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Sagrario: Visión Científica

¿Científica?

 

 

La teología “sensualista”-llamada así por el sínodo de Roma año 1.059- configuró la fe y la piedad popular. Era, y es, tan tosca, incluso tan repelente, que personas leídas como San Buenaventura y Santo Tomás no podían digerir afirmaciones tan pedestres. Como réplica a este “sensualismo eucarístico” nació lo que llamamos: Teología científica de la eucaristía.

 

Lo de “científica” quizá sea definición demasiado pretenciosa. Y es que al hablar de eucaristía no es conveniente manejar términos científicos. Pudieran ser más útiles términos como fe adulta, poesía, intuición, humildad. Incluso, reconocer y aceptar nuestra radical ignorancia cada vez más evidente, ante la realidad científica sobre nosotros mismos y nuestro entorno.

 

Me explico. Las realidades naturales, en las que nos movemos, superan nuestra comprensión. Es decir, no comprendemos ni lo que somos ni el hábitat en el que nos movemos: materia, energía, espacio, tiempo son conceptos que nos sobrepasan. La nueva perspectiva de la relatividad ha desmontado la simpleza imaginativa heredada, y que ha configurado nuestro pensamiento.

 

No es que hayamos vivido en una mentira, bastaría con aceptar que lo que creemos ver, no se corresponde con lo que es. Lo cual nos debería situar en una posición de radical humildad.

 

El hombre ateo o creyente, sabio o ignorante, leído o analfabeto ha entrado en una Era en la que le es imprescindible la prudencia.

 

Los adelantos gigantescos de nuestra Era exigen más humildad, para la plenitud humana. La pedantería, hoy, no produce más que el ridículo. En lo político, en lo científico, en lo religioso, y en el andar por la calle.

 

Buenaventura y Tomás de Aquino no pretendían ser “científicos” en el sentido actual del término. Simplemente se atrevieron a expresar la repugnancia a la que les conducía la interpretación burda, pietista, popular y oficial, exigida incluso por el papa Nicolás II:

 

“Post consecrationem verum corpus et sanguinem Christi esse, et sensualiter, no solum sacramentum, sed in veritate, manibus sacerdotum tractari, et frangi et fidelium dentibus atteri”

 

Es decir, que el Papa le exigía a Berengario que afirmara que una vez consagrados el pan y el vino, quedaba sobre el altar, y por lo tanto en el sagrario, el verdadero cuerpo y sangre de Cristo, “sensualmente”, no sólo como sacramento. Y que las manos del sacerdote lo “trastean” físicamente y que lo “mastican los fieles con sus dientes”.

 

En los siglos XII y XIII se multiplicaron las apariciones de Cristo en las formas consagradas, y las transformaciones del vino blanco en tinto, una vez consagrado. Según contaban, con frecuencia brotaba sangre de formas consagradas. Tomás sale al paso: “Sea lo que sea esa sangre, no es la sangre de Cristo”.

 

Un enfoque infantil de la fe cocinó el engrudo eucarístico. Del cual no hemos salido. Esa empanada teológica del catecismo, atormenta a más de un creyente.

 

Ese catecismo vacía de contenido el mensaje y misión del evangelio y aleja en vez de congregar. Es demasiado burda y pagana una fe que promueva la creencia de que “una vez consagrados… está el cuerpo y la sangre… físicamente, no sólo como sacramento”.

 

El diccionario llama a eso antropofagia. Y esa antropofagia, quisieron que la firmara y aceptara, si quería librarse de la excomunión por hereje, el monje benedictino Berengario.

 

La soberbia de Roma nunca tuvo descanso ni limites. Roma, ayer y hoy, fue y sigue siendo una trituradora de hombres buenos y profetas. Roma dedicó siempre mucho más tiempo a condenar que a oír, orar y dialogar. Desde Roma no se pastorea, se degüella. Así fue siempre Roma. Pero es nuestra Roma. Y en aquella ocasión, fue Roma la que sembró el desconcierto eucarístico que se traduce en la desbandada, apatía e ignorancia de hoy.

 

Tomás de Aquino. Buenaventura y otros

 

Ni Santo Tomás, ni San Buenaventura ni otros pensadores católicos de la época niegan la posibilidad de milagros eucarísticos. La “fe científica” de estos teólogos camina en la misma dirección de la fe del pueblo. Pero, como es lógico, conciben su fe de forma diferente y adulta.

 

El problema de entonces, y que sigue siendo el de hoy, es ni más ni menos, cómo se entiende la presencia de Cristo en el pan y el vino.

 

Lo que se paladea no es un engaño; lo que se bebe, es vino sacramental de la sangre de Cristo”.

 

“Por lo tanto, el cuerpo de Cristo no se come sino sacramentalmente”

 

Se atreve a decir que Cristo no está “encerrado” en el tabernáculo; allí están, sí, las especies sacramentales u hostias consagradas”.

