ANÁFORA
Es necesario, Dios nuestro, es lo justo, es lo que Tú te
mereces,
que la acción de gracias esté continuamente en nuestros
labios.
Gracias, Señor, porque te has dignado manifestarte y hemos
podido conocerte.
Estás presente en toda la creación, en cada rincón de
belleza y bondad,
porque todo lo bueno y todo lo más hermoso no es sino tu
huella.
Tu espíritu nos enriquece, ilumina y confirma nuestra recta
e íntima conciencia,
tu espíritu de amor y solidaridad nos lleva a mirar por los
demás.
Te has revelado por igual a unos pobres pastores del pueblo
de Israel
y a unos gentiles extranjeros. Te manifiestas en todos los
seres humanos.
Queramos o no, concientes o no, estás presente en nosotros
y nos das la vida.
Gracias, Padre, por tantos testigos y profetas que nos han
abierto los ojos
y nos han ayudado a descubrir el sentido de nuestro propio
bautismo.
Gracias por tanta buena gente que nos ha enseñado el camino
que lleva a Ti.
Agradecidos, entonamos en tu honor este canto de alabanza.
Santo, santo…
Te bendecimos, Padre, por tu hijo Jesús, el
amado, el predilecto,
en quien has puesto tus complacencias de Creador
y sobre el que derramaste tu espíritu en
plenitud.
Recordamos con emoción cómo Jesús, a través de
toda su vida,
actuó siempre como hijo tuyo y se identificó
contigo.
Respetó a toda criatura, no pisó, ni tiró al
suelo la caña quebrada.
Del árbol caído no hizo leña. La llama vacilante
no la apagó.
Vino a ayudar a los más débiles y a defenderlos
contra las injusticias.
Infundió una fuerza nueva a los pobres y
humillados.
Por eso los poderosos se alarmaron
y se pusieron en movimiento contra él, hasta
destruirlo.
Padre Dios, ante nuestros ojos está la vida de
tu amado hijo,
su bautismo en el Jordán confundido entre los
pecadores,
su bautismo de sangre en la cruz,
el triunfo de su resurrección y glorificación
junto a ti.
El Señor Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía».
Te suplicamos, Padre de bondad, que nos envíes
tu espíritu,
como hiciste con Jesús a orillas del Jordán,
para que nos decidamos a seguir las huellas de
Jesús
y merezcamos llamarnos también hijos tuyos.
Te pedimos por toda la humanidad, para que unos
junto a otros, solidariamente,
construyamos, porque es posible, ese mundo justo
y equitativo que has soñado.
Sólo tú, Padre, podrás conseguir que convivamos
todos en una paz verdadera.
Te pedimos por la comunidad cristiana
para que refleje en su vida el compromiso de su
bautismo
y dé testimonio, personal y colectivo,
de profesar y seguir el verdadero mensaje de
Jesús.
Te pedimos hoy por nuestros familiares y amigos
enfermos
y por cuantos ocupan un lugar preferente en
nuestro corazón.
No olvides a quienes la muerte ha separado de
nosotros.
Te damos gracias una vez más, porque reconocemos
tu voz
y te has revelado a la humanidad, a través de tu
hijo Jesús,
A ti, Padre bueno, Padre de Jesús y padre
nuestro,
nos dirigimos hoy todos los bautizados en Cristo
y por él y con él te bendecimos y alabamos,
ahora y para siempre.
amén.
Rafael
Calvo Beca
PRINCIPIO
Hoy contemplamos a Jesús lleno de tu Espíritu.
Danos ese Espíritu, Padre,
para que le sigamos de corazón y podamos
parecernos a Él
Por el mismo Jesús, tu hijo, Señor nuestro.
OFRENDA
Nuestro pan y nuestro vino, dones de la tierra;
llénalos tú, Padre, de tu Viento,
llena de tu Viento toda nuestra vida, como
llenaste a Jesús.
Por el mismo Jesús, tu hijo, Señor nuestro.
DESPEDIDA
Gracias, Padre, por estas fiestas de Navidad que
hoy terminamos.
Sigue acompañándonos en nuestra vida.
Que esté siempre llena de tu Viento, como la de
Jesús.
Por el mismo Jesús, tu hijo, Señor nuestro.
José
Enrique Galarreta
RECONOCIMIENTO
Siento, Señor, que estoy
donde Tú quieres que
esté;
que nací para estar
donde ahora estoy,
que vine al mundo para
hacer lo que hago,
siendo lo que soy
y dejándome guiar por tu
Espíritu.
De no ser así,
Tú me hubieras hecho
diferente:
más sabio o más pobre,
más hábil o más torpe,
más tierno o más firme,
más fuerte o más débil…
Tú,
que has abierto el cielo
para siempre,
que me has dado vida y
nombre,
que te has mojado para
mojarme,
que me has perfumado con
tu Espíritu,
que me susurras tus
quereres,
que me llamas "hijo,
hija" sin avergonzarte,
que me bautizaste para
comprometerte
y que te alegras de que
esté donde Tú me soñaste,
apacigua mi espíritu
cuando a veces se me
ocurre
al pesar mi vida –lo que
hago, mis vanidades–
que podría haber hecho
algo más grande.
No hay nada más grande y más emocionante
que escuchar tu voz de Padre convencido,
que repite, a veces con ritmo de nana,
a veces con la potencia de un trueno,
“Tú eres mi hijo, a quien yo quiero, mi
predilecto”.