DOMINGO DE RAMOS
Nos llega ya el momento
de la oración. Dejamos atrás la liturgia de la palabra.
En nombre de esta comunidad de creyentes nos dirigimos a
ti, Señor y Dios nuestro, tratando de ser conscientes de
la trascendencia de nuestras palabras, pero con el
espíritu de confianza filial que nos infundió nuestro
hermano Jesús.
Bendito seas, Padre.
Te agradecemos tu amor infinito, aunque apenas
entendamos todo su alcance. Queremos glorificarte, y
humildemente, bendecir tu nombre.
Recordamos en este día
cómo haciendo frente a todas las dificultades y
amenazas, subió Jesús a Jerusalén para proclamar tu
Reino de amor entre todos los seres humanos. En su honor
cantaban los suyos aquel himno de gloria, que ahora te
repetimos:
Santo eres, Señor
Dios, llenos están el cielo y la tierra de tu gloria,
hosanna, aleluya, y bendito sea tu Hijo predilecto,
Jesús, hosanna, aleluya.
Queremos darte gracias
por toda la vida de Jesús, paradigma del ser humano, por
su trabajo como artesano itinerante, por su preparación
en los textos bíblicos, por su continua comunicación
contigo, por su profunda reflexión personal que le llevó
a la formulación de un mensaje salvador para el mundo.
Queremos agradecerte
también los años que pasó por los caminos de Galilea
predicando la utopía del reino, haciendo amigos,
revelando a todos su visión de ti, Dios, como Padre
bueno.
Nos felicitamos por
haber contado con una persona como Jesús, sin él no
habríamos sabido qué hacer en esta vida. Tenemos muy
presente cómo se entregó por entero a los que lo
necesitaban. Y cómo plasmó su entrega en ese pan que
partió y repartió a sus amigos, y en esa copa de vino
que todos compartieron.
Estamos reunidos en el
nombre de Jesús y ya sentimos su presencia viva entre
nosotros. Simbolizamos también nuestra entrega a los
demás repitiendo el ritual de aquella cena:
Cuando Jesús partió
el pan y lo repartió a todos diciendo “tomad y comed,
porque esto es mi cuerpo, que será entregado por
vosotros”. Un poco más tarde, les pasó un vaso de vino
diciéndoles “tomad y bebed todos de él, porque este es
el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y
eterna, que será derramada por vosotros y por todos los
hombres para el perdón de los pecados”.
Después les encargó:
Haced esto en conmemoración mía.
Asumimos los gestos que
acabamos de realizar como compromiso de vida por el
Reino. Queremos seguir los pasos de Jesús, queremos
compartir lo que somos y tenemos, queremos que nuestra
vida entera sea señal y símbolo de nuestra fe en Cristo.
Te presentamos, Señor
y Dios nuestro, esta comunidad, con sus preocupaciones,
necesidades y anhelos. Y nos acordamos especialmente de
los que ya no están entre nosotros y que con seguridad
disfrutan ya de tu compañía.
Envíanos tu espíritu y
que llene de tu amor a la humanidad. Te lo pedimos por
Jesús.
Por Él, con Él y en
Él, a ti Dios Padre, todo honor y gloria por siempre.
Amén.
Dios Padre de todos
nosotros, bendito seas.
Deseamos que la
humanidad entera
te reconozca como
Dios y te quiera como Padre.
Queremos hacer
realidad la utopía de tu Reino.
Queremos construir
entre todos un mundo nuevo, justo y solidario,
donde no haya pobres
ni marginados.
Sabemos que esta es
tu voluntad,
que nos ayudemos unos
a otros, sin esperar nada a cambio.
Queremos compartir
nuestro pan con los demás,
para lograr que la
riqueza de tu creación la disfrutemos entre todos.
No tengas en cuenta
nuestros egoísmos.
Por nuestra parte,
perdonaremos de corazón a quienes traten de ofendernos.
Danos tu fuerza, tu
aliento, tu espíritu, para que te seamos siempre fieles.
Y que nunca nos
apartemos del camino del bien. Amén.
Este es el Cordero
Pascual,
que quita el gran
pecado del mundo,
la opresión del
hermano.
Dichosos los que se
sientan invitados
a colaborar con Jesús
en esta tarea.