ANÁFORA
Gracias, Padre santo, Dios misericordioso,
porque nos amas sin descanso, como nunca
comprenderemos,
y porque no tomas en cuenta nuestros numerosos
fallos y debilidades.
No nos cansaremos de repetir tu nombre, Padre
bueno, Dios de bondad,
porque siempre podemos encontrar en ti
comprensión y perdón.
Gracias, Señor, porque tienes misericordia de
nosotros,
eres nuestro refugio y consuelo
y nos haces partícipes de tu mismo ser, de tu
vida, la vida eterna.
Nuestra alegría es saber que eres nuestro Padre
y Madre entrañable.
Y llenos de esa felicidad nos sentimos hijos
tuyos
y te bendecimos entonando este himno de
alabanza.
Santo, santo…
Sabemos, Padre Dios,
porque así te retrató tu hijo Jesús en su
parábola
del padre bueno,
que estás siempre al borde del camino,
esperando con los brazos abiertos nuestro
regreso a casa.
Y que al igual que Tú, hemos de sembrar tu amor
y tu continuo perdón,
amando y perdonando a todos los hermanos con
generosidad.
Nos enseñó Jesús con sus palabras y hechos
a querer lo mejor para todos y ayudar a quien
más nos necesite.
Insistió en el perdón entre nosotros,
porque eso era imprescindible y previo a la
oración,
y nos dio ejemplo al buscar excusas y perdonar a
los que le crucificaban.
Al despedirse, nos pidió que le recordáramos en
torno a una mesa,
el lugar más entrañable para el encuentro de una
familia,
y nos invitó a compartir un pan y una copa de
vino,
para recordar su entrega total a los hombres.
Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió
un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía».
Sabemos, Dios Amor, que nuestros egoísmos no
despiertan tu ira,
pero sí causan desgracia y tristeza en nuestros
hermanos.
Somos ruines y tacaños al regatear el perdón a
nuestros prójimos.
Por eso te rogamos, Padre de la generosidad,
que nos comuniques tu Espíritu, hasta que nos
rebose,
y así manifestar con nuestras obras tu amor y tu
bondad.
Queremos parecernos a ti, Padre de todos,
perdonar, sin resentimientos
y repartir entre los que nos rodean el amor que
nos has dado.
Te rogamos por las iglesias cristianas,
para que sean modelos de convivencia fraterna.
Y te agradecemos una vez más que hayas acogido
en tu compañía
a los amigos y familiares que se nos han
adelantado
en el camino hacia ti.
Unidos todos nosotros y con tu Hijo Jesús
en esta comida de hermandad,
queremos brindar en tu honor ahora y todos los
días de nuestra vida.
AMÉN.
Rafael Calvo
Beca
SALUDO
Amigos y hermanos, buenas tardes, que la paz de
Jesús esté con vosotros. Cuarto domingo de
Cuaresma, en menos de veinte días, Semana Santa.
Y nos preparamos para celebrarla bien, con este
tiempo de Cuaresma.
Venimos a la Eucaristía como acudían a Jesús
todos los pecadores, llenos de esperanza. Porque
es el Padre el que nos llama, nos acoge, nos
perdona. Nos presentamos ante Él tal como somos,
nos reconocemos pecadores delante de nuestro
Padre.
PRINCIPIO
Padre nuestro que siempre nos acoges, nos
perdonas y nos invitas,
te
damos gracias.
Prepara tú nuestro corazón para que sea buena
tierra
que
reciba con generosidad tu Palabra.
Por
Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
OFRENDA
Ponemos en tu mesa nuestro pan y nuestro vino,
nuestra carne y sangre, toda nuestra vida.
Queremos que sea como la de Jesús, una ofrenda,
entregada a nuestros hermanos.
Por
Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
DESPEDIDA
Gracias, Padre, por la Palabra y por el Pan.
Gracias porque nos alientas y nos renuevas,
gracias porque siempre nos acompañas.
Gracias, sobre todo, por Jesús, tu hijo,
nuestro Señor.
A Propósito del SALMO 42-43
Un sacerdote desterrado añora su servicio en el
Templo, suspira por la Casa del Señor. Como
nosotros, que entendemos la belleza del Reino y
suspiramos por él.
Como suspira una cierva por las aguas vivas
así suspira mi alma
por Ti, mi Dios.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo
¿cuándo iré a contemplar el Rostro del Señor?
No tengo otro pan que las lágrimas, de día y de
noche
yo que escucho decir cada día
"¿dónde está tu Dios?"
"¿Dónde está tu Dios?". Tirados en el desierto
de la vida, acosados por tanta oscuridad, por
tanta sed, nuestro espíritu se levanta hacia La
Fuente, añoramos La Vida, en que contemplaremos
el Rostro del Señor.
¿Qué tienes tú, alma mía, por qué sufres,
por qué gimes en el fondo de mi ser?
Espera en Dios: voy a cantar su nombre,
"Salvador de mi vida, Tú, Dios mío"
Porque Tú eres mi Dios,
Refugio mío, no te olvides de mí,
¿por qué he de vivir en la tristeza
acosado por mis enemigos?
Envíame tu luz y tu verdad, y ellas sean mi
guía,
ellas me llevarán a tu montaña, a tu Morada
Santa.
Acosado por mis enemigos, por mi envidia y mi
pereza, por mi lujuria y mi avaricia, por mi
soberbia, por el pecado que está en las raíces
de mi árbol. Pero sé que camino, hacia la
Montaña Santa, de donde brota el arroyo del que
bebo mientras atravieso el desierto.
Envíame tu luz y tu verdad, y ellas sean mi
guía,
ellas me llevarán a tu montaña, a tu Morada
Santa.
Y subiré hasta el altar del Señor,
del Dios de mi alegría,
y cantaré, y haré sonar mi arpa, Señor, Dios
mío.
Cantando por el camino del desierto, camino de
la Casa del Señor. Alma mía, que sufres añoranza
de la Fuente, de la Casa; camina, alma mía por
el desierto, y bebe de la Fuente de Jesús, y
canta, porque no faltará el Agua en el desierto
¿Qué tienes tú, alma mía, por qué sufres,
por qué gimes en el fondo de mi ser?
Espera en Dios: voy a cantar su nombre,
"Salvador de mi vida, Tú, Dios mío"
José Enrique
Galarreta