Proponer sin imponer,
cuestionar sin condenar
Ningún
Gobierno tiene el monopolio de la democracia;
ninguna
Iglesia, el de la moral.
Cuando la tradición del debate parlamentario está arraigada
en una sociedad sanamente plural, laica y democrática, no
tiene sentido que un determinado grupo cultural o religioso
se erija en portavoz exclusivo de la moral ante la opinión
pública, como tampoco se concibe que haga tal imposición un
determinado sector político, ya sea del Gobierno o de la
oposición.
No parece, sin embargo, que disfrutemos en el Estado
español de esa situación equilibrada. Aparecen a menudo ante
la opinión portavoces eclesiásticos que enarbolan la bandera
de la moral, presuntamente amenazada por el Gobierno,
tentando a portavoces gubernamentales para que entren al
trapo devolviendo la pulla, con el regocijo de quienes
pescan morbo informativo en el río revuelto de la polémica.
En el debate sobre la interrupción del embarazo, tal
reducción del tema a una contienda de romanos contra
cartagineses lo ha desenfocado. Parece un pugilato de
izquierdas contra derechas, Gobierno contra Iglesia,
posturas pro mujer contra posturas pro vida, defensa de
madres contra protección de fetos y un interminable etcétera
de oposiciones maniqueas.
Seguimos sin aprobar la asignatura pendiente:
proponer
sin imponer;
despenalizar sin fomentar;
cuestionar sin condenar;
concienciar sin excomulgar.
Pero junto a las sombras hay luces. Leí en las páginas de
opinión de un diario local dos columnas firmadas el mismo
día por jóvenes de diferente afiliación política.
Manifestaban opiniones divergentes acerca de la píldora del
día siguiente; pero me llamó la atención que no recurrían
para exponerlas a atacar al contrario, y, a pesar de
mantener posturas diferentes, no rehuían el acuerdo en
puntos de consenso: la salud de las personas implicadas, la
ventaja de la prevención sobre la interrupción, el carácter
de emergencia y la oportunidad del debido aconsejamiento.
Si posturas políticamente divergentes son capaces de
argumentar así para converger en mínimos comunes, hay
esperanza democrática. Si aumenta el parlamentariado, de
cualquier afiliación, capaz de convergencia, concordancia
plural y respeto a las divergencias, ganará el bien común
del país.
En el caso de parlamentarios creyentes, en unos y otros
partidos, se espera que conjuguen su conciencia religiosa
con la prudencia legislativa, sin condicionamientos de
pertenencia confesional o política.
Sabrán que no todo lo éticamente rechazable ha de ser
penalizado, ni tampoco lo despenalizado es, sin más,
éticamente aprobable.
Sin ceder a presiones, ni partidistas ni religiosas,
buscarán conjugar la protección de la vida naciente con la
necesidad de evitar aquellos excesos penales que harían un
flaco favor a la vida que se desea proteger.
No es fácil el debate sereno entre quienes se atrincheran
en un discurso incondicionalmente asertivo y dilemático,
incapaz de alternativas al blanco y negro. Deseando
contribuir a esa búsqueda de alternativas, reformulo una vez
más un decálogo de reglas para el debate sobre el aborto.
Se remonta a orientaciones elaboradas en colaboración con
el añorado P. Javier Gafo SJ, cuando nos visitó en Tokio, en
1999, como parte del programa de colaboración entre la
Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia de
Comillas, el Instituto de Ciencias de la Vida de la
Universidad Sofía y la conferencia episcopal japonesa
(Bioética: Un diálogo plural. Homenaje a Javier Gafo,
U. P.
Comillas, 2002).
La opción por la aternativa mediadora frente a los dilemas
extremistas se articularía en las 10 reglas siguientes:
1) Evitar el dilema entre pro-life y pro-choice.
2) No mezclar delito, mal y pecado.
3) No ideologizar el debate.
4) Dejar margen para excepciones.
5) Acompañar personas antes de juzgar casos.
6) Comprender la vida naciente como proceso.
7) Confrontar las causas sociales de los abortos no
deseados.
8) Afrontar los problemas psicológicos de los abortos
traumáticos.
9) Cuestionar el cambio de mentalidad cultural en torno al
aborto.
10) Tomar en serio la contracepción, aun reconociendo sus
limitaciones.
para leer sus comentarios al decálogo, ver
CRITERIOS ÉTICOS SOBRE EL ABORTO
¿Será posible este modo de debatir alternativo o se quedará
en sueño? La pelota está en el tejado de dos debates: cívico
y parlamentario. Quisiera apostar por una mayoría éticamente
serena, capaz de independizarse de las patologías
extremistas de sus respectivos partidos e Iglesias.
Juan
Masiá
teólogo, profesor de Bioética
en la Universidad Católica de Osaka (Japón)
El País