PANTEÍSMO Y NO-DUALIDAD
“La
verdad es un país sin caminos”. Esta frase de
Krishnamurti puede ayudarnos a comprender que la
verdad profunda está dentro de nosotros.
Jesús de Nazaret dijo: “El reino de los cielos está
dentro de vosotros”. No hay que buscarlo más lejos. Ya
lo tenemos sin darnos cuenta,
sin saberlo,
puesto que la
mente se encarga de rodearnos de pensamientos
confundiéndonos sobre nuestro verdadero yo:
ese silencio interior,
ese “yo soy”, que toca lo infinito.
En
este sentido algo está muy claro:
Cuando la religión nos
oprime, si nos hace infelices, si se convierte en una carga,
no puede ser de Jesús. Todo lo demás es
fanatismo, norma, guardería de adultos, cárcel con el
sagrado nombre de Dios.
Decía
el jesuita indio
Tony de Mello: ‘Para los no creyentes, Jesús
y el Padre que Él anuncia, tienen un fama pésima por culpa
de lo que se predica en muchos púlpitos, y sobre todo por
cómo se deforma su verdad en la vida por seguidores
fanáticos o simplemente dormidos’. Y añadía: ‘El
peligro está en que buscamos a Dios montados en un burro (el
concepto), pero para entrar en la casa (la
realidad de Dios) has de dejar el burro afuera”.
La
percepción mística (no hay que asustarse del término)
es directa,
no es un pensamiento, está más allá del pensamiento. A veces
aparece entre dos respiraciones, al escuchar una música, al
leer un poema, al contemplar un árbol. Es como si captaras
el ser en el Ser.
No por mucho razonar se encuentra la verdad. Así sucede, por
ejemplo, en los momentos claves de la vida: cuando te
enamoras, te nace un hijo, en un momento de gran alegría o
dolor. No depende de que seas joven o viejo, guapo o feo,
sano o enfermo:
siempre eres.
La
verdadera religión hace hombres libres
y quita los miedos. Permite leer de otra manera el universo:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados,
que yo os aliviaré”.
La
verdadera religión
no es una moral, ni un
puñado de dogmas; es una actitud por la que te sientes parte
de un Todo. Es cierto que tenemos que vivir en
el mundo de la manifestación, que es temporal y cambiante,
pero basta con contemplar ese “no sé qué” que hay detrás,
algo no cambiante
que llevo dentro.
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1.
Si yo le falto a Dios, Dios no sería infinito. Que
soy parte de Dios no es panteísmo, ya que Dios, por
contenerme a mí, no dejaría por eso de ser amor e
inteligencia infinitos y por tanto persona, lo que niegan
los panteístas. San Juan de la Cruz dice que somos de la
naturaleza de Dios, lo que se descubre en todos los
esponsales místicos de escuelas espirituales.
2.
La cruz nunca es un fin en el cristianismo, sino un
medio. Si Jesús hubiera buscado la cruz por sí misma hubiera
sido un masoquista. Aceptó la cruz por ser consecuente con
su verdad y murió víctima de ella, por amor. Cuando nos pide
renunciar al “yo”, se refiere al yo pequeño, al personaje,
no al yo profundo que está en conexión con la luz. Ésa se
obtiene por la nada de Juan de la Cruz, la indiferencia
ignaciana o el vacío del zen. También aceptando la cruz de
cada día y superándola, resucitando, pero no buscándola.
3.
Dogmas, normas, mandamientos son como andadores
cuando no hemos despertado. Cuando ves o intuyes, o
sientes-contemplas, no necesitamos, como dice Pablo, las
cosas de niño.
4.
Los cristianos tenemos la suerte de tener a Jesús,
pero el hombre no ha salido mal hecho de fábrica y en
cualquier lugar puede unirse a Dios si aparca el yo pequeño.
También la teología católica defiende que ya estamos
salvados por los méritos de Cristo, y Pablo que somos
miembros de Cristo, y por tanto parte suya, y por tanto
parte de Dios. Lo que pasa es que tenemos miedo a esta
verdad maravillosa y se sigue predicando una triste dualidad
escolástica.
Todo
esto es pensamiento. Hay que cerrar los ojos y respirar eso
que está detrás del pensamiento.
Pedro Miguel Lamet
El blog de Pedro Miguel Lamet
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