PLAN RENOVE PARA CREYENTES
Vivimos siempre en el error
Lo sabemos. Somos conscientes de estar errados. No conocemos casi nada de casi todo. Campesinos a sueldo, ingenieros de la NASA, catedráticos o analfabetos, todos tenemos la certeza o la sospecha de estar equivocados, o inmersos en el error.
Cada adelanto en la ciencia nos aporta algo o mucho de verdad. Pero a la vez nos abre un nuevo paisaje de ignorancias. El analfabeto comprende, por fin, que no es el sol quien da vueltas alrededor de la tierra sino la tierra la que viaja alrededor del sol. Pero la incorporación de conocimientos termina, más o menos explícitamente, en que lo que se ve no es la verdad.
Si unos científicos creen llegar a las puertas del origen de todo: el Bing Bang del comienzo, pronto otros científicos más modernos o más inquietos creen descubrir que ese comienzo no es tal, sino una como reencarnación de otros bing bangs anteriores, que también comenzaron y terminaron. No afirman que el tiempo sea eterno sino que el tiempo se regenera a sí mismo. Ya que, dentro del cuadro de la ciencia, la dimensión “eternidad” no tiene cabida.
Ante las verdades últimas y estructurales, se entremezclan ciencia, ignorancia, poesía, snobismo. Al final siempre es lo mismo: conocemos casi nada de casi todo.
Hay que admitirlo. El marco general en el que se enmarca nuestra existencia, genera grandes desconciertos, hasta el punto de que nuestras afirmaciones, nuestros credos, cuanto más absolutos más erróneos. Es curioso cómo unos continúan buscando a Dios en los huecos que deja la ciencia, y otros aprovechan cualquier descubrimiento científico para probar que Dios no hace falta para explicar nada. Finalmente hay quien más prudente, o incluso más sabio, se refugia en el silencio humilde.
Nuestro credo cristiano, y más el católico-romano, (credo es el marco dentro del que se mueven nuestra creencias) está sometido a los mismos movimientos sísmicos. Nuestros catecismos religiosos caminan siempre a la zaga del progreso científico. De tal manera que, después de analizar dogma tras dogma, concluimos como en la ciencia: no conocemos casi nada de casi todo; vivimos rodeados por el error. Por eso los jefes de nuestra fe nos exigen tragar los dogmas y prácticas eclesiales sin masticar, como si fueran antibióticos. Dogmas y prácticas fabricados hace diecisiete o quince siglos.
Conclusión: En lo científico como en lo religioso, vivimos infectados por el error.
Dividimos con terquedad las realidades en dos o más partes: el hombre es materia y espíritu; el cielo frente a la tierra; lo natural frente a lo sobrenatural; lo sagrado y lo profano; el corazón y la mente; lo intelectual y lo emocional; lo ideológico y la realidad, etc.
¿No será una fuente de errores esa confrontación: materia - espíritu, sagrado - profano, sobrenatural - natural?
Por otra parte: ¿Qué utilidad tiene una verdad o dogma si no aporta nada al desarrollo del hombre? Puede que existan verdades inútiles, cuya simple búsqueda sea un error.
Estar errados en la galaxia de dogmas o verdades que ni mejoran ni empeoran al hombre, es un pasatiempo. Y dentro de nuestro credo, hay mucha verdad improductiva. La elite griega, apasionada de la verdad teórica, llegó a decir todo lo contrario: las ideas si servían para algo ya no eran ideas.
¡Cuánto tiempo han perdido los sabios sagrados en acicalar dogmas improductivos! ¡Cuántas horas, cuántos concilios, cuántos libros dedicados a cincelar verdades imposibles, inútiles y siempre, finalmente, erradas! Acumular verdades ha sido similar a acumular errores. Lo que se llama “escolástica” puede ser un método elitista para vivir de espalda a la realidad, es decir de espalda al hombre real. Que por cierto no ha hecho nada más que sufrir, pasar hambre, y temblar de miedo.
En justo castigo, al final de tanto estudiar “la verdad teórica” no hemos hecho más que aumentar el índice de enredos en el error.
Según aparece en los evangelios, Jesús está volcado en muy pocas verdades: su Padre, los hombres, y los que se han apoderado de los hombres. Lo demás no le interesa. Y al final de su vida se van fundiendo las dos imágenes: su Padre y lo hombres.
Para Jesús, la “verdad” es un todo. No exclusivo de lo intelectual. Su verdad implica a todo el hombre. No a una parte. La verdad es vida. Dice verdad el hombre que es verdad.
No son dogmas, sino vida lo que anunciamos. Las verdades sin vida son como muertos disecados. Evangelios “proclamados” “anunciados” con solemnidad, pero no encarnados, son estafas aireadas al viento.
Es más “verdad” una vida con errores que un muerto con verdades.
Juan 6, 67-69
Jesús dijo entonces a los Doce:
¿También vosotros queréis marcharos?
Le respondió Simón Pedro:
«Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»
Juan 18, 37-38
Contestó Jesús:
Yo para esto he nacido
para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?»
Pilatos no esperó la respuesta. Quizá no estaba preparado para oírla. O quizá no la quería oír. La verdad de Jesús, no cambiaba ideas, sino vidas
Todo esto viene a cuento de un comentario que me hace una doctora en sicología al leer la pregunta de la semana pasada: ¿Hablar con Dios?
Comenta la sicóloga que no existe ni puede existir un “corazón limpio” ni corazones “transparentes”. Sencillamente, porque la intimidad del hombre siempre estará contaminada desde dentro y desde fuera. Todo hombre nace en una cultura, un tiempo y es, en sí mismo un nudo de pulsiones y pasiones. Quizá no haya en el mundo viviente nadie tan manejable y manejado como un hombre: cúmulo de sabidurías, experiencias e ignorancias.
Lleva razón mi querida sicóloga: todos somos, desde la cuna, esclavos de nosotros mismos y de nuestro entorno. Somos producto de los errores de nuestro tiempo. Esa es nuestra realidad. Una realidad invadida por grandes y pequeños errores. No estamos en la etapa de las verdades absolutas. Y una verdad que no sea absoluta es una verdad coja. Hay que reconocerlo y aceptarlo.
Es bueno aceptar que son imposibles las verdades absolutas, que somos portadores de errores. Ahí nace la humildad, la igualdad, la fraternidad y la apertura al Padre. Curiosamente, la conciencia del error abre un ventanuco a la fe.
Esta es mi opinión, mi querida sicóloga: podemos estar errados, equivocados. Más incluso: no cabe duda de que mientras caminamos hacia el Padre, lo hacemos entre errores. Equivocados sí, pero con corazón limpio y transparente.
No deberíamos olvidar que en el atardecer nos examinarán sólo del amor
Aunque tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; si no tengo caridad, nada soy.
S. Pablo. 1ª a los de Corinto, cap 13
“¿Qué es la verdad?”
“Yo soy la verdad y la vida”
Luis Alemán