Señor Dios nuestro, es hora de agradecerte
tantas buenas cosas que nos has dado
y de modo especial la vida, la vida que, sin
saberlo, compartimos contigo.
Gracias en nombre de todos los seres
humanos,
sean o no conscientes de tu presencia, de tu
impulso y tu generosidad.
Gracias, Padre santo, en nombre de toda la
creación,
que con su sola existencia eleva hacia ti un
canto de bendición.
Sería necio imputarte lo que no funciona en
este mundo,
porque debemos reconocerte, con obligada
humildad,
que no hemos sabido organizarnos para que
haya justicia
ni nos hemos decidido aún a distribuir tus
bienes entre todos.
En el canto que ahora entonamos en tu honor
van implícitos
nuestro agradecimiento por la infinita
perfección de tu obra
y nuestra voluntad de luchar para que todos
la disfruten por igual.
Santo, santo…
Es el momento, Padre, de darte gracias de
modo especial por Jesús.
Haznos ver su vida ejemplar en toda su
crudeza, como fue en realidad.
No se refugió en ningún palacio, se hizo
predicador itinerante
y conoció de cerca la pobreza, fue amigo de
pobres y mendigos,
tendió su mano a los marginados y proscritos
por la Ley,
se compadeció de enfermos y desvalidos y les
ayudó en cuanto pudo.
Les mostró a todos ellos su solidaridad y
defendió a muerte su causa.
Y a todos nos quiso hacer ver la virtud de
la pobreza voluntaria y solidaria,
la que nace de tener los ojos bien abiertos
y alentar los buenos sentimientos,
la que arranca de la empatía y la compasión
con los desheredados y empobrecidos de este
mundo.
Siguiendo su invitación
y sabiendo que debemos imitar su ejemplo
personal,
partimos y nos repartimos este pan y
brindamos con esta copa de vino
para no olvidar nunca
su generosa entrega a los demás durante toda
su vida.
El Señor Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía».
Infúndenos, Padre, tu espíritu, haznos
testigos del amor que nos tienes.
Necesitamos que nos transformes por completo
y nos revoluciones.
Porque seguimos empeñados en hacer pobres y
marginarlos luego,
crear barreras y separar hermanos y países
siguiendo criterios estúpidos.
Remueve, Señor, nuestras entrañas y danos un
corazón compasivo,
porque hacemos poco y tenemos que hacer
mucho más
por la mucha gente que sufre y muere cada
día de hambre.
Danos tu fuerza para atrevernos a salir de
nuestras cómodas estructuras.
Gracias, Padre Dios, por el ejemplo
inigualable de Jesús de Nazaret.
Queremos agradecerte también que hayas
inspirado
a tantas personas buenas que han sabido amar
y volcarse en los demás
y luchar por hacer real tu Reino.
Ellos son el mejor patrimonio de la
humanidad. Gracias, Señor.
Arropados por tan buenos hermanos, unidos a
Jesús,
bendecimos ahora tu santo nombre, Dios
todoamoroso,
al tiempo que te suplicamos y agradecemos tu
bendición paternal.
AMÉN
Rafael Calvo Beca
PRINCIPIO
Padre, tú que nos invitas a tu mesa,
abre nuestro corazón para que recibamos con generosidad
la semilla de tu Palabra.
Por Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
OFRENDA
Todo Jesús, carne y sangre, vida entera,
fueron pan y vino para la vida de todos.
Que sea así nuestra vida, entregada para la vida de los
demás.
Por Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
DESPEDIDA
Gracias Padre por el pan, el vino, el agua, la palabra, el
viento.
Gracias por la Eucaristía.
Gracias por tu mejor regalo, por Jesús, nuestro Señor.
José Enrique Galarreta
RICOS Y MENDIGOS
Creímos que era posible el cambio.
Nos comprometimos,
trabajamos,
oramos,
proyectamos nuevos sistemas,
nuevas ideologías,
nuevas formas de reparto.
Soñamos utopías contra el despilfarro.
Y cuando pensábamos
que todo estaba al alcance de la mano,
¡zas!, –una vez más, como siempre–
nos vienen con nuevas teorías y ofertas.
Dicen que la solución está
en hacer más espléndido el banquete,
en lograr que la tarta de la mesa
aumente su tamaño y riqueza;
así habrá más sobras y migajas,
de este festín de puertas abiertas,
para los que andan mendigando
y cubiertos de llaga,
si nadie más se sienta a la mesa.
Anuncian que no hay revoluciones posibles,
que las ideologías han muerto
y que el margen de negociación
depende del mercado
y no de las conciencias…
Señor, para esta oferta
no se necesitan alforjas.
Pero yo quiero que cuentes,
con voz fuerte y dolorida,
nuevamente,
al sur y al norte,
al este y al oeste,
a ciudadanos y emigrantes,
a escépticos y creyentes,
tu parábola de Lázaro, el pobre.
Florentino Ulibarri