PIEZAS ÚNICAS
Preparó un espacio propicio. Amplio. Sin distracciones.
Para concentrarse absolutamente. Todo su ser presente,
disponible, para ese encuentro.
Cerró sus ojos. Inspiró.
Dejó que el viento lo llenase y despertase sus
múltiples, infinitas facetas.
Entibió sus manos para ponerse a punto, calentó los
dedos con su aliento.
Se arremangó, mayor comodidad, los brazos también en
tarea. No alcanza con las manos para un encuentro
genuino; necesitamos mayor roce, más exposición, mayor
superficie de lo que somos puesta en juego.
Hundió los dedos en la arcilla. Tomó una porción; midió
con cuidado, observó que fuese la cantidad necesaria.
Disfrutó de sentir su peso acurrucado en la palma.
Palpó su frescura, gozó de su rugosidad abierta a la
caricia. Mirando la masa sin forma, disparó su sueño.
Imaginó mil posibilidades hasta dar con esta, la única,
la precisa…
Volvió a inspirar profundamente y metió las manos, sin
prudencia alguna.
Unió y separó, estiró al límite de largura. Presionó.
Ahuecó, abrió y cerró. Inventó un dibujo peculiar para
cada órgano, cada arteria, dónde se ensancha, dónde
gira, qué forma toma la articulación de cada hueso.
Cosió una por una las vértebras, entrelazó los vasos,
acomodó célula con célula. Probó con sutileza el engarce
de un tubo con el otro, procuró que cada uno tuviese la
luz precisa para que los fluidos lo recorrieran en esa
intensidad peculiar.
Diseñó uno a uno cada detalle. Eligió con ternura dónde
agregar y dónde quitar sustancia. Te puso esa voz que te
pronuncia, esa sed de abrazos, esa luz tan tuya en la
mirada. Te agregó esa fragilidad justo ahí, ese especial
punto vulnerable, ese modo de procesar el dolor…
Te hizo tan ‘tú’ mismo, tan extrañamente único, tan
profundamente humano.
Te amasó delicadamente, su tacto suavizó tus asperezas…
y dejó algunas allí para que busques otros dedos que te
pulan… Cada pincelada de quien eres, es regalo de su
amor ineludible. Su marca quedó impresa en cada
milímetro de tu piel, de tu alma…
Se ensució las uñas y tu arcilla quedó para siempre
incrustada en su carne. Te acunó en sus brazos alfareros
cuando todavía no habías cuajado del todo, y lo
manchaste en intercambio entrañable. Y nunca quiso
limpiarse… se entregó al barro compartido…
Y cuando estuviste listo, te acercó a su rostro. Te
olió; inspiró de tu aroma recién nacido. Te recorrió con
sus labios amorosos, degustó tu sustancia, se impregnó
de tu sabor. Se dejó traspasar por ese encuentro íntimo.
Te alejó un poco para verte mejor. Estalló de alegría
por tu existencia, y esa explosión se hizo soplo de vida
para bañarte. Te inundó con su propio viento interno y
te lanzó al infinito, cargado de su esencia…
Y mira con ternura cada paso, cada salto, cada riesgo y
cada cobijo, y te invita a seguir en ese vínculo, del
que él no se cansa, no se ahuyenta… te espera para un
abrazo nuevo…
Sandra Hojman