JESÚS, PAN DE DIOS
José Enrique GalarretaJn 6, 24-35
Se continúa lo narrado el domingo anterior. La gente vuelve a Cafarnaún y encuentra de nuevo a Jesús. Jesús les reprocha que no le sigan más que porque la víspera se han hartado de pan y pescado. Y de este tema del alimento físico se eleva al mensaje, a propósito del maná, que sus interlocutores han aducido como muestra de que Dios estaba con Moisés.
Este fragmento plantea pues un tema que debió de tener enorme importancia para los oyentes de Jesús y para las comunidades cristianas posteriores, aún en pugna con el judaísmo. Jesús es presentado a veces (en Mateo explícitamente) como "el nuevo Moisés, el que proclama la Nueva Ley". ¿Con qué garantías? A Moisés le avalan los "signos y prodigios" del mar y el desierto. ¿Qué signos aduce Jesús?
El tema de fondo por tanto es el desafío que Jesús plantea a sus contemporáneos: ¿por qué le han de creer, hasta el punto de corregir, y aun arrinconar, la Ley?
REFLEXIÓN
¿Qué motivos pudieron tener los que conocieron a Jesús para seguirle, hasta el extremo de abandonar costumbres tan seculares y sagradas? No solemos reparar en la enorme violencia del cambio. ¿Cómo pudieron prescindir de la circuncisión, la señal de la Alianza, del descanso de Sabbat, la abstinencia de alimentos prohibidos, el templo...? Por esas cosas se habían dejado matar sus antepasados, que por ello eran considerados mártires. ¿En nombre de quién debían ahora abandonarlas?
Jesús puntualiza la afirmación de la gente: Moisés proporcionó un pan de tierra, para alimentar el cuerpo mortal. Pero ahora, el Padre está dando un alimento celestial, para vida eterna. Sus interlocutores siguen pensando en categorías completamente terrenales (como su propio mesianismo) y piden ese pan maravilloso. Jesús se define entonces como pan de Vida. El pasaje es llamativamente paralelo con el de la Samaritana. También a ella le ofrece Jesús un agua que quita para siempre la sed; también ella pide de esa agua maravillosa; y Jesús se define como Agua Viva.
El paralelismo nos lleva a comprender que la reducción de este mensaje a la eucaristía (aun siendo válido) no es suficiente. Es un gran símbolo como Jesús: Jesús pan, Jesús agua, Jesús luz, son los tres grandes símbolos de Jesús en el cuarto evangelio, en la misma línea metafórica de los evangelistas.
Nosotros hemos preferido invertir el sentido de las palabras de Jesús para afirmar que el pan eucarístico es Jesús, cuando el sentido original es que Jesús es pan. También hemos unido la imagen de Jesús/pan con la imagen Jesús/grano de trigo que muere para poder ser fecundo. Y todas esas afirmaciones son sin duda válidas, pero deberíamos sacar provecho de las imágenes del cuarto evangelio desde su significado primitivo, tan válido y significativo.
Israel en el desierto recibió de Dios tres dones radicales: la luz, el alimento, el agua, porque esos eran los tres peligros mortales que le acechaban: perderse en el desierto, morir de hambre, morir de sed. Desde entonces, la imagen de Dios se viste con estos símbolos.
El cuarto evangelio está aplicando esos mismos símbolos a Jesús, no a Dios sino a Jesús. Así pues, estos símbolos, antes que eucarísticos y más que eucarísticos, son dogmáticos, cristológicos: se está proponiendo una fe en Jesús que estaba fuera de todo lo imaginable para aquellas comunidades: Jesús es verdaderamente el Ungido, la Palabra, el pan: a él hay que escuchar, de él hay que alimentarse.
Aquí tenemos la solución a la pregunta que nos formulábamos antes. ¿Qué razón tan poderosa tuvieron aquellas personas para arrinconar las creencias y ritos que habían conformado durante siglos la fe de sus padres?Respuesta: la fe en Jesús, admitido como Palabra de Dios hecha carne.
Este evangelio nos está acercando por tanto a una situación dramática de las primeras comunidades de creyentes en Jesús, y nos enfrenta hoy a un desafío radical: ¿cuál es mi luz, mi alimento, mi agua? Dicho de otra manera ¿quién es el Señor de mi vida?
Solemos caminar a la luz de valores que dirigen nuestras elecciones. Se nos propone otra luz, otros valores para iluminar el camino.
Solemos alimentarnos de las satisfacciones que encontramos en lo que llamamos éxitos, personales, económicos, sociales. Solemos tener sed de poseer, de gastar, de comprar, de prosperar, de destacar ... Pero ese hambre y esa sed no se sacian nunca. En todos esos ámbitos la satisfacción del deseo no lo sacia sino que despierta otro deseo mayor.
El pan y el agua del Reino son otros valores, ante los cuales los valores habituales pierden su encanto. Cuando Jesús llama a los pobres, a los que saben sufrir, a los misericordiosos, a los limpios de corazón... "dichosos", está diciendo que su modo de vida hace desaparecer el hambre y la sed de otras cosas de tierra. Podríamos añadir a las Bienaventuranzas ésta última como resumen: "Dichosos los que viven los valores del Reino, porque ya nunca tendrán sed de los valores de la tierra".
PARA NUESTRA ORACIÓN
¿Qué señales das para que creamos en ti? En otra ocasión se le preguntó eso mismo a Jesús, cuando el Bautista le envió a sus discípulos con una pregunta semejante. Jesús contestó que su señal era que la gente se curaba, los poseídos quedaban libres y la Buena Noticia se anunciaba a los pobres.
Extraña señal, para todos los que esperan resplandores divinos o demostraciones espectaculares. Y profunda enseñanza para nosotros: la señal de la Iglesia, nuestra señal, por la cual al vernos alguien pueda creer en Jesús, en el Padre, en el Reino, no será otra que la misma de Jesús: que trabajamos por la salud, por la dignidad de todos, muy especialmente de los más pobres. Solamente así "viendo vuestras obras reconocerán al Padre de los Cielos".
José Enrique Galarreta