremos hacer realidad la utopía de tu Reino.

Queremos construir entre todos un mundo nuevo, justo y solidario,

donde no haya pobres ni marginados.

 

Sabemos que esta es tu voluntad,

que nos ayudemos unos a otros, sin esperar nada a cambio.

 

Queremos compartir nuestro pan con los demás,

para lograr que la riqueza de tu creación la disfrutemos entre todos.

 

No tengas en cuenta nuestros egoísmos.

Por nuestra parte, perdonaremos de corazón a quienes traten de ofendernos.

 

Danos tu fuerza, tu aliento, tu espíritu, para que te seamos siempre fieles.

Y que nunca nos apartemos del camino del bien.  Amén.

 

 

 

Este es el Cordero Pascual,

que quita el gran pecado del mundo,

la opresión del hermano.

 

Dichosos los que se sientan invitados

a colaborar con Jesús en esta tarea.