UN DESAFÍO APASIONANTE
Después del Holocausto, hubo que replantear muchos
asuntos de fe y pensamiento. Esto es lo que han
intentado hacer pensadores y teólogos. Se dieron cuenta
que había que traducir a nuestro lenguaje y a nuestro
tiempo aquello que marcó la fe de antaño. La tarea era
difícil, pero urgente. Si no, la fe se quedaría obsoleta
y no diría nada al hombre moderno. Esto
es
ciertamente
un desafío apasionante.
¿Pero
es que nuestros nuevos paradigmas explican realmente a
Dios y al hombre? No es cuestión de sustituir unos
dogmas por otros. Si solo se hace una propuesta para la
reflexión, no hay problema. Pero cuando se afirma con
rotundidad, entonces me parece que lo que ocurre es lo
mismo, o sea enfrentamos unos dogmas contra otros. Y en
el fondo, Dios deja de ser misterio, ya que lo definimos
con una claridad, que a mí me deja perplejo.
Por
muchos años fui profesor de Dogmática. Con el tiempo me
pregunté:
¿Y todo esto cómo lo saben?
Me entrevisté con eruditos y maestros, y cada vez me iba
desilusionando más. Pues se enseñaba con una seguridad
cosas que no eran más que ideas humanas, unas mejor
elaboradas que otras. Cuando alguien dice ‘Dios es...’,
me pongo a temblar. Prefiero decir:
para mí,
Dios representa...
Abandoné mi cargo de profesor de Dogmática, y hasta de
director de un Instituto teológico. Y emprendí un camino
tras las huellas del
Campesino Galileo,
que éste sí, me asombra cada día más. Llama la atención
cómo
Jesús brilla por sí mismo,
no importa el paradigma cultural en el que uno esté.
Siempre es el referente, el criterio central de toda
experiencia de fe.
Cada
vez sé menos pero vivo más. Y pasé de la angustia de
explicarlo todo a la alegría de amar a otras personas.
Pasé del esfuerzo de interpretación, al reposo de la
Compasión.
Creo
en una Teología de la Acción, en la Teopraxis. Y además
con sencillez. No me atraen los grandes vuelos
metafísicos, me conformo con andar por caminos
terrenales, pero eso sí, con un sentido, que encuentro
en la persona de Jesús de Nazaret.
La
oración, se vuelve una meditación, un entrar en la
profundidad del Vivir. Una reorientación del propio
espíritu según los valores de Jesús. No me va la oración
en el "vacío", confieso que soy algo escéptico en esas
cosas. Prefiero tener los pies en el suelo. No afirmo
que quien practique ese tipo de oración no los tiene.
Quiero decir que para mi la meditación es una reflexión.
Un interrogarme a la luz de los valores de Jesús. Y en
base a ese dialogo interno, tomo decisiones. Pero no
salgo de mi estado normal de pensamiento.
Y en
ese camino, como un ignorante, me fui dando cuenta de
que en la Vida, la que vivía en ese momento, iba
encontrando una Realidad que me superaba. Sin necesidad
de definirla, era una vida centrada en la Misericordia.
Quizá
Dios sea esa Vida que se manifiesta siempre que nos
tratamos con los valores de Jesús.
Impresiona
pensar que cuando las personas se aman, se compadecen,
se liberan de tantas esclavitudes, cuando todo esto lo
realizamos juntos, en solidaridad,
"lo divino acontece
entre nosotros", tiene
un sabor a... Jesús.
Todo
ello nos lleva a identificar lo divino con
la Compasión, el Amor, la Justicia, la Liberad y la
Verdad.
Y no podemos olvidar que en todo ser humano se
encuentra ese misterio, esa Vida, esa fuerza. Jesús nos
enseña a vivirla en plenitud, en una vida entregada a
los demás. De esta manera el Maestro vuelve a ser
re-suscitado en nuestro mundo.
Quizás podamos entender "la salvación" de esa manera,
como la plenitud del ser humano. Podríamos decir que es
encarnar en nuestras vidas el amor, como lo hizo Jesús
de Nazaret. Por eso el evangelio es liberador. Nos lleva
a la
Vida verdadera.
Una
iglesia debería ser por lo tanto un lugar de encuentro,
de compartir, con libertad. Un lugar donde discernir la
Voz de Jesús. Un lugar de compasión, solidaridad y
búsqueda de lo verdadero. Además un lugar de auténtica
amistad, de lealtad, de fiabilidad. Un signo de que otra
humanidad es posible.
Me
resumo. No me entusiasman los teísmos ni los panteísmos.
Me da la sensación que afirman demasiado, que dicen
saber, pero en el fondo tampoco escapan a las
limitaciones humanas. Quizás el camino de la primera de
Juan es más viable. "El que ama a su hermano, ama a
Dios". Es decir cuando amo al hermano, Dios acontece.
Quizás lo que necesitamos es una fe cada vez más
sencilla, que se abra
al asombro de la Vida.
Una confianza que es consciente de
esa
Vida Profunda
que nos llama al amor, de esa misteriosa Voz que nos
interpela ante el dolor ajeno, sin la necesidad de tener
que darle un nombre.
Julián
Mellado