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HOY ESTARÁS CONMIGO

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Lc 23, 35-43

El relato de las tres tentaciones de Jesús, al inicio de su actividad pública, se cierra, en Lucas, con estas palabras: "El diablo se alejó de él hasta el momento oportuno" (4,13).

Es ahora, al final de su vida, en una situación extremadamente vulnerable, donde vuelve a hacerse presente de nuevo una triple tentación, centrada en la búsqueda de su propia salvación: "sálvate".

Es seguro que la primera comunidad de discípulos tuvo que afrontar el "escándalo" de la cruz, haciéndose esa misma pregunta: ¿Cómo es posible que Dios no haya bajado en ayuda de su Mesías? ¿Cómo entender que el Mesías de Dios haya muerto como un maldito, a manos de extranjeros, en el suplicio de la cruz, y que Dios no haya hecho nada a su favor?

Sin duda, las tentaciones –puestas en boca de las autoridades, los soldados y uno de los compañeros de tortura- reflejaban el escándalo inicial de la propia comunidad.

Ante ellas, según el relato, Jesús calla. Su silencio podría interpretarse como impotencia resignada, incluso como reconocimiento de fracaso. Sin embargo, en la narración de Lucas –es el único que trae esta palabra-, la escena se cierra con una promesa de vida que tiene lugar hoy.

De entrada, resulta paradójico que, de labios de un hombre aparentemente derrotado y prácticamente moribundo, brote una palabra de vida, acompañada de una certeza que la hace eterna, es decir, válida para todo momento, en un presente siempre actual: el "hoy" de Lucas significa "todo momento", cualquier instante en que oyentes o lectores nos abrimos a la Palabra.

De ese modo, el evangelista nos está diciendo: Esa palabra es válida también para ti, hoy, con tal de que seas capaz de abrirte a ella y acogerla. Para ti hay también una promesa de vida, que no se acaba en la frontera de la muerte. Tú también "hoy estarás conmigo en el paraíso".

Así recibida, la narración nos lleva a plantearnos una doble cuestión: por un lado, ¿cómo pudo Jesús pronunciar esa palabra de vida en unas circunstancias de muerte?; por otro, ¿cómo podemos acogerla nosotros, de modo que seamos alcanzados y vitalizados por ella?

Es obvio que esas palabras pueden tener también una lectura mítica. Oímos, a veces, que algunos terroristas suicidas mueren convencidos de que, en premio a su acción (!), tras su muerte, serán conducidos directamente al paraíso. Pero eso no es más que el sueño ilusorio de un ego inflado y narcisista, anclado además en el nivel mítico de conciencia.

En el caso de Jesús, sin embargo, la certeza que reflejan esas palabras puede nacer únicamente de alguien que se experimenta a sí mismo como Vida, más allá de las "anécdotas" que le sobrevengan a su yo o ego.

En efecto, mientras estamos identificados con el yo, como si se tratase de nuestra identidad definitiva, todo lo medimos según los parámetros del propio yo: será "bueno" lo que gratifique al yo; será "malo" todo aquello que lo frustre.

Pero es precisamente esa identificación la causa mayor de nuestro sufrimiento. Porque, al pasar todo lo que ocurre por el filtro del ego, nos impide una lectura adecuada de la realidad. En consecuencia, terminamos rebelándonos contra el momento presente, al que vemos como enemigo o, al menos, como inadecuado para sentirnos felices.

Sin embargo, no existe error más grande que el de resistirse a lo que es. Porque, a pesar de todas nuestras resistencias, lo que es, es.

Pero si el yo lo ha etiquetado como "negativo", no le queda otra alternativa que rebelarse contra él, entrando en un funcionamiento agotador y, en último término, autodestructivo.

Esto no significa afirmar la resignación, la pasividad o la indiferencia. No; significa, sencillamente, reconocer lo que es y darle la bienvenida.

A continuación, cuando, gracias a la aceptación, nos hayamos reconciliado con la realidad, brotará de nosotros la acción adecuada.

Esa es la actitud del sabio quien, más que etiquetar lo que le ocurre como "agradable" o "desagradable", recibe todo como una oportunidad para aprender. Reconoce que todo lo que llega a nosotros es lo que necesitamos. Y si alguien le preguntara: ¿cómo lo sabes?, ¿cuál es la prueba de que es así?, su respuesta es invariable: "porque llega".

Pero una tal actitud es impensable para el yo, que busca sólo lo que, en su corta visión, entiende como "beneficio" inmediato..., para quedar pronto frustrado. El yo se califica a sí mismo por los adjetivos: "yo soy esto..., yo soy aquello...". Por eso, es incapaz de tolerar que "esto" o "aquello" se vean alterados. Sin embargo, la ley de la vida nos dice que esa alteración no sólo es inevitable, sino que ocurrirá muy pronto, debido a la ley de la impermanencia.

El sabio, por el contrario, que ha trascendido su identidad egoica, percibe su identidad como el "Yo Soy" universal, sin adjetivos que la delimiten; a salvo, por tanto, de cualquier cosa que pueda suceder.

Establecido en ese "Yo Soy", atemporal e ilimitado, se ve no-separado de todo lo que es, como Presencia ecuánime e inalterable; como Vida que se despliega en infinitas y variadas formas. Quien se percibe así, sabe que, en nuestra identidad más profunda, somos Vida. Por eso, como Jesús, puede afirmar con toda certeza: "Hoy tendrás vida".

Del mismo modo, para que la palabra de Jesús nos "alcance", necesitamos abrirnos a ese mismo "lugar" donde él estaba, a nuestra identidad más honda, allí donde también nosotros nos reconocemos como Presencia y Vida, aquí y ahora. Sólo situados ahí, percibiremos que se modifica nuestra perspectiva, así como nuestra visión de las cosas y de nosotros mismos.

Y como no estaremos ya preocupados de vivir para el yo –eso equivale a "perder la vida", decía el propio Jesús-, podremos acoger todo como oportunidad de crecimiento en conciencia de quienes somos. Veremos que, en la vida, no hay amigos o enemigos, sino sólo maestros.

Porque la vida no está interesada en nuestro "bienestar", el bienestar del yo -¿quién nos hizo creer eso?-, sino en que aprendamos lo que necesitamos para, por fin, reconocernos en quienes somos.

Y quizás podamos empezar a hacer nuestras las sabias palabras de Rumi, el gran místico sufí del siglo XIII:

 

"El ser humano es una casa de huéspedes.

Cada mañana un nuevo recién llegado.

Una alegría, una tristeza, una maldad,

que viene como un visitante inesperado.

¡Dales la bienvenida y recibe a todos!

Aun si son un coro de penurias que vacían tu casa violentamente.

Trata a cada huésped honorablemente,

él puede estar creándote el espacio para una nueva delicia.

El pensamiento oscuro, la vergüenza, la malicia,

recíbelos en la puerta sonriendo

e invítalos a entrar.

Agradece a quien quiera que venga,

porque cada uno ha sido enviado

como un guía del más allá".

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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