La
EUCARISTÍA CRISTIANA - 3
Palabra y Anáfora
Desde los
tiempos más remotos la anáfora fue precedida por la lectura
pausada, comprendida y aplicada a la realidad presente de
las Escrituras. Con toda seguridad en las eucaristías
primeras se relataban las palabras y hechos de Jesús,
relatos que, más tarde serían, directa o indirectamente,
base de los cuatro evangelios actuales.
Ni la
lectura de la Escritura, ni los recuerdos narrados en las
primeras asambleas eucarísticas, pueden convertirse hoy en
meros análisis exegéticos. La eucaristía no es una clase de
Biblia. La escritura se escoge, se explica y se ilumina
desde la oración eucarística. La escritura ilumina la mesa
del Señor, y es iluminada por el pan y vino del Señor. Toda
la oración eucarística - toda la anáfora - es como una
proclamación de la Palabra.
La
homilía sólo tiene sentido si une la Palabra y el Pan. Si el
que preside la mesa no sabe hacerlo, que la misma comunidad
señale a otro entre los hermanos que pueda hacerlo. El que
preside no tiene por qué ser un hombre–orquesta que toca
todos los instrumentos. La misma Comunidad puede preparar,
con tiempo, la homilía.
Hay que
volver a descubrir la fuerza de la Palabra oída y vivida en
la mesa del Pan y el Vino.
No ha
conseguido el Vaticano II sacarnos de los vicios heredados
del periodo medieval. En ese periodo se convirtió la homilía
en sermón, se levantaron los púlpitos, se multiplicaron los
predicadores. Desapareció la mesa del Señor para convertirse
en altar. Lo pagano arrasó al evangelio. Jesús de Nazaret se
empadronó en Roma. Las ruinas del templo de Jerusalén, cuya
caída profetizó Jesús, se esparcieron como semillas por todo
el imperio germinando en suntuosos y múltiples templos, en
los que la mesa eucarística no encontró acomodo.
Es justo
reconocer un esfuerzo visible y algunos frutos conseguidos,
con las reformas del Vaticano II. Pero llegaron tarde e
insuficientes. Por otra parte, no se trata sólo de reformar
ritos. Los que presiden las eucaristías (es decir, todavía
los curas) la mayoría no tiene preparación bíblica
suficiente ni para conocer lo que dicen las escrituras, ni
siquiera cuál el aspecto que se destaca dentro del ciclo
litúrgico.
De ahí
que, la mayoría, se dedique a soltar el sermoncito
moralizante, aburrido, con telarañas, rancio de siglos. Y
eso, cuando no se aprovecha la homilía para criticar a los
presentes, ausentes, al gobierno, a todo el que se mueve.
Menos a su Santidad y su obispo, que son santos y
predilectos de Dios, por naturaleza.
Carácter presidencial
La
oración eucarística, y por tanto la mesa del Señor, no es
asamblearia. Puede chocar la afirmación en tiempos de tanta
y tan adulterada democracia. Sin embargo es comprensible. Y
nada de esto se funda en alguna revelación. Simplemente, el
orden natural de la sociedad humana, conlleva de hecho que
una familia, un grupo orgánico de personas se mueva
alrededor de alguien que los representa y encabeza.
Otra cosa
muy distinta es que, el que “preside”, sea elegido por la
Comunidad, escogido por el Espíritu o por una Central del
poder.
El hecho
social es que una comida de familia, una comunidad de
vecinos, una reunión de empresa, un grupo eficaz de
individuos no puede ser una grada abarrotada de hinchas del
fútbol. La eucaristía es la asamblea de seguidores de Jesús
reunidos para oír su palabra, compartir el pan y sentir con
fe su presencia en medio de ellos. Es una familia. No con
una misma sangre, ni con una misma raza, sino con algo mucho
más vinculante: con una misma fe.
Cuestión
diferente es el papel que debe desempeñar el que preside la
oración eucarística. El que preside se dirige a Dios Padre
en nombre de los hermanos. No lo hace abstraído de la
asamblea. Debe ser escuchado por todos. “Si tú no
bendices más que con el espíritu (sin ser oído por los
demás) ¿responderá el Amén a tu acción de gracias,
toda vez que él (el pueblo) no sabe lo que dices?”
1 Cor 14, 16
Pienso
que no es acorde con la solemnidad misma que todos recen a
la vez la anáfora.
En
cambio, el que preside nunca debería olvidar su papel:
1.
No de
dueño. No es dueño ni del local. El local, con sus sillas,
sus candelabros y hasta el sagrario son de la Comunidad. Es
muy urgente que los funcionarios de la Iglesia renuncien a
sentirse “dueños”.
2.
No de
señor.”Si uno quiere ser primero, ha de ser último de
todos, y servidor de todos” Mc 9,35 “No seáis como
los señores de este mundo…” “Se levantó de la mesa…y se puso
a lavarles los pies” Jn 13, 4
3.
No de santón. Sólo Dios es bueno
4.
No de
sabelotodo. “Un magistrado le preguntó: - Maestro
insigne, ¿qué tengo que hacer para heredar vida eterna?
Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas insigne? Sólo Dios
es insigne” Lc 18,, 18-19 “Bendito seas,
Padre, porque, si has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos, se las ha revelado a la gente sencilla” Mt
11, 25
5.
No de
hombre orquesta. Hombre orquesta es el que sabe tocar y toca
todos los instrumentos. Lo canta él, lo lee él, lo explica
él, lo consagra (¡!) él. Los demás no tienen más
papel que el silencio y acatamiento. En el fondo, el hombre
orquesta, piensa que no le hace falta nadie para “decir”
misa.
6.
No de representante de Jesús.
Es la comunidad la que representa a Jesús. Jesús está en la Comunidad.
El que preside la mesa eucarística, habla y reza en nombre
de la comunidad, no representa ni al Papa, ni al obispo.
7.
No debe
suplantar a la comunidad. La Comunidad es todo. El que
preside, sin la comunidad es nada.
8.
No debe
suplantar al Espíritu. No debe hablar en nombre de Dios, ni
interpretar a Dios. Ningún supuesto sacramento, ninguna
autoridad puede nombrarle representante de Dios.
9.
No es un
showman, ni un presentador de espectáculos.
10.
Puede ser
un hombre, una mujer, un viejo, un joven, una joven. Sólo se
le pide fe, el carisma de la prudencia y saber presidir con
humildad.
La causa
de tanto desastre en tantas eucaristías (y cualquier
liturgia) hay que buscarla, de ordinario, en la nula
preparación de los dirigentes de las comunidades. Un
piadoso, si es ignorante, no puede presidir una eucaristía.
Tiene que conocer los fundamentos de su fe. Tiene que haber
estudiado las Escrituras.
Aunque no
sea suficiente el conocimiento de las escrituras para
presidir la Cena del Señor. Tiene que haber hecho prácticas
con el micrófono. Saber leer claro, pausado, con sentido,
sin teatritos.
Tiene que
saber el significado de lo que hace. Y si no sabe hacerlo,
la comunidad debe crear escuela para que se formen otros
hermanos capacitados. Son muchos siglos de abandono y de
dominio clerical, los que hay que recuperar.
Luís Alemán