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Ni con la bronquitis aguda que le ha obligado a permanecer en el hospital, Francisco deja de generar esperanza para los más vulnerables con su denuncia profética. Ambas de la mano, esperanza y llamada contra la injusticia, como tiene que ser para colocarse de parte del Evangelio. Esta vez, el Papa se dirige por carta a los 439 obispos de Estados Unidos, en la que amplía sus recomendaciones a los católicos y a todas las personas de buena voluntad en torno al drama de las expulsiones que Trump ha ordenado sin atisbo de humanidad.

En los textos bíblicos el Papa fundamenta su mensaje para referirse al desplazamiento forzoso de millones de personas por un personaje que se dice cristiano. ¿Qué pensarán los que no son cristianos de esta medida brutal ordenada por un pretendidamente seguidor de Jesús de Nazaret, al que mataron precisamente por un comportamiento radicalmente contrario? Francisco recuerda en su misiva la esclavitud en Egipto o la huida de la Sagrada Familia como refugiados en Egipto. Y hace estas referencias para mostrar la revelación de Dios que se hace emigrante y refugiado, vinculando para siempre el amor de Dios con el amor al prójimo que sufre fuera de su tierra. Esta carta es una llamada a que la ley no sea retorcida contra la dignidad de millones de personas, porque no está siendo legítima en su aplicación.

El Papa recuerda a los obispos su responsabilidad de que son llamados a actuar ante las deportaciones masivas haciendo referencia clara a oponerse a la criminalización y deportación de inmigrantes y de familias enteras angustiadas ante la inminente expulsión, personas vulnerables y sin ninguna protección. Una vez más, el Papa vincula el verdadero Estado de Derecho con la protección de la dignidad humana para que aquél sea verdadero y creíble.

En otro lugar del texto, anima a los prelados recordándoles que Dios estará presente en todo lo que hagan para proteger y defender a las personas y comunidades consideradas ¡menos valiosos, menos importantes o menos humanos! (n.8). Se puede decir que se dirige a ellos como profetas, dejando claro que espera la defensa de este atropello en marcha, al tiempo que abre el foco profético a todos los fieles de la Iglesia católica, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, exhortándoles a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados.

Con caridad y claridad todos estamos llamados a vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen cada vez más, a evitar muros de ignominia, y a aprender a defender a los más débiles de la gran cadena humana para que esta no se rompa. Para ello es necesario una política que regule una migración ordenada y legal, lo cual exige una movilización general contra la injusticia de este nuevo tiempo trumpista para no ceder ante las narrativas falsarias y discriminatorias

La pregunta que queda para cada obispo y para cada cristiano ante el atropello de la administración estadounidense, es si cada cual está dispuesto a seguir a Jesús, a soportar la persecución, y en última instancia sufrir formas modernas de crucifixión defendiendo el Mensaje. Las últimas palabras del Papa recuerdan que “Si alguno quiere venir tras de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mat. 16, 24-26).

La profética Carta del Papa es un recordatorio de que la credibilidad de la fe cristiana se sostiene en las acciones personales y comunitarias, en ambas, dando testimonio de Jesús de amar a todos, y hacerlo preferencialmente a los más pobres y excluidos. Este es el verdadero ordo amoris tan ligado a la parábola del buen samaritano, es decir, “el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción”, afirma el Papa Francisco. El mensaje concluye dejando claro que, preocuparse por la identidad personal, comunitaria o nacional, al margen de estas consideraciones, acaba por imponer la voluntad del más fuerte como criterio de verdad. Más claro, imposible.

 

Gabriel Mª Otalora