Oraciones
para la
eucaristía
Domingo
18 tiempo ordinario
ANÁFORA
El Señor vive en nosotros.
Que rebose nuestro corazón de alegría y
bendiga agradecido a Dios.
Te damos gracias, Padre santo, porque cada
día
te conocemos un poco más y te haces más
presente entre nosotros.
Gracias, Padre Dios, porque eres Amor y
Comunión
y siembras en nosotros sentimientos de
hermandad y solidaridad.
A través de esta comunidad, que formamos en
torno a tu nombre,
con la ayuda de unos y otros, vamos
descubriendo tus caminos
y encontrando el aliento y la fuerza para
recorrerlos.
Gracias, Padre, porque estás dándole sentido
a nuestra vida,
y es que al abrirnos a los demás, nos
hacemos más humanos.
Por tantas buenas razones, queremos
proclamar tu bondad
y entonar en tu honor este canto de
bendición.
Santo, santo…
Recordamos ahora las palabras de tu hijo
Jesús,
cuando se llamó a sí mismo Pan que daría
vida
a todo aquel que se le acercara y le
prestara adhesión.
Hemos sabido que esa es la tarea que quieres
de nosotros, Padre Dios,
que sigamos a Jesús, que nos entusiasmemos
con su proyecto,
aunque sea tan utópico como hacer un mundo
más justo y humano.
Queremos ser como él pan partido y
compartido, pan de vida,
dejarnos comer y desaparecer en beneficio de
los demás.
Y así te haríamos presente, Padre,
porque Tú eres amor, y estás donde hay
entrega total y para siempre.
La eucaristía no puede quedarse en un mero
rito ni en pura farsa.
Jesús se merece que sigamos sus pasos.
El mismo Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan,
te dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con
mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en
memoria mía».
Esa es nuestra voluntad, Señor, hacer lo que
Jesús nos encargó,
atender responsablemente las necesidades de
los que nos rodean
y abrirnos generosamente a toda la
humanidad, sentirla fraternidad,
y siendo testigos y seguidores de aquel Pan
de vida
que satisface el hambre y calma la sed,
no permitirnos que nadie perezca en el mundo
de hambre o de sed.
Estas serían las señales para que nos
reconocieran como cristianos:
trabajar por la salud y la dignidad de
todos, en especial de los más pobres.
Te agradecemos, Padre santo, que hayas
movido el corazón
de tantas buenas personas, misioneros,
cooperantes, creyentes o no,
que viven junto a los que más sufren y les
consuelan y ayudan.
Que su ejemplo, como el de Jesús, nos haga
ser más solidarios.
Elevamos este pan y esta copa de vino, como en un brindis,
pidiéndote, Padre Dios, que tu Espíritu, el Amor, nos cale
hasta el fondo,
y nos impulse a seguir los pasos de tu hijo Jesús.
AMÉN.
Colecta
Dios, derrama tu bendición sobre esta
asamblea,
y haz que, encontrando a Cristo, palabra y
pan de vida,
proyectemos a los demás la fuerza que vive
en cada uno de nosotros.
Ofertorio
Dios, que has dado al mundo a tu hijo Jesús
como pan del cielo,
que el pan y vino que ahora te hemos
ofrecido
sean el signo y símbolo de nuestra entrega a
los demás.
Postcomunión
Dios, alimentados con el auténtico pan de
vida,
te pedimos que formemos un solo cuerpo en
Cristo
y nos renueves con tu Espíritu,
para que trabajemos por tu reino en la alegría de la fe.
Estas tres oraciones se
redactaron en Japón,
siguiendo la reforma
litúrgica del Vaticano II
y han
sido traducidas al español por José Lerga
http://www.telefonica.net/web2/vidaensintonia/tonosorientales.html
TE NECESITAMOS, SEÑOR
Mari Patxi Ayerra