 

Las especies realizan para nosotros “la presencia corporal” de Cristo, pero de manera “espiritual”  S. Th. q. 75

 

Esa “nueva teología” del siglo XIII, como recoge el dominico E. Schillebeeckk O.P. “está de acuerdo, de forma impresionante, en una cosa: Cristo no se traslada desde el cielo al altar, no se hace pequeño para esconderse misteriosamente en esa hostia consagrada”.

 

S. Buenaventura afirma que la profesión de fe impuesta a Berengario “es exageradamente sensualista. No se paladea ni el cuerpo ni la sangre de Cristo. Lo que se paladea son las especies de los sacratísimos símbolos.”

 

No dudan los teólogos de la “nueva teología” del siglo XIII, de la presencia real de Cristo en la eucaristía. Ni se bordea la mínima duda. El problema es mucho más bello, más profundo. Según creo tiene dos vertientes, una sacramental y otra más amplia. Sólo enuncio la problemática.

 

Primera vertiente: Lo sacramental.

 

Sacramento es una realidad creada perecedera, corruptible. Esa realidad simboliza, y con la fe, hace presente lo divino.

 

Es el encuentro de la realidad visible, tocable, medible, pesable (agua, pan vino, anillo, aceite, abrazo, mesa, comida, beso…) con otra realidad invisible, no tocable, no medible. Encuentro de dos dimensiones reales, distintas: lo temporal y lo eterno; lo creado y lo divino. Sólo la fe puede aceptarlo, sólo la fe puede vivirlo. Sólo la fe acepta las dos dimensiones.

 

La realidad creada, imprescindible en cualquier sacramento, es en el marco de una cultura, símbolo de vida, de alimento, de paz, de amor, de perdón…

 

Y ese símbolo natural, perecedero, es capaz, con la fe, y en el Señor, de infundir vida, amor, fuerza, y finalmente hacer presente a Dios.

 

Por tanto, sin símbolo y sin fe no hay sacramento.

 

Segunda vertiente: Empalme de dos dimensiones.

 

Por muchas vueltas que le queramos dar, todo lo que no sea abarcable por nuestros sentidos se escapa de nuestra imaginación e incluso de nuestros conceptos. Porque las “ideas”, por muy ideas que sean, necesitan para sostenerse, un soporte sensual.

 

Por ejemplo, el hombre es “cuerpo”, y no cuerpo glorioso. Y desde nuestra realidad de tiempo y espacio, es imposible comprender ni imaginar el contrasentido de “cuerpo glorioso” o “cuerpo espiritual”.

 

Nunca sabremos cómo se empalma el tiempo con la eternidad. Nuestra imaginación nos engaña si pensamos que la eternidad es como un tiempo que no se acaba. Al hablar de tiempo y eternidad hablamos de dimensiones distintas. No sucesivas. Cuando se nos acaba el tiempo, (cuando morimos) ¿cómo se entra en la eternidad? ¡Confesemos no saber nada!

 

Hemos de reconocer que no sabemos cómo es posible unir materia y espíritu, tiempo y eternidad, incluso individuo y totalidad.

 

¿Alguien sabe lo que es Espíritu? Ni siquiera sabemos lo que es la Materia. ¿Alguien sabe lo que es Eternidad? Ni siquiera sabemos lo que es el Tiempo.

 

Los teólogos, los catecismos, verborrean cuando hablan y hablan sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía, y mucho más en el Sagrario.

 

“Presencia Sacramental” de Cristo. “Presencia de Dios”. “Presencia espiritual”. “Dios omnipresente”. “Especies y Sustancia”.

 

Hablamos porque nos cuesta callar. Cuando hablamos mucho suele ser señal de saber poco.

 

¿Por qué no aceptamos nuestra absoluta ignorancia sobre todo lo que es Dios y sus entornos? ¿Por qué hablar, por qué explicar lo que ignoramos y sobrepasa nuestros límites?

 

¿Acaso hay algún teólogo, obispo, de derechas, de izquierdas, conservador, piadoso, preconciliar, posconciliar capaz de explicar cómo es la humanidad de Cristo hoy en la eternidad?

 

Bueno, pues mientras nadie me lo explique, me iré a comulgar el próximo domingo. Con la máxima humildad, procuraré sentirme hermano de todos los que hacen cola esperando su trozo de Pan.

 

Y con una seguridad, que sólo me da la fe en la palabra de Jesús, me volveré a casa un poco más hermano, más parecido a Jesús en su mirar las cosas, en su cercanía a los demás, en la esperanza de que Él volverá.

 

El Sagrario es ese recinto en el que se guarda el Pan que fabrica hermanos en Jesús.

 

Luís Alemán

 

 

 

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