EL PAPA SE ENREDA CON EL PURGATORIO
La teología llevaba tiempo reduciendo a mero cotilleo
morboso la idea clásica del infierno, antes de que Juan
Pablo II liquidase el asunto, en agosto de 1999, con la
proclamación de que el infierno y el cielo católicos no
son lugares físicos, sino meros estados de ánimo. Revisó
a la baja las promesas celestiales y, también, los
posibles sufrimientos de ultratumba.
El cielo, dijo el Pontífice, no es "un lugar físico
entre las nubes". El infierno tampoco es "un lugar",
sino "la situación de quien se aparta de Dios". El
purgatorio es un estado provisional de "purificación"
que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales. Y
Satanás "está vencido definitivamente; Jesús nos ha
liberado de su temor".
Aquella corrección del más allá, sin embargo, no gustó a
todos los jerarcas del catolicismo. Contra lo dicho por
su predecesor, Benedicto XVI volvió sobre el asunto hace
tres años para afirmar que "el infierno existe y es
eterno". Además, creó una comisión para dictaminar sobre
el purgatorio y otra para cambiar la doctrina sobre el
limbo. Ayer, ha adelantado su criterio.
Benedicto XVI sostiene ahora que el purgatorio no es un
lugar del espacio, pero sí "un fuego interior que
purifica el alma del pecado". Hizo esta proclamación
ante 9.000 personas que acudieron a la audiencia de los
miércoles, cuya catequesis dedicó esta vez a la figura
de santa Catalina de Génova (1447-1510), conocida por su
visión sobre el purgatorio.
"El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la
Tierra, no es un fuego exterior, sino interno. Es el
fuego que purifica las almas en el camino de la plena
unión con Dios."
Añadió que santa Catalina no parte del más allá para
contar los tormentos del purgatorio e indicar después el
camino de la purificación o la conversión, sino que
parte de la “experiencia interior del hombre en su
camino hacia la eternidad".
Con esta proclamación, el Papa no descubre nada nuevo,
pero denota su preocupación por la falta de instrumentos
ideológicos con que combatir el pluralismo moral. Si el
infierno, con mayúsculas, no existe, ni cualquier otro
lugar de castigo, ¿qué queda a los predicadores del más
allá como el lugar donde son premiados eternamente los
justos y castigados los pecadores?
"Nuestro verdadero enemigo es unirse al pecado que puede
llevarnos a la quiebra de nuestra existencia. El
infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y
es eterno".
Es declaración de Benedicto XVI en abril de 2007, en una
audiencia en la que dibujó la figura de un Dios "de
justicia" y castigador.
Y es parte de su llamada a la intolerancia con el
relativismo y la laicidad, y de su decisión de reponer
las armas del catolicismo clásico: el mundo como un
valle de lágrimas; el cielo como premio a quien haga
caso al Vaticano, el infierno como lugar de castigos
terribles.
La nueva escatología papal poniendo patas arriba la
interpretación clásica de los textos sagrados
-apocalípticos, tenebrosos y vengadores-, dejó fríos a
los teólogos, pero causó gran revuelo entre quienes
seguían enseñando a los niños los catecismos clásicos y,
sobre todo, la proclamación del imponente Tomás de
Aquino, que entre los placeres esenciales de los que van
al cielo colocaba en lugar preferente, además de la
visión de Dios, el poco cristiano de la contemplación de
los sufrimientos a que están sometidos los arrojados al
infierno.
Juan G. Bedoya