Nos atrevemos, Señor, a dirigirte esta oración
con la humildad a la que nos obliga reconocer
quiénes somos,
y con la confianza que nos da saber que eres
nuestro Padre.
Un día más, también hoy, queremos invocar y
bendecir tu nombre
y agradecerte tu presencia en nosotros.
Gracias, Padre Dios, por la vida, por la nuestra
y la de todos los demás.
Nos duele darnos cuenta del poco caso que
habitualmente te hacemos.
Querríamos que fueras centro constante de
nuestra atención,
y responder con nuestro frágil cariño a tu
infinito amor.
Queremos proclamar ahora ante el mundo entero
que eres bueno,
para que todos sepan que eres santo y nuestro Dios,
que eres santo y Señor de la tierra,
que nos acompañas siempre y estás presente, Padre santo,
en nuestras luchas y afanes por la implantación de tu
Reino.
Santo, santo…
Te damos las gracias porque te has revelado como Padre en
Jesús,
tu hijo más querido, nuestro mejor guía para llegar hasta
ti.
Hemos optado por Jesús, porque tiene palabras de vida
eterna,
porque nos convence y entusiasma el mensaje del evangelio,
la buena noticia de que es posible otro mundo más humano,
la noticia liberadora que pone al hombre por encima del
sábado.
Queremos seguir a Jesús y junto a él, y con el apoyo de
toda la comunidad,
nos proponemos ganar la batalla
de hacer que todos vivan dignamente y libres de toda
opresión.
Reunidos en torno a esta mesa nos disponemos a recibir pan
y vino,
y el compromiso de hacerlos extensivos a los excluidos de
este mundo.
El mismo Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan,
te dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía».
Sabemos y proclamamos, Padre Dios,
que tu hijo Jesús vivió hasta sus últimas consecuencias
el espíritu de esa oración del padrenuestro que nos enseñó
a rezar.
Por eso, queremos decirte hoy, más conscientemente, Padre
nuestro.
Y que este “nuestro” no sea excluyente ni elitista,
sino que integre también a quienes viven sumidos en total
abandono,
mientras que nos comprometemos a cuidar de ellos como
hermanos.
Deseamos que en todas las lenguas del mundo sea
respetado tu nombre.
Queremos hacer juntos una tierra que no explote
a nadie y a todos alimente
y que de esta forma se haga realidad tu reino
soñado
y se cumpla entre nosotros tu voluntad.
Revoluciona nuestra manera de ser y hacer
y que aprendamos de una vez a compartir nuestra
casa y nuestro pan
con quien está a nuestro alcance y sufre
necesidad y pasa hambre.
Como tú de antemano nos perdonas,
no queremos tampoco sentirnos ofendidos por
ningún hermano.
Encauza nuestras energías por el camino del
bien,
y líbranos, Padre, a nosotros y a todos, de todo
mal, de toda injusticia.
Por Jesús, y en su compañía, queremos bendecirte por
siempre.
AMÉN.
Rafael Calvo Beca
PRINCIPIO
Hacemos ahora un momento de silencio, para sentir
a Dios dentro de nosotros, en medio de
nosotros.
Padre, que nos comprendes y invitas, gracias por
llamarnos a tu mesa.
Prepara tú nuestra tierra para que recibamos con alegría
tu palabra.
Por Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
OFERTORIO
En la mesa de su última cena,
el pan y el vino significaron para Jesús su entrega total
a ti.
Ahora ponemos en esta mesa nuestro pan y nuestro vino:
queremos que los recibas
como signo de nuestro deseo de entregarnos más a tu
reino.
Por Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
DESPEDIDA
Gracias, Padre, por la Eucaristía.
Gracias por la palabra, gracias por el pan,
y sobre todo gracias por tu mejor regalo.
Por Jesús, tu Hijo, nuestro Señor.
José Enrique Galarreta